Capítulo 7

YA HABÍA dejado de nevar cuando salieron del hotel, pero el invierno había transformado las calles en algo mágico.

Las máquinas habían trabajado mucho para mantener las calles transitables, y los empleados del hotel habían limpiado un pedazo de acera que iba desde la puerta hasta la calle. Aun así, Melody se alegraba de que Zeke la llevara agarrada del brazo mientras buscaban un taxi.

La nieve no parecía haber desanimado a los compradores de última hora y las calles estaban llenas de gente con bolsas y regalos. Era como si la blanca Navidad hubiera potenciado el entusiasmo de todos y, por unos momentos, el espíritu navideño hubiera borrado los problemas y las dificultades del día a día. Todo el mundo parecía contento.

Zeke la había rodeado por los hombros en el taxi y ella no se había retirado, a pesar de que su cercanía había provocado que se pusiera muy tensa. Era extraño estar en la calle después de haber pasado tanto tiempo en el hospital, pero no era eso lo que le generaba tensión. Sin embargo, él debía de pensar que era así porque comentó:

—Tranquila —murmuró—. Estamos juntos. Yo estoy aquí a tu lado. Y va a ser una velada muy agradable, eso es todo.

—Estoy bien —mintió ella—. Muy bien.

El sonido que él emitió expresaba lo que él pensaba de eso, y cuando Zeke agachó la cabeza para besarla en la frente, ella creyó oírlo suspirar.

Melody miró por la ventana sin realmente fijarse en lo que veía. Sentía una potente mezcla de emociones, miedo, pánico y amor. El cuerpo musculoso de Zeke contra el suyo, proporcionándole la sensación de seguridad y pertenencia. Nada más conocer a Zeke, ella se percató de que llevaba toda la vida buscando la seguridad que él le proporcionaba. Era la primera vez que tenía la oportunidad de disfrutar de lo que otras personas consideraban normal. Él cuidaría de ella. No obstante, aquello no era más que parte de la historia, un bonito sueño que había terminado.

Durante el camino al teatro no hablaron nada, pero Melody notó que Zeke la besaba de vez en cuando en la cabeza. Ella tuvo que contenerse para no volver la cabeza y besarlo también, y solo la idea de que darle falsas esperanzas sería injusto la ayudó a resistirse. Había visto una mezcla de tristeza y deseo en su mirada, pero sabía que él no había aceptado todavía que el matrimonio había terminado. Y debía hacerlo. Por el bien de ambos.

Al llegar al teatro, Zeke la ayudó a salir del taxi. Melody se sentía muy patosa en sus movimientos y recordó que el doctor Price le había dicho en alguna ocasión que era demasiado dura consigo misma.

—Es la bailarina que llevas dentro la que exagera lo que tú ves como falta de gracilidad —había insistido él—. Otras personas no se darán cuenta.

Ella había agradecido su amabilidad, pero sabía que sus palabras no eran del todo verdad. Había observado el caminar controlado de las enfermeras en el hospital, de las visitas y de la gente en general, y se había asombrado de que fuera algo que siempre había dado por sentado antes del accidente.

Zeke la rodeó por la cintura para avanzar. «A por ello», pensó Melody. Incluso era posible que no se encontraran a nadie conocido.

Apenas acababan de entrar en el recibidor cuando oyeron una voz que los llamaba:

—Queridos… —Angela Stewart era una actriz conocida y, Melody sospechaba que también una de las viejas amantes de Zeke. Nunca habían hablado de ello, pero había algo en la manera que Angela se comportaba con ella que hacía que Melody lo sintiera así.

—Me alegro mucho de veros —miró a Melody de arriba abajo antes de darles un beso en la mejilla a cada uno.

—Hola, Angela —dijo Melody, tratando de respirar a través del potente aroma a perfume. Angela era la última persona a la que ella habría elegido encontrarse.

—¿Cómo estás? —le tocó el brazo suavemente—. Nos quedamos destrozados cuando nos enteramos de tu accidente. Pobrecita. Y además, siendo bailarina. Qué lástima.

