Capítulo 10
PUEDE que me equivoque, pero algo me dice que te sentaría bien una taza de té, cariño. Parece que estás helada.
Melody se volvió y vio una mujer menuda y rellenita sentada a su lado con un perrito a sus pies.
—¿Disculpe? —murmuró.
—He pasado por aquí hace un rato, ya que Billy tiene que salir todos los días aunque sea Navidad, y te he visto aquí sentada. Hace mucho frío para estar tanto tiempo sentada, ¿no crees? —la miró fijamente—. ¿Estás bien? Pareces cansada.
Melody trató de recuperar la compostura. Después de volver a la realidad, se había percatado de que estaba helada.
—Estoy bien, gracias —dijo tiritando.
—Siempre me tomo una taza de té al regresar a casa, y vivo justo ahí enfrente. ¿Por qué no vienes y entras un poco en calor antes de marcharte a casa?
—No… No, gracias —Melody forzó una sonrisa y se puso en pie, descubriendo que estaba tiesa como una tabla—. Eres muy amable, pero estoy perfectamente bien. Solo estaba descansando un poco.
—Lo siento, pero no parece que estés muy bien. Estás pálida como la nieve. Mira, me llamo Mabel, y no tengo nada que hacer hasta que venga mi hijo a recogernos para ir a comer a su casa. Tengo que matar el tiempo durante un par de horas y, si te digo la verdad, me vendría bien un poco de compañía. Normalmente no me importa estar sola, y Billy es muy buena compañía, pero el día de Navidad es diferente ¿verdad? Echo de menos a Arthur. Murió hace un par de años y todavía no me he acostumbrado. Llevábamos cincuenta años casados y habíamos sido novios desde pequeños. Eso todavía ocurría en mis tiempos, no como ahora.
Melody se humedeció los labios y, estaba a punto de rechazar la invitación de Mabel cunado vio la expresión de su mirada. La soledad que reflejaban sus ojos conectó con algo en su interior y, de pronto, comenzó a decir:
—Si no es molestia, me encantaría tomar una taza de té. No me había dado cuenta del frío que tengo.
—Está bien, cariño —Mabel se puso en pie y estiró de la correa del perro—. No hay nada como una taza de té para solucionar las cosas, eso es lo que siempre digo. La taza que anima, como solía decir mi querido Arthur.
La cocina de la casa de Mabel estaba llena de fotos de la familia. También había una chimenea con una tetera de agua caliente, dos mecedoras y una mesa con cuatro sillas. El ambiente era de tranquilidad y muy acogedor, y Melody se sentía como en casa.
—Siéntate, querida —Mabel señaló una de las mecedoras.
—Gracias —Melody se sentó, preguntándose cómo había terminado en casa de una desconocida el día de Navidad, mientras Zeke estaba durmiendo en la suite del hotel. Al menos, esperaba que estuviera durmiendo. Si no lo estaba, era demasiado tarde para preocuparse. Ella estaba en casa de Mabel.
—Aquí tienes —Mabel le pasó una taza de té y un pedazo de bizcocho casero—. Ahora, si no te importa que te pregunte, ¿qué hace una chica como tú sentada sola en un banco, el día de Navidad, con cara de preocupación?
Melody sonrió. Nadie acusaría a Mabel de no ir al grano. Bebió un poco de té y dijo:
—No sé qué hacer. O qué camino tomar.
Mabel se sentó en la otra mecedora y sonrió.
—Un problema compartido se reduce a la mitad, eso es lo que siempre digo. ¿Por qué no me lo cuentas? —comió un poco de bizcocho y gesticuló para que Melody probara el suyo.
—Es una larga historia —dijo Melody.
—Entonces, más motivo para que hablemos de ello ahora mismo.
Una hora y varias tazas de té más tarde, Melody se preguntaba cómo diablos había podido contarle su vida entera a una desconocida. No solo eso, sino que se sentía más relajada en casa de Mabel de lo que se había sentido en años.
Mabel no la interrumpió mientras ella le hablaba sobre su infancia, su adolescencia, de cuando conoció a Zeke y del trauma del accidente. Simplemente la había escuchado.
—Entonces… —llevaban unos diez minutos en silencio o más, y Melody estaba medio dormida cuando Mabel comenzó a hablar—. ¿Qué vas a decir cuando regreses al hotel?
