Capítulo 5
MELODY permaneció de pie unos minutos, conteniéndose para no salir corriendo detrás de Zeke y decirle…
«¿Decirle qué?», se preguntó. ¿Que había cambiado de opinión? No era cierto, no había cambiado de opinión acerca de separarse de él. Tenía motivos para hacerlo. Lo quería demasiado y el poder que él tenía sobre ella siempre la había asustado un poco. Tenía que alejarse de él. Era la única manera.
Se tambaleó una pizca. Estaba tan cansada que le costaba mantenerse en pie, así que se dirigió al dormitorio donde habían dejado su maleta. Se quitó el albornoz y se metió en la cama, dispuesta a pensar en su relación con Zeke para reafirmarse en su decisión, pero estaba tan cansada que no podía pensar.
La cama era comodísima comparada con la del hospital en el que había dormido durante los tres últimos meses. Al cabo de unos segundos, se quedó dormida.
Ni siquiera se percató de que, minutos más tarde, Zeke entró en la habitación y se detuvo en la puerta hasta comprobar que estaba realmente dormida. Después, se acercó a ella y observó a su esposa unos minutos, acariciando con su mirada los frágiles rasgos de su rostro.
Cuando cerró las cortinas de la habitación para bloquear la tormenta que se había formado en el exterior, tenía las mejillas humedecidas.
Melody no estaba segura de qué era lo que la había sacado de aquel sueño tan profundo. La habitación estaba en penumbra cuando abrió los ojos y ella se sentía de maravilla, relajada.
Tardó unos instantes en recordar dónde estaba y, los recuerdos de las últimas horas se entremezclaron con el sonido cercano de unas voces masculinas.
No recordaba haber cerrado las cortinas. Miró hacia las ventanas, confusa, y cuando reconoció la voz del que hablaba se sentó en la cama. Era la voz de Zeke. Miró el reloj que llevaba en la muñeca, pero estaba demasiado oscuro para ver la hora.
Con el corazón acelerado, retiró la colcha y se levantó para ponerse rápidamente el albornoz que había dejado en la silla. Encendió la lamparilla de noche y miró el reloj otra vez. Las cuatro en punto. El servicio de habitaciones le había llevado el té y el pastel, pero eso no explicaba qué estaba haciendo allí Zeke. A menos que ella lo hubiera imaginado.
Cuando abrió la puerta del salón, comprobó que Zeke era real. Demasiado real. El cuerpo de Melody reaccionó nada más ver aquel cuerpo masculino vestido únicamente con un pantalón de pijama de seda negra. Aunque, según su experiencia, Zeke no solía ponerse pijamas.
Era evidente que acababa de ducharse antes de ir a abrir la puerta. Su torso musculoso brillaba porque todavía estaba mojado, y se veían algunas gotas en su vello varonil. Estaba magnífico. Melody se había olvidado de lo atractivo que era.
Tragó saliva y trató de decir algo, pero fue incapaz.
—Hola —dijo con una sonrisa—. ¿Te han despertado al llamar a la puerta? Es nuestro té con pastel.
Ella intentó ponerse a la altura de la situación, como habría hecho una de las mujeres sofisticadas con las que él había salido antes de conocerla, pero a oír su voz temblorosa supo que había fallado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —gritó—. Se suponía que te habías marchado.
Antes de que él pudiera darle alguna excusa falsa, ella continuó:
—¿Y por qué hay té para dos si lo pediste hace horas?
—Ah… —sonrió él—. Puedo explicártelo.
—Hazlo, por favor —dijo ella, con sarcasmo.
—No podía dejarte sola el día de Nochebuena, así que pensé que podía quedarme un rato. Eso es todo.
Él se pasó la mano por el cabello y ella pensó en lo bien que le quedaba el pelo así, un poco más largo de lo que solía llevarlo.
—No te he invitado —repuso enfadada—. ¿Y por qué estás vestido así, o mejor dicho, desvestido?
—Me estaba duchando cuando llegó el servicio de habitaciones —dijo él con paciencia.
—¿Y por qué te has duchado en mi habitación de hotel? —preguntó ella—. ¿Y cómo puede ser que tengas un pijama aquí?
—Me he duchado en mi habitación, ¿te has fijado que esta suite tiene dos dormitorios? —le dijo como si estuviera hablando a una idiota—. Y mientras tú dormías, salí a comprarme alguna cosa. Imaginé que preferirías que llevara algo puesto en caso de tener que abrir la puerta, como acaba de suceder.
