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El cómic hoy. La llegada de la novela gráfica

LA ÚLTIMA DÉCADA DE MAINSTREAM ESTADOUNIDENSE

El nuevo siglo supuso para Marvel y DC mucho más que un simple cambio de fecha. Tras los tormentosos noventa, ambas se disponen a afrontar una nueva época, en la que se asume que el cómic de superhéroes ha dejado de ser un entretenimiento infantil y popular, y que las ventas, por tanto, jamás recuperarán las cifras del pasado. La recesión del mercado al menos se estabiliza, y las adaptaciones cinematográficas de los personajes, que viven una auténtica edad de oro, garantizan la viabilidad de las franquicias. En lo que llevamos de siglo hemos visto en la gran pantalla películas protagonizadas por Batman, Spider-Man, Superman, los Vengadores o los X-Men, entre otros. Son cintas de gran presupuesto, con repartos de actores de prestigio y directores reputados a los mandos, y los resultados quedan lejos de la mayor parte de los primerizos intentos de llevar al cine a los superhéroes, algo que, en realidad, fue una aspiración de las compañías que poseen sus derechos desde siempre.

El principal artífice del cambio en Marvel fue Joe Quesada, dibujante que ya pasó por la editorial en los noventa y que se convertirá en editor jefe tras la experiencia de la línea Marvel Knights un par de años antes. Quesada tiene claro que hay que actualizar los personajes para el siglo XXI, y que eso pasa por renovar la plantilla de arriba abajo y dejar que entren autores con ideas nuevas que contar. Viejos conceptos como la continuidad no son importantes frente a la imperiosa necesidad de ofrecer contenidos adecuados a los adultos que ahora componen la gran masa lectora de Marvel, y por eso no tiene reparos en ofrecer algunas de las series más emblemáticas a autores que distaban mucho de ser expertos en su historia, pero que tenían amplia experiencia en campos ajenos, como el cine, la televisión, la literatura o el cómic independiente.

J. M. Straczynski, guionista de la teleserie Babylon 5, renovará The Amazing Spider-Man; Brian Michael Bendis, Daredevil y The Avengers; Grant Morrison, hasta ahora guionista estrella de DC Comics, hará lo propio con X-Men.

Por su parte, DC Comics se encomendó a los grandes eventos editoriales y a los cross-overs, diferentes Crisis que sacudían constantemente el universo de ficción. El guionista Geoff Johns, encargado de revitalizar a Green Lantern, acabo siendo el principal artífice de los grandes planes editoriales. El novelista Brad Meltzer fue contratado para guionizar Identity Crisis (Crisis de identidad), dibujada por Rag Morales, una serie que destapaba un gran secreto del pasado de la Liga de la Justicia y que oscureció sustancialmente el tono de casi todas las series de DC. Como si quisiera rebelarse contra ello, Grant Morrison dio vida, junto con Frank Quitely, a una de las mejores obras sobre Superman que se han escrito: All Star Superman, donde el héroe se muestra en su versión más pura y luminosa. El mismo guionista condujo una larga etapa del otro personaje estrella de la editorial, Batman.

En realidad, muchos de los cambios de Marvel y DC en los últimos años tienen su explicación en un suceso del mundo real: el atentado contra las torres del World Trade Center de Nueva York en septiembre de 2001. El ataque terrorista que conmocionó al país tuvo un impacto profundo en todas las manifestaciones culturales, y el cómic no fue una excepción. Hubo numerosos especiales de diferentes editoriales que recaudaban fondos para las víctimas, pero incluso las series regulares de Marvel reflejaron esto. Casi de inmediato, el recién llegado Straczynski y John Romita Jr. dedicaron un número de The Amazing Spider-Man al atentado, donde se hacía eco del discurso oficial de la presidencia y confrontaba la colorida ficción de unos héroes que habían salvado el mundo mil veces con la oscura realidad.

Como resultado de ese choque, la mayoría de las series ensayan un realismo relativo, que busca endurecer a sus superhéroes haciéndoles adoptar métodos más expeditivos. La destrucción masiva y la lucha contra grupos terroristas se convertirán en constantes. Esta tendencia llegará a su máxima expresión en la saga de Civil War (2006), en la que el guionista Mark Millar enfrenta a los héroes de Marvel en un violento conflicto con dos bandos: los que aprueban la decisión del gobierno de registrar y dirigir a todos los superhumanos, con Iron Man al frente, y los que lucharán por seguir siendo independientes y anónimos, con el Capitán América como líder. Como fondo de este cross-over está, obviamente, el debate de las libertades civiles frente a la seguridad nacional. En el marco de la saga, dos acontecimientos con amplia repercusión en la prensa internacional tendrán lugar: el desenmascaramiento público de Spider-Man —deshecho poco después gracias a un reinicio parcial del personaje— y la muerte del Capitán América, en una excelente etapa de su serie regular a cargo de Ed Brubaker.

