Capítulo 23
Los desesperados preparativos de los colonos apenas estuvieron completados a tiempo. Los monstruosos alienígenas atacaron poco después del amanecer.
Octavia permaneció dentro de la alambrada, cerca de los muros prefabricados de acero que constituían el perímetro de Refugio Libre. Estaba exhausta. Sentía los ojos pesados. No había dormido durante dos días, pero no podía imaginarse descansar ahora.
Podrían estar todos muertos en pocas horas.
Una robo-cosechadora bloqueaba cada acceso de entrada a la ciudad. Dos de las máquinas de extracción minera para triturar rocas podían emplearse como tanques provisionales, si la situación se volvía lo bastante desesperada.
Una vez que contempló a los zerg aproximarse con los primeros rayos de sol, oyó el estruendoso fragor de las hordas y vio las nubes de polvo que se batían mientras marchaban a través de las achatadas llanuras agrícolas, supo que la situación se había vuelto demasiado desesperada.
Cerca de ella, el Alcalde Nikolai dio un paso hacia atrás, asombrado.
—Dios mío.
Los colonos habían distribuido sus arsenal de armas de cosecha propia, pequeños lanzadores de proyectiles, pistolas de impulso, y apenas armas de caza aprovechables. Algunos de ellos empuñaban utensilios agrícolas; grandes guadañas y herramientas para rastrojos con el extremo afilado. Un granjero con fuertes músculos podría usarlas tan efectivamente como cualquier guerrero usaría una lanza.
Jadeantes, los otros colonos asieron sus armas como si fuesen lazos salvavidas. Aunque Octavia había dado la alarma sobre los alienígenas, la amenaza de este enjambre era de una magnitud más poderosa de lo que había imaginado. Las monstruosas criaturas parecían ilimitadas.
—¡Las alambradas del perímetro son nuestra primera línea de defensa! —gritó. Ninguno de los colonos tenía experiencia militar, pero sabían que tenían que detener la primera oleada, o todos estarían perdidos—. Tenemos que evitar que entren en la ciudad. No retrocedáis. Si nuestras líneas se rompen y nos dispersamos, terminaremos luchando por nuestra cuenta. Acabarán con nosotros uno por uno.
Ignorándola, dos de los colonos huyeron al dudoso refugio de sus hogares.
—¡Permaneced y luchad! —aulló Octavia al resto.
El Alcalde Nikolai murmuró algo sobre la necesidad de controlar a los niños, pero Octavia le agarró por el brazo y le mantuvo en su lugar.
Las primeras filas de alienígenas, corredores con extremidades afiladas como cuchillas, alcanzaron el perímetro del asentamiento. De casi el tamaño de un perro, los alienígenas parecían grandes lagartos con ojos rojos, garras afiladas y múltiples brazos. En una oleada masiva, corrieron a través del lodo con un estruendo de pasos como cangrejos hambrientos.
Los primeros disparos de los colonos cortaron el aire, muchos de ellos de forma imprecisa puesto que las armas estaban pobremente alineadas. Pero debido al enorme número de exploradores alienígenas, la mayoría de los disparos golpearon «algo». Los otros alienígenas exploradores avanzaron en tropel sobre sus camaradas caídos, bien desmenuzándolos a jirones con sus extremidades afiladas bien ignorándolos en su ansia de destrucción. Parecía como una oleada interminable de muerte abominable.
Octavia sintió que la desesperación abrumaba su terror. ¿Qué posibilidades tendrían? Se había traído una pistola de proyectiles comprimidos de casa, que disparaba una y otra vez. Al principio se sintió orgullosa de observar a las criaturas que mataba, pero luego ni siquiera hubo tiempo para poner atención. Disparó una andanada de proyectiles hasta que acabó con sus reservas de munición. Muchos de los otros colonos también habían acabado con sus balines comprimidos para sus armas de proyectil o con los cargadores de batería para sus pistolas de impulso.
