Capítulo 7
CUANDO Marigold se despertó el día de Navidad, recordó que había prometido ir a almorzar y a tomar el té a casa de Flynn. ¡Debía de estar loca!, pensó.
Flynn se había portado bien el resto de la noche. Había bebido un par de tazas de café, se había comido prácticamente todas las galletas y había mantenido con ella una amena conversación sobre cosas intrascendentes, pero que a ella le habían resultado interesantes.
Después de arrancarle la promesa de que iría a comer al día siguiente, le había dado un beso rápido en la frente y se había marchado.
Marigold se había quedado con la sensación de que Flynn era un hombre que siempre conseguía lo que quería.
Después de bañarse, Marigold miró su ropero. Era muy limitado. Tendría que volver a usar los vaqueros negros, y un jersey gordo, largo, de color hueso y cuello vuelto. Sentía cierta excitación, y eso la puso en guardia. No podía permitirse un descuido. Debía estar alerta.
Flynn era un hombre que la manejaría a su antojo y la mantendría en su mundo hasta que la atracción entre ellos se apagase. ¿Y entonces qué? Se olvidaría de ella.
Había sido una tontería aceptar la invitación a almorzar. Pero sería la última vez que hiciera lo que él quisiera.
Además, la casa estaría llena de gente. No era como si estuvieran solos.
Flynn la recogió un poco más tarde de las once de la mañana. Marigold estaba esperándolo, decidida a no proporcionarle ninguna excusa para estar a solas con ella en la cabaña.
En cuanto vio su coche, salió y cerró la puerta con llave. Prácticamente podía caminar normalmente.
Flynn había salido del todoterreno y había abierto la puerta del copiloto.
Estaba muy atractivo, como siempre. Iba vestido con un vaquero negro y una cazadora de piel negra.
—Hola —sonrió él. Le dio un beso rápido en los labios antes de ayudarla a subir. Luego cerró la puerta.
Marigold se pasó todo el trayecto a su casa tratando de controlar el latido de su corazón. Pero la actitud de Flynn cuando llegaron allí, amistosa y cálida, la ayudó por fin a relajarse.
Bertha, junto con Wilf, a quien el ama de llaves había pedido ayuda, se había esmerado con la comida de navidad. Había hecho dos budines enormes flambeados con coñac y acompañados de nata. Se había ganado el aplauso de los comensales.
Por la tarde jugaron a juegos de mesa, y conversaron entretenidamente. Aunque Flynn, notó Marigold, volvió a estar un poco al margen de ellos, como espectador, una vez más.
Después de un té con todo tipo de acompañamientos, dulces y salados, se reunieron en el salón, donde Flynn se sentó al piano y todos cantaron villancicos antes de que la gente se empezara a marchar.
—No sabía que supieras tocar el piano —le dijo Marigold.
Flynn había puesto la mano de Marigold en su brazo y la había llevado hasta la entrada, donde estaba despidiendo a sus invitados.
Aquel gesto había hecho que el corazón de Marigold se acelerase.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Marigold —respondió él en un tono suave, casi sensual—. Algo que estaría deseoso de enmendar, si tuviera la oportunidad —la miró cálidamente—. Me gusta tocar el piano, y dicen que le saco algún sonido más o menos soportable al trombón. Me gusta el parapente y la pesca submarina. Prefiero el fútbol americano al fútbol inglés o al rugby y detesto el golf. Pero por supuesto hay otras... actividades que me dan más placer que todas las otras juntas.
Ella no quiso preguntar cuáles eran.
—¿La pesca submarina? La he practicado hace tiempo, incluso me dieron un certificado... —dijo ella.
Había convencido a Dean de que hiciera el curso con ella para que pudieran sumergirse en las aguas templadas del Caribe cuando estuvieran de luna de miel. Pero Dean solo había asistido un par de veces, poniendo la excusa de un problema en el oído. Pero a ella le había parecido que tenía miedo. Nunca había logrado superar un nuevo desafío...
—¿O sea que te gusta el agua? No me sorprende. Además de bella, eres valiente.