Ella deseó pegarle al oír su razonable respuesta. Mirándolo, se preguntó cómo había podido perder el control de la situación. Esa misma mañana lo tenía todo clarísimo. Saldría del hospital, iría al hotel, se acostaría y pasaría así la Navidad. Sin embargo, se encontraba en una situación completamente diferente, con el hombre del que se había separado delante de ella, prácticamente desnudo en la suite que compartían.
«Y muy sexy», la vocecita que oyó en su cabeza era muy sincera. Zeke siempre se había sentido muy cómodo con su cuerpo y exudaba masculinidad.
—Antes dijiste que te ibas —dijo ella con frialdad—. Era lo que esperaba que hicieras.
Él le dedicó una pícara sonrisa y se sentó en uno de los sofás que había junto a la mesa de café donde habían dejado la merienda.
—No. Nunca dije tal cosa. Lo sé porque nadie podría haberme sacado de aquí. Habría preferido ir a casa contigo y hablar de todo lo que tengamos que hablar, pero era evidente que eso no iba a suceder, así que… —se encogió de hombros—, me adapté a las circunstancias como pude.
—Por ejemplo, ¿cambiando mi habitación por una suite?
—Por ejemplo. Será mejor que estemos cómodos mientras esta farsa continúe —sonrió él—. Esos pasteles tienen un aspecto delicioso. Siempre me ha encantado la cobertura de chocolate y el pastel de limón. No tomamos postre así que ven a probar esto —sirvió dos tazas de té mientras hablaba.
Melody dudó un instante. No iba a ceder y, desde luego, Zeke no iba a compartir esa suite con ella esa noche, pero los pasteles eran tentadores y curiosamente, por segunda vez en el día, ella tenía hambre. Habría preferido que Zeke estuviera completamente vestido, pero puesto que él parecía más interesado en la comida que en su…
Melody se sentó en el sofá y aceptó la taza de té que él le ofrecía antes de elegir uno de los pasteles. Momentos después, Zeke le pasó de nuevo la bandeja y ella eligió uno de limón que estaba delicioso.
Afuera nevaba más que nunca y, al mirar por la ventana, Melody sintió un vuelco en el estómago. Era demasiado tarde para echar a Zeke. Nunca llegaría a Reading en esas condiciones, así que, después de todo, tendría que quedarse. Eso sí, bajo sus condiciones y cada uno en su habitación.
Ella lo miró de reojo y vio que estaba comiendo tranquilamente. Él levantó la vista y la pilló mirándolo. Como siempre, sonrió de una manera que provocó que ella se le acelerara el corazón.
—¿Recuerdas cuando hiciste ese pastel de mandarina, azafrán y polenta en Madeira? —murmuró él—. Nunca había probado algo tan rico. Me prometiste que volverías a hacerlo en Inglaterra, pero no lo hiciste.
Melody recordaba muy bien aquel día en Madeira. Habían sido sus últimas vacaciones antes del accidente y lo habían pasado de maravilla montando a caballo por la playa, buceando y tomando el sol en su piscina privada. Ese día habían comprado mandarinas en el mercado y ella había seguido una receta que le había dado una señora del pueblo. Melody era la primera en admitir que la cocina no se le daba muy bien. De hecho, Zeke era mucho mejor cocinero que ella, y tenía un don para la comida que hacía que la mayor parte de los platos que preparaba fueran sensacionales, pero el pastel había quedado exquisito y Zeke no había dejado de alabarla por ello.
Se habían comido el delicioso pastel después de cenar, con el café, sentados en el balcón de la villa disfrutando de la maravillosa puesta de sol. Más tarde, habían hecho el amor durante horas. Él le había dicho que era como una diosa…
«Basta». Oyó la advertencia en su cabeza. Eso fue entonces. Ahora, la chica que pasaba todas las vacaciones en bikini ya no existía. Ella nunca se había considerado especialmente bella, pero siempre se había sentido segura de sí misma gracias a su estupendo cuerpo de bailarina, capaz llamar la atención de la jet-set que se arremolinaba alrededor de Zeke en los eventos. ¿Qué pensarían de ella cuando la vieran otra vez?