Spider-Man contempla las ruinas de las Torres Gemelas tras los atentados del 11-S, por J. M. Straczynski y John Romita Jr. ©Marvel Comics

En los últimos años, DC ha vuelto a revolucionar su universo con un nuevo reinicio del mismo, que arrancó en el evento The New 52, que consistió en el cierre de todas las cabeceras y la aparición de cincuenta y dos nuevas. Marvel, por su parte, multiplica las series protagonizadas por los Vengadores y los X-Men, sus dos franquicias más exitosas, pero además deja espacio para series más personales, donde sus autores puedan desarrollar sus historias con mayor libertad al estar exentos de participar en los grandes eventos, y casi siempre con estilos de dibujo poco frecuentes en el mainstream. Uno de los mejores ejemplos es Hawkeye (Ojo de Halcón), obra del guionista Matt Fraction y de los dibujantes españoles David Aja y Javier Pulido.

Con las cifras de venta de los comic-books en su nivel más bajo de la historia, tanto DC como Marvel parecen haberse encomendado al cine como máxima fuente de ingresos. Tiene sentido, dado que la primera pertenece a Warner y la segunda a Disney.

UNA NUEVA FORMA DE HACER Y PUBLICAR CÓMICS

Hemos recorrido el largo camino que separa los garabatos de Töpffer de la efervescencia de la novela gráfica contemporánea, de esa situación que anunciábamos en la introducción de este libro en la que el cómic se ha convertido en un medio adulto a la altura de cualquier otro. Junto con las temáticas y los géneros tradicionales, pueden encontrarse cómics que tratan prácticamente cualquier tema, desde todos los puntos de vista imaginables. El cómic ha entrado definitivamente en la normalidad del mercado cultural y puede encontrarse en grandes superficies y librerías generalistas. Grandes autores de diferentes generaciones han hallado la libertad creativa necesaria para dibujar los cómics que quieren dibujar, ni más ni menos. Lo que hace este momento para leer cómics realmente apasionante es la confluencia de todas esas generaciones y la aparición de muchos jóvenes talentos que siguen sus pasos.

En cuanto al mercado, junto a la pervivencia de la mayoría de las editoriales clásicas de cómics se han dado dos fenómenos que marcan en buena medida el ritmo del cómic de autor contemporáneo.

El primero es la definitiva entrada de editoriales literarias en el negocio de la novela gráfica. Hemos ido viendo algunos antecedentes puntuales, pero será en el nuevo siglo cuando se consolide su apuesta por el cómic. Es el caso de Pantheon Books en Estados Unidos, Random House/Mondadori en varios países donde está presente, Devir en Brasil, y Alfaguara o Salamandra en España.

El segundo es el resurgir del espíritu underground adaptado a nuestros tiempos: la autoedición como forma de subsistencia en aquellos países donde el entramado comercial ha desaparecido o es hermético a nuevas propuestas experimentales. Colectivos de todo el mundo, incluso de países sin excesiva tradición previa de historieta, editan fanzines que gracias a internet pueden vender más allá de sus fronteras. El asociacionismo, los eventos alternativos y la colaboración constante entre diferentes grupos que suman fuerzas se han convertido en las señas de identidad de un movimiento heterogéneo e ilusionante, que tiene quizás su máximo exponente en la small press estadounidense, término que engloba a todos los pequeños autoeditores que sacan adelante sus proyectos siguiendo la máxima del do it yourself.

LA NOVELA GRÁFICA ESTADOUNIDENSE

El cómic estadounidense es la mejor muestra de la confluencia de generaciones. Ahí tenemos al maestro del underground, Robert Crumb, a quien tras años de carrera a sus espaldas no se le ocurre otra cosa que adaptar el Génesis bíblico en una extraordinaria novela gráfica que publicó en 2009, en un solo volumen y sin serialización previa, pues los días de las revistas parecen haber terminado, salvo contadas excepciones. Eddie Campbell, afincado en Australia, prosigue con su obra autobiográfica monumental, que alterna con proyectos más breves. Los hermanos Hernandez, Daniel Clowes, Charles Burns, Seth o Chester Brown siguen siendo los nombres más respetados del cómic adulto estadounidense, y, como hemos ido adelantando en anteriores epígrafes, han publicado en los últimos años algunas de sus mejores obras. También es el caso de Chris Ware, buscador incansable de nuevos caminos, convertido en el faro de su generación. Su ansia experimentadora se explica mejor que de cualquier otra forma diciendo que su última creación es Building Stories (Fabricar historias), una caja que contiene multitud de tebeos en todos los formatos imaginables.

