Capítulo 8

MELODY debió de quedarse dormida porque, de pronto, notó que el taxi se paraba y oyó que Zeke le decía que ya habían llegado al hotel.

—Vamos, dormilona —le dijo con ternura y la ayudó a salir del coche—. ¿Qué tal si te pones algo más cómodo cuando lleguemos a la suite? ¿O quizá te apetece darte un baño primero? El servicio de habitaciones tardará un poco en subir la cena después que elijamos, así que tendrás tiempo de sobra.

Ella lo miró mientras entraban en el recibidor, consciente de que esa noche cojeaba más que antes, pero incapaz de hacer nada al respecto.

—Creo que me iré directamente a mi habitación —dijo ella—. No tengo hambre. Si no te importa, me salto la cena.

—Aunque no tengas hambre, tienes que comer.

—No, Zeke. Ya te lo he dicho… Me voy directa a la cama.

Ya estaban en el ascensor y, en cuanto se cerraron las puertas, él la miró a los ojos y dijo:

—La cena es obligatoria, Dee. A menos que quieras que elija yo por ti, te sugiero que mires la carta.

—Por favor, Zeke. ¿Qué vas a hacer? ¿Obligarme a comer? —dijo ella, enojada.

—Si es necesario —asintió él—, lo haré.

Ella sabía que hablaba en serio.

—No soy una niña, Zeke.

—Entonces, no te comportes como tal. Has estado muy grave y todavía te estás recuperando. Necesitas comida de calidad y en abundancia.

—Creo que soy lo bastante capaz para saber cuándo quiero comer, muchas gracias.

Zeke arqueó las cejas y sonrió. Ella lo ignoró y miró hacia la puerta, consciente de que no merecía la pena discutir.

Al entrar en la suite, la luz del árbol de Navidad y de un par de lamparillas que Zeke había dejado encendidas, hacían que el lugar pareciera muy acogedor. Se quitaron el abrigo y Zeke dejó la chaqueta sobre una silla, se aflojó la pajarita y se desabrochó dos o tres botones de la camisa antes de acercarse a la mesa de café donde estaba la carta del restaurante.

—Yo pediré un filete. ¿Y tú? El pastel de frambuesa y limoncello suena bien. Me muero de hambre.

Melody se dejó caer sobre un sofá.

—Yo pedí ternera a la hora de comer.

—¿Y qué te parece salmón al horno con hinojo y remolacha? Es una alternativa más ligera, perfecta para abrir el apetito.

Ella se encogió de hombros, consciente de que se estaba comportando como una niña otra vez, pero sin saber cómo protegerse de la tentación que él representaba. Estaba más sexy que nunca y su aspecto desenfadado no conseguiría engañarla

—Creo que voy a darme un baño —dijo ella, mientras Zeke descolgaba el teléfono y salía de la habitación sin darle una respuesta.

Una vez en su dormitorio, ella cerró la puerta y se apoyó en ella, preguntándose por enésima vez cómo se había metido en esa situación.

—Solo es una noche —susurró—. Nada ha cambiado.

Sus planes no se habían alterado y Zeke no podía obligarla a que permaneciera casada con él. Lo importante era que no perdiera la cabeza y, al día siguiente, estaría en otro sitio.

Deseaba estar a miles de kilómetros de Zeke y, al mismo tiempo, deseaba estar donde pudiera verlo, y tocarlo a cada minuto. Sin embargo, no podía permitir que él percibiera lo que sentía. Ni siquiera había empezado a aceptar que su matrimonio había terminado, así que ella debía permanecer fuerte y centrada.

Melody se dio un baño corto y se puso un pijama. Después se puso el albornoz para mayor protección. Al abrir la puerta oyó que sonaban villancicos en el salón. Estaban retransmitiendo un concierto por la televisión.

Zeke estaba sentado en uno de los sofás, con una copa de brandy en el reposabrazos. Su aspecto era muy sexy y Melody notó que se le secaba la boca al verlo. Cuando ella entró en la habitación, él abrió los ojos y señaló la copa.

