Capítulo 26
Filón recobró el sentido en una habitación salpicada de luz. Se encontraba desnudo, tumbado en un jergón mullido cubierto con una sábana blanca, rodeado de lámparas y frascos perfumados. El sol de la mañana entraba a través de las arcadas del jardín, iluminaba el pupitre y la butaca de madera encerada, hacía brillar el mosaico de la pared y se extendía a sus pies en una multitud de gotitas de oro. Betsabé estaba agachada a su lado, vestida con una túnica ligera que dejaba entrever las piernas, y tenía el pelo suelto, desenfadadamente, cayéndole sobre los hombros. Parecía cansada pero contenta.
—¿Estoy... estoy vivo? —consiguió articular Filón.
—Estáis vivo, sí. Y...
Se sonrojó y rápidamente le subió la sábana hasta la parte inferior del vientre.
—Y estáis mucho mejor.
—Pensé...
—Ha faltado muy poco, en efecto. El túnel, debajo de la calle, se hundió y se os sacó por los pelos.
—¿Quién?
—Yo. Hacía un buen rato que estaba esperando en lo alto de la escalera y cuando el niño salió del agua sin vos, sospeché que algo sucedía. Me sumergí y... Ya os había contado que me encanta nadar, ¿no es así? Os vi en el preciso instante en que la bóveda empezó a temblar. Sólo se desplomó la parte situada del lado del Templo, eso fue lo que os salvó.
Él le cogió la mano:
—Entonces habéis sido vos la que...
—El... el niño me ayudó a izaros por los peldaños. La suerte quiso que el ruido alertara a la cuadrilla de obreros instalada un poco más arriba, en la obra. La mayoría son esclavos y no participaban en las ceremonias. Les dije que nos había sorprendido el hundimiento de la calle y que nos habíamos refugiado en el edificio de los baños.
—¿Os creyeron?
—¡Lo que más les preocupaba era el estado de su túnel! Según ellos, de haberles hecho caso los sacerdotes hubieran esperado algunas semanas antes de utilizarlo, haciendo posible acabar las obras. Cuando les dije que conocía al hermano de Mandú, fueron a buscarle, y fue él quien os transportó hasta aquí.
—A casa de Ezequías...
La joven bajo la mirada.
—Ya no sabía qué hacer. Os habíais desmayado, estabais herido, perdíais sangre. También imaginé que mi casa debía de estar vigilada. Y luego pensé que Nertarí sabría cuidaros mejor que yo. Casi no respirabais y estabais muy lívido. Consiguió atajar las hemorragias y os limpió las heridas. Cuando por fin llegó Ezequías, llamó al mejor médico de Jerusalén para que os cosiera.
Filón levantó la sábana. Tenía una larga cicatriz, entre violeta y granate, en el muslo. Intentó mover la pierna, pero sintió una especie de virulenta mordedura y volvió a bajarla. Además, tenía la impresión de que miles de insectos, tremendamente voraces, le recorrían el brazo izquierdo.
—¿He estado mucho tiempo inconsciente?
—Unos dos días y medio. Pero según el médico, ya no hay peligro de infección. Estaréis en pie después del próximo sabbat.
—Mejor así. ¿Y qué ha ocurrido en el Templo?
—Después de la evacuación, el comandante dedicó un día de sacrificio y purificación al santuario. Al parecer, la tormenta provocó algún daño, pero nada grave. En cuanto al túnel, en cambio, tendrán que renunciar a reconstruirlo de inmediato. Hay previstas otras obras de gran envergadura en la explanada.
Filón dedujo que los sacerdotes no habían descubierto nada anormal, o bien que preferían no asustar aún más a los fieles. ¡La Pascua ya había resultado bastante ajetreada!
—¿Detuvieron a Samuel?
—Sí, por desgracia. Pero ¿cómo iba a huir? Según lo que cuentan, se abalanzó sobre el tribuno en medio del gentío. Diez legionarios le cayeron encima antes de que se le acercara realmente. No tuvieron dificultad en reducirle. En cuanto a Julio, salió del incidente con un rasguño en la mejilla y con la felicitación del procurador Coponio, que alaba su valentía.