—Está fenomenal, ¿verdad, cariño? —contestó Zeke con frialdad.

Al oír su tono de voz, Melody confió en que Angela terminara pronto la conversación.

El acompañante de Angela debió de pensar lo mismo porque la agarró del brazo y dijo.

—Nuestros amigos nos están esperando para tomar asiento, Angela.

Angela se soltó y miró directamente a Melody.

—Todos estos meses en el hospital han debido hacérsete muy largos. Estoy segura de que no puedes esperar para retomar tu vida, pero ve despacio, cariño. Pareces cansada y delicada.

—Melody tiene la fortaleza de la juventud de su parte —intervino Zeke—. ¿Recuerdas lo que era sentirse joven, Angela? Ahora, si nos disculpas…

Estaban sentados en el palco antes de que Melody pudiera contestar.

—No deberías haber dicho eso —murmuró ella mientras Zeke servía el champan que estaba preparado para ellos—. Nunca te perdonará. Me sorprendería si vuelve a dirigirte la palabra.

Zeke sonrió y le pasó la bandeja de canapés.

—Suena bien.

El teatro se estaba llenando por momentos. El musical que iban a ver era el espectáculo de moda, y las entradas estaban muy cotizadas. El teatro era un edificio viejo, de techos altos y aire victoriano, y la calefacción central no funcionaba lo suficientemente bien para una noche tan fría como aquella.

Como si fuera una mago sacando un conejo de un sombrero, Zeke colocó una piel de imitación sobre las piernas de Melody.

—¿Estás mejor así? —murmuró.

—¿De dónde has sacado esto? —preguntó Melody, sorprendida.

—Conozco este teatro desde hace mucho. Es demasiado cálido en verano y muy frío en invierno, pero su encanto compensa esos inconvenientes —Zeke rellenó las copas de champán—. Relájate y disfruta del espectáculo. Lo estás haciendo muy bien. Estoy orgulloso de ti, querida.

Fue la expresión de su mirada y no lo que él dijo lo que provocó que ella se sonrojara y se bebiera el champán de un trago. Se había olvidado de cómo la hacía sentir Zeke cuando estaba con ella. No, no lo había olvidado, simplemente había intentado arrinconar el recuerdo. Y él no lo comprendería, porque ni siquiera ella era capaz de comprenderlo. Ese tipo de cosas eran las que hacían que ella tuviera que separarse de él cuanto antes, mientras mantuvieran una relación civilizada. No podría soportar ver cómo esos pequeños momentos se iban evaporando, a medida que la relación se deterioraba.

¿Estaba loca? Se bebió la copa. Probablemente. Casi seguro. Y se había vuelto débil y cobarde.

Lo miró de reojo y vio que él la miraba con ternura.

—Ya estás pensando otra vez —comentó él—. Me gustaría ponerte un interruptor y apagarte la cabeza durante un tiempo. ¿Cómo puedo hacerlo, mi querida esposa? ¿Cómo puedo conseguir que vivas el momento?

Ella se encogió de hombros.

—Solo se me ocurre una manera, pero aquí es imposible ponerla en práctica —Zeke hizo una pausa y continuó—. Por lo menos es imposible que salga bien, y después de esperar tanto tiempo…

Melody bebió otro sorbo de champán, y decidió que el silencio era la manera más rápida para finalizar aquella conversación.

—¿Recuerdas cómo era? —él estiró las piernas y colocó el brazo sobre el respaldo de Melody, de forma que sus cuerpos quedaron muy cerca—. ¿Y esas noches en las que no nos dormíamos hasta el amanecer? El sabor del éxtasis en estado puro, largo, despacio, y duradero. Eres mía, Dee. Y siempre serás mía, igual que yo seré tuyo. No puede ser de otra manera para ninguno de nosotros, ahora que hemos disfrutado de la perfección.

—No —sus palabras provocaron que su cuerpo reaccionara de manera incontrolada. «Y él lo sabe», pensó ella.