Melody miró a su nueva amiga.
—No lo sé. ¿Qué debo hacer?
—No puedo decírtelo, cariño, pero eso ya lo sabes tú. Eres la única que puede tomar la decisión. Solo tú sabes cómo te sientes.
Decepcionada, Melody se enderezó en la silla.
—No puedo quedarme con Zeke —dijo, mientras el dolor la corroía por dentro.
—¿No puedes o no lo harás? Hay una diferencia. Arthur y yo perdimos cinco bebés antes de tener a nuestro hijo. Después del quinto, yo dije que no podría pasar por ello otra vez. Arthur no discutió conmigo, ni siquiera cuando decidí que no podía quedarme aquí, en esta casa, con todos los recuerdos que evocaba. Yo quería comenzar de nuevo en un lugar lejano. Australia quizá. Allí tenía un hermano que había emigrado y le iba bastante bien. O Nueva Zelanda, quizá. En cualquier otro lugar menos este, con la habitación de arriba preparada para un bebé y con una cuna vacía durante años.
Melody escuchaba atentamente cada una de sus palabras.
—Así que empecé a hacer planes. Arthur era ingeniero y muy bueno en su sector, así que, habría encontrado trabajo en cualquier sitio. Mi hermano me envió información sobre algunas casas cercanas a donde él vivía, y un colega de Arthur nos había dicho que si algún día vendíamos nuestra casa él nos la compraría, o sea que ni siquiera teníamos problemas para venderla. Le dijimos el precio y a él le pareció bien. Arthur informó de que se iba en el trabajo, y todo estaba preparado para marcharnos a finales de mayo. El día veintiocho.
Incluso Arthur tenía un trabajo apalabrado en Australia, pero, de pronto, yo supe que algo no estaba bien. Yo quería irme, necesitaba irme, pero no lo sentía dentro de mí. Aquí —Mabel puso la mano sobre el corazón—. Estaba huyendo. Lo sabía, pero no quería admitirlo. Y tenía buenos motivos para querer un nuevo comienzo. Sentía que si me quedaba no podría soportar el futuro. Hacerme esperanzas y decepcionarme de nuevo cuando mi cuerpo me fallara otra vez.
Mabel se inclinó hacia delante y agarró la mano de Melody.
—Me sentía fracasada. Cada vez que ocurría sentía que había decepcionado a Arthur y que estaba afectando a nuestro matrimonio. Yo ya no era la chica con la que se había casado, ambos lo sabíamos, y aunque él me decía que me quería lo mismo, y que mientras me tuviera a mí no importaba si no llegaban los hijos, yo no lo veía del mismo modo. Incluso pensé en separarme de él. Arthur tenía tres hermanos y todos tenían familia. A él le encantaban los niños y era el tío preferido. Yo pensaba que si nos separábamos podría tener hijos con otra mujer.
Mabel negó con la cabeza.
—Estaba confusa. También dolida, y por eso trataba de ser fuerte.
—Como yo —susurró Melody, y Mabel le apretó la mano—. ¿Y qué pasó? ¿Llegasteis a marcharos a Australia?
—La madre de Arthur vino a verme una mañana a finales de abril. Nada más abrirle la puerta, rompí a llorar. Se quedó conmigo todo el día y no paramos de hablar. Yo había perdido a mi madre unos años atrás, y no era de las que compartía mis problemas con nadie, mucho menos algo tan íntimo. Ese día, ella me dijo algo muy sensato y fue decisivo para que cambiara de opinión.
—¿Qué te dijo?
—Que lo único que hay que temer es al miedo en sí. Al principio me decía que yo no tenía miedo, que no era así de simple. Es sorprendente cuántos motivos se pueden encontrar para justificarse a uno mismo. Por supuesto, ella tenía razón. Yo tenía miedo del futuro, de volver a intentarlo, de fallar, de que Arthur dejara de quererme… de un montón de cosas. Y el miedo tiene la capacidad de minar cualquier cimiento, de nublar el amor y la confianza. El miedo ciega.
—Entonces te quedaste —dijo Melody—. No te marchaste.
Mabel asintió.
—No fue un lecho de flores. Tuve que trabajármelo cada día. Las preocupaciones regresaban cada noche, pero poco a poco, fui viendo la luz del túnel, y cuando me quedé embarazada de nuevo meses más tarde, me convencí de que sería diferente y así fue. Mi hijo Jack tenía unos pulmones potentes capaces de despertar a los muertos y una sonrisa tan grande como el London Bridge.