—No creas que con piropos vas a conseguir nada...
—Eso me gustaría... Pero no son piropos, te lo he dicho antes. Yo solo digo la verdad.
—Eso te hace bastante excepcional... —dijo ella.
—Me alegra que reconozcas eso tan rápidamente...
En ese momento Flynn se puso rígido y miró hacia la carretera.
—¿Quién diablos es ese que conduce como un loco? Ha obligado a Charles a hacer una maniobra peligrosa; casi se sale de la carretera por su culpa. No reconozco el coche.
Marigold siguió su mirada, y entonces tragó saliva. Reconoció el coche. Su conductor no era un hombre, sino una mujer.
Emma iba al volante del coche deportivo que su padre le había comprado el año anterior. Había frenado bruscamente frente a la casa de Flynn, levantando una nube de grava a su alrededor.
—¡Marigold! —le gritó antes de salir del coche—. ¡El viaje ha sido una pesadilla!
—Es Emma —murmuró Marigold, desesperadamente—. Se suponía que no vendría hasta dentro de dos días.
—Tienes suerte —dijo Flynn cáusticamente, observando los ajustados pantalones de piel de Emma, sus tacones de aguja, el cabello rubio teñido y su cara cuidadosamente maquillada.
—Estaba esperando fuera de la cabaña y un hombre me dijo que estabas aquí —continuó Emma mientras se acercaba a ellos, hablando a Marigold, pero con sus ojos verdes fijos en Flynn—. Cariño, tenía que salir de Londres. Oliver y yo hemos tenido una pelea tremenda, y no quiero volver a verlo en mi vida —terminó diciendo dramáticamente, antes de agregar, como si acabase de darse cuenta de su mala educación—: ¡Oh! Soy Emma Jones —extendió la mano hacia Flynn.
Flynn no le dio la mano. Solo asintió con la cabeza y respondió:
—La nieta de Maggie. Eso encaja.
Emma se quedó inmóvil un momento, sorprendida por su actitud severa. Estaba acostumbrada a que los hombres le hicieran reverencias.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Yo era amigo de su abuela y le tenía cariño. Creo que eso lo dice todo.
—¿De verdad? —Emma alzó la barbilla; era obvio que sabía a qué se refería Flynn—. Papá me advirtió de que había tipos muy groseros por aquí...
—Papá tenía razón. Y este individuo grosero en particular, le pide, educadamente, que se marche de su propiedad —dijo Flynn.
Marigold se había soltado de la mano de Flynn.
—Traeré mi bolso. Si quieres esperarme en el coche, Emma.
—Claro —respondió Emma, se dio la vuelta y se apartó.
Marigold corrió a la casa, y agarró su bolso. Encontró a Flynn en el salón, esperándola.
—No tienes que irte.
—Me voy. Sabes que me voy.
—¿Puedo verte mañana? —preguntó él.
—No creo que sea buena idea.
—No estoy de acuerdo. Es una excelente idea.
—Por favor, Flynn...
—¿De qué tienes tanto miedo, Marigold? ¿De mí? Como hombre, me refiero. ¿O hay algo más? ¿Algo en tu pasado relativo a tu ex novio? ¿Te ha tratado mal en algún sentido?
—¿Te refieres a algo más que andar acostándose por ahí con otras? —preguntó con amargura Marigold.
Ella misma se sorprendió de cuánto daño le había hecho aquella historia. No se había dado cuenta antes. No quería verse como a una víctima, pensó furiosamente. Tenía que superar aquello.
—Tengo que irme —gesticuló hacia Emma, que estaba sentada, mirándolos, desde el coche—. Emma está esperando.
—¡Al diablo con Emma!
—Tengo que irme —Marigold salió corriendo hacia el coche, provocando dolor en su tobillo.
Una vez en el coche, Emma salió a gran velocidad. Si bien había manejado la situación con frialdad, era evidente que estaba furiosa.
—¡Qué tipo tan desagradable! ¿Cómo se atreve a hablarme de ese modo? ¿Y qué estabas haciendo tú en su casa? —comentó cuando todavía no habían salido del camino que conducía a la casa de Flynn.