—¿Te apetece una?

Ella negó con la cabeza.

—Ya he bebido bastante por hoy, gracias. Llevaba tres meses sin beber, no lo olvides.

—No he olvidado ni un solo segunda de los últimos tres meses, te lo aseguro. Esos meses quedarán grabados en mi memoria para siempre.

Él se movió para que ella pudiera sentarse a su lado en el sofá, pero Melody se sentó en el de enfrente, fingiendo interés por el concierto. Dobló las piernas y se las cubrió con el albornoz.

—Están cantando en una catedral preciosa. En esos lugares parece que no pasa el tiempo.

—¿Por qué te has distanciado de mí completamente? —preguntó él—. Me encantaría saberlo.

—Zeke, por favor, no empieces otra vez.

—Para ser una criatura tan dulce y cariñosa, cuando quieres también puedes ser dura como una roca —comentó él.

Ella lo miro a los ojos.

—No soy dura.

—Solo conmigo, con el resto del mundo no. ¿Y por qué? ¿Qué tengo yo para que pienses que no sangro cuando me corto? ¿Que no tengo sentimientos como los demás?

Ella respiró hondo.

—Sé que los últimos meses han sido muy duros para ti también. Lo sé, pero eso no cambia las cosas.

—¿Me culpas por no haber estado contigo cuando sucedió? —preguntó él—. Es comprensible. Yo mismo me siento responsable. Podría… Debería haberlo evitado. Te decepcioné y es imperdonable.

Sorprendida, ella lo miró:

—Por supuesto que no te considero culpable. ¿Cómo iba a hacerlo?

—Muy sencillo —dijo él, inclinándose hacia delante para mirarla a los ojos—. Se suponía que ese día íbamos a quedar a comer. Habría estado contigo si no hubiera surgido un imprevisto y no hubiese cancelado la cita. No debí darle prioridad al trabajo en lugar de a mi esposa…

—Basta, Zeke —susurró ella horrorizada—. El accidente no tuvo nada que ver contigo. Fui yo. Durante unos instantes no pensé. Eso es todo. Es posible que todo el mundo tenga lapsus de concentración cada día. Yo lo tuve en el lugar y en el momento equivocado. No fue culpa tuya.

Ella se había olvidado de que ese día habían quedado para comer, pero que él había llamado para cancelar la cita. El traumatismo había hecho que lo borrara de la memoria. No podía creer que Zeke llevara culpándose por lo que había sucedido todo ese tiempo. Ella era la única culpable.

Zeke se puso en pie y negó con la cabeza.

—Yo no lo veo así, pero no vamos a discutir por ello —la miró a los ojos—. No voy a permitir que te vayas de mi lado, Dee. Y menos después de haber estado a punto de perderte hace tres meses.

Lo más difícil que había hecho en su vida era mirarlo a los ojos y decirle la verdad.

—No tienes elección. Hacen falta dos para formar una pareja y yo no puedo seguir así. Necesito… —hizo una pausa al ver que le temblaba la voz—. Quiero el divorcio, Zeke. Nuestras vidas van a ir por caminos diferentes a partir de ahora. Estoy segura de que eso lo sabes tú también. Las cosas no van a ser como antes. Ha terminado.

Tan solo dos palabras acabaron con toda la intimidad que habían compartido, los buenos tiempos, las risas, la alegría y el placer. Ella observó que a Zeke le cambiaba la expresión del rostro, como si se hubiera puesto una máscara para ocultar cualquier emoción.

—¿Y lo que yo quiero no cuenta para nada?

—Lo hago por ti, al igual que por mí…

—No me digas eso. Es una escapatoria fácil y lo sabes. No me has preguntado ni una sola vez qué es lo que quiero ni cómo me siento. Simplemente me has dicho que te vas y nada más.

