Capítulo 11

EL SERVICIO de habitaciones llevó el café y los cruasanes y, aunque Melody no quería comer ni beber, hizo ambas cosas para retrasar el momento de darle explicaciones a Zeke. El café era demasiado fuerte, y el cruasán no le sentó muy bien después del sándwich de beicon que había comido en casa de Mabel. Cuando terminó de comer, Zeke la miraba, esperando a que comenzara a hablar.

Melody tenía el corazón acelerado, y sabía que tenía que conseguir que él comprendiera por qué todo lo que ella había hecho desde el accidente estaba mal. Se aclaró la garganta y dijo:

—Durante las últimas semanas no he estado pensando con claridad —hizo una pausa—. Me he dado cuenta de que lo de pedirte el divorcio y todo eso ha sido porque tenía miedo de que no me quisieras, ahora que estoy desfigurada —se apresuró para continuar antes de que él dijera nada—. No es que alguna vez hayas dicho algo para hacerme pensar tal cosa. Sé que es un problema mío. Mabel, la mujer que he conocido hoy, me dijo que estaba permitiendo que el miedo gobernara mi vida, y tiene razón. Sé que lo que más aprecias es la belleza y la elegancia, en parte debido a tus orígenes y todo eso, y no hay nada de malo en ello. Y como ahora soy distinta… Y no podré volver a bailar…

—Cariño, tus piernas han sufrido una lesión grave. Sé que eso es muy difícil de asimilar, sobre todo porque bailar ha sido muy importante en tu vida, pero yo puedo ayudarte. Esto no significa que tengas que dejar de utilizar tu talento, solo tendrás que reorientarlo. Tengo un par de ideas sobre cómo hacerlo, pero eso puede esperar. Ahora lo más importante es que te convenza de que tu belleza y tu elegancia nunca han dependido de tu capacidad para el baile. Eres bella y elegante sin más. En cada palabra que dices, en tu forma de ser, en cada movimiento que haces. El camión no pudo arrebatarte esas cualidades, ¿no te das cuenta? Eres una chica dulce, generosa, incomparable… Mi amor.

A Melody se le llenaron los ojos de lágrimas y, cuando él la estrechó entre sus brazos, rompió a llorar contra su pecho.

—¿Qué has dicho? —preguntó él al oír que murmuraba algo.

Melody se esforzó para hablar, y se secó las lágrimas con el pañuelo que él le dio.

—No veo cómo puedes pensar eso de mí. Es como si estuvieras hablando de otra persona.

—Entonces, tendrás que confiar en ello hasta que pueda convencerte —dijo él—. Y lo haré aunque me cueste toda una vida. Eres mía, Dee, igual que yo soy tuyo. Eres la única persona con la que podía haber terminado y si no nos hubiéramos conocido, yo habría seguido como estaba. Contento por un lado, a gusto conmigo mismo, pero con un gran potencial para amar que habría quedado intacto. He oído decir que en el mundo hay varias personas a las que uno podría amar, pero eso no ha pasado conmigo. Tú me has salvado. Es la única manera de verlo.

Ella sonrió y se sonó la nariz antes de retirarse el cabello del rostro. Después levantó una mano temblorosa y acarició a Zeke.

—Te quiero —le dijo—. Siempre te he querido y siempre te querré. Nunca habrá nadie aparte de ti en mi vida.

Zeke le cubrió la mano con la suya y sonrió también.

—Entonces no hay nada que no podamos superar.

Ella asintió y se relajó entre sus brazos. Sin embargo, era consciente de que seguía asustada por lo que sucedería después. Odiaba sentirse así, pero no podía evitarlo.

Él la beso de forma apasionada y la tomó en brazos para llevarla a su dormitorio. Melody lo besó también. Cuando se tumbaron en la cama, él la abrazó de nuevo y continuó besándola.

Ella suspiró de placer y arqueó el cuerpo contra el de él. Zeke se separó de ella un instante para tomar aire. Le acarició el cabello y empezó a besarla otra vez, en las mejillas, los párpados, las cejas, y finalmente en la boca una vez más.

Zeke la besó durante largo rato sin dejar de acariciarla. Cubrió sus pechos con la palma de la mano, y jugueteó con sus pezones turgentes por encima de la ropa.

Melody se percató de que él se había desnudado mientras la besaba. Después, Zeke le retiró el top y el sujetador y deslizó la boca hasta sus senos para devorárselos. Melody gimió cuando él comenzó a juguetear con la lengua sobre uno de sus pezones. Al cabo de unos instantes, se ocupó de hacer lo mismo con el otro.

—Exquisitos —murmuró Zeke—. Unos pezones rosados y preciosos. Sabes a azúcar y a rosas, dulce y aromática. Quiero devorarte. No puedo saciarme de ti.

Continuó dándole placer con los labios y la lengua hasta que ella le clavó los dedos en sus hombros musculosos y murmuró algo incoherente. Le parecía imposible sentir tantas cosas a la vez, que su cuerpo pudiera albergar tantas emociones sin romperse en mil pedazos.

—Quiero besar cada centímetro de tu cuerpo —susurró él, besándola en los labios un instante.

Al ver que él le retiraba los pantalones y las bragas de encaje, ella se puso tensa. Al instante, Zeke estaba de nuevo abrazándola contra su pecho. El roce de su torso contra sus senos la hizo estremecer, pero la realidad había hecho que Melody se pusiera tensa entre sus brazos y ella no sabía cómo fingir. No se resistió a él, pero el latido de su corazón no tenía nada que ver con el deseo sexual, y sí con el pánico.

Zeke la besó una vez más antes de decirle:

—¿Dee? Mírame. Abre los ojos. Mírame, cariño.

No podía. Era ridículo, pero no podía abrirlos. Estaba atemorizada por lo que podía ver en la expresión de su rostro.

—Por favor, cariño —Zeke le acarició una ceja—. Mírame.

Despacio, ella abrió los ojos. Él estaba sonriendo. Era curioso porque nunca había imaginado esa posibilidad, pero debía haber sabido que Zeke la sorprendería.

—Lo peor ya ha pasado —dijo él—. Te has enfrentado a tus miedos y ahora continuamos adelante. No te creerás que, durante unos instantes, me has parecido más bella y deseable que nunca. Lo comprendo. Tus cicatrices no me parecen feas, cariño. Me recuerdan que soy el hombre más afortunado del mundo, porque estuve a punto de perderte y me libré de lo impensable. No podría haber vivido sin ti. Lo sé.

Melody se fijó en su rostro, en sus ojos negros, en el contorno de su boca y en la forma de su nariz. Buscó en cada uno de sus rasgos para ver si encontraba una pequeña muestra de disgusto, pero no la encontró. Era Zeke, el amor de su vida.

Ella tenía los puños cerrados contra el torso de Zeke, pero cuando él la besó de nuevo, los relajó. Él le agarró la melena y le echó la cabeza hacia atrás para besarla de forma apasionada. Con cada movimiento, ella notaba que el deseo que sentía se hacía más intenso. Lo había echado de menos. Tanto que para poder sobrevivir y no volverse loca había tenido que bloquear sus recuerdos y no pensar en él. Sin embargo, ya no había motivos para enfrentarse a la pasión, el deseo y el amor. Podía ceder ante los deseos más profundos.

Cerró los ojos, se acurrucó contra aquel cuerpo masculino y suspiró de placer mientras se dejaba llevar al paraíso.