—¿Cómo? No sabía que estaba vedada la entrada en esa casa.
Comprendía que Emma estuviera enfadada, pero no tenía por qué disculparse por estar en casa de Flynn.
—Claro que no lo está —Emma la miró y suavizó el tono—. Solo que no sabía que conocieras al dueño, simplemente.
—Yo no lo conozco... Bueno, no lo conocía. Sucedió así... —le explicó las circunstancias en las que se habían conocido, sin decirle los comentarios de Flynn sobre su familia y ella—. Creo que respetaba mucho a tu abuela, Emma...
—Yo apenas la conocía. Sé que volvió locos a mis padres con su negativa a ingresar en una residencia, y que tenía un montón de animales pulgosos. Pero mi padre venía a visitarla.
—¿Con qué frecuencia venía? —preguntó Marigold.
—De vez en cuando. Ella tenía muchos amigos por aquí.
—Pero no es como la familia, ¿no?
—¡No empieces! —Emma paró al lado de Myrtle. Casi lo roza—. Mi abuela tuvo la oportunidad de ir a un hogar donde la hubieran cuidado y al cual mis padres podrían haber ido a visitarla más a menudo, pero ella insistió en quedarse en la cabaña. Mi padre es un hombre muy ocupado. Tiene un trabajo muy importante. No puede perder tiempo viajando tanto. Además, tienen muchos actos sociales a los que asistir, gente importante, necesaria para el trabajo de mi padre. De todos modos, mi padre y mi abuela no se llevaban bien. Mi padre no pudo ir al funeral de mi abuelo, y mi abuela le dijo que no lo perdonaría jamás.
—¿Por qué no pudo ir al funeral? —preguntó Marigold.
De pronto se preguntó cómo no se había dado cuenta antes de que aquella chica no le gustaba en absoluto.
—Por presiones en el trabajo —respondió Emma—. Hay que hacer sacrificios si quieres ascender...
—Sí, supongo que sí —Marigold abrió la puerta del coche y agregó—: Me voy mañana por la mañana, Emma. Tengo cosas que hacer en casa. ¿Sigues con la idea de vender la cabaña?
—Podría ser —caminaron juntas hasta la puerta. Marigold le dio la llave—. ¿Por qué?
—Me gustaría saber cuánto quieres por ella simplemente.
De pronto no soportó la idea de que Emma fuera la dueña de la cabaña de la joven pareja que había visto en la fotografía. O que se la vendiera a alguien que no apreciara el esfuerzo que la anciana había hecho por seguir allí.
—Con los muebles, las fotos, y todo —agregó Marigold.
—¿Toda esa basura? —Emma la miró como si estuviera loca, y probablemente lo estuviera, reflexionó Marigold—. ¿Para qué quieres todo eso?
—Hace juego con la cabaña simplemente.
—¡Es horrible!
Marigold durmió en el sofá del salón, aunque Emma le ofreció compartir el dormitorio.
A las nueve del día siguiente, ya estaba en camino hacia la ciudad.
Si se hubiera quedado más tiempo, habría peleado con Emma, seguramente. Y no quería que fuera así. No tanto porque eso hubiera hecho que estuvieran más incómodas en el trabajo, sino porque sentía que la vieja Maggie había dejado en sus manos la compra de la cabaña para que la volviera a transformar en un verdadero hogar.
Era gracioso el vínculo que había sentido con la abuela de Emma...
Cuando estaba llegando a Londres, Marigold descubrió que no podía dejar de pensar en Flynn. Había pensado en él toda la noche, y su imagen parecía crecerse con la distancia.
Flynn la había acusado de tener miedo de él. ¿Tenía miedo de él? Era cierto. Aquella mañana había huido. Por primera vez en su vida, había huido de algo, o más precisamente, de alguien. Era cierto que no podría haber permanecido en la cabaña con Emma. Pero debía de haber pasado por casa de Flynn y haberle dicho que se marchaba. Después de todo lo que había hecho por ella, era una descortesía haberse marchado así.