Por supuesto, en estos últimos diez años han ido apareciendo muchos jóvenes autores que, inspirados por los anteriores, han ayudado a forjar este gran momento. Uno de los más destacados es Craig Thompson, que saltó a la fama con Blankets, una obra de carácter autobiográfico en la que contaba varias experiencias de su adolescencia, incluido su primer amor, con un estilo gráfico elegante y rico en metáforas, y un tono lírico que consiguió atraer la atención del gran público. Tras un largo proceso de realización, Habibi, su segunda obra de calado, demuestra que el prometedor autor de Blankets se ha convertido en una realidad inapelable, con un relato entre lo histórico y lo mítico ambientado en el Próximo Oriente, donde indaga en la naturaleza del mito, la sexualidad y el amor.

Una muestra de Fabricar historias de Chris Ware (Random House, 2014). ©Chris Ware

Otra autora que profundiza en su pasado familiar es Alison Bechdel. En Fun Home cuenta cómo descubrió su homosexualidad siendo una adolescente, mientras explora la difícil relación con su padre, homosexual a su vez en secreto. El libro atrajo la atención de los medios y la crítica literaria, y lo mismo sucedió con su segunda obra, Are you my mother? (¿Eres mi madre?), que en esta ocasión diseccionaba la relación con su madre en clave psicoanalista.

También se ha prodigado el cómic costumbrista encuadrado en lo cotidiano, en el día a día de sus autores. A esta tendencia pertenecen dos nombres que comparten un dibujo alejado del buen acabado y de los cánones clásicos. El primero es James Kochalka, que desarrolló su saga American Elf entre 1998 y 2013 como un enorme diario personal, del que dibujó una página al día. El segundo es Jeffrey Brown que ha conseguido calar en un público que lejos de preocuparse por sus carencias técnicas, abraza su sinceridad directa. En la mayoría de sus obras relata su vida cotidiana, como Kochalka, aunque también ha encontrado todo un filón en los cómics sobre gatos.

Otro de los grandes nombres del cambio de siglo, Joe Sacco, se dedica a hacer algo totalmente diferente. Sacco es un caso especial, porque no es ningún jovencito y, de hecho, ya dibujaba en los ochenta, por ejemplo, en American Splendor de Harvey Pekar. También se dedicó a dibujar cómics sobre el mundo del rock, una de sus pasiones. Pero en 1993 todo cambió con la publicación de Palestine (Palestina), una obra diferente a cualquier otra cosa que se hubiera visto antes, en la que Sacco contaba en viñetas su experiencia como reportero en la franja de Gaza. En los años siguientes, Sacco continúa explorando las posibilidades del cómic periodístico, y perfecciona su estilo y la manera en la que mostraba a sus lectores sus investigaciones. Safe Area Gorazde (Gorazde: zona protegida) mostraba la situación de la población civil de Bosnia tras la guerra de los Balcanes, y su gran obra maestra, Footnotes in Gaza (Notas al pie de Gaza), vuelve a Palestina para narrar la investigación de un crimen de guerra sin resolver. Los trabajos de Sacco le han valido el reconocimiento internacional, y aunque asegura renunciar a la objetividad, el rigor de su investigación y su pericia a la hora de convertirlas en cómics lo convierten en uno de los autores fundamentales de la actualidad.

Detalle de una viñeta de Notas al pie de Gaza, obra de Joe Sacco (Random House, 2010). ©Joe Sacco

Por supuesto, la definitiva implantación de la novela gráfica adulta en el mercado no ha anulado otras corrientes del mismo. Los superhéroes de Marvel y DC siguen publicándose. Lo hacen ya sin las trabas de la Comics Code, con tonos más adultos y realistas, recurriendo como siempre a grandes eventos editoriales y cross-overs para atraer la atención del fandom, que pese a ello es cada vez más reducido, y han encontrado la vía perfecta para llegar al gran público a través de otro medio: el cine. Otras editoriales más pequeñas compiten por una parcela de mercado con series de calidad variable, aunque algunas de ellas han dado cobijo a algunos de los más afamados guionistas y dibujantes del mainstream, cansados de lidiar con las dos grandes. Es el caso de Warren Ellis o Garth Ennis, que publican sus trabajos en Avatar, o de Alan Moore, que, harto del mercado del comic-book, publica con la pequeña Top Self The League of Extraordinary Gentlemen, junto con el dibujante Kevin O’Neil, una divertida relectura de los iconos de la cultura popular desde el siglo XIX hasta nuestros días.