Siempre había gente su alrededor. Los ojos verdes de Melody se oscurecieron. Nunca había tenido la sensación de tener a Zeke para ella sola. Siempre había alguien que lo reclamaba también. Incluso en Madeira habían quedado con amigos para cenar, o hacer barbacoas, gente elegante, rica, divertida e inteligente. Ella sabía que tenía que resignarse. Él tenía casi cuarenta años y se había construido una vida que debía mantener a pesar de que ella hubiera aparecido en su vida. No podía esperar que fuera de otra manera.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, mirándola—. ¿Qué te pasa?
Ella volvió a la realidad.
—Nada —le dijo—. Estaba pensando.
—A juzgar por la expresión de tu cara debías de pensar algo agradable —entornó los ojos—. Y algo me dice que tenía que ver con nosotros, ¿no es así? ¿Qué era?
Melody se fijó en cómo se movían los músculos de su torso y recordó lo magnífico que era. La primera vez que lo había visto desnudo se había quedado boquiabierta.
—¿Melody? —insistió al ver que no contestaba—. Dime.
—Estaba pensando en cómo durante nuestro matrimonio, aparte del tiempo que pasamos de luna de miel, casi siempre hemos estados rodeados de personas que querían algo de ti —dijo ella—. Los fines de semana son iguales que los días laborales. Mirando atrás, a veces he pensado que yo solo era una más de las personas que te rodeaban.
Zeke se quedó de piedra.
—Nunca, nunca fuiste una más. Eres mi esposa y siempre estuviste a mi lado al cien por cien. O al menos, yo pensaba que era así —se sentó derecho—. Es evidente que estaba equivocado.
—Jamás me preguntaste qué es lo que quería, Zeke. Y admito que yo debería habértelo dicho también, pero estaba abrumada —«por lo afortunada que era al haberme casado contigo. Porque me parecía imposible que me amaras»—. Y no te digo que no lo disfruté, porque sí que lo hice. Pero nunca sentí…
—¿Qué? ¿Qué es lo que no sentiste?
—Que encajara —negó con la cabeza y se mordió el labio inferior—. A lo mejor tenías razón cuando dijiste que yo pensaba que no duraríamos. Nunca fui consciente de que pensara así, pero cuando me lo dijiste me di cuenta de que había algo de verdad. Y no solo tiene que ver con la opinión que mi abuela tenía de los hombres. También porque me adapté a tu forma de vida sin que tuvieras que hacer cambios, y si ahora desapareciera tampoco lo notarías. Nada se alteraría.
Zeke la miraba como si nunca la hubiese visto antes.
—No puedes creer todo eso —dijo él—. ¿Cuántas veces te he dicho que te quería? ¿Y que nunca había querido a nadie? ¿Pensabas que estaba mintiendo?
Melody hizo una pausa antes de contestar.
—No, yo sabía que me amabas —dijo despacio—. ¿Cómo no ibas a hacerlo si yo hacía todo lo que tú querías? ¿Era quien tú querías que fuera? Y no era culpa tuya. No estoy diciendo eso. Me encantó ver cómo vivía la otra parte del mundo y formar parte del mismo. Era emocionante y mil cosas más, pero… —se hizo otro silencio mientras buscaba palabras para explicar lo inexplicable—. También existe otro mundo. Un mundo real donde no todo es de color rosa.
—¿Qué quieres decir?
Ella se encogió de hombros.
—Pues que fuera de la burbuja en la que vive Zeke James la gente lucha para pagar sus facturas cada mes, luchan durante toda la vida y nunca consiguen salir adelante. No pueden descolgar el teléfono y conseguir que media docena de personas estén dispuestas a ofrecerles lo que desean. Nunca han experimentado lo que es entrar en una tienda y ser capaz de comprar lo que uno quiere sin mirar el precio. Esas personas tienen días malos, se enferman… Tienen accidentes.
Se calló de golpe. Lo que quería decirle no tenía nada que ver con el dinero y la suerte. Tenía que ver con el hecho de que Zeke le perteneciera a ella y ella a él.
—No sé explicártelo muy bien —añadió.
—¿Me culpas por haber tenido éxito en la vida? —preguntó Zeke—. Porque si es así, tendrás que esperar mucho tiempo antes de que yo te pida perdón por ello. He conseguido salir a delante poco a poco, y he visto demasiadas cosas como para saber que preferiría cortarme el cuello antes de regresar a como estaba antes. Viviendo en diferentes sitios con la persona que supuestamente me quería y cuidaba de mí, pero que la mayor parte del tiempo olvidaba que estaba con vida. Durmiendo en camas sucias, comiendo comida medio podrida porque si no moriría de hambre y nadie se enteraría. Sin saber lo que es darse un baño, pero siendo consciente de que los demás no olían como yo, aunque mi madre y sus amigos sí. Y cuando por fin caí en una casa de acogida, deseando regresar a la forma de vida anterior porque es lo único que conocía y estaba asustado.