Pero... Aunque no lo había podido admitir hasta aquel momento, habría querido verlo, tanto como no volver a verlo...
¿Pensaba comprar la cabaña de Emma? En ese caso, sería vecina de Flynn...
Todo era muy contradictorio. Por un lado la idea de tener a Flynn al otro lado del valle no le disgustaba... Por otro, si no quería nada con él, no tenía sentido comprar la casa.
Era ridículo. ¡Se estaba angustiando por un hombre al que apenas conocía! Seguramente él no volvería a acordarse de ella cuando descubriese que se había marchado.
Marigold tocó el claxon a un Mercedes que salió de una carretera cercana, y se sintió un poco mejor por sacar un poco de adrenalina fuera.
Si la operación de compra de la cabaña salía bien, estupendo, si no, igualmente quería seguir adelante con la idea de trabajar por su cuenta. Había terminado un ciclo en su vida, y comenzaba otro, y dependía de ella totalmente.
No iba a pensar más en Flynn Moreau. Él formaba parte de un interludio de su vida, parte de la magia de la Navidad, tal vez.
Ahora tenía que enfrentarse a su futuro. Y definitivamente, no quería hombres en su vida.
Marigold se pasó los dos días siguientes limpiando su piso de Kensington, y poniéndose al día con varios trabajos domésticos que llevaba postergando mucho tiempo.
Intentaba no pensar, dejando encendida la radio o la televisión, cualquier cosa que la distrajera del recuerdo de Flynn.
Volvió al trabajo el miércoles por la mañana, con la carta de renuncia en su maletín. Patricia y Jeff lamentaron que ella hubiera decidido dejar el trabajo, pero prometieron hacerle encargos como freelance. Y cuando ella se comprometió a seguir allí hasta fines de marzo, todos estuvieron de acuerdo. Emma estaba de vacaciones hasta después de año nuevo, y Marigold no lo lamentó, aunque quería hablar con ella sobre la compra de la cabaña. Su actitud acerca de su abuela le había molestado mucho.
El primer día de trabajo fue tranquilo. Muchas empresas habían alargado las vacaciones hasta después de Año Nuevo, y por una vez en su vida había vuelto a casa antes de las seis de la tarde. Cuando entró en su piso, el teléfono estaba sonando. Era su madre, que quería que fuera a pasar con ellos la Nochevieja.
Después de contestarle que lo pensaría, una respuesta que no satisfizo a Sandra Flower, Marigold logró colgar, después de veinte minutos de conversación.
Marigold caminó hacia la cocina para prepararse el café con el que había estado soñando en los últimos minutos, pero tocaron el timbre de la puerta.
Fue a abrir, lamentándose por no poder tomar el café.
El trabajo físico de los últimos días la había dejado muy cansada, sumado al dolor que todavía sufría en el tobillo, que a veces la despertaba de noche. Tenía ganas de darse un baño caliente, y de beber un vaso de vino, antes de irse a la cama temprano.
—Hola, Marigold Flower.
Era Flynn, más atractivo, más grande y más seductor que nunca. Parecía cansado, pensó Marigold.
—¿Cómo has sabido dónde vivía? ¿Emma no...?
—No, no ha sido Emma —le aseguró—. Digamos que Emma se dio el gusto de cerrarme la puerta en las narices.
—¡Fuiste muy desagradable con ella! —dijo Marigold débilmente, intentando convencerse de que él estaba allí, en la puerta de su casa.
—Tendría que haber sido más severo aún, y ella lo sabe —respondió Flynn.
—Entonces, ¿cómo me has encontrado?
—Por un proceso de eliminación. No hay muchos Flower en Londres, y tu número de teléfono fue el quinto al que llamó mi secretaria. Tu contestador automático dio el nombre de Marigold... ¿Me vas a invitar a pasar?
—¡Oh, sí, por supuesto! —ella estaba tan sorprendida que casi se tropezó cuando se hizo a un lado para hacerlo pasar.
—Llevo en Londres treinta y seis horas —continuó Flynn—. Me llamaron de una urgencia del hospital —se detuvo en la entrada de su pequeño salón—. Es muy bonito... —dijo.