Ella comprendía que él se sintiera de ese modo, pero ¿cómo podía explicarle que lo hacía para sobrevivir? Siempre se había sentido fuera de lugar en el mundo de Zeke, pero antes del accidente al menos sabía que destacaba en una cosa, en la danza. Era muy buena, y esa era la base de quién era ella, para bien o para mal. Sin embargo, eso se había terminado gracias a un camión de diez toneladas…

El nudo que sentía en el estómago no tenía nada que ver con el accidente sino con ver que Zeke estaba muy tenso.

—Cuando yo era una niña siempre estaba de observadora. Nunca me invitaban a las fiestas y nadie me acompañaba a casa desde el colegio, ni me llamaba para ir al parque o para jugar en su casa. Mirando atrás, ahora sé que era porque mi abuela nunca me dejaba estar con amigas y porque ella no era amiga de otras madres, pero entonces yo pensaba que era por mi culpa. Me sentía diferente por no tener madre ni padre, como ellas. Quizá ellas tampoco los tenían, no lo sé. Entonces, descubrí que mientras bailaba el resto del mundo no me importaba. Era como si no fuera yo. Y mi abuela me animaba a hacerlo, porque sabía lo mucho que significaba para mí. Lo hacía por mí.

—Mientras en el resto de cosas te fastidiaba.

Asombrada por la amargura y la rabia que denotaba su voz, Melody le contestó:

—No, no era así. Ella lo hacía lo mejor que podía, igual que todos, supongo. Ella no tenía por qué cuidar de mí, podía haberme dejado en una casa de acogida, pero no lo hizo. También había sufrido mucho. Creo que amaba mucho a mi abuelo, y sunca superó su pérdida. Lo que hizo fue ocultar su dolor tras una fachada de mujer dura. Y después perdió a su hija también, a mi madre. Tenía muchas cosas por asimilar.

—La estás excusando. Siempre lo haces —dijo él.

—Solo intento explicártelo.

—Dee, tú eres más que solo una bailarina. Siempre lo has sido —él estaba en cuclillas frente a ella y sus pantalones marcaban los músculos de sus piernas.

La temperatura de la habitación subió unos veinte grados y Melody no podía pensar con claridad. Ella lo miró, consciente de que iba a besarla y deseándolo más de lo que nunca había deseado algo en su vida.

En ese momento, llamaron a la puerta y se oyó una voz masculina.

—Servicio de habitaciones.

Zeke reaccionó antes que ella y se puso en pie para dirigirse a la puerta.

El hombre entró con un carrito de servir y, rápidamente, preparó una mesa en una esquina de la habitación y encendió dos velas en un candelabro de plata.

—¿Quiere que les sirva la comida, señor? —preguntó a Zeke mientras abría una botella de vino.

Zeke miró a Melody, que todavía estaba sentada en el sofá.

—No, estamos bien. Gracias y feliz Navidad —le dio una propina.

—Feliz Navidad para ustedes también.

Melody se acercó a la mesa y se sentó en la silla que Zeke había sacado para ella.

—¿Puedo servirle el primer plato, señorita?

Levantó la tapa de dos cuencos y le mostró una sopa humeante que olía de maravilla.

—Yo no he pedido esto —dijo Melody.

—Pensé que debíamos hacerlo correctamente —colocó un panecillo crujiente en un plato pequeño y se lo dio antes de sentarse en su silla—. Come.

La sopa estaba deliciosa y el salmón también. Zeke estuvo conversando relajadamente durante la cena, bromeando y haciéndola reír. Melody se sentía tranquila, por primera vez desde hacía meses. Era una extraña sensación.

Cuando Zeke sacó los postres, Melody estaba segura de no poder comer nada más, pero el pastel Madeira con licor de limoncello y costra de mascarpone era perfecto para finalizar la comida. Satisfecha, se terminó la copa de vino y, cuando Zeke se levantó de la mesa y la agarró de la mano para llevarla hasta el sofá, ella no protestó.

—Es medianoche —murmuró él, sentándose a su lado—. Feliz Navidad, cariño.

Cariño. «Él no debería llamarme cariño», pensó ella.

Observó que él se metía la mano en el bolsillo y sacaba un paquete pequeño. La besó rápidamente y se lo entregó.

—¿Qué es? —preguntó ella.