—¿No? ¿Que no te diga la verdad? La verdad te hará libre. ¿No es eso lo que dicen? Y tú no te está enfrentando a la verdad. Todavía no. Nuestro estilo de vida, mi trabajo, otra gente… Todo eso es lo que nos rodea, a ti y a mí.

Ella negó con la cabeza, estaba confusa y sentía ganas de levantarse y marcharse. Cuando empezó el espectáculo estaba tensa, pero al poco rato comenzó a relajarse. Los efectos especiales eran magníficos, y la voz de la heroína maravillosa, pero en lo que más se fijó Melody fue en los bailarines. Sobre todo en la bailarina principal, que era tan ágil como una gacela. Al principio le resultó doloroso mirarla, pero después se dejó llevar por el espectáculo y cuando llegó el descanso volvió a la realidad de golpe.

—¿Y bien? —Zeke la miró a los ojos cuando encendieron las luces—. ¿Te está gustando?

Melody asintió.

—Es brillante, absolutamente brillante. Y no es una crítica pero…

—¿Pero?

—Yo habría hecho el último baile de otra manera. Habría sido mucho más impactante si la bailarina principal hubiera quedado atrapada en el infierno al final del baile, en lugar de que la sacaran al principio. La escena ha perdido sin su presencia.

—Estoy de acuerdo —convino Zeke.

—De ese modo, Cassandra y Alex podrían haberse implicado más en la lucha, en lugar de quedarse como observadores —Melody se detuvo al ver que Zeke esbozaba una sonrisa—. ¿Qué?

—Nada —Zeke se volvió cuando una camarera apareció con un plato de pastas y café. Después de despedir a la chica con una buena propina, Zeke cerró la puerta del palco. De nuevo en la intimidad, le ofreció los deliciosos bocados y conversó con ella de manera más relajada y divertida que antes.

Para su sorpresa, Melody se dio cuenta de que estaba disfrutando a pesar de que todavía sentía un nudo en el estómago. Había temido tener que acercarse al bar durante el descanso y encontrarse con muchos conocidos, pero, puesto que había conseguido evitarlo, el placer de estar en la ciudad después de haber pasado semanas en el hospital era mayor.

Zeke le tendió una taza de café. Sus muslos se rozaron un instante y ella se puso tensa.

—Todo es muy agradable —dijo él.

Lo era. Demasiado agradable. Melody no dijo nada y el silencio provocó una situación incómoda. Aun así, no lo rompió. Zeke bebió despacio el café. Ella no tenía ni idea de qué era lo que él estaba pensando. De todos modos, nunca lo había sabido. La idea hizo que se preocupara de verdad.

¿Sería porque él ocultaba sus pensamientos a propósito, o porque era una persona enigmática y reservada? ¿O podía ser porque ella nunca se había molestado en descubrir sus sentimientos más íntimos y sus deseos? Había estado tan ocupada con su carrera y con sobrevivir en el mundo en el que vivían, que se había conformado con no tener que ahondar en el matrimonio, donde todo era fácil y armónico. El hecho de que él la hubiera elegido como esposa era algo demasiado bueno como para ser verdad, pero le había generado la sensación de que debía de tener cuidado para que no se tambaleara el barco y por ello había sido más fácil no ahondar demasiado.

Con los hijos, por ejemplo. Cuando habían hablado de formar una familia, Melody había tenido la sensación de que él quería tener hijos pronto, pero ella nunca había hablado del tema de verdad, prefiriendo dejarlo para un futuro. Por la manera en que él había hablado antes, cuando vieron a las dos niñas japonesas, era evidente que él quería ser padre. Era posible que deseara darles a sus hijos todo aquello que él no había tenido. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

«Porque no me había tomado la molestia de pensar en ello, había estado demasiado ocupada tratando de ser la esposa que yo pensaba que Zeke James debía tener». Eso representaba todo lo que les había ido mal en su matrimonio antes del accidente y casi todo era culpa de ella, pero le había sido imposible sacar a la luz sus inseguridades porque las había encerrado en lo más profundo de su ser, donde se encontraba la niña asustada que había sido. Sin embargo, ya era una mujer adulta y tenía que enfrentarse a los miedos y a las emociones antes de poder comportarse correctamente como persona o esposa.

