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Un suave viento de incierto origen se levantó y circuló entre ellos.

El oscuro cielo moteado de estrellas pareció descender y rodearlos de más cerca.

—Existen muchos reinos -Carolinus miraba el fuego y, aunque baja, su voz resonó claramente en sus oídos-, de los cuales no hace mucho habéis conocido dos. El reino de los muertos y el reino de los lobos, con su inmunidad, a los poderes de los magos humanos, incluso de mi talla o la de Malvino. El trasunto de ello es la ley que dicta que quienquiera que gobierne uno de tales reinos sólo puede tener un poder directo sobre las criaturas comprendidas en él. Los que quedan fuera sólo se pueden condicionar y controlar por medio de esa parte de la magia que ha dejado de ser tal para convertirse en una actividad normal de la vida cotidiana.

—Pero, mago -intervino Giles, sin poder contenerse-, ¿cómo sabéis vos lo de Aragh y el reino de los muertos, si hace muy pocas horas que nosotros hemos tenido conocimiento de ello?

—Por qué métodos me he enterado es algo que no os incumbe saber -respondió Carolinus, alzando brevemente la mirada para posarla en Giles-. Hay leyes más allá de las leyes que ninguno de vosotros, ni siquiera James por ahora, ha descubierto. No voy a explicaros cómo lo he sabido. No tengo intención ni tampoco sería posible hacerlo. Lo único que cuenta es que lo sé. Y lo único importante por el momento es que retengáis la idea de que hay una separación de lugares y reinos, cada uno de los cuales se rige por sus propias leyes, derechos y poderes. Lo demás sería ocioso.

Volvió a atizar el fuego y no tardó en reanudar el hilo de su discurso, con la vista de nuevo fija en las llamas.

—Hay el reino de los muertos -dijo-, y hay el reino de los animales.

Pero dentro de muchos de los reinos están incluidos otros reinos. En el reino de los animales hay reinos más reducidos en los que rigen leyes distintas. Ése es el caso del reino de los lobos y del reino de los dragones, que son algo más que simples animales. Ellos componen pueblos. Sobre los simples animales, un mago humano puede tener cierto ascendiente. Tú mismo, James, me viste servirme de un escarabajo. Pero sobre los lobos, dragones y otras criaturas que ahora no voy a nombrar, no tiene ninguna capacidad de control.

«Algunos de esos reinos -prosiguió tras una breve pausa-comprenden entidades… vosotros no conoceréis esa palabra, pero James sí… que no son como el resto de nosotros. Ni como las personas, los lobos, los dragones, ni los naturales como Melusina…

Alzó la mirada para posarla un instante en Jim.

—Que, por cierto, todavía te persigue, James -afirmó-. Le causaste una impresión tal como no se la había producido ningún otro hombre, y ha estado siguiéndote el rastro desde que te perdió. Es posible que no pueda quedarse contigo porque eres un mago, aunque no muy ducho. Pero eso ella todavía no lo sabe.

Volvió a bajar la vista hacia el fuego.

—Y, volviendo a lo que decía -reanudó-, entre esos reinos regidos por entidades que no están vivas en el sentido estricto que le damos al término vida, está el del Departamento de Cuentas, y también el de los Poderes de las Tinieblas.

»Los Poderes de las Tinieblas -prosiguió- no tienen ningún influjo directo sobre los humanos, que no pertenecen a su reino. Únicamente pueden atacar a las personas con sus siervos: los ogros, los Gusanos, los huscos…

Quedó absorto un momento y enseguida volvió a hablar.

—Eso no significa, empero, que estemos a salvo de su malignidad.

Siempre están tramando la manera de encontrar a quien sea susceptible de volverse en contra de sus semejantes. Como Bryagh, el dragón, que se convirtió en enemigo de sus congéneres dragones y raptó a lady Angela.

—No era un mal dragón antes de volverse malo -comentó Secoh casi como si estuviera soñando.

—Tal vez. Sea como fuere, se volvió malo bajo la influencia de los Poderes de las Tinieblas -aseguró Carolinus-. No es ésa, sin embargo, la cuestión concreta que nos interesa. De la misma forma que hay reinos incluidos en otros reinos entre los animales, así hay reinos diversos dentro del reino de toda la humanidad. Los Poderes de las Tinieblas jamás pueden llegar a corromper a las personas que se han consagrado por entero a Dios. Ni siquiera los siervos de los Poderes de las Tinieblas pueden hacer nada contra aquellos que se entregan por completo a su causa.

