Capítulo 4

PERMANECIERON en un tenso silencio hasta que la recepcionista se acercó para decirles que la mesa del restaurante ya estaba preparada para ellos.

El restaurante era un lugar agradable, pero nada parecido a los sitios caros a los que Zeke solía llevarla. Sin embargo, las decoraciones navideñas eran bonitas y daban un aire festivo a la habitación.

Después de que él camarero les llevara las cartas para que eligieran, apareció otro para preguntarles por la bebida. Zeke la miró y sonrió.

—Puesto que estamos de celebración, creo que pediremos una botella del mejor champán —le dijo al camarero sin dejar de mirar a Melody.

El camarero sonrió. Era evidente que ese era el tipo de cliente que le gustaba. Además, en Navidad todo el mundo solía dar buenas propinas.

Melody esperó a que el hombre se marchara para decir:

—¿Y qué celebramos?

—Que has salido del hospital y que la vida puede empezar de nuevo —su sonrisa era retadora—. ¿Eso no se merece un buen champán?

«No voy a picar en ese anzuelo», se dijo en silencio. Alzó la barbilla, se encogió de hombros y dijo:

—Creía que no te gustaba conducir si has bebido.

—Tienes razón —dijo él—. No me gusta.

Conteniéndose para no preguntarle qué pensaba hacer con el Ferrari, puesto que sabía que era eso lo que él deseaba que hiciera, Melody se concentró en el menú. Sin duda, llamaría a uno de sus sirvientes para que recogiera el coche y tomaría un taxi para regresar a casa. No le importaría estropearle a alguien su plan para Nochebuena.

Entonces, inmediatamente, se sintió avergonzada de sí misma. Zeke no se aprovechaba de sus empleados. Ella estaba siendo malvada, y no era su estilo. No obstante, durante los meses posteriores al accidente había descubierto que no se conocía a sí misma

Siempre había pensado que era una persona centrada y equilibrada, pero el accidente la había descolocado tanto física como emocionalmente. Había sacado a la superficie una larga lista de bloqueos emocionales que revelaban sus inseguridades, remontándose hasta el momento en que su padre la abandonó, dejándola sola con su madre. Era evidente que él no había querido responsabilizarse de ella, ¿habría sido el motivo de su ruptura?

De pronto, Melody se percató de que el camarero había regresado para servirles dos copas de champán. Cuando terminó y colocó la botella dentro de un cubo con hielo, se marchó de nuevo. Entonces, Zeke levantó la copa hacia ella.

—Por ti —dijo con voz suave—. Mi bella, vulnerable, exasperante, dulce e incomparable esposa. El centro de mi universo.

Melody también había levantado la copa, pero la dejó sin beber un sorbo.

—Zeke, no.

—¿No qué? ¿No puedo decirte lo mucho que te adoro? Es cierto, Dee.

—No tienes por qué decirlo —le dolían las piernas, y recordó qué aspecto tenían debajo de la ropa que llevaba.

—¿No tengo? —él negó con la cabeza—. ¿Desde cuándo he dejado de hacer algo porque no estaba bien? De acuerdo, está claro que el brindis no te ha gustado. ¿Qué te parece si brindamos por nosotros? —sugirió levantando la copa.

—Zeke —Melody frunció el ceño.

Él sonrió sin más.

—Entonces, por las fiestas. Feliz Navidad para todos. ¿Te parece lo bastante impersonal? ¿Puedo brindar por eso?

Melody probó el champán. Estaba delicioso. Un Dom Pérignon suave, seductor y sofisticado, al estilo de Zeke. Ella lo miró.

—Muy rico —dijo, tratando de no fijarse en que él sonreía.

—¿A que sí? —convino él—. ¿Tienes hambre?

Sorprendentemente, por primera vez desde el accidente, Melody sentía una pizca de hambre

—Un poco —asintió.

—Bien. Tienes que engordar —ignorando la mueca que ella hizo al oír su comentario, continuó—. Yo pediré salmón en croûte para empezar y la paletilla de cordero de segundo. El postre lo pensaré después.