Melody sonrió.
—Me alegro por ti, de veras, pero tus circunstancias eran diferentes a las mías.
Mabel le soltó la mano, pero no dejó de mirarla mientras le decía:
—Circunstancias diferentes puede, pero la misma causa. Por lo que me has dicho, Zeke no está dispuesto a cambiar de opinión acerca de ti por unas pocas cicatrices. Ni ahora, ni nunca. Y estás huyendo igual que intenté huir yo, aunque yo pensaba marcharme un poco más lejos, al otro lado del mundo. De todos modos, da igual la distancia. El miedo no se puede escapar. Uno se lo lleva allá donde vaya. Antes, cuando hablabas, te referías a ti como una bailarina, pero no es del todo cierto, cariño. Bailar es algo que hacías, pero no resume lo que tú eres. Estás formada por muchas cosas y, al parecer, por lo que te quiere tu marido es por el conjunto. Igual que Arthur me quería a mí.
Melody la miró y sintió ganas de llorar.
—Zeke dijo algo parecido, pero yo pensé que trataba de ser un buen marido y decir lo correcto para tranquilizarme.
—No hay nada de malo en ello, y no significa que no lo pensara. Yo aprendí que lo que no te rompe te hace más fuerte, como persona y como pareja. Te lo digo porque lo he comprobado. Los jóvenes de hoy habéis crecido teniendo de todo y cuando pasa algo la mitad no sabéis cómo enfrentaros a ello. Tú no eres así, y creo que Zeke tampoco.
Melody pensó en las últimas veinticuatro horas y en las miles de maneras que Zeke le había demostrado que la quería y tuvo que secarse una lágrima de la mejilla.
—Él no ha visto el aspecto que tengo ahora —susurró—. Y hay tantas mujeres ahí fuera dispuestas a lanzarse a sus brazos.
—Ya está hablando tu miedo otra vez —Mabel le dio un golpecito en la mano—. Voy a preparar otra taza de té y un buen sándwich de beicon antes de que te vayas. Arthur y yo solíamos empezar el día así, pero desde que murió he perdido la costumbre… Y Melody… no esperes cruzar todos los puentes de un solo salto. Tendrás días buenos y días malos, pero lo superarás, igual que lo superé yo. Me da la sensación de que Zeke te necesita tanto como tú a él, ¿has pensado en ello? Todas las mujeres que dices están dispuestas a lanzarse a sus brazos estaban antes de que os conocierais, y él no se enamoró de ninguna de ellas ¿verdad? Confía en él. Ten fe. El día de Navidad es un buen día para empezar, ¿no crees?
Melody asintió, medio convencida. De pronto, se percató de que necesitaba ver a Zeke otra vez y mirarlo a los ojos cuando él le dijera que la amaba. Ni siquiera eso sería suficiente. Él debía verla tal y como era después del accidente y, entonces, ella lo sabría. Lo quería tanto que sería capaz de notar cómo se sentía con una esposa lisiada.
Miró el reloj y se sorprendió al ver cómo había pasado el tiempo. Eran las nueve en punto. Zeke estaría despierto y preguntándose dónde estaba ella. Debía regresar al hotel.
Se comió el sándwich rápidamente. Deseaba marcharse, pero no quería ofender a Mabel y, antes de salir, le dio un abrazo a la mujer.
Afuera seguía haciendo mucho frío y la ciudad ya estaba completamente despierta. Melody estaba a mitad de camino del hotel cuando vio a Zeke en la distancia. A pesar de estar tan lejos, podía ver que estaba enfadado. Furioso. Ella se detuvo con el corazón acelerado, esperando a que se acercara. Él no la había visto todavía y ella no sabía si saludarlo con la mano o no.
En el pasado siempre había tratado de no disgustarlo. Nunca le habían gustado los enfrentamientos de ningún tipo y siempre había necesitado la aprobación de los demás. Incuso a veces, para conseguirla había ocultado sus opiniones y sus deseos. De algún modo, el accidente había cambiado todo eso y ella no quería volver a ser como había sido, así que, enderezó la espalda y alzó la barbilla.