»El peligro -precisó- reside en los descarriados, en los seres que los Poderes de las Tinieblas pueden sobornar y poner en contra de sus semejantes. Pero para que lo comprendáis antes tendré que haceros entender algo que muy pocos conocen.

Había estado removiendo de nuevo el fuego, pero entonces dejó la rama y miró el corro de caras que tenía delante.

—Cuando el común de la gente piensa en un mago -dijo-, se imagina algo que dista mucho de coincidir con la realidad. Se figuran a un mago de gran talla como a alguien que con sólo mover una mano puede lograr cuanto quiera, sin esfuerzo ni contrapartida. Incluso si ello fuera cierto, que no lo es, nunca se paran a pensar lo mucho que le ha costado llegar a convertirse en un experto mago.

»Quienes alcanzan el grado de grandeza en la magia -continuó-, aquellos cuyo nombre se recuerda en la posteridad, como Merlín y su maestro Bleys, no siguieron la senda de ese magnífico arte que es la magia por el ansia de las recompensas personales que les iba a reportar. No fue el dinero ni el poder lo que los hizo emprender el largo camino que desembocó en lo que llegaron a ser. Fue el trabajo en sí mismo, la gloriosa actividad que es la magia despojada de todo, única entre todas que combina el arte y la ciencia.

Exhaló un leve suspiro y de un punto impreciso de la oscuridad acudió una tenue brisa a agitarle un momento los deshilachados cabellos blancos de la barba. Su voz siguió sonando igual a sus oídos.

Pero, de repente, en su interior les pareció como si la oyeran, todavía con la misma claridad de antes, procedente de muy lejos, transmitida a través de un túnel apenas entrevisto.

—Es necesario que todos vosotros os forméis una idea del precio que debe pagar un hombre o una mujer para convertirse en un maestro en el arte de la magia.

Calló un instante y levantó la cabeza para mirarlos de nuevo a la cara.

—Básicamente, debe invertir todo cuanto alberga en sí para poder aprender.

Su mirada se detuvo un momento en Aragh.

—De todos vosotros -prosiguió-, es Aragh el que mejor sabrá valorar la soledad de ese largo camino. Todos conocéis la soledad, porque es condición inherente a la raza humana que cada uno de nosotros, por más cerca que se halle de sus semejantes, viva solo consigo mismo. Esa soledad es mucho más profunda en el caso del mago dedicado a su oficio. Él es como un eremita que se retira al desierto, para poder estar solo sin otra compañía que sus inquietudes.

¿Alguna vez os habéis preguntado por qué hacen eso los eremitas?

Nadie respondió más que con un mutismo, que era una forma de decir que no.

—Es por amor -aclaró Carolinus-. Es por ese gran amor que lo ha arrebatado en cuerpo y alma, de tal forma que su anhelo se impone por sobre todas las otras cosas. Todos nosotros lo hacemos, aunque de diferentes maneras; nosotros, los que dedicamos nuestra vida a la magia y a quienes se conoce con el tratamiento de mago. El objeto de nuestro amor no nos deja espacio para nada más, y por eso nos instalamos en distintos lugares, en el mundo pero siempre apartados de él… Cuando menos así lo hacemos la mayoría.

Volvió a posar la mirada en el fuego, tomó la rama y de nuevo lo removió produciendo un revuelo de chispas.

—Y después llega el tiempo -continuó con tono casi tierno-en que hasta el mejor de nosotros se pregunta: ¿ha merecido la pena? ¿Fue justo que yo tuviera que privarme de todos los placeres habituales de la vida para aprender lo que he aprendido y comprender lo que ahora comprendo? Y la respuesta siempre es la misma: sí, valió la pena. No obstante, y dado que somos seres humanos desde la cuna hasta la muerte, el pesar por lo que perdimos o nunca llegamos a tener no nos abandona jamás. Es de ese deseo, de esa ansia residual de lo que los Poderes de las Tinieblas procuran sacar provecho. Es como el ansia que siente un dragón por tener un tesoro cada vez mayor o como su sed insaciable de vino.