—Ábrelo y lo descubrirás.

—Zeke, yo no quería nada…

—Shh —la besó de forma apasionada y, cuando se separó de ella, vio que estaba temblando—. Ábrelo —le dijo.

La alianza era preciosa. Diamantes y esmeraldas engarzadas en un delicado anillo de oro blanco. Zeke se lo colocó en el dedo y comprobó que encajaba a la perfección entre el anillo de boda y el de compromiso. Melody lo miró y experimentó una mezcla de emociones. Se cubrió los ojos con las manos, odiándose por lo que le estaba haciendo a Zeke.

Él le retiró las manos y la agarró por las muñecas para mirarla a los ojos. Ella se percató de que él había envejecido en los últimos tres meses. El tiempo había dejado marcados sus rasgos, tal y como ocurre cuando alguien ha sufrido una insoportable pérdida.

—Te quiero —dijo él—. Eso es lo que esto significa. Siempre te querré. Este sentimiento no es opcional. No es algo que pueda encender y apagar. Cuando apareciste en mi vida creía que me iba bien, que era autónomo, moderno… llámalo como quieras. Tu llegada fue inesperada. No estaba buscando a una mujer para siempre. Creo que ni siquiera entendía la idea hasta que tú apareciste en el escenario y bailaste ganándote mi corazón.

A Melody se le formó un nudo en la garganta.

—No podré bailar nunca más.

—Pero estás aquí. Y eso es lo que importa —inclinó la cabeza hasta que sus bocas quedaron a milímetros de distancia—. Has de creerlo, Dee, porque no sé cómo convencerte, aparte de diciéndotelo y de demostrarte lo mucho que te quiero.

Con un suspiro, ella aceptó que la besara. Se apoyó contra él para sentir su fuerza, su masculinidad y su potente virilidad. Todo aquello que echaba profundamente de menos. Zeke la besó en los párpados, manteniéndoselos cerrados como si supiera que ella necesitaba bloquearlo todo acerca de él, excepto su sabor y su tacto. Melody sintió que su deseo aumentaba a medida que él la besaba, hasta que su sabor y su aroma se volvieron irresistibles. Lo deseaba. Y mucho.

Él la tomó en brazos y la llevó hasta su dormitorio. Cerró la puerta y entró en la habitación en penumbra, iluminada solo por una lamparilla que él se había dejado encendida antes de salir.

Melody se puso tensa cuando él la dejó sobre la cama, pero enseguida Zeke se colocó a su lado y la abrazó para tranquilizarla. No había prisa, así que la besó despacio en los labios, dándole placer sin exigirle nada a cambio.

Melody notaba los senos presionados contra su torso musculoso y las caricias que él le hacía en la espalda, desde los hombros hasta las caderas. Poco a poco, consiguió relajarla y notó que ella se acurrucaba contra su cuerpo y, entonces, la besó de forma apasionada.

Melody apenas se percató cuando él le quitó el albornoz, y la parte de arriba del pijama, para acariciarle la piel suave de su cuello antes de besarle los pechos. Ella gimió cuando él capturó un pezón con la boca dedicándole plena atención antes de capturarle el otro, y le quitó la camisa para poder acariciarle su pecho musculoso y cubierto de vello varonil.

Ella llevó la boca hasta su torso y le cubrió con ella uno de sus pezones. Sabía ligeramente salado y tenía aroma a jabón de limón. Una vez, al principio de su matrimonio, ella le había dicho que le parecía muy guapo y él se había reído diciéndole que solo las mujeres eran guapas. Sin embargo, estaba equivocado. Era guapo. Tenía un cuerpo poderoso como el de las estatuas de los dioses griegos.

—Echaba esto de menos —murmuró él—. No solo el sexo, sino ser capaz de abrazarte, de saber que estás ahí, de que solo necesito alargar la mano para tocarte.

Melody sabía a qué se refería. Había cosas más íntimas que el acto de hacer el amor, pequeños gestos que se daban en las parejas que indicaban comprensión.