—Gracias.
Marigold se había pasado un mes entero pintando y empapelando, por las noches, para olvidar el asunto de Dean, el trabajo físico siempre ayudaba. Había elegido colores brillantes para contrastar con su estado de ánimo.
—Me gusta —dijo Flynn—. Hace juego contigo.
Marigold intentó controlar el latido de su corazón.
—¿Para qué has venido, Flynn?
—Para verte. No me has dicho adiós, ¿lo recuerdas?
—¿Has venido aquí para decirme adiós?
—No exactamente —él tiró de ella y la estrechó en sus brazos. Luego le dio varios besos hambrientos.
Aquello produjo una inmediata respuesta dentro de ella. La besó hasta que se quedó sin aliento, y luego levantó la cabeza y dijo con un tono algo burlón:
—No, no exactamente, pero eso ya lo sabes, ¿no? Igual que sabías que te seguiría.
—¡No lo sabía! —exclamó Marigold, indignada.
É1 pareció creerla.
—Entonces, debiste saberlo —respondió él sin sonreír, frunciendo el ceño.
Probablemente, pensó ella. Pero no estaba al tanto de los juegos amorosos de las mujeres con experiencia. Ella se consideraba una mujer vulgar y corriente.
—He venido para preguntarte si podemos conocernos un poco más —él notó la confusión en Marigold—. ¿De acuerdo? Nada serio. Solo salir alguna que otra vez cuando yo esté en Londres. Ir a cenar algunas veces, ver la ciudad, ir al teatro, ese tipo de cosas. Estar juntos sin ningún compromiso.
Marigold lo miró. ¿Qué quería decir aquello? ¿Terminarían en la cama las salidas a cenar? ¿Era eso parte del conocerse más?
—¿Como... amigos? —preguntó ella con voz temblorosa.
—¿Es eso lo que quieres? —le preguntó Flynn mirándola a los ojos.
Ella asintió.
—No estoy preparada para nada más.
Flynn le clavó sus ojos grises. Le agarró la barbilla y respondió:
—Buenos amigos.
El calor de su cuerpo, su fragancia, la estaban embriagando. Y por debajo de todas aquellas sensaciones, sentía la excitación de que la hubiera ido a buscar, de que él estuviera allí. Y se alegraba mucho.
—Voy a preparar café —ella se separó unos centímetros, y después de un momento de tenerla fuertemente agarrada, Flynn la soltó.
—Me parece buena idea —movió los hombros debajo de su abrigo—. Ha sido un día terrible. Un accidente nunca es agradable, pero cuando el herido tiene solo ocho años, es más terrible aún.
—¿Te refieres a la urgencia?
—Sí. Y podría haberse evitado si los padres se hubieran asegurado de que el niño llevaba el cinturón de seguridad. No puedes pensar que un niño de ocho años va a acordarse de ponerse el cinturón de seguridad si está entretenido con su nuevo coche a control remoto.
—Pero, ¿va a ponerse mejor?
—Con dos operaciones en el espacio de treinta y seis horas, y un litro de sangre, sí, se pondrá bien. Pero no fue fácil. Hemos estado a punto de perderlo más de una vez.
—¿Has estado trabajando treinta y seis horas? —preguntó ella, dándose cuenta realmente de lo cansado que podía estar.
—Más o menos. Es un trabajo de todo o nada.
Y él era un hombre de «todo o nada».
—¿Has comido? —preguntó Marigold, alegrándose de haber limpiado la casa y haber llenado el frigorífico.
Flynn sacudió la cabeza.
—Creo que comí algo ayer, pero hoy solo tomé café y galletas. Iba a sugerirte la idea de que fuéramos a cenar si estás libre. ¿Qué opinas?
Ella lo miró.
—¿Has conducido hasta aquí?
—He venido en taxi.
—En ese caso, te traeré una copa de vino mientras te quitas el abrigo. Ponte cómodo —le dijo ella—. Pollo con verduras salteadas, ¿te parece bien? —preguntó Marigold. Y le dio placer ver cómo sus ojos se agrandaban, sorprendidos. Ella no sería Bertha, pero se defendía con la cocina.