LA NOVELA GRÁFICA EN FRANCIA

Mientras tanto, el mercado franco-belga se renueva en modos muy similares. La BD industrial, la de las grandes editoriales como Delcourt o Dargaud, sigue viento en popa a toda vela, y los nombres consagrados, los Uderzo, Bourgeon, Van Hamme, Bilal y Hermann siguen publicando cómics con un enorme éxito de ventas. El más grande de los autores franceses, Jean Giraud/Moebius, demostró hasta su fallecimiento en 2012 que lo seguía siendo, principalmente con una serie, Inside Moebius, en la que con la frescura e innovación de un veinteañero rompía con todas las reglas preestablecidas y se reinventaba de nuevo como autor, en una brillante reflexión sobre la ficción, los personajes, la identidad del artista y el acto mismo de la creación.

También se ha incrementado el número de autores extranjeros que trabajan para editoriales francesas, por ejemplo, un buen puñado de españoles que desde fines de los ochenta, con la debacle del mercado autóctono, emigraron al país vecino para poder ganarse la vida con el dibujo. Es el caso de Sergio Bleda o Tirso Cons, o del binomio formado por José Robledo y Marcial Toledano, autores de Ken Games. El veterano guionista Felipe Hernández Cava y el dibujante Bartolomé Seguí publicaron Las serpientes ciegas. Pero, sin duda alguna, los más exitosos son Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales, creadores de Blacksad, una serie de género negro protagonizada por un carismático detective gato de los años cincuenta, y que tiene ventas millonarias y varios premios en su haber.

La nueva generación de autores nacida de L’Association se ha convertido a su vez en estrellas, y muchos de ellos han comenzado a publicar con las grandes editoriales, tras su ruptura con Menu, que sigue al frente de su proyecto. Sfar, David B. o Marjane Satrapi han conquistado el éxito comercial, pero lo han hecho bajo sus propios estándares, desde la libertad autoral y sin asumir los férreos cánones de la BD, que ahora, gracias a ellos, lo son un poco menos. Esto ha hecho posible que en la última década aparezcan nuevos autores que siguen sus pasos.

Christophe Blain inició su carrera profesional colaborando con algunos de los autores salidos de L’Association, como David B., o Trondheim y Sfar, con los que dibujó varios álbumes de La mazmorra. Es un virtuoso de un talento inmenso, pero alejado de los clásicos, cuyas obras en solitario son en un principio reinvenciones de los géneros tradicionales en clave iconoclasta. En Isaac le pirate (Isaac el pirata) revisa el género aventurero típico de la BD de los ochenta, mientras que en la posterior Gus hace lo propio con el western. Sus últimos trabajos van por derroteros completamente distintos, y destaca Quai d’Orsay, una sátira política centrada en la figura de Dominique de Villepin.

Otro de los más destacados y jóvenes autores es Bastien Vivès, que debutó con solamente veintidós años con su primera obra larga. Dotado, como Blain, de un enorme talento para el dibujo, no cesa de experimentar con él en cada nuevo tebeo. Sus cómics huyen del argumento elaborado y se centran en los sentimientos y las emociones. Le goût du chlor (El gusto del cloro), Amitié étroite (Amistad estrecha) o Polina puede ser lo más destacado hasta el momento de su abundante producción.

Una página de Gus, el atípico western de Christophe Blain (Dargaud, 2008). ©Christophe Blain y Dargaud

UN MOVIMIENTO GLOBAL

Uno de los rasgos más interesantes del nuevo cómic adulto es su internacionalidad. En la última década, han ido apareciendo autores de primera línea en países sin demasiada tradición previa, que han atravesado sus fronteras para ser publicados y conocidos en otros mercados.

Uno de los mejores ejemplos es el noruego Jason. Aunque empezó a publicar cómics en los ochenta, fue tras el cambio de siglo cuando su fama comenzó a crecer fuera del frío norte. Recurriendo a animales antropomórficos y con un estilo de dibujo pulcro, Jason dota de una dimensión extraña a sus relatos, muchos de los cuales juegan a la redefinición de géneros como el negro o la ciencia ficción. Aunque por mucho que sus tebeos tengan nombres tan marcianos como Yo maté a Adolf Hitler, El último mosquetero o Los hombres lobo de Montpellier, en realidad, lo importante es la exploración psicológica, que Jason aborda sin grandes discursos; de hecho, sus cómics son parcos en diálogos, o incluso, muchos de ellos, mudos. Sus personajes, inexpresivos a priori, acaban diciendo mucho más por lo que callan, y el silencio se convierte en la mejor arma del autor para construirlos.

