XXVII - 30 de agosto de 1989 - Canadá

 

 

Los tres rufianes que nos mantenían secuestradas en aquella sucia covacha parecían sentirse todo el tiempo muy seguros de su dominio, porque salían a menudo, dejándonos ahí sentadas a Zeenat y a mí, sin aparentemente vigilarnos. Llevábamos un día y medio encerradas en aquel improvisado retén, aunque, confieso, sin demasiadas penurias. Nos aseábamos como podíamos en un destartalado baño sin ducha, pero al menos había agua corriente desde un grifo oxidado. Más complicado fue con las necesidades fisiológicas, porque ahí donde en su tiempo debió existir una taza o inodoro, ahora quedaba un agujero negro y hediondo. Los tres sinvergüenzas usaban el mismo retrete y, más por el odio que les teníamos, aquello acrecentaba nuestra repulsión. Nos dieron de comer pizzas medio frías de parador de carretera, saladas y gomosas, y gaseosas azucaradas. Durante la segunda noche de nuestro cautiverio nos mal acomodamos con Zeenat en el roñoso sofá, mientras ellos durmieron por turnos en el interior de un auto que no veíamos. Uno de ellos, sin embargo, se quedaba siempre vigilándonos desde el porche. Podíamos verlos turnarse desde la ventana, a pesar de la opaca mugre que emborronaba el cristal.

-Si realmente pretenden llevarnos con mi padre, solo puede ser en avión y será un viaje largo -dijo Zeenat.

-Stefan, a estas horas, ya habrá llegado a Quito -Empecé casi por inercia a calcular los horarios-. Ya debe saber que desaparecimos. No hay diferencia horaria entre Toronto y Quito.

-Horaria no, pero un mundo de kilómetros y horas de vuelo-repuso Zeenat cabizbaja.

Capté a lo que se refería. Nuestros secuestradores no se arriesgarían a viajar con nosotras en vuelos comerciales.

Zeenat decayó y, a pesar que yo misma iba perdiendo las fuerzas, rescatarla a ella de su apocamiento fue mi prioridad.

-Stefan entregará el oro si con eso nos puede salvar -comenté animosa-. Hará un trato con esta gente y se asegurará de que estemos bien.

Durante los largos silencios intenté hacer uso de mi vocación analítica, aunque el agotamiento me vencía y el transcurrir de las horas me exasperaba. Logré encadenar una serie de pensamientos que, en un inicio, me perturbaron por su extrañeza. ¡No sentía miedo! Este hecho me costó digerirlo, acostumbrarme a él, y razonar para sacarle partido. Mi vida jamás había estado cargada de excesos peligrosos. Muy por el contrario, había transcurrido con cierta placidez y con apenas una que otra desgracia. Habían existido tristezas, por supuesto, como la época de los engaños y finalmente el divorcio, pero la única real osadía a la que había llegado a enfrentarme jamás fue la de trasladarme al extranjero, a España, en un momento de flaqueza y poca autoestima.

Ahora me resultaba burda y desatinada la valentía de entonces. Los peligros de ahora, los de las amenazas y los moretones, el físico y el mental, de los que empecé a tomar conciencia cuando desperté en el zulo, iban avivando mi excitabilidad, pero no era miedo lo que sentía. Deduje, que los acontecimientos desde la noche en la que arrestaron a Stefan en Nueva York, más los descubrimientos posteriores, habían obrado una especie de entrenamiento en mí, tejido una coraza que ahora me protegía de desgastarme en un pánico inútil. Pero había algo más, algo mucho más certero. Mi amor por Stefan había sufrido una alteración insospechada. Una nueva dimensión me apresó con rendición. ¡Lo admiraba profundamente!

 

 

Al mediodía se aceleraron los acontecimientos. Falcon, el cabecilla trajeado, nos explicó la situación.

-Ha llegado el momento de viajar. El señor Prinz parece que es más razonable de lo que creímos y esto nos facilita las cosas.

Zeenat y yo nos miramos y me tranquilizó ver de nuevo unos ligeros destellos de esperanza en los ojos de ella.

Pero el optimismo apenas nos duró. El malnacido con pinta de banquero, comenzó a preparar unas jeringas con una parsimonia que de nuevo nos amedrentó. Recuerdo que blasfemé y lo acribillé tanto con insultos, como con súplicas durante aquellos terribles minutos. Pero fue en vano, porque me inyectó primero a mí y después quedé en trance, mientras veía como le suministraba el líquido amarillento a Zeenat. Los otros dos miserables la tenían sometida con saña para vencer sus convulsiones de pánico.

Después empezó un largo vacío.

Cuando los caminos convergen
titlepage.xhtml
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_000.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_001.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_002.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_003.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_004.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_005.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_006.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_007.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_008.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_009.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_010.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_011.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_012.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_013.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_014.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_015.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_016.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_017.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_018.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_019.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_020.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_021.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_022.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_023.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_024.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_025.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_026.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_027.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_028.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_029.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_030.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_031.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_032.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_033.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_034.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_035.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_036.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_037.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_038.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_039.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_040.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_041.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_042.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_043.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_044.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_045.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_046.html
CR!S2AKZFQSHH3WF8V45V64TYQTVQCS_split_047.html