Como si no pudiera soportar mirarla, Zeke se puso en pie, se volvió y respiró hondo. Durante un momento, la musculatura de su espalda estaba tensa y su postura indicaba el daño que ella le había hecho.
Horrorizada por las heridas que había destapado, Melody murmuró:
—Zeke, lo siento. No pretendía… Lo siento.
Él se volvió para mirarla y ella vio que había recuperado el control.
—No importa —su rostro estaba relajado, pero ella sabía que por dentro se sentía de otra manera—. Fue hace mucho tiempo, pero no me digas que no sé cómo es la vida, Dee. No me crie en lo que tú llamas la burbuja de Zeke James. He llegado hasta aquí a base de sangre, sudor y lágrimas, y también gracias a la suerte. Y te diré una cosa —se acercó hasta donde ella estaba de pie, y la miró a los ojos—. Podría abandonarlo todo mañana mismo y marcharme sin mirar atrás y sin sentir ni una pizca de arrepentimiento. Hablas de mi mundo, pero deja que te aclare una cosa. No me domina. Yo lo domino a él. Esa es la diferencia. Una gran diferencia.
Melody deseaba creerlo pero no estaba segura de si lo creía. En cualquier caso, daba igual. Todo era relativo.
Desde tan cerca percibía el aroma a jabón que desprendía su cuerpo, y sentía el potente atractivo sexual que emanaba de su ser. No pudo evitar que se le acelerara el corazón.
Él estiró la mano y le acarició un mechón de pelo antes de mirarla a los ojos.
—Estás muy apetecible —le dijo—. Más que los pasteles de chocolate y, sin duda, me saciarás mucho más.
Melody sabía qué iba a suceder, y también que él le estaba dando tiempo para que retrocediera, para que rompiera el hechizo que la había cautivado. El salón solo estaba iluminado por un par de lamparillas y las lucecitas blancas del árbol de Navidad. El ambiente era acogedor, cálido y agradable, y Melody no pudo hacer más que dejarse llevar por la magia de su beso.
Zeke la rodeó con sus brazos desnudos por la cintura y la estrechó contra su cuerpo mientras la besaba de forma apasionada. Ella notó que sus pezones se ponían turgentes cuando sus senos se apoyaron sobre el torso de Zeke, a través de la tela del albornoz.
Él introdujo la lengua en su boca y ella gimió antes de rodearle el cuello con los brazos y acariciarle el cabello.
Zeke la sujetó con más fuerza por la cintura y movió las caderas contra las de ella. Melody arqueó el cuerpo, abandonándose ante Zeke de forma inconsciente y sin percatarse de que se le había abierto el albornoz. Entonces, notó sus cálidas manos sobre la piel desnuda, bajo la fina tela del sujetador y se quedó paralizada.
—¡No! —exclamó con pánico antes de retirarse y anudarse de nuevo el albornoz.
Zeke estaba jadeando y tuvo que respirar hondo antes de poder hablar.
—No pasa nada —la abrazó de nuevo para no dejarla escapar—. Podemos ir todo lo despacio que quieras.
—No quiero que pase nada —Melody se humedeció los labios y tragó saliva—. No podemos…
—Sí podemos —la besó suavemente sobre los labios—. Estamos casados, Dee, y acabas de demostrarme que me deseas tanto como yo a ti. Somos uno y no puedes luchar contra ello.
Ella negó con la cabeza. Estaba confusa. Si hacían el amor y él la veía desnuda, no podría evitar sentir rechazo hacia ella. Y Melody no podría soportarlo. Deseaba que él la recordara como había sido, con la piel suave, núbil, tentadora. Melody lo hacía tanto por él como por ella. Zeke se había casado con ella cuando era perfecta. ¿Por qué tendría que acostumbrarte a algo distinto? A ella le estaba resultando muy difícil, ¿y qué le pasaría a un hombre como Zeke? No, esa era la única manera. Debía terminar la relación. Y permanecer fuerte.
—No, Zeke —susurró—. Ya no somos marido y mujer. Al menos, no en mi cabeza.
