Capítulo 6
HABÍA pasado la mitad de la velada ya, y Marigold tenía que admitir que se lo estaba pasando bien. De pronto se sentía ridícula en relación a sus pensamientos sobre Flynn. Claro que para entonces ya se había bebido varias copas de champán, pero eso solo la había relajado un poco, se dijo.
Los amigos de Flynn eran muy agradables y le habían dado la bienvenida. El mismo Flynn era un anfitrión encantador.
La casa era un sueño de Navidad. Estaba decorada tradicionalmente con cintas rojas, y un enorme árbol de Navidad presidía el vestíbulo.
Marigold no se encontró sola en ningún momento, aunque no quiso bailar debido a su tobillo. De forma natural, se había integrado en un grupo de compañeros de trabajo de Flynn de su misma edad, que habían sido maravillosos con ella: divertidos, brillantes. Se conocían todos muy bien.
Flynn había estado cerca y atento a sus necesidades durante toda la noche, si bien no había estado todo el tiempo con ella. Pero su atención la halagaba. Aunque seguramente no se debiera más que a que era un excelente anfitrión, se recordó Marigold.
A medianoche, Santa Claus apareció todo vestido de rojo y la gente se rio viéndolo dejar regalos para todos. Todas las mujeres tuvieron alguna pieza de joyería de regalo y todos los hombres recibieron gemelos.
Marigold vio a Flynn entre la gente e intentó decirle «gracias» por entre medio de las cabezas.
Flynn estaba apoyado en una pared, cerca de donde ella estaba sentada, con los brazos cruzados, con una mirada distante, como si estuviera mirando a todo el mundo desde la distancia, como si se tratase de un científico inspeccionando insectos con un microscopio.
Aquella idea la inquietó. Se excusó y se marchó al aseo de damas rápidamente, escapando de la ruidosa multitud.
Una vez en el aseo que había sido asignado a las mujeres, el de los hombres estaba en el piso de arriba, Marigold se encerró en uno de los cubícalos, y cerró la puerta. Necesitaba un poco de intimidad para digerir aquel torbellino de pensamientos.
El papel de anfitrión perfecto no había sido más que eso, una representación. Ninguno de ellos había sido capaz de ver al hombre de verdad, de ver en qué estaba pensando ni qué estaba sintiendo.
Aquella mirada suya había sido turbadora.
Marigold miró su tobillo, que con su dolor empezaba a recordarle que seguía ahí.
Las mujeres habían rodeado a Flynn aquella noche, incluso los hombres habían buscado su compañía, pero él había estado todo el tiempo ...«ausente», fue la palabra que acudió a su mente. Flynn estaba allí físicamente, pero su mente estaba en otro sitio.
Marigold estaba enfadada consigo misma por sentirse tan afectada por aquello. Cuando volviera a Londres, a su vida normal, todo le parecería real, seguramente.
En aquel momento, alguien entró violentamente al aseo y Marigold oyó el sonido de voces diciendo:
—Pero, ¿quién es esa chica? Seguro que lo sabe alguien, ¿no?
—Querida, tú sabes tanto como yo. Según Flynn, es una amiga, simplemente. Está hospedada en esa pequeña cabaña por la que hemos pasado antes de llegar a su mansión.
Marigold había intentado ponerse de pie para salir de su escondite, pero al oír aquello, se quedó petrificada.
—¿Amiga? Bueno, ¡hay amigas y amigas! —rieron las mujeres, no con mala intención, sino con la picardía suficiente como para que Marigold se pusiera colorada.
—¡Janet! ¡Eres terrible! No sabes si hay algo. De todos modos, no te olvides de que siempre está Celine en el fondo —le advirtió la otra mujer en tono más sobrio—. Quienquiera que sea la chica y sea cual sea la relación que tiene con ella, le sucederá lo mismo que a las demás.
—¡Él es tan atractivo! ¿No? —suspiró Janet—. Una noche con Flynn y seguro que después no te gusta ningún otro hombre...
—¡Janet! —exclamó la otra mujer, en serio, aunque se estaba medio riendo—. ¡Llevas solo seis meses casada! ¡Deberías estar casi de luna de miel! ¡Y pensando solo en Henry! Bien, ya me he arreglado un poco la cara, ¿vienes?
—Sí, pero espera que me pinte los labios...
Hubo una breve pausa antes de que se oyera el ruido de la puerta abrirse y cerrarse otra vez. Y luego el silencio.