La primera multitud de pequeños alienígenas atravesó la línea del perímetro y alzó sus garras como guadañas para acuchillar y desgarrar. Los colonos gritaron. Octavia observó a varias personas caer en una pila sangrienta de carne desgajada. Y sólo era el comienzo.
Kiernan y Kirsten Warner, él un joven cantero, ella una profesora e ingeniera aficionada, lucharon codo con codo con las herramientas para picar granito que Kiernan usaba en su trabajo. Osciló el utensilio de un extremo a otro, cortando extremidades afiladas de las criaturas, seccionando sus gruesas pieles correosas, y dejando una pila de crispantes cuerpos alienígenas a su alrededor. Kirsten luchó con dureza, como si intentara continuar con el número de víctimas desparramadas por el suelo.
El Alcalde Nikolai se giró y echó a correr. Octavia le gritó que volviera, pero como un verdadero político, tenía una excusa para su precipitada retirada.
—¡Necesito enviar una llamada urgente a la flota terráquea! Ya deberían haber llegado. Tengo que contarles lo que está ocurriendo aquí abajo. —Sin esperar, Nikolai corrió y se parapetó en el interior de la torre de comunicaciones.
Octavia no tenía tiempo para preocuparse de ello. Arrojó su pistola de proyectiles descargada al alienígena en forma de lagarto más cercano con tal fuerza que abrió una brecha en la cabeza de la criatura. Una sustancia legamosa la salpicó, pero no pareció molestar al alienígena en lo mínimo.
Mientras permanecía desarmada durante una fracción de segundo, Octavia recordó la vieja torreta de misiles, el monumento decorativo que les había sorprendido a todos activándose y borrando del cielo a un Observador. Incluso con sus sistemas automatizados quemados, la torre aún tenía algunos misiles intactos. Allí debería haber suficientes explosivos para causar algún daño.
La torreta estaba hecha para disparar a objetivos aéreos, pero ya no funcionaba como había sido diseñada. Quizá pudiera lanzar los cohetes manualmente.
Octavia sólo necesitaba un minuto. Era todo el tiempo que tenía.
Corrió hacia el centro de la ciudad, un lugar que hasta ahora había sido pacífico, lo más parecido a un parque en Bhekar Ro. Tras ella, los aterrorizados colonos se vieron forzados a retroceder, sus líneas desmoronándose al tiempo que las hordas de alienígenas sedientos de sangre les atacaban. Las armas provisionales estaban comenzado a flaquear, pero Octavia sólo se concentró en la pieza de equipamiento.
Aunque ella y Jon se las habían ingeniado para arreglar las partes mecánicas del arma, los componentes electrónicos resultaron completamente irreparables. Pero Octavia se percató de que estos comprendían en gran parte los sensores y los sistemas de puntería automatizados. Trepó por la escalera de metal y arremetió contra el panel de acceso.
Todo lo que necesitaba eran los controles de disparo.
Usando sus piernas y hombros, empujó hacia arriba y balanceó hacia abajo el lanzador de misiles, para después girarlo con fuerza bruta hacia las cercanas tropas alienígenas. Sólo tenía dos misiles y no sabía exactamente cuánto daño causaría cada uno.
Encontrando los controles de activación, hizo lo mejor que pudo para fijar una trayectoria a ojo, apuntando con el primero de los pequeños misiles tierra-aire hacia el centro de los babeantes monstruos. Sería estupendo contemplar cómo saltaban en pedazos.
Tras cerrar su ojo izquierdo y murmurar una rápida oración, lanzó el primer misil. El proyectil explosivo rugió a través del aire, silbando y girando. Al principio pensó que su disparo fallaría, pero entonces lo vio descender hacia un cúmulo de exploradores alienígenas. Destellos de fuego y humo y extremidades destrozadas volaron en todas direcciones, enviando a las criaturas atacantes a dar vueltas como una colmena de enloquecidas hormigas.
