Capítulo 5
Bajo las órdenes del General Edmund Duke, las naves de guerra del Escuadrón Alfa se encontraban siempre preparadas para la batalla. De hecho, las tropas estaban ansiosas por ello.
El devastador primer conflicto con los zerg y los protoss había exterminado los mundos colonia de Chau Sara y Mar Sara, el mundo del gobierno confederado de Tarsonis, y el planeta natal protoss de Aiur.
Duke odiaba a los alienígenas… de cualquier clase. Se había despertado una noche en la cabina de su nave insignia intentando estrangular las sudorosas sábanas de su catre.
En las agitaciones de la reciente guerra, el carismático rebelde Arcturus Mengsk, líder de los violentos Hijos de Korhal, había tomado el control de lo que había sido la Confederación Terráquea y se había coronado como nuevo emperador. Duke no pensaba que el hombre fuese particularmente honorable o de confianza o incluso talentoso. Mengsk era un político, ni más ni menos.
Un gobierno diferente, la misma estructura militar. El General Duke sólo cumplía con su deber.
Ya que quería conservar su autoridad, Duke no sentía remordimientos cuando obedecía lo que el Emperador Arcturus Mengsk le pedía que hiciera. El general sabía quién decretaba sus órdenes.
Muchas de las naves habían sido dañadas en el conflicto, incluyendo su nave insignia, la Norad II. Desde entonces, sin embargo, el nuevo Emperador Mengsk había gastado mucho del presupuesto para inflar la estructura militar. Las naves dañadas del Escuadrón Alfa habían sido restauradas, sus armas habían sido recargadas, y habían sido enviadas de nuevo al espacio.
Su flota estaba compuesta de cruceros de batalla, espectros, naves científicas y naves de evacuación, una poderosa fuerza preparada para una peligrosa galaxia. Los malditos protoss y zerg se encontraban ahí fuera, en alguna parte.
El Escuadrón Alfa había abandonado Korhal, el nuevo planeta capital del emperador, que había sido dañado por la venganza de la Confederación muchos años atrás. Pero Arcturus Mengsk había reído el último… y el General Duke aún conservaba su autoridad militar. Poco más le importaba.
Durante meses, las naves del Escuadrón Alfa se habían ocupado de misiones de reconocimiento rutinarias, cartografiando mundos colonia potenciales y restableciendo el contacto con otros que se habían descarriado del camino. Duke no podía imaginarse asignaciones más aburridas… no para un brillante estratega militar como él, y para sus leales soldados.
Pero la situación política con el recién formado Dominio Terráqueo aún era inestable, y Mengsk había escogido sus propios hombres para formar la Guardia Imperial cerca de su hogar. Presumiblemente, el General Duke aún no había convencido al emperador de su lealtad, de modo que el Escuadrón Alfa y él habían sido enviados bien lejos, donde pudieran causar menos problemas. Duke prefería evitar la política a toda costa, y si aquellas dos malévolas especies querían volver para otra pelea callejera, se sentiría feliz de proporcionársela. ¡Malditos alienígenas! En cualquier caso, el general esperaba toparse con más información y más fortalezas de los malvados zerg o de los traicioneros protoss (le traía sin cuidado) aquí, en las áreas sin cartografiar que exploraría de regreso a los sectores civilizados.
Después de mucho patrullar, el General Duke había evaluado los recursos de la flota, comprobado sus capacidades militares, y había dado la orden de detenerse en el siguiente campo de asteroides rico en vespeno. Pretendía abarrotar sus naves con más recursos de los que el emperador le había permitido. Ahora permanecía en la nave insignia, la reconstruida y completamente reparada Norad II, denominada Norad III, un crucero de batalla con más potencia de la que el General Duke podría desear.
Preparado para partir.
Sólo deseaba que hubiese algo contra lo que «luchar», en vez de cumplir estas continuas… asignaciones de estudios sociales. ¿De verdad quería el Emperador Mengsk conocer el estado de sus mundos colonia? Seguramente el nuevo gobernante del Dominio Terráqueo tendría cosas más importantes en mente.
Duke ojeó las portillas de su nave insignia y contempló la actividad que se realizaba en el espacio. Todos sus soldados se desplazaban con eficacia… no porque estuviesen intentando impresionar a su comandante, sino porque en verdad eran muy «buenos». Lo había visto en multitud de ocasiones.