—No lo creo —continuó abrazándola—. Ni por un segundo. Así que no malgastes energía tratando de convencerme cuando lo único que estás haciendo es mentirte a ti misma, ¿de acuerdo? Ahora ve a relajarte un poco. Date un largo baño en la bañera, ponte crema y haz todo lo que suele hacer una mujer antes de salir de noche. Voy a llevarte a cenar, y tengo entradas para el teatro.
Melody lo miró asombrada.
—No voy a salir.
—Por supuesto que sí. No vamos a asustarnos por un poco de nieve. Estamos en Londres, no en el ártico.
—No me refería a eso. Voy a quedarme aquí.
—¿Por qué? —la retó con la mirada.
—No tengo nada que ponerme —recurrió a una mala excusa. En parte era verdad, no tenía nada adecuado para hacer lo que Zeke le había propuesto. Solo tenía la ropa que había llevado en el hospital. Su ropa elegante la tenía en casa.
Él sonrió.
—Eso no es un problema —la soltó y se acercó al árbol de Navidad—. Puedes abrir un par de regalos antes de tiempo.
Melody se fijó en que bajo el árbol habían colocado algunos regalos. Él recogió dos y se los entregó.
—Te he comprado una talla menor de la que llevas habitualmente, así que espero que te queden bien. Pruébatelo y ya veremos.
Sorprendida, Melody tartamudeó:
—¿Cuándo…? ¿Cómo…?
—Salí de compras mientras dormías —admitió—. Había dejado tus regalos de Navidad en casa. Pensé que… —negó con la cabeza—. Bueno, ya sabes lo que pensaba. No esperaba que pasáramos la Navidad en un hotel de la ciudad.
—Zeke, no puedo aceptarlos…
—¿Por qué no?
—No puedo —murmuró ella—. Para empezar, no tengo nada para ti. No estaría bien. Él dejo los regalos en el sofá y se acercó más a Melody. Con una mano la sujetó por la barbilla para que lo mirara.
—El hecho de que hayas podido salir caminando de ese hospital es el mejor regalo. Durante los primeros días pensé que no sobrevivirías. Estaba aterrorizado y no podía hacer nada. Cuando sucede algo así, las prioridades de la vida cambian. Este año, tú eres mi regalo de Navidad.
—Zeke… —Melody se estaba esforzando para no llorar—. No puedo…
—Lo sé, lo sé —la besó rápidamente en la boca—. No quieres oírlo, pero es la verdad. Ahora, recoge tus regalos y ve a ponerte más guapa, si es que es posible. Esta noche vamos a salir, Dee. Aunque tenga que vestirte yo mismo —sonrió, pero Melody sabía que no estaba bromeando—. De hecho, es la opción que prefiero.
Consciente de que debía de permanecer fuerte pero derritiéndose por las cosas tan bonitas que él le había dicho, ella continuó mirándolo un momento. Quizá, después de todo, lo mejor era salir. Pasar la noche en el hotel con Zeke dispuesto a seducirla sería demasiado peligroso.
Como si quisiera confirmar sus pensamientos, Zeke la besó de nuevo con delicadeza. Ella apoyó las palmas sobre su torso como intentando apartar el deseo que se había apoderado de ella. Siempre había sido así, en cuanto él la tocaba, estaba perdida. Él comenzó a mordisquearle la oreja y después la besó en el cuello. Melody notaba el latido de su corazón acelerado bajo las palmas de las manos y también su miembro erecto bajo el pantalón de seda de pijama. Durante un instante, experimentó una gran emoción por ser capaz de provocar tanto deseo en él, pero enseguida la realidad se apoderó de ella como si le hubieran echado un jarro de agua fría.
«Él no sabe qué aspecto tengo bajo el albornoz. No ha visto las cicatrices ni la piel abultada».
Melody se retiró a un lado con tanta fuerza que pilló a Zeke desprevenido.
—Por favor, no… Zeke, por favor —agarró los regalos que él había dejado sobre el sofá y se marchó hacia la puerta. Antes de desaparecer se volvió para preguntar—. ¿A qué hora tengo que estar preparada?
Él no se movió. La miró de arriba abajo y contestó con voz cálida y sensual:
—He pedido que traigan unos cócteles a las siete, antes de salir.
Ella asintió, y tuvo que contener las lágrimas al pensar que nunca lo había amado tanto como en aquellos momentos.
Él era todo lo que ella siempre había deseado, y lo que siempre desearía, pero estaba a punto de dejarlo marchar. Estaba convencida. Solo tenía que conseguir que él lo creyera antes de volverse loca intentándolo.