Era un desastre. Melody se bebió el café mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Zeke no merecía una mujer complicada como ella, y nunca le pediría el divorcio porque se había comprometido con ella y no rompería el compromiso. Así que, era ella la que debía terminar la relación y permitir que él encontrara la felicidad con alguien que estuviera a su altura, algo que ella nunca había sido.

Cuando Zeke le sujetó el rostro para que lo mirara, era demasiado tarde para ocultar las lágrimas. Él la miró fijamente y dijo:

—Todo va a salir bien —le secó las lágrimas—. Ahora que estás conmigo todo volverá a su sitio, ya lo verás.

Ella negó con la cabeza.

—No, Zeke. No será así.

—¿De veras crees que tus cicatrices influirán en el amor que siento por ti? ¿Aparte de aumentar mi admiración por la manera en que has luchado para recuperarte de las lesiones? ¿Crees que soy así de superficial?

—No creo que seas superficial —ella tragó saliva—. Y me he dado cuenta de que todo esto tiene que ver conmigo, no contigo. No deberíamos habernos casado, al menos, no hasta que yo me conociera de verdad. Hasta que comprendiera cuáles eran mis problemas.

—¿Y ahora ya te conoces?

—Empiezo a hacerlo —se humedeció los labios—. Y no me daba cuenta de lo complicada que era.

—No, no eres complicada —dijo con calma—. Solo vulnerable, temerosa y desconfiada. Siempre lo has sido, Dee. No es una sorpresa para mí. También eres valiente, dulce y generosa, y tienes el corazón más grande de todos aquellos que he conocido. Lo positivo contrarresta a lo negativo con creces. Si vas a analizarte a ti misma, hazlo bien.

Melody se puso un poco tensa.

—¿Crees que me conoces tan bien?

—Sé que te conozco.

—Tú estás muy seguro de ti mismo, ¿no?

—He de estarlo —dijo él—. Por tu bien y por el mío. El accidente ha sacado a la luz asuntos que, de otro modo, habríamos tratado despacio, con el paso de los años. Y puesto que así ha sido, quizá sea lo mejor.

Ella lo miró dolida.

—¿Cómo puedes decir eso? —lo acusó—. He perdido todo para lo que había trabajado toda mi vida.

—No, Dee. Has perdido la capacidad de bailar como bailabas antes. Eso es todo. Todavía puedes ver, oír, oler y tocar. No se te ha dañado la mente, tu intelecto está intacto, y puedes tomar decisiones acerca de dónde quieres ir y qué quieres hacer, y llevarlas a cabo sin depender de los demás para poder moverte o caminar. Hay montones de personas que darían diez años de su vida por tener lo que tú tienes.

La rabia se apoderó de ella.

—¿Me acusas de autocompadecerme?

—Lo has dicho tú, no yo —dijo él, cuando las luces se apagaron otra vez.

Melody apenas oyó que la orquesta comenzaba a tocar. Se sentó mirando al escenario tratando de contener las lágrimas y repitiéndose que lo odiaba. ¿Cómo se había atrevido a decirle todo eso después de lo que había pasado? ¿Es que no comprendía cómo le había cambiado la vida? ¿No le importaba? Había acertado en insistir que le diera el divorcio, y esa era la prueba.

Se levantó el telón, pero ella tardó unos minutos en concentrarse en lo que estaba pasando en el escenario. El drama de su propia vida era mayor. Notó que Zeke la miraba, pero ella no lo miró.

Al cabo de un tiempo, la rabia se desvaneció y una vocecita le recordó en su cabeza que Zeke tenía razón. Era posible, pero había sido cruel, duro e insensible con ella. ¿Cómo podía decirle que la amaba y hablarle de esa manera?

Pasaron otros veinte minutos antes de que ella pudiera admitir que Zeke le había dicho lo que nadie más se hubiera atrevido a decir. Desde que lo conocía, siempre lo había visto comportarse de forma sincera y directa. Y nadie se había comportado de ese modo con ella, al menos, no con tanta dureza.