Zeke la vio enseguida y ella notó que suspiraba aliviado. Comenzó a caminar hacia él, sin saber qué pasaría cuando se encontraran. Desde luego no esperaba aquella voz inexpresiva que oyó cuando él la agarró del brazo y le dijo:
—Regresemos al hotel —Zeke acompasó su paso al de ella, pero fue la única concesión que hizo mientras se abrían paso entre las calles nevadas.
Melody lo miró de reojo y se fijó en la tensión de su boca. Estaba enfadado, pero también preocupado. Igual que habría estado ella si la situación hubiera sido al revés.
—Lo siento —le dijo—. Salí a dar un paseo para pensar. No era mi intención tardar tanto.
—Cuatro horas en total, según dijo la recepcionista que te vio salir —repuso Zeke.
Melody hizo una mueca. Habría preferido que él gritara y no que hablara con ese tono tan controlado.
—¿Y no se te ocurrió llamarme para decirme que estabas bien? —continuó él—. ¿O encender tu móvil para que pudiera contactar contigo? Pero ¿para qué? Estás inmersa en tu mundo, ¿no? Y yo simplemente soy tu marido.
Melody se mordió el labio para evitar defenderse. Él tenía derecho a estar enfadado.
—Estaba bien.
—¿Y yo cómo iba a saberlo? ¿Por telepatía? No tenía ni idea de dónde estabas, y después me enteré de que te habías marchado hacía un par de horas. He recorrido las calles buscándote y tratando de no pensar en que el río es muy profundo y que el agua está helada.
—No pensarías… —se calló, asombrada de que él pudiera imaginarla capaz de terminar con su vida—. No te habrás imaginado…
—No sabía qué pensar, Melody.
El hecho de que la llamara por su nombre indicaba que realmente estaba enfadado, eso y la dureza de sus rasgos.
—No puedo llegar a ti ¿no? Ese es el problema —se quejó él—. Me has apartado de tu vida más de lo que habría imaginado. Ya no hay espacio para mí. No somos una pareja. Quizá nunca lo fuimos. Quizá todo lo que creía que teníamos no era más que una ilusión.
Ella no sabía qué decir. Era evidente que le había hecho mucho daño, pero si Zeke tenía poder sobre ella cuando se mostraba seguro de sí mismo y exigente, cuando se mostraba vulnerable y herido era mucho peor.
—Yo… Creía que iba a regresar antes de que despertaras —dijo ella—. Y no esperaba estar fuera tanto tiempo. Conocí a una mujer con un perro y estuvimos charlando un rato.
—¿De veras? ¿Y esa señora y su perro eran tan interesantes como para olvidarte de que tenías un marido que podía estar más que preocupado porque habías desaparecido en mitad de la noche?
—No puedo hablar contigo cuando te pones así.
—¿No puedes hablar conmigo? —soltó una carcajada—. No tienes precio ¿lo sabes? Solo tú podrías decir tal cosa.
Melody consiguió contener las lágrimas. Era una ironía que justo cuando ella empezaba a pensar que podían tener una oportunidad, él decidiera que habían terminado. No podía culparlo. Se había comportado como una loca durante los meses anteriores y no podía prometerle que ya no tenía miedo del futuro. Él no tenía por qué soportar aquello.
Cuando llegaron al hotel le dolían las piernas a causa del exceso de ejercicio, pero no pensaba quejarse. Nada más entrar en la recepción, Melody vio que la familia japonesa salía del comedor. Las niñas llevaban una muñeca en la mano y no paraban de hablar entre ellas. La madre sonrió a Melody al verla.
—Como ves, Papá Noel ha pasado por aquí esta noche —dijo ella—. Y los renos se han comido todas las zanahorias.
—¡Qué bien! —Melody se detuvo y admiró las muñecas de las niñas antes de decir—. ¿Habéis visto la familia de muñecos de nieve que ha aparecido por la noche? Creo que también la ha traído Papá Noel.
—Uy, sí, estaban encantadas —mientras el padre avanzaba con las niñas, la madre se volvió y añadió en voz baja—. Alguien ha estado muy ocupado esta noche.
Las dos mujeres intercambiaron una sonrisa antes de que Zeke y Melody se dirigieran al ascensor. Cuando se abrieron las puertas, Zeke dijo:
—¿Cómo es posible que una desconocida consiga una de tus sonrisas?
—¿Perdona? —preguntó ella sorprendida.