Otro autor importante en estos últimos años, aunque más joven, es Frederik Peeters, un suizo que saltó a la fama en 2001 con la publicación de Pilules Bleues (Píldoras azules), uno de los tebeos que más ha influido en la llegada del cómic al público masivo. Se trata de una historia autobiográfica en la que Peeters cuenta su relación con una mujer seropositiva y su hijo, también enfermo. Su mirada está llena de sensibilidad, pero escapa de la sensiblería a través del humor y del realismo con el que afronta la convivencia cotidiana con el sida, al que despoja de tópicos desfasados. Sorprendentemente, tras Píldoras azules, Peeters opta por abandonar la línea de la autobiografía costumbrista y se lanza a los géneros puros y duros, que aborda sin el ánimo rupturista y posmoderno de otros autores de BD, pero manteniendo siempre su tono característico. En colaboración con un expolicía dibuja RG, una historia policíaca basada en hechos reales. Pero sus dos mayores éxitos tras Píldoras azules han sido Lupus y Aama, dos series —la segunda de ellas aún en marcha— de ciencia ficción con toques de slice of life.

Gipi es un extraordinario dibujante italiano, con un gran dominio de la lengua y una habilidad especial para mezclar autobiografía con ficción. Lo demuestra en cómics como S, Apuntes para una historia de guerra y sobre todo en Mi vida mal dibujada. Se alejó del medio para dedicarse al cine, pero recientemente ha vuelto a dibujar novelas gráficas.

Cubierta de la edición española de Mi vida mal dibujada de Gipi (Sins Entido, 2008). ©Gipi y Coconino Press

Por último, nos acercaremos a otro de los fenómenos editoriales de la década: los libros de Guy Delisle. Aunque es de nacionalidad canadiense, Delisle ha publicado originalmente casi todos sus cómics en el mercado franco-belga de la mano de L’Association o Dargaud. Con un estilo sencillo y amable, ha contado sus experiencias en diferentes países del mundo acompañando a su mujer, colaboradora de Médicos sin Fronteras. Así, ha aportado a Occidente una mirada nueva y clarificadora de la vida en China (Shenzhen), Corea del Norte (Pyongyang) o Birmania (Crónicas birmanas).

EL RENACER DEL CÓMIC LATINOAMERICANO

La última vez que nos acercamos a la realidad de la historieta latinoamericana, las expectativas no eran demasiado halagüeñas. Hablábamos de destrucción del tejido industrial, de autores que se marchaban a otros mercados, de desaparición de revistas. Es una deriva paralela a la de otros países, entre ellos España, como veremos. Pero en el nuevo siglo, animados por la posibilidad de realizar cómics con libertad autoral, sin ceñirse a las exigencias de una industria, van a aparecer muchos jóvenes autores que alegrarán la cara del cómic latino.

En Argentina, como ya adelantamos, vuelve a publicarse la revista Fierro a partir de 2006, de la mano de Juan Sasturáin. Pero ya incluso en los noventa había empezado a gestarse una escena de autoedición muy interesante, y que va a dar muy buenos frutos en fechas recientes. A ella podemos adscribir a Berliac, un autor de carácter experimental que además desarrolla una intensa labor como crítico. Diego Parés es otro buen ejemplo de autor inquieto y forjado en el fanzinismo de los noventa. Mientras estos autores experimentan en los márgenes, el mercado mainstream se va surtiendo de novelas gráficas y tomos, cada vez más frecuentes. Ahí encontramos, por ejemplo, Sol de noche de Guillermo Saccomanno y Patricia Breccia —hija de El Viejo y hermana de Enrique, por supuesto—, o Shankar, de Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena.

Power Paola es una autora ecuatoriana afincada en Buenos Aires que ha partido de los fanzines para publicar recientemente una novela gráfica, Virus tropical, un apasionante relato autobiográfico que la convierte en uno de los valores más que tener en cuenta del panorama internacional.

Página de Virus tropical, la novela gráfica de Power Paola (La Silueta Ediciones, 2011). ©Paola Gaviria

En Perú, Jesús Cossio dibujó una novela gráfica documental sobre la dictadura peruana: Barbarie. Cómics sobre la violencia política en el Perú (1985-1990). También de Perú, aunque afincado en España desde hace años, es el dibujante e ilustrador Martín López Lam, uno de los más inquietos autoeditores del momento, que ha publicado Parte de todo esto, una antología de historias ambientadas en su tierra natal.

Uruguay es otro país donde el cómic está viviendo una buena época. Allí muchos autores se han podido beneficiar en los últimos años de las subvenciones que otorga el gobierno a actividades culturales. El escritor, periodista y guionista Rodolfo Santullo publicó junto con el dibujante Marcos Vergara Cena con amigos, una historia policíaca, y Los últimos días del Graf Spee, que recrea la batalla del Río de la Plata que tuvo lugar en Uruguay en el marco de la Segunda Guerra Mundial.