—¿Por supuesto, el cacheo de los peregrinos no dio ningún resultado?
—Eso es lo que más desconcertó a los soldados. Imaginaron que se producía una revuelta, pero sólo hubo un rebelde.
—¿Ya... ya le han condenado?
El tono de Betsabé no tenía ni una pizca de optimismo:
—No tomarán una decisión hasta que acabe la semana, cuando Jerusalén vuelva a vaciarse. De todas formas, la demostración de fuerza les favorece.
—¿Y la rebelión?
Lanzó una mirada hacia la puerta abierta que daba al pasillo, como si temiera ver aparecer a Ezequías:
—Por desgracia, las noticias al respecto tampoco son buenas. Aunque los hombres de Judas consiguieron ocupar una o dos posiciones romanas al principio, ahora están a la defensiva. Sus pérdidas son importantes y, sobre todo, parece ser que van a llegar nuevos contingentes desde el Imperio.
—¿Y Judas?
—Ezequías tiene la esperanza de que se replegará antes de que sea demasiado tarde. Pero yo lo dudo. Tiene fama de ser el primero en encabezar el asalto.
—¡Pues no hay mucho de que alegrarse! —exclamó con un suspiro Filón.
Le estrechó los dedos entre los suyos:
—Estáis vivo, ¿no? El niño también. Esto es lo más importante.
Su seriedad le emocionó:
—Seguís pensado lo mismo de él, ¿verdad? ¿Seguís creyendo que es el Mesías?
Sonrió extrañamente:
—No lo pienso —afirmó—, lo sé. Al igual que sé que necesita tiempo. Y que tendremos que dárselo. Callar. Callar hasta el día en que...
Se interrumpió durante un breve instante antes de proseguir:
—Y vos, ¿seguís dudando?
Filón, indeciso, observó los rayos de sol que jugaban sobre el mosaico:
—Resulta difícil decirlo. Todo es muy complejo... ¿Dónde está hoy?
—Creo que sus padres deseaban volver a Nazaret cuanto antes. Pero él me dijo que haría todo lo posible por encontrarse con los sabios del Templo. Desea obtener ciertas aclaraciones de ellos. Después de lo ocurrido...
Se produjo un silencio incómodo, pero Betsabé no soltó la mano del joven. El lo tomó como una manera de darle ánimos:
—Y vos. ¿Qué... qué planes tenéis ahora?
—Seguir cuidando de vos, al menos hasta que os recuperéis —contestó— ¡Sin duda, me he aficionado a las cremas y a los ungüentos! Después... después, creo que me marcharé de Jerusalén.
De repente su mirada se ensombreció:
—Aquí lo he perdido todo y... Sí, creo que me iré. He conseguido que Ezequías zanje algunos asuntos pendientes por mí. Mi padre poseía algunos bienes y gestionaba los del tío Elias, que desde hace mucho tiempo había renunciado al dinero. Sin embargo, no puedo abandonar totalmente a mi tío. Como tampoco deseo que cualquiera se ocupe de mí...
A pesar del intenso dolor que sentía en el muslo, Filón se giró hacia ella:
—¿Querríais... querríais venir conmigo a Egipto?
El rostro de la joven volvió a iluminarse de alegría:
—¿A qué se debe esta invitación?
El la atrajo suavemente y le acarició el hombro.
—Habíamos empezado algo en Qumrán —susurró—. Podríamos retomarlo donde lo dejamos...
Acercó los labios a los suyos, aspiró el perfume de su boca, pero en el último instante ella pareció apartarse:
—Sólo nosotros dos, entonces...
Se levantó lentamente y fue andando hasta la puerta para cerrarla.
Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió los doce años, subieron como de costumbre a la fiesta. Al volverse ellos pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero, al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
—Evangelio de Lucas, II, 41 — 50
Fin
Título de la edición original en francés: L'assassin et le prophète
© Nil éditions, Paris, 2002
© de la traducción: Cristina Zelich, 2007
© de esta edición:
2007, Ediciones Témpora, S.A.
ISBN: 978 — 84 — 96454 — 72 — 9
1.ªedición: noviembre de 2007