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EL invierno era mucho menos agradable en la ciudad que en el barrio donde había vivido con Marcos. Casi todo se veía gris y sucio, y las bufandas y capuchas convertían a los transeúntes en seres anónimos, difíciles de distinguir entre sí. El edificio tenía calefacción, por supuesto, aunque a Eliana le molestaba la tendencia de algunos de subir demasiado el termostato; parecía el método perfecto para debilitar el cuerpo e invitar a los microbios patógenos.

Pensando en esas cosas, no se sorprendió demasiado cuando Cecilia llegó hasta su escritorio con cara de preocupación y le dijo:

—Amiga, necesito un favor, pero sólo si no estás muy ocupada.

—Tengo bastante trabajo, pero dímelo de todas maneras.

—Mi hijo acaba de enfermarse de gripe, mi esposo tiene una reunión importante y la niñera también está engripada. Pedí para salir temprano, pero me falta pasar en limpio unos documentos y mandarlos por correo electrónico. ¿Podrías hacerte cargo? No es muy complicado. Prometo que te lo compensaré.

—Sí, está bien, tráeme lo que sea. Hoy no ando con prisa, de todas maneras.

—Mil gracias. Enseguida vuelvo.

Minutos después, Cecilia se había marchado y Eliana puso manos a la obra. La hora de salida se le pasó entre tareas propias y ajenas, y cuando miró en derredor se percató de que ya casi no quedaba nadie. Giró en su silla... y vio a Marcos de pie en un rincón, observándola.

—Hola —dijo ella, disimulando el sobresalto—. Ya estaba por irme. ¿Necesitas alguna cosa?

El hombre dio unos pasos hacia Eliana, con las manos en los bolsillos y una expresión indescifrable en los ojos.

—A decir verdad, tengo que hacerte una pregunta —empezó él—. Debí hacerla mucho antes, pero decidí esperar y ver qué pasaba.

—No entiendo —replicó Eliana. Sentía de pronto un nudo en el estómago. ¿Acaso él la había recordado? No, nada indicaba que fuera eso.

—Hace algunos meses me llamó mi madre. Dijo que una compañera mía del instituto se había comunicado con ella para hablarle de una fiesta, y mencionó un nombre que yo jamás había escuchado. No supe nada más del asunto, y luego volví a escuchar el nombre cuando empezaste a trabajar aquí. Pensé que era una coincidencia, pero luego me fijé en ti y noté que te había visto antes, dentro del edificio y fuera de él. ¿Tienes alguna explicación razonable para eso?

Eliana obligó a su mente a trabajar a toda velocidad, pensando que Marcos, siendo abogado, sin duda haría pedazos una mentira poco convincente.

—Bueno, sí fui yo la de la llamada, pero tenía a la persona equivocada. Mismo nombre, diferente instituto. Me di cuenta cuando te vi en persona. Y después de eso... es que justo estaba buscando otro empleo, uno con mejor sueldo, y me entrevistaron en varios lugares. Pero acepté el puesto aquí porque cuando vine me gustó el lugar. Eso es todo.

Hubo un momento de tensión... y luego Marcos asintió.

—De acuerdo, eso tiene sentido. Y ya me dijo un compañero que sonaba paranoico cuando mencioné que quizás tenía una acosadora o algo por el estilo. No me pareciste una acosadora cuando hablé contigo ese día y me ayudaste con las fotocopias.

—No, no soy una acosadora —replicó Eliana sonriendo. En realidad soy tu esposa, pero eso fue en otra vida. Una vida que nunca existió para ti. Al menos también te perdiste de lo malo.

—Pero hay algo que no me cierra del todo. La primera vez que te vi, en la recepción... tu rostro me pareció familiar. Soy muy bueno para recordar nombres y caras, y aun así no consigo dar en el clavo con eso. ¿Estas segura de que no nos conocimos antes?

Estoy segura de que sí nos conocimos, pero saldrías corriendo si te lo contara, y a mí me despedirían por decir locuras. Lo peor sería que ya no podría volver a verte.

—Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte. Quizás conociste a alguien que se parecía mucho a mí pero que no era yo, y por eso te haces tanto lío.

—Ya, puede ser. —Marcos hizo una pausa. Seguramente volvería ahora a su oficina; Eliana no deseaba que se fuera, pero se mordió la lengua para no decir tal cosa en voz alta. Sin embargo, él se quedó—. Si no acabaste tu papeleo, déjalo para mañana. Tal vez seas adicta al trabajo, como yo, pero pronto vendrán a cerrar las oficinas.

—Ya terminé. Pero no soy adicta al trabajo, sólo estoy ayudando a una compañera con un hijo engripado. Esperemos que ella no se contagie y venga a pegarnos el virus a todos los demás. Sería de mala educación.

Era una broma y Marcos la tomó como tal, riéndose. Oh, qué apuesto era cuando se reía, pensó Eliana, pero lo que en verdad la conmovió fue escuchar la misma voz y la misma risa que ella le conocía. En ese instante habría querido levantarse de la silla, cubrir la distancia que los separaba y besarlo en toda la cara. Sería su forma de darle las gracias por ese regalo inesperado.

—¿Sabes? —dijo él—, hay un bonito restaurante a la vuelta de la esquina. ¿Quieres acompañarme a cenar? Así nos recompensaremos por ser tan trabajadores.

—Eso... me gustaría mucho. Gracias.

—Excelente. Iré a buscar mi maletín, te espero en la puerta.

Y allá se fue Marcos, dejando a Eliana agradablemente sorprendida... y con el corazón desbocado.