—Por supuesto, el sexo es estupendo —añadió él con un susurro al notar que ella le acariciaba el miembro erecto—. No estoy pidiendo mantener celibato.

La habitación seguía en penumbra y Melody se sentía segura para continuar con lo que estaba sucediendo, así que, cuando él le retiró el pantalón del pijama y se desnudó también, ella lo agarró para que se colocara sobre su cuerpo. No quería pensar. Si lo hacía, su conciencia la obligaría a parar, y sería injusto para él porque esa noche no cambiaría nada. Así que no pensó. Solo sintió, acarició y saboreó.

Él estaba desnudo y ella le acarició de nuevo su miembro erecto, consciente de que le provocaba placer doloroso cuando él gimió y la agarró de la muñeca.

—Vamos a ir despacio en esto —dijo jadeando—. Hemos esperado demasiado como para apresurar las cosas, pero soy humano, Dee.

Sus ojos brillaban como los de un animal en semioscuridad, y ella le sujetó el rostro con ambas manos.

—Esta noche somos tú y yo —susurró ella—. Sin pasado ni futuro, solo el presente. Quiero hacer el amor contigo, Zeke. Quiero sentirte otra vez dentro de mí.

—No tanto como yo deseo estar ahí —la besó de nuevo y, cuando ella trató de guiarlo a su interior, le retiró la mano—. Más tarde —murmuró—. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Zeke comenzó a acariciar y a saborear todo su cuerpo, despacio, y con tanta sensualidad que ella comenzó a jadear y a retorcerse bajo sus manos y su boca.

Hicieron el amor y lo disfrutaron como siempre. Los sentimientos eran los mismos, pero diferentes. Desde hacía un tiempo, ella no se conocía a sí misma, y mucho menos a Zeke, pero estaba segura de una cosa. Lo deseaba, porque lo amaba. Siempre lo amaría. Era una de las cosas que había averiguado, y formaba parte de lo que la había aterrorizado después del accidente. Quizá, en el fondo, siempre la había aterrorizado. El amor daba mucho poder al que era amado. Había destrozado a su abuela, y probablemente a su madre también, y la destrozaría a ella si se quedaba con Zeke y lo permitía.

De pronto, todo el razonamiento se volvió difuso a medida que el deseo se apoderó de ella, un deseo que solo Zeke podía saciar. Él se movió una pizca y ella notó la punta de su masculinidad entre sus piernas. Zeke se movió de nuevo y la penetró un poco, provocando que ella lo rodeara con las piernas y que arqueara las caderas.

Zeke la besó en la boca y la penetró del todo, esperando unos instantes para que el cuerpo de Melody se adaptara a su miembro erecto antes de comenzar a moverse de forma rítmica. Al cabo de unos instantes, el placer se volvió casi insoportable.

Cuando llegó al clímax, Melody pensó que iba a romperse en mil pedazos. Sus músculos se contraían de forma tan violenta que Zeke alcanzó el orgasmo segundos más tarde y pronunció su nombre con un gemido.

Después, se derrumbó sobre ella y ocultó el rostro contra el cuello de Melody mientras murmuraba su nombre otra vez, con dulzura y cariño.

Pasó un rato antes de que él se incorporara sobre uno de los codos, la mirara y le dijera:

—¡Guau! Si esto es lo que hace un tiempo de abstinencia, no está tan mal —le retiró un mechón de pelo de la mejilla—. Eres estupenda, mujer.

—Tú tampoco estás mal —comentó ella, agradecida de que él estuviera relajado y de muy buen humor. En aquellos momentos no podría haber soportado nada más profundo. Sabía que Zeke consideraría que el hecho de que hubieran hecho el amor significaba que todo se había solucionado entre ellos, pero ella ya se enfrentaría a ello cuando llegara el momento.

Zeke estiró del edredón para cubrir a ambos y abrazó a Melody contra su cuerpo:

—¿Cómo es posible sentirse como en casa en una habitación de hotel solo por estar al lado de la persona que amas? Sin embargo, cuando no estabas, nuestra casa parecía un lugar inhóspito. Me he dado cuenta de que podría vivir en una cabaña de barro y ser feliz si tú estuvieras a mi lado.