—Me parece estupendo —dijo él—. Si estás segura de querer hacerlo...
—Sí, claro —sonrió Marigold—. Siéntate y caliéntate. ¿Vino blanco o tinto?
—Vino tinto, por favor.
Flynn se estaba quitando el abrigo cuando se dio la vuelta. Aquel gesto tan inocente, en aquel hombre cobraba un atractivo sexual.
Pero fue peor cuando volvió de la cocina. Había tomado su palabra y se había puesto cómodo. Se había quitado la chaqueta y se había aflojado la corbata. Tenía desprendido el botón de arriba de la camisa, lo que revelaba una sombra de vello, y estaba viendo una foto de sus padres.
Marigold se quedó petrificada un momento. Luego se acercó.
—¿Tus padres? —le preguntó, inclinando la cabeza hacia la foto.
Marigold asintió, y le dio la copa de vino.
—Fue tomada el año pasado.
Los ojos de Flynn volvieron a la foto de la pareja. Un hombre de pelo cano y gesto serio, del brazo ele una mujer sonriente, pequeña y vivaz.
—Me gusta la foto porque los resume muy bien comentó Marigold con ternura—. Mi padre es abogado, muy correcto y formal, y mi madre... Bueno, mi madre, no. Pero se quieren mucho.
—Se ve. ¿Tienes una relación estrecha con ellos?
—Sí, eso creo. Quizás no tanto desde que me fui a vivir sola, pero era necesario ese cambio, tanto para mi madre como para mí —agregó Marigold—. —Siempre quiso tener muchos hijos, pero hubo complicaciones desde que nací yo. En consecuencia, yo me transformé en el foco de toda su atención, y como somos muy distintas, chocábamos a veces. Pero ahora estamos bien. Ella ha aceptado que soy una persona adulta e independiente, con mi propia forma de hacer las cosas... Bueno, casi siempre —sonrió de lado—. ¿Y tú? ¿Ves mucho a tus padres?
—No mucho —se dio vuelta para mirar la fotografía—. Se divorciaron cuando yo tenía cinco años, se volvieron a juntar cuando tenía ocho y volvieron á divorciarse cuando estaba llegando a la adolescencia. Se han casado varias veces desde entonces. Mi madre se casó con el padre de Celine cuando yo tenía dieciocho años, que es cuando Celine y yo nos conocimos. Era el tercer matrimonio de su padre.
Marigold no sabía qué decir.
—Nuestros padres estuvieron casados tres años, pero, cuando se divorciaron, Celine y yo teníamos una relación estrecha. Supongo que nos comprendíamos mutuamente por tener una infancia parecida.
Marigold asintió. Oír el nombre de la otra mujer le hacía más daño del que se hubiera imaginado, algo que en sí mismo era una advertencia.
—Me criaron en un ambiente de mucho dinero y pocos proyectos —parecía hablar más consigo mismo que con ella—. Necesitaba romper el círculo antes de que me rompiera a mí, por eso mi profesión de médico. Era un modo de hacer algo, hacer algo que durase. El idealismo de la juventud —la miró y sonrió amargamente—. Y al parecer, encontré mi vocación. Fui buen estudiante, y la Neurología siempre me fascinó. Lo demás, como dicen, es historia.
Marigold quería preguntarle más sobre Celine: Cuándo se habían dado cuenta de que se habían enamorado, cuándo se habían comprometido; qué había causado la ruptura. Pero ella se dio cuenta de que aquel intervalo de charla sobre su pasado había terminado, porque Flynn alzó su copa y brindó:
—Por Maggie.
—¿Por Maggie? —lo miró, sorprendida, mientras levantaba la copa.
—Por supuesto. Si no le hubiera dejado la cabaña a Emma, no nos habríamos conocido. Así que debemos dar gracias por ello.
—Si Emma no me hubiera sugerido la idea de ir a pasar la Navidad allí, no nos habríamos conocido —lo corrigió.
—Si crees que voy a brindar por Emma, estás equivocada —sonrió con un gesto muy sensual.