Las escenas editoriales de Chile y Brasil también se han animado en los últimos años gracias al auge del cómic de autor. En el primero, Marcela Trujillo, alias «Maliki», dibujó Las crónicas de Maliki 4 Ojos, un relato con claves autobiográficas y un detallado dibujo de influencias alternativas americanas. En Brasil hoy se editan más libros de cómic que nunca. El guionista Fábio Moon y el dibujante Gabriel Bá son dos de los principales animadores del medio. Ambos trabajan para editoriales estadounidenses —Daytripper fue publicada por Image—, pero directamente para el mercado brasileño han producido, por ejemplo, la adaptación gráfica de la novela de Machado de Assis, O Alienista.

En México ya vimos como la potente industria editorial enfocada al lector infantil o juvenil se había venido abajo casi por completo. Sí sobrevive hasta la actualidad el cómic erótico, pero el mercado está prácticamente copado por las ediciones de material extranjero, sobre todo manga y cómics de superhéroes estadounidenses. Sin embargo, como en el resto de Latinoamérica, el cómic de autor se abre camino. Y aquí vamos a mencionar como precedente el cómic Operación Bolívar, publicado en los noventa y obra de Edgard Clement, y que fue una de las primeras obras largas que trató temáticas sociales. En los últimos años han aparecido muchos jóvenes autores, de los cuales vamos a nombrar, a modo representativo, a Bernardo Bernárdez, alias «Bef», autor de Perros muertos y Espiral, y a Tony Sandoval, autor de El cadáver y el sofá.

LA NOVELA GRÁFICA EN ESPAÑA

Y, mientras, ¿qué se está cociendo en España? El lector atento se habrá dado cuenta de que, desde los años ochenta, no hemos vuelto a acercarnos al cómic español. Esto ha sido así porque, tras la caída de las revistas de historieta adulta en los noventa, el mercado entró en una etapa dominada por el manga y los superhéroes estadounidenses. Muchos de los mejores autores de la década anterior se dedicaron a la ilustración, la pintura o el diseño, o emigraron a otros países. Hay, por supuesto, algunas excepciones. Cels Piñol y su humorístico universo Fanhunter fue uno de los pocos fenómenos de ventas de la década. Max y Pere Joan lucharon contra la realidad del mercado lanzando una revista de cómic de autor, Nosotros Somos Los Muertos, donde publicaron a interesantes dibujantes españoles y extranjeros. Fueron los primeros, por ejemplo, en publicar en castellano a David B. o Chris Ware. Autores independientes como Juan Berrio, Fermín Solís, Javier Olivares o Sonia Pulido realizaron trabajos meritorios, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias. Ibáñez y Jan siguieron —y siguen— publicando sus tebeos con gran éxito de público, especialmente en el caso del primero. Miguel Ángel Martín, un dibujante que había llegado algo tarde al boom, desarrolla gran parte de su producción en los noventa en las páginas de El Víbora, la única cabecera superviviente de dicho boom de las revistas. Sus cómics, de violencia extrema y sexo perverso esconden una ácida crítica social, y le valieron un proceso judicial en Italia en 1995, cuando Psychopathia Sexualis fue publicado allí. Toda la polémica, no obstante, no puede ocultar que Martín es uno de los autores de cómic más brillantes y experimentales que tenemos en España.

Otro de los grandes es Mauro Entrialgo, centrado en el humor de todos los colores. Como Martín, también empezó a trabajar en los ochenta, y es miembro fundador de TMEO, mítico fanzine vasco que se ha convertido en referente ineludible del panorama nacional. Entrialgo, con su estilo engañosamente simple y su excelente sentido del diseño, lleva décadas creando en diferentes medios personajes como Herminio Bolaextra, Ángel Sefija o Drugos el acumulador, con los que disecciona la sociedad moderna y explica modas y comportamientos de la misma. El conjunto de su extensa obra es una crónica sociológica de nuestro tiempo que no encuentra igual ni dentro ni fuera del mundo del cómic.

Pero, afortunadamente, esa especie de travesía por el desierto que fueron los noventa terminó con el cambio de siglo. Comenzaron a surgir nuevas editoriales de cómics que poco a poco se fueron interesando por los autores nacionales. La situación internacional también fue decisiva. Y el resultado es que en los últimos diez años el cómic español ha resurgido de sus cenizas, alejado, como sucede, en realidad, en todos los mercados, de las cifras de venta millonarias de los años cincuenta o sesenta, pero con una salud artística envidiable.

