Capítulo 8
Ido. Lars se había ido.
La idea aporreó la mente de Octavia al son de las descomunales cadenas de la robo-cosechadora a medida que viajaba alocadamente a través de pedregosos kilómetros hacia el asentamiento. Sus manos y pies operaban el pesado aparato sin ayuda de su mente consciente, puesto que ésta sólo albergaba un único pensamiento: «¡Lars está muerto!» Apenas podía apartar su mente de ello.
La robo-cosechadora dio una sacudida y rebotó, estrellándose sobre un montículo de barro y escombros rocosos. El brusco movimiento retorció su cuello y hombros, pero apretó los dientes.
Sobre su cabeza, el mismo halcón aún reposaba sobre las corrientes de aire, escudriñando el terreno en una infructífera búsqueda de comida…
El inmenso vehículo recorrió la subida de la pronunciada ladera, agitándose contra la pendiente mientras los peñascos y el barro suelto se pulverizaban bajo la agitación de las cadenas.
La visión de Octavia del lúgubre paisaje ante ella se oscureció y se volvió más borrosa, como si la niebla hubiese arrollado todo el valle. Intentó limpiar el parabrisas pero pronto se percató de que el problema estaba en sus propios ojos.
Octavia no era muy dada a las lágrimas, y ahora no tenía tiempo para ellas. Debía volver a Refugio Libre para dar la voz de alarma. Para contar a los otros colonos el ominoso y sanguinario artefacto que la tormenta había desenterrado. Siempre había sido demasiado práctica para perder el tiempo en exhibiciones inútiles de emoción… no porque no le importara cuando un amigo o un miembro de la familia morían. Era un mecanismo de supervivencia. Aquellos colonos que se permitían sentirse deprimidos por los crueles caprichos de la vida pronto se volvían apáticos e imprudentes. Y la imprudencia en Bhekar Ro normalmente significaba una muerte súbita.
Por lo que Octavia podía recordar, sólo había llorado unas pocas veces antes: una vez tras la muerte de sus abuelos, y otra vez una semana después de la muerte de sus padres por la plaga de esporas, durante la siguiente estruendosa tormenta cuando la compresión de que su padre nunca más la reconfortaría de nuevo la golpeó como una bofetada en la cara. Las lágrimas fueron una sensación poco familiar que apenas reconocía. «¡Lars se había ido!»
Pero entonces, mientras las salobres gotas recorrían sus mejillas, su ira comenzó a fluir también. ¡Qué pérdida tan ridícula! No tenía ningún sentido. ¿Y qué era aquello de la cordillera? Obviamente no era de origen terráqueo.
¿Por qué había permitido a Lars llegar hasta allí? ¿Qué había pensado ganar con ello? Lars, con su insaciable curiosidad, había sentido la necesidad de ir. Sólo había estado explorando.
Y la cosa había asesinado a su hermano. «Asesinado». Había apartado a Lars de su lado… y ¿para qué? ¿Quién podría decirlo?
Sin embargo, de una cosa estaba segura. Tenía que advertir a los otros colonos antes de que el artefacto pudiera exigir más vidas.
* * *
La sala de juntas del pueblo estaba repleta hasta la saciedad con casi dos mil colonos enfurruñados. Octavia podía oír retazos de conversación desde todo el salón.
—¿Qué clase de emergencia? ¿No fue bastante la emergencia de la tormenta?
—Tengo cosechas que sembrar. ¿No podríamos esperar?
—He oído que Lars Bren ha encontrado algo.
—¡Yo he oído que ha desaparecido!
—… Mejor que se den prisa o me largo.
Al fin, el Alcalde «Nik» Nikolai ocupó su lugar en la plataforma de la parte delantera del salón y llamó al orden. Era una persona no demasiado carismática en circunstancias normales, pero a la edad de veintiocho años ya estaba considerado como un establecido y respetado administrador, más o menos. Golpeó su estrado, intentando conseguir que la audiencia se calmara.
—¡Disculpen! ¿Hola? Octavia Bren tiene serias noticias para nosotros. —Se detuvo por un momento, mirando a su alrededor—. Lo bastante serias como para que necesitemos realizar una votación sobre lo que hacer después de que oigáis lo que tiene que decir.
—¿Por qué no lo cuentas tú, votamos y nos largamos de aquí? —aulló Shayna Bradshaw desde la audiencia—. Mi sistema de irrigación está obstruido de nuevo, y…
El alcalde sacudió la cabeza.
—Creo que será mejor que dejemos a Octavia contarlo con sus propias palabras.
Octavia apretó los dientes ante los refunfuños de la sala y avanzó hasta la plataforma. Se aferró a su ira en vez de a su aflicción. Se habían vuelto muy curtidos ante las noticias de tragedias y calamidades. De algún modo tenía que hacerles entender lo importante que era esto. Se aclaró la garganta y aplicó tanto volumen y autoridad como su diecisiete añera voz le permitió.
—Sé que la mayoría de vosotros cree que no existe nada tan importante, nada tan «urgente» para justificar vuestra presencia aquí. Las conmociones y frustraciones, incluso la muerte, se han convertido en parte de nuestra vida cotidiana.
—¡Ve al grano! —exigió el viejo Rastin desde el centro de la sala.
—¿Dónde está tu hermano? —preguntó Cyn McCarthy, contemplándola expectante.