Y ella se sintió derrotada.
—Por Maggie —brindó Marigold, tomando un buen sorbo de vino. Luego, se apartó de él y agregó—: Siéntate y relájate mientras voy a preparar la cena. El mando del televisor está en la mesa baja—se marchó a la cocina.
Cuando el horno estuvo encendido y el pollo dentro, Marigold preparó zumo de limón, con miel y ajo, para hacer una salsa.
Se terminó la copa de vino y se sirvió otra antes de volver con la botella donde estaba Flynn.
Él estaba en el sofá en una posición extraña, como si lo hubiera sorprendido el sueño. Tenía una mano por encima de la cabeza, y la otra sujetando aún la copa vacía. Y ella lo vio vulnerable, indefenso por primera vez.
Dormido parecía diferente. Más joven, un muchacho, con las líneas alrededor de los ojos y de la boca menos pronunciadas. Pero su cuerpo, no. Su ancho torso y fuertes muslos eran los de un hombre, y ni siquiera el sueño podía negar la masculinidad que era esencial a su atractivo.
Marigold se acercó a él. No pudo evitarlo, aun sabiendo que, si ella hubiera estado en su lugar, no habría querido que él la examinara de cerca.
Su traje era muy elegante y se notaba que era caro, al igual que su corbata de seda y su camisa, pero estaba igualmente atractivo cuando llevaba vaqueros y un suéter viejo, como el día que le había llevado el árbol de Navidad.
Marigold miró su boca, ahora relajada, pero tan sensual aún, que le daban ganas de poner sus labios encima de ella. Y esa barbilla cuadrada y dura, masculina como todo lo demás.
¿Cómo sería que aquel hombre le hiciera el amor? Hasta la sola idea le debilitaba las piernas. Su carne desnuda firme y poderosa, el calor de su cuerpo, la fragancia única de los dos compartiendo oleadas y oleadas de placer.
Se arrodilló al lado del sofá, diciéndose que solo quería quitarle la copa de la mano y dejarla a salvo en la mesa baja, para rellenarla de vino para cuando él se despertase.
Así, tan cerca, su aura de masculinidad era turbadora, sensual, una combinación de rudeza y niño pequeño...
Agarró la copa lentamente y la dejó en el suelo, al lado del sofá, sin girarse para dejarla en la mesa. No podía dejar de mirarlo. Su infancia, la ruptura con Celine, las cosas que veía todos los días en su trabajo... debían de haber contribuido a la expresión distante y cínica que ocultaba su semblante cuando estaba despierto.
Le tocó la barbilla muy suavemente con los labios, no pudo resistirse, y como no hubo respuesta, ni movimiento por su parte, se atrevió a moverlos más arriba, en la boca firme. Sus labios eran una escultura tibia. Ella cerró los ojos un momento, sabiendo que tenía que alejarse y volver a la cocina, y cuando los volvió a abrir, unos iris de plata la estaban mirando.
Se sintió incapaz de hacer nada. Se quedó inmóvil. Pero entonces los brazos de Flynn la rodearon y tiraron de ella hasta ponerla un poco encima de él.
—Muy agradable —comentó masculinamente.
La tenía tan fuertemente abrazada, que era absurdo intentar soltarse. Tampoco quería soltarse.
La besó mientras la acariciaba. Exploró su cuerpo, sus curvas, sus valles, con excitación. Ella se estremeció y se echó hacia atrás, exponiendo la curva de su cuello cuando él exploró más abajo, y luego la volvió a besar. El beso fue más desesperado y profundo, y Flynn gimió de placer.
En un momento dado, Flynn movió sus caderas, y ella sintió su erección. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que estaba permitiendo. Se puso rígida. Entonces él le dijo:
—No pasa nada, cariño, está bien. No soy un niño inmaduro que va a insistir para que des más de lo que quieres dar... Relájate...
—Yo... Yo... tengo que ir a ver la cena —Marigold se irguió, casi sin aliento.
Y él no insistió.
—Olvídate de la cena —le dijo él.