Melody habría elegido lo mismo, pero sintiendo que necesitaba reafirmar su independencia dijo:

—Yo pediré pâtê de champiñones y ternera en salsa —dejó el menú y bebió otro sorbo de champán. Al sentir las burbujas en la boca, recordó que debía de tener cuidado. No había bebido alcohol en los últimos meses y aquel champán era tan peligroso como delicioso. Y con el humor que tenía Zeke necesitaba mantener la mente clara. En el pasado nunca había podido resistirse a él, con o sin alcohol.

El camarero se acercó a la mesa y mientras Zeke hablaba con él, Melody lo observó detenidamente. Estaba tan atractivo como siempre, pero parecía cansado. ¿Habría trabajado demasiado? Antes de casarse con él había oído que era conocido por trabajar sin parar cuando era necesario. Era una persona incapaz de delegar. Había creado su pequeño imperio a base de sangre, sudor y lágrimas, y se sentía muy orgulloso de ello, aunque no siempre se sentía tan seguro de sí mismo como hacía creer a la gente. Por ejemplo, respecto a ella.

Eso había sido lo que primero la había cautivado cuando comenzaron a salir. Él estaba loco por ella, pero se sentía inseguro por lo que ella sentía por él, y eso la había sorprendido. Casi nunca solía hablar de su infancia, pero las veces que lo había hecho ella se había percatado de que en el pasado había tenido problemas con el amor, el compromiso y la confianza hacia las mujeres.

La idea la molestaba, y durante las semanas anteriores había tratado de relegarla a lo más profundo de su mente.

Zeke encontraría a otra persona con facilidad. Su abuela siempre le había dicho que hombres y mujeres no tenían el mismo concepto del amor.

—Incluso el mejor de los hombres buscará una mujer más joven y más esbelta en algún momento, Melody. Recuérdalo y prepárate para el día que suceda.

Durante un instante fue como si su abuela estuviera allí con ella, y Melody pestañeó para regresar a la realidad. Zeke le había dicho que la opinión de su vida acerca del amor la había afectado, y a ella no le había gustado, pero ¿sería verdad? ¿La habría afectado negativamente?

Pensar así era traicionar a la mujer que la había criado y que se había sacrificado para que pudiera recibir las clases de baile que tanto deseaba, y Melody odiaba que fuera así. Los hombres se obsesionaban con el cuerpo de las mujeres y su aspecto. El número de mujeres de mediana edad abandonadas por sus maridos los demostraba. Era evidente que los hombres no eran monógamos por naturaleza.

Al salir de su ensimismamiento comprobó que se había terminado la copa de champán y que Zeke la miraba fijamente. Él le rellenó la copa en silencio y le preguntó después:

—¿En qué estabas pensando? Tenía que ver conmigo, ¿verdad?

Ella no pensaba contárselo, pero tenía que decirle algo. Miró a su alrededor y dijo:

—Solo que el día de hoy no está saliendo como había planeado.

—¿De veras creías que después de tres meses ingresada iba a permitir que hicieras todo esto tú sola?

—Soy más que capaz de cuidar de mí misma —dijo ella—. No soy una niña.

—Créeme Dee. Nunca te he visto como una niña. Exasperante, incomprensible a veces, pero no una niña.

Ella se sonrojó al ver deseo en su mirada. Bebió otro sorbo de champán y, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, dejó la copa con brusquedad.

—Tranquila —le agarró la mano como si tuviera todo el derecho a tocarla cuando quisiera y ella nunca le hubiera pedido el divorcio—. Soy yo, ¿recuerdas? Tu marido.

Le acarició la palma de la mano con el pulgar y después se la llevó a los labios. Ella se quedó boquiabierta y no pudo disimular su reacción, retiró la mano y lo miró.

—No hagas eso —dijo ella.

—Te gusta que te toque. No lo niegues. Y a mí me gusta acariciarte, Dee. ¿Recuerdas cómo solía ser? —posó la mirada sobre sus labios y ella notó que los pezones se le ponían turgentes a causa del deseo que la invadía—. Hacíamos el amor en cualquier lugar, y en cualquier momento. Y eso era lo que hacíamos, Dee. El amor. No solo teníamos sexo, aunque fuera estupendo.

Las palabras de Zeke evocaron imágenes que ella prefería no recordar. Imágenes que solían invadir sus sueños y que provocaban que se sintiera destrozada cuando despertaba y descubría que él no estaba a su lado.