—No importa —apretó el botón del ascensor y miró al suelo.
—Zeke, por favor, deja que te lo explique. ¿Podemos hablar?
—Espera —la miró a los ojos—. Espera a que estemos en la habitación.
Nada más entrar en la suite, Zeke cerró la puerta y le preguntó:
—¿Hay otra persona?
—¿Qué? —ella lo miró alucinada.
—¿Has conocido a otro?
—¿Yo? Por supuesto que no. ¿Cómo iba a conocer a otra persona si he estado en el hospital durante tres meses? Solo he visto médicos y otros pacientes.
—Cosas más extrañas han sucedido.
—Pues a mí no —trató de mantener la calma y no mostrar la rabia que se apoderaba de ella—. Y me molesta que lo preguntes.
Él se relajó de pronto.
—Lo siento, pero tenía que preguntártelo. Eso habría explicado muchas cosas… Por ejemplo, por qué te has marchado esta mañana durante unas horas y tenías el teléfono apagado.
—No ha sido así —protestó ella.
—Ha sido exactamente así.
Ella vio que Zeke suspiraba y se percató de que se estaba esforzando para mantener el autocontrol. Zeke deseaba gritarle, sin embargo, respiró hondo un par de veces más.
—Lo que quería decir es que no es que no quisiera llamarte a propósito —dijo Melody—: Simplemente no lo pensé.
—Estupendo. Tengo tan poca importancia para ti que ni siquiera te acuerdas de mí.
—Deja de comportarte así. Odio cuando te pones así.
—¿Cómo? ¿Como si estuviera enfadado, dolido o asustado? ¿Cuando me paso despierto toda la noche tratando de convertir una situación imposible en otra posible, consciente de que como te quiero eres tú quien tiene todas las cartas? Mi vida se está desintegrando. Yo me estoy volviendo loco y soy incapaz de concentrarme en nada, aparte de en nosotros, pero no debo demostrártelo, ¿no es eso? Pues lo creas o no, soy humano.
Melody sintió que se le detenía el corazón. Zeke era un magnate de los negocios y nunca permitía que nada interfiriera en su trabajo. Ella nunca había pensado en cómo le había afectado el accidente porque había estado demasiado centrada en su propio dolor y sufrimiento, pero era evidente que él estaba sufriendo tanto como ella.
Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. ¿Cómo era posible que no se hubiera percatado de que él también lo estaba pasando muy mal?
Porque había estado inmersa en su propia batalla por sobrevivir. Y Mabel tenía razón. El miedo gobernaba su vida. En algún momento había permitido que se hiciera con el control y, desde entonces, influía en cada una de sus decisiones.
Le había hecho mucho daño a Zeke. Lo había apartado de su vida cuando él la necesitaba tanto como ella a él. Incluso le había prohibido que fuera a verla al hospital.
Él le había contado que por las noches se había quedado en el aparcamiento del hospital para estar cerca de ella. ¿Cómo no se había dado cuenta de que él también estaba pidiendo ayuda? ¿Cómo podía haberse equivocado tanto?
Melody lo miró. No se había afeitado. Además había perdido peso durante los últimos meses. Estaba más sexy y atractivo que nunca. Lo amaba más que a su propia vida y, sin embargo, lo había estropeado todo por culpa de su estupidez.
Respiró hondo y dijo:
—Lo siento. Lo he hecho todo mal y no me extraña que te hayas hartado de mí. O que me odies.
—¿Odiarte? ¡Te quiero! —gritó Zeke—. Te quiero tanto que me estoy volviendo loco. ¿Qué es lo que quieres de mí? Dímelo, porque me gustaría saberlo. Dímelo y haré lo que sea.
Unas horas antes ella no habría podido contestar con sinceridad, y menos cuando él la miraba con tanta intensidad.
—Quiero que sigas queriéndome porque yo te quiero y no podría vivir sin ti —nada más decirlo, el miedo se apoderó de ella.
Zeke permaneció quieto unos instantes y, después, suspiró y todo su cuerpo se relajó.
—Ven aquí —abrió los brazos—. Tenemos que hablar. Yo tengo que comprender lo que pasa, y tú has de contármelo, pero primero tengo que abrazarte para creer que estás aquí y no en el fondo del Támesis o en brazos de otro hombre.