Marigold se sentó quieta un momento. Celine. ¡No podía tener un nombre común! Celine, Tamara... ¿Nacían con esos nombres, o se los ponían cuando decidían transformarse en mujeres fatales? O sea que Flynn tenía una Celine en su vida. Una Celine a la que siempre volvía, al parecer.
Marigold se puso de pie lentamente. El enfado empezaba a reemplazar al sentimiento de decepción. Flynn no tenía derecho a besarla si estaba con otra mujer.
Evidentemente, Flynn y esa mujer tenían una relación de esas llamadas abiertas, o tal vez la mujer aguantase lo que fuese porque sabía que siempre volvía a ella...
Marigold se dio cuenta de que tenía los dedos apretados en un puño. Tenía que relajarse, respirar profundamente y abrir la puerta del cubículo. Se mojó las muñecas con agua fría un momento, y luego hizo lo mismo con la parte de atrás del cuello. No tenía razón para enfadarse y sentirse decepcionada, se dijo. Pero lo estaba. Solo la había besado un par de veces, y nada más.
Pero luego frunció el ceño al recordar que Flynn le había dicho que era soltero. Tal vez lo fuera técnicamente. Pero había una mujer en su vida. No había sido totalmente sincero con ella, aunque hubiera dicho que ella solo era una amiga. Al menos esas dos mujeres no sabían si había algo entre Flynn y ella. Y no lo había, por supuesto, ni lo habría, con Celine o sin ella.
Así que saldría y se comportaría como lo había hecho toda la noche. Se reiría, bromearía, y sería simpática, y cuando Flynn la llevase a casa, si la llevaba a casa, porque tal vez enviase a Wilf con ella, le agradecería la invitación a una fiesta tan entretenida, y lo borraría de su vida.
Que Flynn hiciera lo que quisiera con su vida, pero en lo concerniente a ella, se había terminado la relación con él.
Le dejaría claro que ella no fantaseaba nada con él. Al menos así la recordaría como una mujer un poco distinta al resto.
Se pintó los labios y se peinó, se recompuso y salió. ¡Flynn se enteraría de que no era un dios para ella!
Atravesó el salón entre parejas bailando. Había grupos charlando y riendo a un lado de la pista de baile. Todos se lo estaban pasando estupendamente.
—Te he echado de menos —le dijo Flynn en cuanto ella apareció en el salón.
Debía de haberla estado esperando.
—¡Oh, lo dudo mucho! —se rio forzadamente Marigold.
—Entonces, tendré que convencerte de alguna manera de ello —sonrió Flynn—. Busquemos un rincón tranquilo.
Evidentemente, Celine no estaba allí.
—No quiero apartarte de los otros invitados —dijo ella, sonriente, apartándose de él, dirigiéndose al grupo con el que había estado antes.
La historia de Celine era un asunto conocido públicamente, a juzgar por el cotilleo de las dos mujeres. ¿Cómo se le ocurría acercarse a ella de aquel modo delante de todo el mundo?
Ella había supuesto que Flynn insistiría, pero no lo hizo. Se veía que había decidido que no merecía la pena.
La conversación en el grupo en el que se había integrado había pasado a asuntos médicos cuando ella se volvió a acercar.
—Siempre terminamos hablando de lo mismo —dijo una mujer—. ¡Es tan aburrido! ¡Oh, lo siento! No creía... Tú no eres de la profesión, ¿no? —preguntó cuando Marigold volvió a unirse a ellos.
—No.
Marigold se había fijado en la pareja que formaban la mujer que acababa de hablar y su marido, un joven cirujano. La mujer estaba embarazada de unos siete meses, y siempre estaba riendo y abrazando a su marido. ¡Qué envidia le causaba! Ella nunca había tenido prisa por casarse y tener hijos, pero algo en aquella pareja le hizo sentir nostálgica. ¡Debía de ser estupendo estar embarazada del hombre al que se amaba!, pensó con cierta tristeza.
—Bueno, me alegro de que no seas ni médico ni enfermera. Podemos hablar de moda, de peinados, y perfumes... ¡De cualquier cosa que no sea de hospitales y operaciones! —le dijo sonriendo la mujer.
Marigold le sonrió también. Quería concentrarse en la conversación para distraerse de lo que su instinto quería hacer: buscar a Flynn, saber dónde estaba.