—Como aquella vez en Madeira, cuando estabas preparando tortitas para el desayuno y descubrimos otro uso para el sirope de arce —murmuró—. Te prometo que nunca había probado algo tan bueno. No llegamos a comernos las tortitas, ¿verdad?

Se habían devorado el uno al otro en el suelo de madera de la cocina y, después de darse una ducha juntos para quitarse los restos del sirope, habían hecho el amor otra vez, despacio y delicadamente para que durara. Habían sido días mágicos.

Consciente de que estaba en un sitio público y de que no podía ceder ante la angustia que le generaban sus palabras, Melody trató de mantener el control. No importaba lo bien que lo hubieran pasado juntos. Eso formaba parte del pasado. Ya no era la chica que solía rodearlo con sus piernas suaves y esbeltas, disfrutando de ver cómo se deleitaba con el placer que recibía de su cuerpo. Nunca más volvería a sentirse tan desinhibida, tan llena de alegría, tan suya. No esperaba que él lo comprendiera, apenas lo comprendía ella, pero su instinto de supervivencia le decía que debía marcharse antes de marchitarse y morir intentando ser la persona de la que él se había enamorado. No soportaba la idea de que la compasión reemplazara al deseo y la pasión que él había sentido por ella.

—Dee, tú me deseas. Tanto como yo te deseo a ti. Necesitas sentirme dentro de ti tanto como yo necesito estar en tu interior. Quiero hacerte el amor durante horas. Sin prisa, porque tenemos todo el tiempo del mundo, ahora que estás a mi lado otra vez. Siempre que tengas dudas o tengas alguna preocupación, yo me encargaré de recordarte que juntos estamos bien.

—No, no puedes hacer eso, y no estoy contigo otra vez, no de la manera que tú insinúas —Melody trató de combatir el deseo sexual que la invadía por dentro.

—Eres mía, siempre serás mía, y lo sabes —se inclinó hacia delante—. Nuestra casa te está esperando, y me estoy muriendo al vivir allí solo. No puedo estar allí sin imaginarte entre mis brazos, haciendo el amor en cada habitación, como hicimos la primera semana después de mudarnos allí —la miró unos instantes y susurró—. Este es el primer día del resto de la vida que pasaremos juntos.

—Ya basta. Déjalo ya o me voy ahora mismo.

Zeke la miró a los ojos y blasfemó en voz baja. Después se acomodó en la silla y se terminó la copa de champán.

El camarero les sirvió el primer plato y, al cabo de unos minutos, cuando comenzaron a comer, Zeke comentó:

—No sé si quiero besarte o estrangularte.

—No te preocupes porque no te permitiré hacer ninguna de las dos cosas —repuso ella—. Por cierto, este pâté está riquísimo.

Zeke la miraba de forma penetrante mientras intentaba asimilar cómo había cambiado Melody. No recordaba que ninguna mujer le hubiera dicho que no antes. Hasta que conoció a Melody, siempre había sido él el que terminaba las relaciones.

—Entonces, ¿estás decidida a continuar con esta farsa ridícula? —dijo él, después de terminarse el salmón.

Melody lo miró fijamente:

—¿Te refieres a la separación? Por supuesto.

—¿Por supuesto? Yo nunca lo habría dado por supuesto. Claro que, ¿quién soy yo? Nada más que un hombre cualquiera.

Melody lo miró con suspicacia. Nadie podría decir que Zeke James era un hombre cualquiera.

Zeke rellenó las copas de champán mientras el camarero retiró los platos vacíos. De fondo se oían villancicos y, por la ventana, se veía que los árboles ya estaban cubiertos de nieve.

Melody se volvió hacia Zeke y dijo sin pensar:

—Está nevando mucho. En cuanto termines de comer deberías pensar en marcharte.

Con esas condiciones climatológicas, Zeke tardaría el doble de tiempo en llegar a su casa de las afueras de Reading. Además, el Ferrari, por muy bonito que fuera no era el coche ideal para transitar por la nieve. Zeke podía quedarse atrapado en cualquier lugar.

—¿No puedes esperar para deshacerte de mí? —murmuró él.

—Eso por un lado, pero también me preocupa que te quedes atrapado a causa de una tormenta de nieve en mitad de algún sitio. Cada vez hay más viento, ¿o no te has dado cuenta?

—Me he dado cuenta.

Melody se encogió de hombros.

—No digas que no te lo advertí.