Se cerró el telón y el público comenzó a aplaudir con entusiasmo. Melody se sentía como un trapillo mojado. «Si hubiese aguantado veinte sesiones de fisioterapia sin descanso, no habría estado más agotada»; pensó cuando se encendieron las luces y la gente comenzó a ponerse en pie. Era como si en las últimas horas hubiese destapado todos sus problemas e inseguridades. «Menuda Nochebuena», pensó destrozada.

Además, debía de tener muy mal aspecto, porque Zeke le preguntó con preocupación:

—Podemos olvidar lo de cenar fuera y pedirle algo de comer al servicio de habitaciones del hotel, si lo prefieres. Probablemente, con este tiempo sea lo más sensato.

Melody asintió. La idea de una cena a solas la asustaba, pero se volvía tan torpe cuando estaba cansada que casi prefería regresar al hotel antes de caerse de bruces delante de él.

—¿Si no te importa?

Él la besó despacio y ella no tuvo energía para protestar.

—Venga —dijo él—. Vámonos a casa.

«Si de verdad fuera así», pensó Melody con un nudo en la garganta. Si hubiese sido un año atrás, cuando todo estaba bien. Aunque, ¿realmente había estado bien?

Estaba agarrotada cuando se levantó de la butaca y tuvo que concentrarse para andar. Apenas habían salido del palco cuando Zeke la tomó en brazos y la besó de nuevo con decisión y delicadeza a la vez. Despacio. Con calma.

Melody estaba temblando cuando él se separó de ella, y él la miró sonriendo:

—Mi estilo de fisioterapia —le dijo—. Y es una marca muy exclusiva.

Ella soltó una carcajada.

—¿Y llevas mucho tiempo dedicándote a ello? —murmuró ella.

—Soy nuevo —admitió él—. Necesito practicar mucho —le acarició los labios—. La práctica hace la perfección. ¿No es eso lo que dicen?

—Supongo que sea quien sea tiene razón —se separó de él—. Si nos descuidamos seremos los últimos en salir del teatro.

Zeke sonrió.

—Me parece bien.

A ella también. Lo último que deseaba era tener más conversaciones como la de Angela. El problema era que a Zeke lo reconocía todo el mundo.

—No me gusta ser la última en nada —dijo ella, decidida a evitar que no la abrazara de nuevo, y cuando Zeke la tomó del brazo y la guio hasta las escaleras, supo que él había comprendido su indirecta.

Un taxi los esperaba a la salida del teatro. Zeke la ayudó a subir al coche y le pidió al conductor que los llevara al restaurante antes de acomodarse junto a ella.

—Nochebuena —dijo él, y colocó el brazo sobre el respaldo de ella—. Tu noche favorita. La noche de los milagros.

Así que él lo recordaba. En las primeras navidades que pasaron juntos, ella le había contado que la Nochebuena le parecía una noche especial, aunque no sabía explicarle por qué. Durante su infancia solitaria, a pesar de las circunstancias en las que ella vivía, esa noche tenía una innegable aura de magia. Parecía tiempo de milagros, de recuperar los sueños perdidos, las esperanzas y las aspiraciones, y ella nunca había dejado de creer en ello.

Excepto esa noche. Melody no era capaz de ver la luz al final del túnel. Y no confiaba en ser capaz de no estropear lo que tenía con Zeke si se quedaba con él. No podía vivir con la duda, la incertidumbre, y el temor de que todo se derrumbara y él terminara entre los brazos de otra mujer. Alguien bella y elegante que pudiera amarlo de corazón y confiar plenamente en él.

Esa iba a ser su última noche juntos. Al día siguiente conseguiría marcharse de algún modo y encontraría un lugar donde quedarse Tenía un par de amigas que vivían en esa zona. Alguna la acogería. Navidad no era el mejor día para aparecer en la puerta de nadie, pero no podría evitarlo. Tenía que escapar de Zeke. Tenía que conseguir que él lo comprendiera. Zeke no era para ella. Y Melody ya no creía en los milagros.