A la una, Bertha apareció con vino dulce y tartas. A la una y media los primeros invitados comenzaron a marcharse, algunos a sus habitaciones dentro de la casa, y otros al hotel de pueblo, a unos kilómetros de distancia, donde Flynn, al parecer, había reservado habitaciones. Según la nueva amiga de Marigold, los invitados que se alojaban en el hotel volverían por la mañana para comer en la mansión y tomar el té por la tarde.
Flynn se había unido al grupo unos quince minutos más tarde, pero no le había dedicado especial atención a ella. Había entretenido a la gente con su humor cáustico y su ingenio. Era evidente que era el centro del grupo, y que los demás lo adulaban, aunque a Marigold le parecía que casi lo reverenciaban.
—La oferta de que uses el anexo esta noche sigue en pie —dijo Flynn.
Marigold había ido a dejar una copa y un plato a una mesa que había a un lado de la habitación; y él la había seguido.
—No, gracias —dijo Marigold, intentando mantener un tono ligero y amistoso. Pero hasta a ella misma le había sonado tenso.
—De acuerdo, dilo de una vez, Marigold. ¿Qué te ocurre?
—¿Ocurrir? —se dio la vuelta y lo miró—. Lo siento. No comprendo. Creí que ayer había dejado claror que quería dormir en la cabaña.
Y definitivamente no en su cama. Si creía que iba a usarla para calentar la cama mientras no estuviera Celine, estaba muy equivocado.
—Olvídate de dónde vas a dormir. Yo te he preguntado qué te pasa.
Ella lo miró fijamente y dijo:
—No me ocurre nada.
—Marigold, parte del trabajo de ser un buen cirujano, y yo lo soy, consiste en saber cuándo la gente está tensa y preocupada si no lo dice. Algo ha pasado esta noche, y yo quiero saber qué es.
Su arrogancia era infinita.
—El que no quiera quedarme en tu casa... —«O dormir en tu cama», hubiera dicho— no quiere decir que pase algo. Estoy cansada, eso es todo. Y quiero volver a la cabaña. Pero he pasado un rato muy agradable y te agradezco que me hayas invitado.
—Entonces, ¿vas a venir a almorzar con nosotros mañana? —preguntó él con tono sensual.
—Gracias, pero no. Me duele el tobillo. Así que probablemente me pase el día en cama.
Flynn asintió.
—Te llevaré de vuelta a la cabaña.
—¡Oh, de acuerdo!
Marigold sintió que había ganado. Aquella batalla se la había ganado a Flynn, pensó, mientras se despedía de los invitados.
Entonces, ¿por qué sentía que había perdido?
Porque había perdido ella. Lo supo cuando se subió a su coche.
Flynn encendió el motor, pero no arrancó.
—Vamos a estar aquí hasta que me digas la verdad. Hay mucha gasolina, y podemos quedarnos sentados aquí toda la noche con el motor encendido para que nos caliente el coche. ¿Tienes suficiente calor?
Estaba helada, pero no iba a admitirlo.
—Estoy bien.
Él no la llamó mentirosa, pero agarró una manta del asiento de atrás del coche. Marigold no fingió una protesta cuando él la envolvió con ella. Sus dientes castañeteaban.
Pasaron cinco minutos hasta que volvieron a hablar.
—Esto es ridículo, ¿lo sabes, no? —dijo ella.
—He vivido treinta y ocho años sin que me importe lo que piensa la gente. No pienso empezar ahora —Flynn se giró en el asiento para mirarla.
Aquello era lo más sincero que le había dicho desde que se habían conocido, pensó amargamente Marigold.
—Entonces, vives de acuerdo con tus propios códigos y valores, sin tener en cuenta a nadie más, ¿no? —le reprochó Marigold.
—No me he dado cuenta de eso.
—Pero es la verdad —afirmó ella furiosamente—. Bueno, lo siento, pero ocurre que yo creo en la monogamia en las relaciones de pareja, duren lo que duren.
Flynn achicó los ojos.
—No comprendo. ¿Quieres decir que yo no creo en eso?
—¿Y es que crees en ello acaso?
—¡Oh! —la expresión de Flynn pasó de afable a fría como la noche aquella—. Tengo la impresión de que me han tendido una trampa... Pero no tengo intención de defenderme delante de ti ni de hacer ninguna cosa por el estilo.
Una actitud muy cómoda, pensó Marigold.