La abrazó sin hablar durante largo rato y ella lo rodeó por la cintura. Era el momento de la verdad, porque su conversación solo podía terminar de una manera y, cuando terminaran de hacer el amor, él vería sus cicatrices. Ambos lo sabían, aunque la idea aterraba a Melody.
—De acuerdo —él se retiró una pizca y la llevó hasta el sofá—. Voy a llamar al servicio de habitaciones antes que nada. ¿Qué te apetece comer o beber?
—Nada.
Zeke descolgó el teléfono y pidió café y cruasanes para dos. Después se sentó junto a ella—. Cuéntame dónde has estado esta mañana —le pidió Zeke—. Después me contarás por qué.
—Me di un paseo y me senté en un banco. Entonces, una mujer se acercó a hablar conmigo y me invitó a una taza de té en su casa. Era muy amable…
—Entonces, se lo agradezco —comentó él.
—Me contó su vida, como había perdido varios bebés antes de tener a su hijo. El tiempo voló. No me di cuenta. Creo que ella se sentía sola.
Él asintió.
—¿Entiendo que tú también le contaste nuestros problemas?
Melody asintió.
—Esto no es una crítica, solo una observación —dijo Zeke—. Te has pasado horas hablando con una desconocida sobre tus sentimientos, pero ¿no eres capaz de compartirlos conmigo?
—No he pasado horas con ella. Dos como mucho. Y he hablado contigo acerca de todo.
—No, Dee. Me has hablado a mí. Me has dado una lista de razones de por qué crees que quedarte a mi lado es imposible y, por cierto, no me he creído ninguna. De hecho no se te ha ocurrido ninguna razón para que nos separemos porque no la hay. Desde el primer día sabíamos que íbamos a estar juntos. Te lo he dicho mil veces, pero nunca me creíste. Ni siquiera después de dos años de matrimonio.
—Deseaba que fuera verdad. De veras.
—Pero nunca lo creíste, por mucho que te dijera o hiciera.
Ella no podía negarlo.
—Supongo que por algún motivo no podía creer que alguien como tú quisiera estar con alguien como yo para siempre.
Zeke le sujetó el rostro y la miró con sus ojos negros.
—¿A qué te refieres con alguien como yo? Eres bella, exquisita, única… Y lo más impresionante es que eres encantadora por dentro y por fuera. La primera vez que te vi, cuando llegaste tarde a la audición, te deseé físicamente. Bailaste como si los huesos de tu cuerpo fueran líquidos, fluyendo con la música, y fue lo más erótico que había visto nunca. Después te quedaste en medio del escenario y no te dejaste intimidar ni por mí, ni por mis preguntas. Entonces, te oí hablar con las otras chicas y me enteré de que habías llegado tarde porque te había dado pena una mujer que estaba destrozada por la muerte de su gato. Esas chicas no podían comprenderlo. Ninguna de ellas habría hecho lo mismo. Yo no podía comprenderlo. Eras un enigma. Me costaba creer que fueras real.
—¿Yo?
—Tu gran corazón es algo que me deja indefenso, amor mío —murmuró Zeke—. Hace que me derrita, que quiera ser un hombre mejor de lo que soy para creer que el bien puede triunfar sobre el mal, y que Papá Noel existe de verdad y que la felicidad eterna también —sonrió—. No me mires así, ¿No sabes lo mucho que te adoro?
«No, no, no tenía ni idea».
—Por supuesto que lo sé.
—Mentirosa —dijo con cariño—. Querida, penetraste mi corazón como un cuchillo penetra en la mantequilla templada. No voy a negarte que no haya habido veces en las que me he sentido frustrado por no poder hacer lo mismo contigo, pero soy un hombre paciente.
¿Paciente? Zeke tenía muchas cualidades, pero esa no era una de ellas. Y sí le había robado el corazón. Desde siempre.
La expresión de su rostro debía de reflejar sus pensamientos porque Zeke sonrió otra vez y dijo:
—Al menos, algo paciente… Contigo —la besó en la boca, en la nariz y en la frente antes de retirarse para mirarla con detenimiento—. Ahora cuéntame por qué me prohibiste que fuera a visitarte al hospital y por qué tu abogado le ha dicho al mío que quieres el divorcio —dijo él en un tono neutral—. Y por qué, después de que hiciéramos el amor dos veces, todavía necesitabas escapar y poner distancia entre nosotros.