Melody forzó una carcajada.

—No te imagino en una cabaña de barro, a menos que tuviera acceso a internet.

Hubo un momento de silencio antes de que Zeke se moviera y la mirara a los ojos:

—¿Tú crees? Cualquiera que te oiga pensará que soy un loco controlador.

Ella nunca sabía cuándo estaba bromeando. Lo miró unos instantes y al ver el brillo de su mirada dijo:

—Hmm —y se acurrucó contra él.

—De hecho, te equivocas —la besó en la cabeza—. Como ya te he dicho, no es mi trabajo el que me controla. Nunca lo ha hecho. Hago mi trabajo porque me gusta y porque me resulta satisfactorio. A veces, alguna situación se complica y he tenido que esforzarme mucho para obtener poca recompensa, pero no ocurre a menudo. Otras veces he cometido errores. Como cuando cancelé una comida porque había un problema que creía que solo podría solucionar yo. El gran error de mi vida —hizo una pausa y continuó—. Bueno, puede que tenga algo de controlador, pero no mucho.

Melody sabía que Zeke no podía cambiar. Después de todo, antes de casarse con él ya sabía dónde se metía. No obstante, entonces las cosas eran diferentes. Ella era diferente. Y no podía volver a ser como había sido.

De pronto, en su cabeza aparecieron todos los motivos que respaldaban por qué había sido una locura acostarse con él otra vez, y el pánico se apoderó de ella. No se percató de que se había cambiado de posición, ni de que estaba tensa, pero Zeke debió de notarlo porque preguntó:

—¿Qué te pasa? Otra vez te estás retirando.

Ella escapó de entre sus brazos y se sentó en el borde de la cama.

—No seas tonto. Tengo que ir al baño —buscó el pantalón del pijama, pero resultaba difícil diferenciar la ropa que estaba esparcida por el suelo con tan poca luz. La idea de ir desnuda hasta el baño era impensable. ¿Y si él encendía la luz principal o la seguía? Y tampoco podía quedarse allí toda la noche.

—¿Dee? —él le tocó la espalda y ella se sobresaltó—. ¿He dicho algo que no debía? Solo intentaba ser sincero.

—Está bien —se puso en pie y, prácticamente, corrió hasta el baño. Cerró la puerta y descolgó el albornoz de toalla que había en la puerta y se lo puso. Se anudó el cinturón, cerró los ojos y suspiró aliviada. Estaba a salvo. Él no la había visto.

Melody sabía que Zeke la seguiría, así que cuando llamó a la puerta no se sorprendió.

—¿Dee? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —contestó ella, y se ató más fuerte el cinturón.

—No te creo.

—Estoy bien. Te lo prometo. Solo necesito un minuto. Por favor, Zeke, saldré enseguida.

Hubo una pausa y después Zeke dijo:

—Iré por algo de beber. ¿Qué te apetece? ¿Vino? ¿Zumo de frutas? ¿Café, té, chocolate caliente? Hay de todo en la nevera.

—Un café. Gracias.

—No tardes. Ya te echo de menos.

Ella esperó hasta estar segura de que él se había ido y encendió la luz. Se miró en el espejo y vio a una mujer pálida que apenas reconocía.

¿Qué había hecho? ¿Y qué clase de mensaje le había mandado a Zeke al acostarse con él? «No, Zeke, no quiero seguir casada contigo. Sí, Zeke, cuanto más íntima sea nuestra relación, mejor».

Melody se sentó en el borde de la bañera y se cubrió los ojos como si pudiera borrar el recuerdo de la última hora. Por supuesto, le resultó imposible. Había hecho cosas muy estúpidas en la vida, pero aquello había sido la mayor estupidez. Era algo cruel, egoísta, irracional y completamente imperdonable. Él la odiaría, y ella no podría culparlo por ello.

Al cabo de un momento, Zeke llamó de nuevo a la puerta.

—Si no sales, entraré yo.