»Tú conoces esa ansia y esa sed, Secoh -dijo, mirando al dragón, el cual abatió la cabeza. Luego desplazó la vista hacia Jim-. Incluso tú, James, sabes de la fuerza de dichos deseos, habiendo estado en la piel de un dragón.

Jim también rehuyó instintivamente la mirada de aquellos apagados ojos azules.

—Lo que descarrió a Bryagh fue la promesa que le hicieron los Poderes de las Tinieblas de proporcionarle un tesoro mayor y todo el vino que quisiera -declaró Carolinus-. Incluso nuestros más gloriosos magos conservan un resto de pesar por aquello a lo que han renunciado a cambio del saber, y eso es como un resquicio por el que puede infiltrarse la simiente del mal. Jamás los Poderes de las Tinieblas han logrado doblegar a un mago verdaderamente grande, si exceptuamos el éxito relativo conseguido con Nivene, que sedujo a Merlín para que le revelara el hechizo que lo dejaría encerrado en un tronco de árbol… Hasta que él cedió y ella lo utilizó contra él, propagando así mayores males por el mundo.

»Pero aquellos que están a punto de llegar a ser grandes, los que ya poseen un poder y sabiduría tremendos, son los que padecen la tentación en toda su crudeza, puesto que teniendo ya tanto en sus manos pueden concebir la posibilidad de tener más.

Volvió a mirar a Jim y el tono de su voz recobró la dulzura de antes.

—Por esa razón James nunca será un mago de gran talla -dijo-. Él ya está demasiado vinculado al mundo ajeno a la magia por medio de sus afectos, que en parte ya existían antes incluso de que tuviera conocimiento alguno sobre magia.

»Pero ésta es una cuestión secundaria -continuó, endureciendo la voz-. Lo que interesa es que, dado que James procede de otro lugar que él conoce muy bien y que los demás no alcanzaríais a figuraros ni por asomo, su conexión con ese mundo y con la magia ha hecho de él un adversario especialmente molesto para los Poderes de las Tinieblas. No se trata de algo para lo que él se ha formado, sino de algo que simplemente le ha venido dado por obra del Azar y la Circunstancia convergentes en nuestro mundo. -Hizo una pausa para observar un momento a Jim-. En otra ocasión, James, hablaré contigo en privado sobre este tema. Por ahora bastará lo que acabo de decir.

Lo que conviene que sepáis los demás es que James, y por consiguiente quienes lo acompañan, son piezas clave en este momento en que los Poderes de las Tinieblas vuelven a presentar combate y están a punto de lograr una rotunda victoria, tras la cual costará mucho arrebatarles lo que ésta les reporte.

Una vez más, dejó la mirada perdida en el fuego y vaciló largo rato hasta decidirse a continuar.

—Aunque me avergüenza tener que decirlo -prosiguió por fin-, el que han corrompido ahora los Poderes de las Tinieblas es un colega mío, un hombre de mi propio reino. Habréis adivinado hace tiempo quién es: Malvino.

Volvió a mirarlos y su voz cobró nuevo rigor.

—Por razones que ahora no puedo explicaros, los verdaderos profesionales del arte de la magia complicaríamos las cosas hasta extremos peligrosos si alguien como yo, que dispone de un crédito igual o superior al de Malvino, se empeñara en interponerse ante él en la vía que ha emprendido siguiendo los designios de los Poderes de las Tinieblas. Por otra parte, cualquier mago de inferior condición no tendría en principio ninguna posibilidad de oponérsele. Únicamente alguien distinto de todos nosotros, todavía inexperto en magia, pero conocedor de muchas otras cosas que ni siquiera los Poderes de las Tinieblas podrían concebir, podría llegar a derrotarlo e impedir la victoria de los Poderes. Por eso me ha correspondido a mí, como amigo y maestro suyo en el arte al que ambos estamos vinculados, designarlo para la peligrosa misión de enfrentarse a Malvino.

»Y así lo hice -declaró tras una breve pausa. Miró directamente a Jim-. Sólo a mí puedes culparme, James. Yo era quien debía tomar la decisión; y la tomé sin consultarte, sin darte ocasión de rehusar. Así podéis imaginar cuan grande era la necesidad. Tenía que hacerse y yo lo hice.

—¿S… s… saben los Poderes de las Tinieblas eso que habéis dicho de James? -tartamudeó Secoh-. ¿Lo sabe Malvino?