Octavia aspiró una profunda bocanada de aire y comenzó de nuevo.
—Lars está muerto. —Levantó una mano para anticiparse a los murmullos automáticos de simpatía de la multitud reunida—. Fue asesinado por algo que se encuentra en una cordillera a veinte clicks de aquí. Un artefacto alienígena que estaba sepultado en el interior de la montaña. Algo enorme.
—¿Alienígena, dices? —El Alcalde Nikolai estaba sorprendido.
—¡Sí, alienígena! ¡No estamos solos en Bhekar Ro!
Octavia describió lo que había ocurrido. A trompicones, de forma entrecortada, les contó la exploración del artefacto, y cuando llegó a la parte de los haces brillantes de luz atravesando el cuerpo de su hermano, centelleando a su alrededor mientras se desintegraba, su garganta se agarrotó y rehusó continuar. Sintió una mano en su brazo y levantó la vista para contemplar a Cyn McCarthy a su lado, con una máscara de aflicción en el pecoso rostro de la joven viuda.
—La solución es simple —afirmó el viejo Rastin—. Nadie de la colonia debe acercarse a esa «cosa». Dejémoslas sola. Si nos expandimos, lo haremos en otra dirección.
Octavia apretó los dientes de nuevo, y la ira le devolvió la voz. A menos que convenciera a los colonos de que esto era serio, todos podrían morir.
—Ignorarlo no será suficiente. Algo más ocurrió allí. Mientras me alejaba, esa cosa envió una señal al espacio. Algún tipo de transmisión, o alarma, o baliza. La luz era tan brillante que casi me dejó ciega, y el sonido sacudió el terreno y me arrojó al suelo.
—Eh, ¿fue un par de minutos antes del mediodía? —preguntó Kiernan Warner desde la fila delantera—. ¡Creo que lo oí! Si estaba a veinte clicks de distancia, debió haber sido realmente ruidoso.
—¿Crees que el artefacto se estaba comunicando con nosotros? —inquirió el hermano menor de Lyn en tono de alarma.
Octavia sacudió la cabeza.
—La baliza fue derecha al espacio, como si pensara que había alguien ahí fuera para recibir la señal. Podría haber estado intentando comunicarse con alguien, pero definitivamente no era con «nosotros».
La sala estalló con exclamaciones, preguntas, y sugerencias, y Octavia supo que había conseguido su atención.
El Alcalde Nikolai ocupó el estrado de nuevo y levantó las manos para pedir calma. Cuando la sala se calmó ligeramente, dijo:
—Octavia cree que deberíamos contactar con la Confederación Terráquea. Permitir que sepan lo que hemos encontrado aquí.
Algunos de los colonos comenzaron a poner objeciones, pero fueron silenciados con rapidez por sus vecinos.
—No sabemos si era una baliza de comunicaciones o no, pero si más de esas cosas aparecen por Bhekar Ro, no seremos capaces de manejar la situación por nosotros mismos —exclamó el Alcalde Nikolai.
—¡Éste es nuestro planeta! —se quejó Jon, el primo de Wes.
Octavia habló de nuevo.
—Aunque el artefacto sea el único de su clase, no sabemos lo que puede llegar a hacer. Ahora que ha sido desenterrado, puede volverse agresivo y llegar a nuestro asentamiento. Incluso podría causar terremotos que nos aniquilarían a todos.
—Votemos —aulló Jon.
—Sí, ya hemos oído bastante —añadió Kiernan.
—Mi sistema de irrigación aún gotea —masculló Shayna Bradshaw.
Para alivio de Octavia, con la excepción de tres colonos, el voto fue unánime. Se enviaría un mensaje al último gobierno terráqueo conocido. Quizá la Confederación tuviera experiencia en tales asuntos.
* * *
Octavia se paseó con ansiedad fuera de la torre de comunicaciones que permanecía en una intersección en la plaza del centro del pueblo. El sistema de comunicaciones era tan antiguo como la torreta de misiles en el centro de la plaza, y nadie sabía si el equipo aún funcionaba. No había sido empleado para comunicaciones de largo alcance en docenas de años, sólo para contactar con granjas y asentamientos periféricos durante las situaciones de emergencia.
El alcalde había insistido en estar completamente a solas dentro de la torre mientras realizaba el intento de transmisión. Había estado recluido en su interior durante cuarenta y cinco minutos. Octavia esperaba que eso fuese una buena señal. O tal vez no podía descubrir cómo operar el transmisor.
Finalmente, el Alcalde Nikolai emergió con una expresión de estupefacción en el rostro. Se pasó una mano por su cabellera rubia en punta, con aspecto de estar satisfecho consigo mismo.
—¿Lo conseguiste? —preguntó Octavia—. ¿Hablaste con la Confederación Terráquea?
—Bueno, no exactamente. Parece que la Confederación ha desaparecido y ahora el gobierno se llama el Dominio Terráqueo. El tipo con el que hablé se llamaba a sí mismo emperador… muy impresionante, supongo. Su nombre era Arcturus Mengsk. Pareció interesado en lo que hemos encontrado, hizo muchas preguntas. Me dijo que probablemente enviarían una fuerza militar para investigarlo de inmediato.
Octavia soltó un suspiro de alivio.
—Bueno. Entonces la ayuda está en camino.
Sus problemas acababan de empezar.