—No sé qué diablos tienes en esa cabecita tuya, pero para que lo sepas, la fidelidad es para mí la base de cualquier relación entre un hombre y una mujer, sea una relación estable o no. ¿Satisfecha tu pregunta?
¡Qué hipócrita era!, pensó Marigold. Estaba tan enfadada, que se le estaban olvidando sus buenas intenciones.
—¿Y Celine? —preguntó de pronto—. ¿Coincide contigo? ¿Besa ella también a cualquier hombre que se encuentre en el camino? ¿O la fidelidad para ti es algo distinto de la definición que da el diccionario?
Por un momento, hubo un silencio absoluto.
Sus palabras quedaron flotando en el aire como un eco que los envolvía. Y Marigold supo, antes de que Flynn contestase, que algo iba mal, terriblemente mal. Había cometido un error.
Se preparó para la explosión de ira de Flynn, según anticipaba la expresión de su cara. Se le hizo un nudo en el estómago.
—¿Celine? —preguntó inexpresivamente—. ¿Quién te ha hablado de Celine, y qué te han dicho? —preguntó con una serenidad que era más intimidarte que cualquier otra manifestación de furia.
—Nadie. No ha sido así. No sabían que yo estaba allí... en el aseo... —su voz se apagó. Estaba complicando todo aquello, pensó.
Pero él no había negado que existía una Celine. Marigold tomó aliento y dijo rápidamente:
—Yo estaba en el aseo, y dos mujeres se pusieron a hablar y dijeron... —se interrumpió bruscamente, tratando de recordar las palabras exactas.
—¿Sí? —preguntó él.
—Dijeron que Celine estaba siempre en el fondo, aun cuando tú... estuvieras con otra persona —balbuceó, incómodamente, deseando con todo su corazón no haber empezado aquello.
—¿Qué más?
—Nada, de verdad. Solo que sonó como que... Bueno, como si hubiera habido unas cuantas...
—¿Aventuras? —dijo él.
—Sí. Las otras.
—Entonces, tú deduces de lo que has escuchado detrás de la puerta que yo tengo una amante fija, pero que me gusta tener aventurillas con otras mujeres cada tanto. ¿Es así? Y no te ha parecido pertinente preguntarme directamente a mí. Has preferido mantenerme a distancia toda la noche, ¿no? —preguntó Flynn, enfadado.
Marigold lo miró. ¿Qué había hecho? ¡Oh! ¿Qué había hecho?
—Yo... No te he mantenido a distancia...
—¡No es cierto! —exclamó Flynn, poniendo el motor en marcha, y tomando una curva tan violentamente, que Marigold se asustó.
El gesto de Flynn le advertía que no dijera nada más mientras él conducía de regreso a la cabaña. Marigold se quedó sentada en silencio.
Cuando llegaron, Marigold se alegró de que no se hubieran caído a un dique o chocado contra un árbol.
Flynn se bajó a abrirle la puerta, y extendió su mano para ayudarla a bajar.
Marigold miró su rostro.
—Gracias —le dijo ella débilmente.
Flynn no dijo nada. Solo sujetó su brazo para que ella caminase por el camino de entrada a la cabaña, que estaba cubierto de nieve.
Tuvo que intentar varias veces meter la llave en la cerradura hasta que lo logró. Una vez que la puerta estuvo abierta, Flynn se dio la vuelta y se alejó.
Marigold se quedó mirándolo, con el corazón latiendo aceleradamente, y supo que tenía que decir algo, lo que fuese. No podía dejarlo marchar de aquel modo.
—¿Flynn? —lo llamó con voz temblorosa—. Si lo he entendido mal, lo siento. De verdad. Pero lo dijeron como si... Lo siento —repitió Marigold.
—Creíste lo que quisiste creer.
Marigold abrió la boca para negarlo, pero sus palabras quedaron en su lengua. Flynn tenía razón. Miró a la figura que tenía delante, abatida. Tenía toda la razón del mundo. Podría haber entendido cualquier cosa, pero había querido entender aquello porque necesitaba distanciarse de aquel hombre. Desde el momento en que lo había conocido había representado una amenaza para ella de algún modo.
Como ella se quedó callada, Flynn se dio la vuelta para mirarla. Sonrió débilmente y, como si hubiera leído su pensamiento, comentó:
—No te preocupes. No volveré a molestarte. Puedes disfrutar de tu tranquila navidad —se dio la vuelta y empezó a caminar por el sendero.