En el momento de la conmocionada sorpresa, Octavia no vio motivos para esperar. Meció la torreta ligeramente hacia la izquierda, donde las criaturas alienígenas en forma de lagarto se estaban reagrupando, para a continuación lanzar el segundo, y último, de los misiles. Observó la nueva explosión con euforia. ¡Había aniquilado de un solo golpe a cientos de atacantes!
Por desgracia, las voraces fuerzas invasoras disponían de cientos más para reponer.
A medida que el polvo y el humo se asentaban, un breve silencio sobrevoló durante unos segundos el campo de batalla. Varios colonos vitorearon ante ello. Otros gritaron de dolor. El enjambre de mortales alienígenas se reunió de nuevo, produciendo siseantes y ronroneantes sonidos en el proceso.
Entonces Octavia vio lo que más temía surgir de la carnicería; formas voluminosas, ligeramente deformadas, retorcidas y desfiguradas. Los cuerpos habían sido una vez humanos. Los granjeros habían sido fuertes; las mujeres habían sido bellas a su modo. Pero ahora estos colonos infestados estaban completamente bajo el control de los invasores alienígenas.
Avanzaron con pesadez, una masa de tentáculos, garras afiladas y abominables aguijones chorreando veneno. Parecía como si un fabricante de muñecas demente hubiese injertado partes extra sobre lo que habían sido antaño formas humanas normales.
Algunos de los defensores en primera línea de fuego sollozaron a medida que los colonos infestados se dirigían hacia ellos.
—¡Es Gandhi, y Liberty Ryan! Y allí está Brutus Jensen.
Octavia reconoció a estas personas con un deje de revulsión. Los colonos habían sido sus vecinos. Todos habían trabajado muy duro para plantar semillas, protegerlas y nutrirlas en los campos agrícolas. Brutus Jensen había sido un trabajador muy laborioso.
Los colonos infestados avanzaron con lentitud. Los defensores de Refugio Libre se sentían inquietos, reluctantes a disparar sobre gente que hasta hoy habían sido sus amigos.
Pero ahora todos eran monstruos. Enemigos. Como el prospector Rastin.
Cuando Octavia vio que sus pieles comenzaban a retorcerse, sus cuerpos hervían y sus rostros y estómagos se hinchaban y resoplaban, recordó lo que le había pasado a Viejo Azul… una acumulación de gases tóxicos y explosivos.
—¡Apartaos de ellos! —gritó, corriendo hacia el perímetro—. ¡No les dejéis que se acerquen!
Pero se encontraba demasiado lejos. Algunos de los colonos la oyeron y se volvieron para mirarla, mientras que otros estaban paralizados de miedo para poder escuchar.
Octavia se arrojó al suelo, retrocediendo instintivamente mientras los infestados colonos se acercaban tanto como podían antes de que sus cuerpos explotaran como bombas biológicas repletas de vapores venenosos y químicos.
La violenta erupción de los Ryan y del pobre Brutus Jensen dejó fuera de combate la primera línea de fuego de los defensores de Bhekar Ro. Tres colonos murieron al instante. Treinta metros de alambrada y dos construcciones del perímetro fueron aplastadas por la onda expansiva. Otros defensores que habían permanecido demasiado cerca cayeron rodando por el terreno, escupiendo sangre mientras el veneno se abría paso por su sistema nervioso en una rápida pero agonizante muerte.
Muchos exploradores alienígenas en la vecindad también fueron aniquilados, puesto que Octavia había comprobado hasta ahora que las fuerzas invasoras consideraban a cada criatura como a un ser completamente prescindible.
Se puso en pie y contempló una nueva oleada de monstruos aproximándose, para echar luego una ojeada a las puertas selladas de la torre de comunicaciones donde el Alcalde Nikolai se había encerrado. Esperaba que hubiese sido capaz de contactar con la flota terráquea.
Si los «rescatadores» militares no llegaban pronto, no quedarían colonos a los que rescatar.