Sobre los asteroides ricos en vespeno del cinturón, leves vestigios del gas plateado escapaban al espacio desde la baja gravedad, provocando que las flotantes rocas parecieran cometas errantes. Los Vehículos de Construcción Espacial encontraban los geiseres más poderosos y los anotaban, usando materiales de los asteroides para construir refinerías improvisadas, que capturarían y destilarían el gas en su forma consumible. Los VCE trajinaban con prisas como abejas en un campo de flores, cosechando el gas y regresando a la flota con barriles de combustible.
Pronto las naves de Duke estarían más que preparadas para cualquier cosa… y, de nuevo, con nada más importante que hacer.
La tarea no se prolongó más de lo necesario, siguiendo el procedimiento de operación estándar. Pese a todo. Duke se paseaba por la cubierta, observando las pantallas de estado, ladrando órdenes a sus oficiales, y merodeando en busca de algo útil que hacer. Los exploradores enfundados en sus trajes espaciales recuperaban otros valiosos minerales de los asteroides para trasladarlos a las naves del Escuadrón Alfa y abastecerlas hasta sus niveles óptimos.
Durante un momento de calma, su piloto y oficial armamentístico, el Teniente Scott, se decidió a hablar.
—General, señor, ¿puedo hacerle una pregunta? Permiso para hablar libremente. —Alto, apuesto y franco, Scott en muy respetado entre los otros marines.
—Doy por sentado que todos mis oficiales tienen cerebro en sus cabezas, Teniente. De otro modo, sólo gobernaría una tripulación de robots. —Duke estaba lo bastante aburrido para darle su permiso al joven, aunque normalmente tal osadía le hubiese costado una reprimenda.
—Supongo que tiene un plan, señor —dijo el Teniente Scott—. ¿Estamos esperando a realizar nuestro próximo movimiento?
—Siempre tengo un plan —gruñó Duke bruscamente.
—¿Qué clase de plan, señor? ¿Vamos a atacar al Dominio y derrocar al Emperador Mengsk? ¿Vamos a ayudar a establecer un gobierno en exilio para la desmantelada Confederación Terráquea?
—¡Ya es suficiente, Teniente! —exclamó el General Duke, elevando el tono de su voz a un rugido—. Si el emperador le oyera decir tales palabras le acusaría de traición.
—Pero, General, señor… son «rebeldes». —Scott parecía dubitativo—. Hijos de Korhal. Eran nuestro enemigo.
Duke descargó su puño sobre la consola de mando del Norad III.
—«Actualmente» son el gobierno legal de todos los terráqueos. ¿Tendría que convertirme en un rebelde, sólo porque quiero desahogarme sobre otro puñado de rebeldes? Le recuerdo que nuestro deber es seguir las órdenes de nuestro comandante en jefe. Tras la destrucción de Tarsonis, y ahora que finalmente hemos hecho retroceder a los zerg, nuestro líder político legal es el Emperador Mengsk. Haría bien en no olvidar eso, hijo.
El Teniente Scott se percató de que esta vez mantendría cualquier comentario bajo control.
Duke disminuyó la intensidad de su voz, sabiendo que todos sus marines estaban impacientes por atacar a los viles alienígenas.
—Estamos involucrados en una lucha por la supervivencia de la raza humana, Teniente. Mantengamos nuestras prioridades donde deben estar.
Los otros oficiales del puente, muchos de los cuales probablemente sentían lo mismo que el Teniente Scott, recibieron la reprimenda en sus corazones y con rapidez encontraron servicios urgentes con los que mantenerse ocupados.
El general se sentó en su silla de mando, contemplado las tediosas operaciones restantes que tenían lugar en el cinturón de asteroides. Un líder militar siempre debía permanecer concentrado en su objetivo. No descuidaría su atención en los detalles. Un conflicto podía ganarse o perderse debido a un pequeño detalle que alguien habría descuidado.
El Escuadrón Alfa siempre se había enorgullecido de ser la primera unidad militar en un conflicto, y también el primer grupo de salida. Sin embargo, ahora, no disponían de ningún lugar adonde ir. Incluso cuando las operaciones mineras y de gas vespeno en los asteroides se completaran y las naves se desplazaran de nuevo para emprender su lenta travesía a través del espacio, el General Duke sabía que nada excitante les ocurriría.
Se retiró a su cabina tras dejar al mando a un sorprendido Teniente Scott. No discernió ninguna ventaja táctica en su misión actual y decidió tomarse algún tiempo para afilar sus habilidades.
El General Duke pasó los siguientes tres días en sus propias pantallas de ordenador, desafiándose con excitantes juegos de guerra para pulir su pericia. Jugó escenario tras escenario, derrotando al ordenador en todos ellos.
Aún así, se aburría de que nada pasara. Después de todo, era un hombre de acción.