—Los Poderes de las Tinieblas lo saben desde el instante en que tomé la decisión de designarlo -confirmó Carolinus, sin apartar la mirada de Jim.

—El ataque a vuestro castillo, Brian, fue su primera maniobra contra él. Su objetivo no era el castillo, sino la posibilidad de matar a James en combate, dada su inexperiencia en tales lides… y estuvo más cerca de perecer de lo que muchos habríais podido sospechar.

—James, de haberlo sabido… -quiso disculparse Brian con horror patente en la voz, pero Carolinus lo interrumpió.

—Aun de haberlo sabido, Brian -aseguró-, nada habríais podido hacer. Ese golpe solamente podía pararlo James. Desde entonces, en varias ocasiones ha estado al borde de la muerte, y siempre los Poderes de las Tinieblas han estado detrás de ese peligro. Sólo la protección de vosotros, sus amigos y compañeros, ha contribuido a salvarlo. El Maligno esperaba que vos lo matarais en la posada, Giles, a raíz de la disputa en torno a la habitación.

—¡Juro por Dios, James -exclamó Giles-, que sólo fue este condenado genio que a veces tengo, sólo eso! ¿Cómo vais a confiar ahora en mí, sabiendo esto?

—Siempre confiaré en vos, Giles -aseveró Jim.

—No os atormentéis, Giles -le aconsejó Carolinus-. Los dados estaban cargados contra vos ese día, y de un modo que os impedía verlo o ni aun sospecharlo. Recordad, asimismo, que más tarde, convertido ya en su amigo y compañero, transformándoos en fócido le salvasteis la vida a él y a los demás ocupantes del barco cuando éste quedó encallado en una roca con la que un marino experto como el capitán de ese barco nunca debió topar, y menos en aguas que conocía tan bien.

—Es verdad, Giles -corroboró Jim-. Ese día nos salvasteis la vida.

Aun cuando la lumbre del fuego no aportara una gran iluminación, en el rostro que Giles inclinó hacia el fuego se hizo perceptible el rubor.

—Lo único que yo hice fue arrastrar una cuerda -murmuró cabizbajo.

—Yo os ordeno que lo olvidéis -dijo Carolinus, y Giles irguió la cabeza con la mirada algo extraviada-. En vuestra actuación no hubo culpa, como tampoco la habría habido por parte de Melusina, si Jim no se hubiera convertido en hombre antes de ir al lago, tal como le habían indicado esos dos dragones rufianes que se quedaron con su pasaporte.

»¿No te pareció raro, James -preguntó-, que te costara tanto encontrar dragones en Francia hasta que localizaste a aquellos dos?

—Era algo desconcertante -reconoció Jim-, pero pensé que quizá se debiera a la devastación de la región ocasionada por las batallas libradas allí en años anteriores. O tal vez que simplemente el motivo fuera que en Francia no abundaban los dragones en determinadas zonas.

—Ni lo uno ni lo otro era cierto -lo disuadió Carolinus-. Los Poderes de las Tinieblas obstruyeron tu capacidad de percibir a los genuinos dragones junto a los que pasaste, hasta que llegaste cerca de esa pareja a la que entregaste el pasaporte. Dejemos esta cuestión. Sólo añadiré que Malvino durante muchos años no fue un mago corrupto; no lo fue hasta que los Poderes de las Tinieblas hicieron un trabajo de zapa aprovechando ese punto vulnerable que he descrito. Entonces comenzó a ansiar bienes terrenales, riqueza y poder. Como no se atrevía a agotar sus reservas con el Departamento de Cuentas para obtener muchas de esas cosas, se acostumbró a utilizar procedimientos mundanos para robar a la gente que tenía a su alrededor.

—¡Como hizo con mi padre y mi familia, válgame Dios! -manifestó con vivo ardor sir Raoul-. Esa misma codicia suya ha sido la ruina de decenas de grandes familias francesas, a las que con infamias ha hecho perder el favor del buen rey para luego atacarlas con sus fuerzas militares propias. Mis dos hermanos mayores perecieron, espada en mano, resistiendo a la toma de nuestro castillo. A mi padre se lo llevaron prisionero y después lo torturaron cruelmente hasta la muerte.