Ella se puso en pie y abrió la puerta.

—Me disponía a salir.

—Pensé que preferirías tomar el café en el salón —dijo Zeke con frialdad. Iba vestido con el pantalón del pijama negro de seda y nada más, y su aspecto era muy sexy—. Después, a lo mejor puedes contarme por qué has salido de nuestra cama como un gato escaldado. Tenía la sensación de que había sido estupendo.

—Primero, no es nuestra cama. Es tu cama —pasó junto a él y se dirigió al salón—. Segundo, no he salido de la cama como un gato escaldado ni nada parecido.

Miró la mesa de café y vio que había café y galletas. Se acercó a la ventana y abrió las cortinas. Estaba nevando otra vez.

Zeke se acercó por detrás y la abrazó.

—Está bien, hablemos. Ya he captado el mensaje de que no todo está resuelto.

Ella no sabía cómo decírselo.

—No quiero que te hagas la idea equivocada —dijo ella.

—Señorita, no sé con qué carta quedarme —dijo él—. Eras tú con la que hice el amor hace un rato, ¿verdad? No tienes una doble que se hace pasar por ti de vez en cuando, ¿no?

—Lo que quiero decir es…

—Lo que quieres decir —la interrumpió y la giró para que lo mirara—, es que a pesar de haberte acostado conmigo todavía mantienes esa ridícula idea del divorcio, ¿no es así?

Ella no podía decir si él estaba furioso y lo ocultaba estupendamente o si su ligero tono de sarcasmo era real. Zeke era un maestro de lo inescrutable.

—De acuerdo. Pues ya lo has soltado. Tómate el café.

—Zeke, tienes que comprenderlo…

Él la silenció con un beso.

—Ven a tomarte el café y unas galletas. Y después hablaremos. Quizá teníamos que haber hablado antes de acabar en el dormitorio, pero nunca dije que fuera perfecto.

—No hay nada que decir —protestó ella.

—Muchas cosas, me parece a mí. Mira, Dee. Hasta que puedas convencerme de que lo nuestro ha terminado, no ha terminado.

Melody se puso tensa y apoyó las manos sobre su torso.

—Suéltame.

—Por supuesto —la soltó enseguida—, pero tendrás que convencerme de todas maneras. Formas parte de mí, Dee. Eres la mitad de un todo. Tengo ciertos derechos. Te casaste conmigo, ¿recuerdas?

—Hablas como si me poseyeras —estaba temblando por dentro. Estar tan cerca de él era un tormento, pero sabía que si no atacaba estaría perdida—. ¿Eso es lo que piensas?

—Solo lo mismo que tú me posees a mí —dijo él—. Es mutuo. Tú me das tu amor, y es mío, y mi amor es tuyo. La diferencia es que yo confío en ti, con todo lo que soy y todo lo que tengo. Pero tú todavía no, ¿verdad? Tengo un signo de interrogación sobre mi cabeza, como si fuera la espada de Damocles. La confianza de verdad incluye compromiso, y volverse vulnerable, Dee. Puede hacerte sentir expuesto y asustado. No me mires así. ¿Crees que eres la única que está asustada por la enormidad de lo que implican el amor verdadero y la confianza? No obstante, a la larga merece la pena.

Ella negó con la cabeza, y no se dio cuenta de que las lágrimas rodaban por sus mejillas hasta que él no dio un paso adelante y se las secó con el dorso de la mano.

—Todo va a salir ben —le aseguró él—. Eres buena persona, igual que yo. De hecho, yo soy una persona estupenda. Estamos hechos para estar juntos.

—No quiero hacerte daño —susurró ella—, pero es mejor que sea ahora que más tarde. Esto… Lo nuestro es imposible, Zeke.

Zeke la sentó en el sofá y le tendió una taza de café.

—Esta es tu noche —colocó una galleta en el plato, junto a la taza—. Una noche para reírse de lo imposible. Para confiar.

Melody no podía hacerlo. Se llevó la taza a los labios y ni siquiera se percató de que la leche era de la clase que odiaba. Ya no podía confiar más.