—Teniendo en cuenta que no has parado de advertirme cosas desde esta mañana, ni se me ocurriría.

Él seguía sonriendo y, por su tono de voz, ella sabía que no había decidido rendirse. No quería pelear con él. Se sentía agotada y solo quería tranquilidad, pero sabía que no la tendría hasta que no consiguiera alejarse de Zeke. Su intención era desaparecer durante algunos meses en cuanto se sintiera un poco mejor. No pensaba pedirle ni un centavo de su fortuna, siempre había conseguido ganarse la vida a base de trabajar en los bares y restaurantes, y podría hacerlo otra vez. Incluso podría ejercer como profesora de baile en un futuro.

El camarero apareció de nuevo con el plato principal, pero ella ya no tenía apetito. Zeke la miraba como si estuviera tratando de leer su pensamiento, como si tratara de encontrar una grieta en su armadura.

—No comes —le dijo señalando su plato—. ¿Estás cansada?

Ella asintió. El esfuerzo de salir del hospital y el encuentro con Zeke, algo que esperaba posponer hasta encontrarse más fuerte, le había robado más energía de la que ella consideraba posible. Los médicos le habían dicho que, al principio, tendría momentos de agotamiento, pero ella no esperaba que fueran tan intensos. Lo único que deseaba era meterse en la cama.

—¿Quieres pasar del postre por ahora? —preguntó él.

Ella no sabía a qué se refería con lo de por ahora, pero estaba demasiado cansada para preguntar. Había comido más de lo que había comido durante las últimas semanas, y el champán se le había subido a la cabeza.

No quería postre. Asintió de nuevo. Podría quedarse dormida allí mismo.

Zeke levantó la mano para llamar al camarero y, al cabo de un momento, se marcharon del restaurante. Ella sabía que le costaría caminar. La musculatura no le funcionaba como antes, y de vez en cuando se le agarrotaba, pero la fisioterapeuta le había dicho que sería algo temporal. Zeke la llevaba agarrada del codo y eso ayudaba. De todos modos, ella era plenamente consciente de su cojera y se preguntaba qué estaría pensando él. Siempre le decía que tenía la gracia de una gacela, y Melody sabía que no se lo diría nunca más.

Una vez en el recibidor del hotel, ella se detuvo y se volvió hacia él. Zeke llevaba un elegante traje gris, una camisa color melocotón claro y una corbata, y nunca había estado tan atractivo. El oscuro magnetismo que formaba gran parte de su atractivo era muy potente.

Adormecida, Melody dijo:

—Gracias por la comida. Y a pesar de que puede que te haya parecido lo contrario, te agradezco que hayas venido al hospital, aunque no era necesario. Espero que tengas un buen viaje de regreso a Reading.

Zeke estaba tenso, pero dijo con tranquilidad:

—Necesitas descansar. Iré a buscar la llave de la habitación.

—Yo puedo ir… —se calló al ver que él ya se dirigía a la recepción.

Melody lo vio hablar con la recepcionista durante unos instantes antes de guardarse la llave en el bolsillo. Después, Zeke regresó a su lado, la agarró del brazo y dijo:

—He pedido que a las cuatro lleven té y pastel a la habitación. Así podrás dormir dos o tres horas, ¿de acuerdo?

—Zeke…

—No montes un numerito, Dee. No con toda esta gente alrededor. No querrás estropearle a nadie la Navidad, ¿verdad?

Melody no tenía fuerza para liberarse de su mano, así que aceptó que no le quedaba más opción que permitir que la acompañara hasta el ascensor. No quería que Zeke la acompañara hasta la habitación. El recibidor era un lugar neutral para las despedidas, y tenían a mucha gente alrededor. En su habitación la situación sería muy diferente.

Sin embargo, no tuvo elección. Zeke la acompañó hasta la habitación y abrió la puerta. En ese momento, Melody descubrió que él no tenía intención de marcharse.

Se echó a un lado para dejarla pasar, pero ella se detuvo en el umbral de lo que evidentemente era una suite.

—Esta no es mi habitación. Yo no he reservado esto —suspiró—. He pedido una habitación doble.

—Es evidente que te han subido de categoría —dijo él, guiándola hasta el lujoso salón decorado con un árbol de Navidad.

—Lo has hecho tú —miró a su alrededor—. Quiero mi habitación, la que reservé en un principio.