—¿Flynn?
No tenía derecho a preguntárselo, pero no podría dormir sin saberlo.
—¿Quién es Celine?
Por un momento pensó que Flynn no le iba hacer caso, pero se detuvo, y de espaldas aún, dijo:
—Celine era mi prometida. Debes de haber oído hablar de ella... Celine Jenet, ¿no te suena?
Marigold había oído hablar de ella. Probablemente no habría una mujer en el mundo occidental que no hubiera oído hablar de la modelo francesa.
—Estuvimos juntos un tiempo hace unos años, pero rompimos una semana antes de la boda. Fue una noticia que interesó a mucha gente en aquel momento. Y probablemente, por lo que has oído esta noche, sigue despertando curiosidad —dijo con un toque de cinismo—. Fue una gran decepción para los medios de comunicación, y también de alguna manera para nuestros amigos y nuestras familias, que nos separáramos civilizadamente y quedáramos como amigos.
Marigold no sabía qué decir, pero daba igual, porque para Flynn la conversación estaba terminada. Se marchó sin volver la cabeza ni saludar con la mano.
Mucho tiempo después de que el todoterreno hubiera desaparecido, Marigold seguía de pie en la puerta. Entró cuando empezó a sentir que se estaba helando.
Celine Jenet. Se sentó frente al fuego en el salón. Había avivado el fuego antes de marcharse a la fiesta. Celine Jenet... Era muy guapa. Alta, ojos grandes, atractiva, sexy, y había sido su prometida. No era de extrañar que aquellas mujeres dijeran que nadie podría competir con Celine. ¿Por qué lo habría dejado ella? ¿Por otro hombre? ¿Por su carrera, tal vez?
Marigold se quedó mirando el fuego. Fuera cual fuera el motivo, no había hecho que Flynn la odiase. Él había dicho que eran amigos, pero eso no quería decir que no deseara que fueran algo más. Tal vez Flynn tuviera esperanzas de que volvieran a estar juntos algún día.
Puso las manos frente al fuego, pero se dio cuenta de que el frío le venía de dentro.
A la que debía odiar sería a ella. Ahora que conocía la explicación, no sabía por qué se había comportado tan mal con él. No solía sacar conclusiones equivocadas sobre la gente. En realidad, solía hacer lo contrario. Si no le hubiera otorgado a Dean el beneficio de la duda en varias ocasiones, se habría dado cuenta de lo que estaba sucediendo mucho antes. Pero con Flynn...
Con Flynn era diferente. Por alguna razón aquel hombre la afectaba más que ninguno.
¡Y ella que había querido pasar una navidad tranquila, recargándose de energía, y recobrando fuerzas para encarar los cambios que quería hacer en el futuro! Deseó no haber ido jamás a la cabaña, o no haber conocido a Flynn, o...
Los golpes en la puerta interrumpieron su línea de pensamiento y la sobresaltaron. Se asustó, pero caminó cojeando hasta la puerta.
—¿Quién es?
—Santa Claus, ¿quién si no? —dijo Flynn con tono de burla.
«¡Flynn!», pensó Marigold.
Abrió la puerta con cierta incomodidad. No había esperado volver a verlo, y se había sorprendido de lo mal que se había sentido ante aquella idea. Pero ahora él estaba allí. No quería decir nada; se advirtió. Después de Celine, ¿cómo iba a poder significar algo aquello?
Cuando abrió la puerta, Flynn se quedó de pie, mirándola. Luego dijo:
—Hola, Marigold, ¿puedo entrar?
—¡Oh, sí, por supuesto! —se sentía tan violenta que no sabía qué hacer.
Una vez que estuvieron en el salón, ella pareció reaccionar y le ofreció:
—¿Quieres tomar algo? ¿Un vaso de vino, café, chocolate caliente?
—Un café.
—De acuerdo.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó él.
—No, quédate sentado. No tardaré.
Marigold estaba excitada. Preparó una bandeja con café y galletas.
Cuando volvió al salón, Flynn estaba sentado en el sofá, frente al fuego. Parecía relajado.
—Solo quería decirte que realmente siento haber supuesto cosas sobre... sobre.... lo que he oído —dijo Marigold, dejando la bandeja en la mesa baja. Flynn la había acercado al sofá antes de sentarse.