Portada para uno de los recopilatorios de la serie Ángel Sefija de Mauro Entrialgo (Astiberri, 2008). ©Mauro Entrialgo

En este nuevo contexto, los mejores artistas de los setenta y los ochenta han podido volver a publicar tebeos en España. Es el caso de Carlos Giménez, que en los primeros años del siglo XXI sorprendió con nuevas entregas de Paracuellos, Barrio y Los profesionales, además de dibujar nuevas obras, como 36-39. Malos tiempos, sobre la Guerra Civil española, o Pepe, una biografía del dibujante José González, de quien hablamos aquí para referirnos a su Vampirella. Gallardo, tras años de ausencia del mundo del cómic, vuelve con una obra fundamental para entender la novela gráfica española: María y yo. En ella cuenta la convivencia con su hija autista, con un estilo totalmente alejado de Makoki. Max, al que ya hemos mencionado, sigue en plena forma, a la cabeza de la vanguardia, con Bardín el superrealista y Vapor, dos novelas gráficas que mezclan el humor con la reflexión metafísica y en las que Max experimenta sin cortapisas con el lenguaje del cómic. También lo hace su amigo Pere Joan en Nocilla Experience, inteligente adaptación de la novela homónima de Agustín Fernández Mallo.

Otro título esencial en el cómic adulto español fue Arrugas, de Paco Roca, publicado primeramente en Francia. Es un relato en torno al mal de Alzheimer y sus efectos, pero, en realidad, es una reflexión más general sobre la vejez. El vistoso y perfeccionista dibujo de Roca y el tono de sus historias lo han convertido en uno de los más exitosos autores españoles. Sus siguientes obras se alejan del tema de Arrugas; Las calles de arena es un cuento inspirado en las aventuras de Alicia, y El invierno del dibujante, que ya mencionamos de pasada páginas atrás, reconstruye el intento de los cinco grandes de Bruguera de crear su propia revista, Tío Vivo. Memorias de un hombre en pijama recopila sus tiras de prensa de autobiografía en clave humorística, y su última obra, Los surcos del azar, es un impresionante relato de la historia de La Nueve, la división del ejército que liberó París en la Segunda Guerra Mundial y que estaba formada principalmente por españoles.

Portada de Arrugas de Paco Roca (Astiberri, 2007). ©Paco Roca y Guy Delcourt Productions

El arte de volar, otro de los hitos modernos del cómic español, es una novela gráfica fruto del trabajo de dos veteranos, el guionista Antonio Altarriba y el dibujante Kim, en la que el primero narra la vida de su padre desde su niñez hasta su suicidio, ya anciano. La emotiva historia personal se entremezcla y refleja en una extraordinaria crónica del siglo XX español.

Juanjo Sáez es un joven dibujante que ha irrumpido con fuerza en el mercado español de los últimos años. Sus monigotes sin ojos ni boca desconciertan a muchos de los aficionados al cómic de toda la vida, pero han encandilado al gran público con su mezcla de humor afilado, crítica social y confesión vergonzosa, como demuestra el éxito de Yo, otro libro egocéntrico.

Manel Fontdevila es uno de los más destacados humoristas gráficos de prensa de la actualidad, cuyo trabajo ha podido verse en Público y en eldiario.es. Pero es también un curtido autor de cómics, que siempre que puede apuesta por la experimentación. Superputa fue un cómic dibujado casi de forma inconsciente, que rompía cualquier canon narrativo. Su último cómic es No os indignéis tanto y es completamente diferente: un ensayo dibujado sobre el derecho a la resistencia y a la protesta, los límites del humor y la necesidad de transgredir el marco de la transición política española.

David Rubín, tras comenzar su carrera en revistas de Galicia, donde la escena del cómic se había mantenido muy activa incluso en los noventa, da el salto a la obra larga. Sus primeros cómics demuestran que es un excelente dibujante, y crearon unas altas expectativas, cubiertas de sobra en su última obra en solitario hasta el momento: El héroe. Publicada en dos volúmenes, esta interpretación del mito de Heracles le sirve a Rubín para realizar un visceral acercamiento a la naturaleza del héroe y, al mismo tiempo, volcar todas sus obsesiones e influencias como autor, desde el manga de Tezuka a Jack Kirby y Frank Miller. Su última obra, junto con el guionista Santiago García, es Beowulf, una recreación del mito fundacional de la literatura inglesa que, como sucedía en El héroe, aprovecha y expande las posibilidades narrativas del medio.