—La recepcionista me dijo que la habían ocupado nada más cambiarla por esta cuando llegamos —dijo Zeke con tono de satisfacción—. Considéralo tu buena acción de Navidad. Es probable que esas personas no pudieran pagar esta suite, y era la única habitación disponible cuando llegamos, así que, tenerla nosotros significa que alguien más tendrá una feliz Navidad.

Melody contestó algo de muy mala educación y ambos se quedaron sorprendidos. Después, asimiló el significado de lo que Zeke había dicho.

—¿Qué quieres decir con nosotros? —preguntó furiosa—. Esta es mi habitación y voy a quedarme en ella sola… Seré yo quien pague por ella —«de algún modo», pensó.

—Ya está pagada —contestó Zeke, aparentemente impasible ante su rabia.

—Seguro que puede solucionarse.

—¿Y crear un montón de molestias a los empleados? —negó con la cabeza—. Parece que no tienes nada de humanidad. ¿No te has contagiado del espíritu navideño?

Melody nunca había estado tan cerca de pegar a alguien, y se sorprendió porque nunca se había considerado una persona violenta. Apretando los dientes, respiró hondo y dijo:

—Quiero que te vayas, Zeke. Ahora mismo.

—En cuanto estés acostada. Y no te preocupes que no voy a saltar sobre ti. Veo que estás agotada, cariño.

Fue la manera en que pronunció la última palabra lo que acabó con su resistencia. Temiendo que iba a ponerse a llorar, Melody dijo:

—Voy al baño —y se dirigió hacia allí caminando con decisión.

La suite tenía tres habitaciones. Una era un pequeño estudio con todo lo necesario para mantenerse conectado con el mundo, y las otras dos, dormitorios con baño.

Al entrar en el baño del segundo dormitorio, Melody cerró la puerta y permaneció de pie unos instantes, con los ojos cerrados. Le costó un gran esfuerzo abrirlos y mirarse en el espejo. Su reflejo mostraba su piel pálida y su rostro agotado, y sus ojos verdes parecían enormes en su cara delgada. No era una visión muy agradable y no le extrañaba que Zeke hubiese querido terminar la comida cuanto antes.

Había visto su maleta en la habitación, pero en lugar de salir a buscarla, decidió quedarse en ropa interior y ponerse el albornoz blanco que estaba colgado detrás de la puerta. Le quedaba grande, pero ocultaba todo lo que necesitaba ocultarle a aquellos penetrantes ojos negros.

Zeke la estaba esperando cuando ella regresó descalza al salón.

—Ya estoy preparada para acostarme, así que, puedes marcharte —él la miró de arriba abajo y ella se alegró de que el albornoz le quedara grande porque sus pezones se pusieron turgentes al instante.

—Con ese albornoz pareces más pequeña que nunca. ¿De veras era tan mala la comida del hospital?

Ella negó con la cabeza.

—Supongo que yo no tenía mucho apetito. Enseguida recuperaré el peso que he perdido.

—Pequeña, pero preciosa. Encantadora.

—Por favor, Zeke, vete —murmuró ella—. No puedo… Márchate.

—Lo sé, lo sé —la agarró de las manos y la atrajo hacia su cuerpo, apoyando la barbilla sobre su cabeza—. Necesitas descansar. Has hecho demasiado para ser tu primer día fuera.

Melody no pudo evitar sonreír.

—Hablas como si acabara de salir de prisión —susurró contra su camisa. Después, se separó de él. Su aroma le resultaba deliciosamente familiar. Y deseaba rodearlo por el cuello y besarlo en los labios, suplicarle que olvidara todo lo que le había dicho y que la abrazara—. Vete, por favor —repitió con voz temblorosa.

Él levantó la mano y le retiró un mechón de pelo de la mejilla. Ella pensó que iba a besarla, y cuando él rozó sin más su frente con los labios, se sintió decepcionada.

—Duerme bien —le dijo—. Y no olvides que a las cuatro traerán té y pastel.

Ella asintió, sorprendida por el hecho de que él fuera a marcharse y a dejarla allí. Lo observó dirigirse hasta la puerta y salir al pasillo, esperando que en cualquier momento él se volviera y regresara a su lado. No fue así.

Se cerró la puerta y Melody se quedó sola. Tal y como ella había pedido.