—¿Me crees entonces? —preguntó Flynn.
—Por supuesto que sí.
Flynn estaba increíblemente sexy, sentado allí.
—No me digas «por supuesto», porque no hay nada por supuesto. Me ha dado rabia que hicieras caso de gente que no conoces... Oyes un comentario y... El caso es que... mi vida privada es eso, privada, y no me gusta que hablen de ella. No le interesa a nadie, excepto a mí.
Con aquel aspecto tan atractivo, el trabajo que hacía y su aire distante, tenía un magnetismo irresistible para cualquier mujer. Y dudaba que no fuera tema de conversación entre ellas, pensó Marigold.
Aquel pensamiento la estremeció, y puso al descubierto su propia atracción hacia él. No podía creer que Flynn estuviera interesado en ella...
Marigold pensó muy bien lo que iba a decir porque quería aclarar algo con él.
—Flynn, eso que has dicho antes de que yo he querido creer lo que he querido... Bueno, tenías razón, en cierto modo —dijo—. Es que... después de lo de Dean, siento que no podría empezar una... nueva amistad —terminó por decir.
—Creo que los dos sabemos que no era solo amistad lo que yo tenía en mente... —habló serenamente, pero con el tono sensual de otras veces.
Marigold se puso colorada.
Lo que él le estaba ofreciendo era una aventura, una breve relación. Y probablemente, desde su punto de vista, eso estaba bien. Según lo que había oído en el aseo de señoras, Flynn había tenido muchas relaciones pasajeras después del compromiso con Celine. Pero, ¿cómo era posible recuperarse después de una relación con Flynn Moreau? Las otras habrían podido; ella dudaba que fuera capaz de hacerlo.
—El asunto es... —Marigold dejó la frase en el aire. No sabía cómo hacerle comprender—. La cosa es...
—¿La cosa es qué?
—Esas mujeres... Dijeron que habías tenido otras relaciones desde que habías roto con Celine; todas temporales —agregó al final—. Y no está mal —agregó rápidamente—. Si eso es lo que tus amigas y tú queríais. Pero no creo que yo sea así. Además, es demasiado pronto para mí después de la relación con Dean como para empezar a pensar... Y tú eres rico, un hombre de éxito, que conoce gente nueva todo el tiempo... Y yo soy ...
—Encantadora —dijo Flynn.
Flynn se había puesto de pie. Se acercó y la estrechó en sus brazos. Ella lo miró. A él parecía divertirle aquello.
—Flynn...
Él la acalló besándola, simplemente. Ella se puso rígida, decidida a no dejarse llevar por el placer de estar en sus brazos, por su fragancia masculina, por el contacto con su cuerpo, pero supo que estaba perdida.
El problema era que él besaba tan bien... se dijo Marigold. No había conocido a nadie que besara como Flynn.
Marigold suspiró. Él la besó más profundamente, arrancándole una reacción de deseo que no era capaz de controlar.
Ella empezó a sentir que se derretía, como antes, y aunque el poder de Flynn sobre sus sentidos le daba miedo, era tan placentero todo aquello, que ella se amoldó a su cuerpo, con hambre de más.
Nunca se había considerado una persona fría, pero antes de conocer a Flynn, las caricias, la sexualidad, habían sido una experiencia agradable, en el mejor de los casos, y algo que le había producido irritación, en el peor, si ella no estaba de humor.
Pero aquello... Era como las cosas que se leían en las novelas: algo que le hacía perder la cabeza, un mareo de sensaciones... Y aunque le pesara, se alegraba de poder experimentar tal pasión. En brazos de Flynn, se sentía deseable, y muy femenina, la mitad de una pieza compuesta de dos partes.
Flynn le besó el cuello suavemente. Ella se estremeció de gozo, y su cuerpo se arqueó hacia atrás.
Él siguió su movimiento inclinándose sobre el cuerpo femenino. Le besó las orejas, los párpados, y siguió su recorrido hacia la boca, que se abrió obedientemente al sentir sus labios cerca. Sus manos se habían deslizado por debajo de su top de encaje. Le acarició la cálida piel de seda de su cintura antes de deslizarse hacia arriba y acariciarle los pechos por debajo de su sujetador de encaje blanco.
Marigold, por su parte, había enterrado sus dedos en su cabello negro. Le masajeó el cuero cabelludo en sensual abandono, algo que la habría sorprendido si hubiera sido capaz de pensar coherentemente.