Podríamos seguir durante varios párrafos, pero el espacio disponible no permite hacer justicia. Pese a todo tenemos que citar a algunos más de ellos, aunque sea a modo representativo de todo el colectivo, y excluyendo, porque si no, no acabaríamos nunca, a prometedores autores pero con obra aún limitada a fanzines o una sola referencia en el mercado. Enrique Vegas es un dibujante caricaturesco que ha encontrado el éxito en sus parodias de series y películas de actualidad protagonizadas por cabezones. Santiago Valenzuela lleva años trabajando en su saga de El capitán Torrezno. El mencionado Santiago García y el dibujante Pepo Pérez llevan ya tres entregas de El Vecino, una serie costumbrista protagonizada por un superhéroe de andar por casa. El mismo guionista ha publicado una adaptación libre de La tempestad de Shakespeare con Javier Peinado, y más recientemente Fútbol, junto con el dibujante Pablo Ríos, y Las Meninas, con Javier Olivares. José Domingo ha realizado en Aventuras de un oficinista japonés una inteligente y personal actualización del tebeo de aventuras. Marcos Prior y Danide se han convertido en cronistas de la crisis del sistema que caracteriza nuestros días, en obras como Fagocitosis. Alfonso Zapico, pese a su juventud, tiene ya en su haber varias novelas gráficas, por ejemplo, Dublinés, una biografía de James Joyce. Rayco Pulido también ha realizado varias obras, la más reciente, Nela, una original adaptación de Marianela, de Benito Pérez Galdós. Paco Alcázar, creador de Silvio José, practica un excelente humor negro, muy personal. David Sánchez mezcla historias malsanas con un dibujo inquietantemente perfecto, en obras como No cambies nunca. Son, ellos y otros que no mencionamos, autores de estilos variadísimos, que conforman un panorama nacional tremendamente atractivo.

La portada de Beowulf, de Santiago García y David Rubín (Astiberri, 2013). ©Santiago García y David Rubín

EL MANGA DEL NUEVO MILENIO

Hemos dejado para el final el manga. ¿Qué está pasando en el que, pese a crisis económicas y recesiones, sigue siendo el mercado más grande del cómic mundial? Pues, para empezar, que es el único que sigue manteniendo el sistema de prepublicación en revistas y posterior recopilación en tomo como principal. En eso poco ha cambiado el mercado japonés, como tampoco lo ha hecho en su clasificación por géneros. Las series juveniles siguen triunfando y son leídas por millones de japoneses. One Piece y Naruto continúan siendo las reinas, aunque han aparecido otras, como Bleach o Death Note.

Urasawa sigue siendo un autor de culto dentro del manga adulto, y lo mismo puede decirse de Maruo, convertido además en una estrella internacional publicando en muchos países. El inmortal Shigeru Mizuki se ha embarcado, pasados los ochenta años, en una apasionante historia autobiográfica, Kanzenban manga Mizuki Shigeru-den (Shigeru Mizuki: Autobiografía), que se ha convertido en la mejor crónica del siglo XX japonés y en la obra maestra de Mizuki.

Yuichi Yokoyama es un autor totalmente vanguardista, con un estilo muy sintético, de formas geométricas. Sus obras recrean mundos que aunque sean el nuestro parecen alienígenas, precisamente por su mirada y por su manera de descomponer la realidad. Sus historias, protagonizadas siempre por personajes anónimos y extraños, nos hablan sobre todo de la alienación y, más que valer por lo que narran, llegan al lector a través de sensaciones y emociones. Viaje es el único manga de Yokoyama publicado en España, pero posiblemente su mejor obra sea la alucinante Garden, donde todos sus motivos recurrentes parecen elevados a la enésima potencia.

Ilustración para la cubierta de uno de los libros de Shintaro Kago, Fraction (EDT, 2013). ©Shintaro Kago

Pero si de manga adulto hablamos, es obligado citar a uno de sus autores más extraños y talentosos: Shintaro Kago. El caso de Kago es curioso porque, en realidad, lleva publicando desde finales de los ochenta, pero ha sido en la última década cuando ha alcanzado notoriedad y se ha destapado como el genio que es. Kago se ha especializado en el ero guro, un género muy concreto, del que también participa Maruo, que mezcla imágenes pornográficas con escatología y gore, en un cóctel no apto para todos los paladares. Pero el gusto por lo sórdido y lo grotesco va acompañado de una obsesión por los experimentos formales insaciable, que lleva a Kago a manipular todos los elementos de la narración y el lenguaje del cómic para hallar nuevas aplicaciones y caminos por los que avanzar, lo que convierte muchas de sus historias cortas en un reto para el lector, más allá del contenido sórdido. Por ejemplo, propone en una historia que la plantilla de viñetas sea un espacio físico y tridimensional donde viven sus personajes, o en otra imagina que los bocadillos tienen existencia física dentro del cómic, y todos los personajes pueden leerlos. Esa experimentación extrema lo ha convertido en uno de los mangakas más admirados y seguidos fuera de sus fronteras, y hay quien lo ha comparado con el estadounidense Chris Ware. Las obras de Kago han empezado muy recientemente a llegar a Occidente, y a España en concreto, pero ha sido uno de los descubrimientos más importantes de nuestro mercado en los últimos años.