58
—He adoptado riesgos insensatos por obtener estos documentos. Espero que sepa recordarlo…
—¿Alguna vez habla sin tratar de defender sus mezquinos intereses personales? Debería intentarlo. Ocuparse de los demás proporciona también grandes satisfacciones. Eso lo transformaría.
Sobre la mesa de la cafetería en la que nos hemos citado con discreción antes de ir a la oficina, Notelho desliza hacia mí un grueso sobre. Lo abro y lo hojeo.
—¿Es la copia completa de la carpeta azul?
—Está todo ahí. No creo que guarde notas en otra parte, pero no he llegado a meterle mano en los bolsillos… He pagado las fotocopias con mis propios fondos.
Lo miro fijamente.
—Otra vez sus mezquinos intereses. Solo tiene que hacer una nota de gastos. Pasará sin problema, dado que es usted quien los aprueba.
—Tiene razón.
—De paso le señalo que se ha negado a reembolsarle los gastos de taxis a Malika, que regresaba de un salón en Asia a las dos de la madrugada, pero que se va a reembolsar las fotocopias hechas para traicionar a sus antiguos aliados…
—Por favor, señora Lavigne.
—Señorita.
A primera vista, la idea de vaciar la empresa para deslocalizarla no es algo nuevo. Los primeros memorandos entre Deblais y los accionistas se remontan a más de dos años atrás. Algunos intercambios mencionan los activos, las patentes, los bienes inmuebles, y todo de lo que pueda sacarse partido en una cesión o una liquidación.
En la lista del personal aparecen tachados los nombres de Benjamin y de Magali. La virulencia del garabato que suprime sus apellidos dice mucho de la satisfacción rabiosa sentida una vez que se determinó su suerte. Virginie, la madre separada, otra chica de contabilidad, una asistente del departamento de pedidos y Malika aparecen subrayadas. Émilie también. Mi nombre y el de Vincent están rodeados con rojo. Esto es lo que se llama información estratégica. Descubro también notas junto a muchos nombres: «frágil psicológicamente», «cargado de deudas», «en proceso de divorcio», «chica discapacitada». Qué tipo más repugnante…
Murmuro:
—Ha cometido una enorme estupidez al dejar esto tirado por ahí.
—No lo ha dejado tirado. Conozco sus carpetas y, dado que nunca me había fijado en ella, deduzco que la guardaba en la caja fuerte. Pero como las comunicaciones con los propietarios se multiplican y su plan avanza a gran velocidad, la tiene a mano contando con que cierra con llave la puerta de su despacho. He comprobado la bandeja de entrada de su email, se las arregla para borrar todos los correos comprometedores. Los imprime y los destruye. En uno de los últimos, he descubierto que tiene una reunión con los accionistas dentro de cuatro semanas para presentarles el plan de liquidación. Ya lo verá, se concreta un poco más adelante.
—¿Espera haber terminado su saqueo dentro de un mes? No lo conseguirá jamás.
—No necesita terminarlo. Puede conformarse con iniciar el proceso. Si los propietarios aprueban luego una liquidación o una venta, eso hará que toda marcha atrás resulte casi imposible.
—¿En qué momento iba a hablarle a usted de todo esto?
—Supongo que me habría presentado el hecho consumado, como a todos ustedes.
—Lo habría despedido con una cómoda indemnización en consideración a los servicios prestados.
—En realidad, no. He visto mi ficha. Me pregunto incluso si iba a intentar hacerme pagar el pato…
—¡Qué bella persona! Si es usted bueno, le presto mi tabla para que pueda ajustarle las cuentas.
Notelho no responde. Ni siquiera lo ha oído. De repente, entorna los ojos y dice:
—Acabo de tener una idea. Ya que se dedica a tomar notas sobre las debilidades íntimas de cada uno, creo que puedo escribir una de aúpa sobre él. Tengo que comprobar una cosa…
Esta vez, está claro: este pequeño canalla de Notelho ha cambiado de bando.