La boca de Flynn se había abierto paso entre sus labios, y estaba saboreando la dulzura interior con delicados movimientos, causándole vibraciones eléctricas. Ella reaccionó temblando contra su cuerpo.
Marigold estaba embrujada, buscando ávidamente algo que nunca había tenido, pero que ahora sentía que estaba a su alcance.
La respiración de Flynn era pesada cuando por fin alzó la cabeza y dejó de besarla. Aún la estaba abrazando.
Marigold abrió los ojos. Él la estaba mirando, y en un momento de locura le hubiera rogado que le hiciera el amor de verdad; que la acompañara al dormitorio y que compartieran la gran cama, donde el fuego iluminaría sus cuerpos desnudos, y el mundo exterior se desvanecería por completo.
Aquella imagen fue suficiente para sacarla de su estupor y traerla de nuevo a la realidad. Y él se dio cuenta porque puso una expresión dura.
—Lo estás haciendo otra vez —murmuró suavemente Flynn.
—¿E1 qué?
—Pensar en lugar de sentir.
Ella se echó hacia atrás, y se separó de aquel ancho pecho. Él la soltó inmediatamente:
—¿Desprecias la razón? —preguntó ella—. Creí que era algo necesario en tu trabajo.
—Hay un tiempo y un lugar para todo —sonrió sensualmente, y ella se derritió.
—Flynn...
—Lo sé, lo sé —la interrumpió, alzándole la barbilla para mirar sus ojos azul violáceos—. No estás preparada para una relación. Es demasiado pronto. Tenemos estilos de vida muy distintos, ¿no?
Marigold asintió temblorosamente.
—Sí.
En tres días aquel hombre había puesto su vida patas arriba. ¿Cómo lo había hecho?, se preguntó Marigold.
Debía admitir que, de no haber sido por la imagen de Celine, tal vez hubiera tirado por la borda toda cautela y se hubiera dejado llevar.
—Marigold, ambos sabemos que si yo no hubiera parado hace un momento, estaríamos haciendo el amor en la alfombra, frente al fuego —dijo Flynn.
Marigold se puso rígida, enfadada con él por decir la verdad.
—Si tú crees eso, ¿por qué has parado? —lo desafió.
—Porque este no es el momento ni el lugar —respondió él—. Y contrariamente a lo que puedas pensar, para mí eso es importante. Hay algo entre nosotros que no puedes negar. Es algo que ha surgido desde el primer momento que nos vimos, y solo puede derivarse una sola cosa de semejante atracción física. Pero tú tienes que aceptarme en tu vida antes de aceptarme en tu cuerpo. Comprendo que una mujer como tú necesite que sea así. Si no, te haría sentir mal.
Marigold lo miró a los ojos, impresionada por lo directo que era. Al parecer, para él, una aventura entre ellos era cuestión de tiempo solamente.
—No puedo creer que digas esto... —dijo ella débilmente.
—¿Por qué? —preguntó inocentemente Flynn. Se dio la vuelta y sirvió dos tazas de café. Luego agregó—: ¿Leche y azúcar?
—Flynn, es como si no hicieras el menor caso a lo que te acabo de decir —afirmó ella.
—He tenido en cuenta todas tus objeciones, pero tengo predilección por la verdad, Marigold, y a lo que te estás oponiendo es a la verdad.
Marigold lo miró, desesperada. ¡Él tenía respuesta para todo!
Abrió la boca para contestarle, pero luego decidió que no valía la pena. Flynn siempre le ganaba las batallas verbales. Pero daba igual. Él le había dicho que no la presionaría. Que esperaría a que ella lo aceptara en su vida primero, así que era muy sencillo. Se mantendría en guardia los siguientes días que permaneciera en Shropshire, y eso sería todo. No habría contacto, ni llamadas telefónicas ni nada. Sería implacable con Flynn. Porque tenía razón. La atracción física entre ellos era terriblemente poderosa, y era muy arriesgado jugar con ese fuego. Al menos, para ella.
—Leche y dos azucarillos, por favor —respondió dulcemente ella.
—¿Qué? —preguntó él.
Marigold se alegró de que por una vez lo desconcertara.
—¡Ah, sí! El café... —agregó luego Flynn.
Flynn no recibiría más que café, se dijo Marigold, aunque una voz interior le recordó que solo sería así hasta que volviera a besarla...