—Te he traído más vino —Marigold se puso de pie. Sus mejillas estaban coloradas. Se alisó la ropa y se acomodó el cabello.
Flynn se incorporó.
—Eres muy amable —sonrió él.
—La copa está al lado de tu pie. Sírvete el vino que quieras. Yo iré a ver la verdura y el pollo. No quiero que se queme.
—Dios no lo permita.
Ella sonrió y se escapó a la cocina, furiosa consigo misma. ¿Cómo se le había ocurrido besarlo de aquel modo?, se preguntó, enfadada, y la emprendió con una pobre cebolla, cortándola violentamente.
Le estaba enviando señales contradictorias.
¿La había llamado «cariño»?
Se quedó pensativa. Daba igual, decidió después de un momento de reflexión. Que la llamara como quisiera. Él mismo había dicho que solo quería salir con ella para que se conocieran mejor, cuando estuviera en la ciudad... Recordó aquella erección contra su vientre. Se puso colorada.
Al parecer, el proyecto de conocerse mejor había dado un paso de gigante aquella noche, pero eso había sido culpa de ella, no de él, se recordó. El pobre hombre había estado terriblemente agotado y medio dormido, ¡y ella se había abalanzado sobre él como una ninfómana!
Tomó un sorbo de vino después de gruñir internamente.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó él desde la puerta de la cocina, con voz de somnolencia.
—No, estoy bien —siguió friendo la cebolla y preparó las zanahorias—. Siento haberte despertado —agregó—. No quería hacerlo. Solo iba a servirte una copa de vino... —su voz se apagó. ¡Quién iba a creérselo», pensó.
—Me alegro de que lo hayas hecho... el despertarme así.
Ella sintió la mirada de Flynn en la parte de atrás del cuello, y estaba segura de que estaba sonriendo.
—Como ahora estás despierto, ¿podrías poner la mesa en el salón? —le preguntó Marigold.
Su pequeña mesa de pino estaba en un rincón. Ella casi nunca la usaba, excepto cuando tenía algún invitado, pero era el tamaño ideal para dos.
—Encontrarás manteles individuales y todo lo que te haga falta en el armario —se dio la vuelta y le señaló el armario colgado de la pared, que había al lado de la puerta de la cocina.
—Claro...
Después de servir el pollo y las verduras, Marigold por fin pudo tranquilizarse un poco.
Se dirigió al salón con los dos platos.
—¡Guau! —exclamó él al verla.
Había cocinado mucha cantidad. Le había visto cara de hambre y de cansancio y había querido darle una recompensa.
—Hay tarta de almendras y helado de postre, Comprados en una tienda, me temo —agregó—. Queda un poco de arroz con leche que preparé ayer.
—¿Tienes mermelada de fresa para agregar al ,arroz? —preguntó él, esperanzado.
Luego le ofreció una silla para que se sentara.
Ninguno de sus novios había sido tan caballero.
—¿Mermelada de fresa? Creo que sí.
—Estupendo —sonrió.
Y ella se preguntó cuántas de sus pacientes se enamorarían de él.
Marigold disfrutó mucho de la cena y de su compañía.
La cena terminó con café y coñac. Flynn fue una agradable compañía. La entretuvo mucho con sus historias sobre su vida y su trabajo. Ella sospechaba que su trabajo tenía una parte oscura y menos entretenida, pero no quiso ahondar en sus pesares.
Tenía un gran sentido del humor, y ella descubrió que incluso sabía reírse de sí mismo, algo que la sorprendió. Se reía de su posición y de su estatus.
Cuando dijo que se marcharía, a eso de las once, Marigold se preparó para un apasionado beso de buenas noches. Pero Flynn llamó a un taxi, se puso la chaqueta y el abrigo, le dio un breve beso y fue hacia la puerta.
—¿Me dejas que mañana te invite a cenar en agradecimiento por la cena de hoy? —le preguntó Flynn.
Ella asintió. El beso la había dejado sin aliento.
—¿A las ocho más o menos?
Ella asintió otra vez.
—Buenas noches, cariño —se despidió.
Y se marchó.