—Así fue -confirmó Carolinus-. Eso, sin embargo, ocurrió en el pasado. Lo que ahora nos concierne en grado desesperado es el futuro, y un futuro muy inminente, a decir verdad. Los ejércitos franceses e ingleses están yendo uno al encuentro de otro. En tan sólo cuestión de días quedarán enfrentados. Y las fuerzas inglesas están faltas de arqueros, que fueron precisamente quienes más contribuyeron a su victoria en las batallas de Crécy y Nouaille-Maupertuis en 1365, comúnmente conocidas como la batalla de Poitiers.

—Era lo que me temía -murmuró Dafydd.

—Sí -confirmó Carolinus, mirándolo-, pero, lo que aún es peor, Malvino pronto se unirá al ejército francés llevando consigo a un falso príncipe Eduardo…

—Un falso príncipe… ¿un impostor, queréis decir? -se indignó el príncipe.

—No la clase de impostor que vos imagináis, Eduardo. El falso príncipe es una criatura creada mediante magia. Ni siquiera a James podría explicarle cómo lo configuró sin alterar el Entramado del Azar, pero lo cierto es que es una réplica exacta de vos, Eduardo, que hasta lleva las mismas ropas que ahora vestís. Asimismo, ya han comenzado a hacer circular el rumor de que habéis llegado a un acuerdo con el rey Juan y de que lucharéis a su lado contra vuestras propias fuerzas inglesas.

Calló un momento para dejar que digirieran aquella información.

—Si cualquiera de los bandos ganara -declaró despacio y con suma gravedad-, cualquiera de los dos, fijaos bien… de ello se derivaría una guerra sangrienta e interminable que desgarrará Francia, y de la cual Malvino irá extrayendo más y más poder temporal, hasta que sea él quien gobierne en lugar del rey Juan, y entonces con su ejército y sus artes mágicas erradicará definitivamente a los ingleses del país.

»Raoul -añadió, dirigiéndose al caballero francés-, tal vez vos tengáis por buena esa erradicación de los ingleses, incluso a costa de todo lo demás. Yo os aseguro, sin embargo, que éste no es el tiempo ni la manera adecuada de hacerlo. El país que gobierne Malvino no será la Francia que vos habéis conocido, sino una llaga purulenta en el corazón de Europa de la que brotarán toda clase de males, con ambición de expandirse no sólo a los territorios vecinos, sino hasta la propia Inglaterra y el resto del mundo. Cuanto más dure dicho estado, más poderoso será, hasta que no haya forma de detener su avance.

—No se precisa la aclaración -afirmó sir Raoul-. Sé muy bien que donde pisa Malvino nada bueno puede crecer. Pero ¿qué podemos hacer para impedir que esto suceda?

—Sólo contamos con una esperanza -repuso Carolinus, volviendo a posar la mirada en Jim-. Y no está en mis manos ni siquiera aconsejarte acerca de los procedimientos de que debes valerte, James. Habrás de hallar la manera de llegar a tiempo al campo de batalla para impedir la guerra sin que nadie la gane, desenmascarar al falso príncipe y restituir al legítimo Eduardo en su puesto. El alba ya ha rayado, y, aunque no habéis dormido en toda la noche, considero necesario que partáis de inmediato. He informado a Raoul del sitio donde se producirá el encuentro de los ejércitos, a poca distancia del lugar donde se libró la batalla de Poitiers. Los ingleses han tenido noticia del avance de los franceses y se dirigen al sur en busca de un mejor emplazamiento defensivo.

Jim advirtió de improviso que, efectivamente, se había iniciado el amanecer. Entre la huida del castillo y el rato que habían pasado escuchando a Carolinus, le costaba creer que hubiera discurrido una noche entera, pero la luz del día empezaba a asomar por el este, haciendo palidecer las últimas llamas del fuego, que se había ido consumiendo hasta no quedar de él apenas más que las brasas.

—Tengo caballos para todos -anunció Raoul.

—Tenemos nuestros propios caballos y el equipaje en nuestro campamento -dijo Brian-. No puede estar lejos de aquí.

—Así es -confirmó Bernard-. Tardaré poco rato en traerlos.

—Ve a buscar sólo el equipaje, Bernard -ordenó Raoul, dirigiéndoles una sonrisa irónica-. Malo sería que un caballero francés no pudiera proporcionaros en Francia monturas mejores que las que os habéis procurado, y yo así lo haré.