6

NO había ningún teatro cerca de su nuevo apartamento pero sí un bar, lo cual era a la vez conveniente e inconveniente. Le servía para ir a meditar sobre su extraño problema, y al mismo tiempo Eliana se daba cuenta de que estaba empezando a beber de más. Tenía que romper ese ciclo lo antes posible, porque lo que menos necesitaba era volverse alcohólica.

Esa noche se había pasado de nuevo con la bebida, hasta el punto en que el hombre de la barra le preguntó si debía llamarle un taxi.

—No hace falta, gracias, caminaré hasta mi casa —respondió ella—. No es lejos.

—Está bien. Vaya con cuidado.

La estaba echando, pensó Eliana, pero se lo tomó como un favor. Moviéndose muy despacio, pagó la cuenta, se colgó el bolso al hombro y salió a la calle. Eran las diez y media y había una humedad espantosa; el cielo estaba cubierto, pero ella calculó que tendría tiempo suficiente para llegar a su apartamento antes de que empezara a llover. Se sentía ebria, y no le haría ningún bien ensoparse y pescar un resfriado. Bastante tenía ya con la cuestión de las realidades alternas.

Caminó a paso lento, cerca de las paredes en caso de que necesitara apoyarse en algo. Su cuerpo estaba muy lejos de responder en forma coordinada, y era probable que en un rato sintiera ganas de vomitar. Qué asco de viernes.

No había vuelto a entrar al edificio de Marcos, pero sí había pasado junto al mismo algunas veces después del trabajo, para ver salir a su esposo. Él parecía estar llevando una vida por completo satisfactoria. Tenía amigos, sonreía a menudo, y el número de mujeres con el que solía aparecer daba la impresión de que no estaba casado. En su nueva existencia, pues, Marcos era un abogado exitoso, apuesto, soltero y muy codiciado. Eliana se sentía muy poca cosa cada vez que pensaba en ello, y a pesar de que tenía los recuerdos había descubierto, además, que su propia situación era bastante lamentable. Sus padres la ignoraban igual que siempre, y no tenía amigos en su lugar de trabajo actual. Se llevaba bien con sus colegas, pero no había espacio en sus vidas para Eliana. Ella tampoco acostumbraba a reunirse con nadie, ya fuera en un gimnasio, un club de lectura o clases de yoga. ¿De verdad se había adaptado a una rutina tan mediocre? ¿Cómo había llegado a eso? No era una persona ambiciosa, pero en su otra realidad, antes de conocer a Marcos, solía interactuar con más gente e invitaba a sus compañeras de trabajo a bailar los fines de semana, si no había nada interesante en el teatro.

Quizás debiera conseguirse un gato. O un perro. No, mejor no empezar con eso. Era el primer paso hacia la resignación total, no podía rendirse tan fácilmente. Pero ¿cómo iba a entrar en el mundo de Marcos, tan lejano ahora al de ella?

Eliana llegó a su edificio y subió los cinco pisos en el ascensor. Y menos mal que había un ascensor, porque ni de chiste habría podido superar cinco tramos de escaleras. La mujer fue hasta su puerta, sacó las llaves... y éstas resbalaron de sus manos entorpecidas, aterrizando en el suelo con un tintineo. Apoyándose en la puerta, Eliana dobló las rodillas para alcanzar las llaves con la mano libre, pero otra mano se le adelantó, y al mismo tiempo alguien la agarró del brazo para ayudarla a levantarse.

La mujer parpadeó. Quien estaba a su lado era el nuevo vecino que vivía en el apartamento al final del corredor, un hombre de unos cuarenta años y mirada inteligente. Eliana no había tenido la oportunidad de hablar con él porque siempre parecía andar con algo de prisa.

—Gracias —dijo ella, y extendió su diestra para recibir las llaves. El hombre, sin embargo, no se las devolvió.

—Espero que no te ofendas por lo que voy a decir, ya que no nos conocemos —empezó él—, pero te he observado desde que llegué y la verdad es que estoy empezando a preocuparme por ti.

Eliana no supo qué responder a eso. En circunstancias normales probablemente le habría molestado que alguien la abordara de esa manera, pero ella también estaba preocupada por sí misma, y nunca había sido tan orgullosa como para rechazar la ayuda de un extraño.

—Bebí demasiado esta noche y estoy pasando por un mal momento —dijo al fin—. Es difícil de explicar. No he podido contárselo a nadie porque pensarían que me he escapado de un manicomio, así que... gracias por la preocupación, pero ¿podrías darme mis llaves? No haré nada estúpido, lo prometo. Todavía no he caído tan bajo. Espero no hacerlo.

El hombre negó con la cabeza.

—Lo siento, pero no puedo dejarte ir así. Soy médico. Sería demasiado irresponsable de mi parte desatender a una persona que parece al borde del colapso.

—No estoy al borde del...

—¿Segura?

No, no estaba nada segura. De algún modo había viajado casi tres décadas en el tiempo, y tras cambiar un hecho crucial en la infancia de su marido, ahora su propia vida era un desastre. Eliana se irguió y dijo:

—¿Como puedo saber que no eres un psicópata asesino de mujeres, tratando de aprovechar mi debilidad para engatusarme?

Esta pregunta hizo que el vecino de Eliana soltara una carcajada. El hombre contestó:

—Bien, si eres capaz de hacer una broma como ésa, entonces no estás tan mal. Puedo mostrarte mi identificación, si quieres, pero si fuera un psicópata ya te habría derribado de un golpe para meterte a mi apartamento. Y nadie me habría visto porque el pasillo está vacío ahora mismo. Además, eres quien habló de haber escapado de un manicomio. Anda, ven conmigo un par de minutos. Aunque sea para tomarte la presión. Me sentiría muy culpable si mañana te encontraran muerta en tu apartamento, ahogada en vómito. Y puedes charlar conmigo un rato, para aliviar el espíritu.

Era una oferta demasiado tentadora. Eliana suspiró antes de aceptar, y siguió al hombre hasta su apartamento. Él la dejó pasar primero, señalándole el sofá mientras cerraba la puerta sin atrancarla.

—Me llamo Julián, por cierto. Iré a traerte un vaso de jugo de frutas. Te ayudará a purgar el alcohol, pero no te cortes si sientes ganas de vomitar, ¿eh? El baño está por allá.

—Gracias. Yo soy Eliana.

—Es un gusto conocerte, Eliana. Enseguida regreso.

El apartamento de Julián era, en pocas palabras, un desorden. Aún había cajas de la mudanza sin abrir, amontonadas en los rincones y acumulando ya una ligera capa de polvo. Otras cajas sí estaban abiertas, dejando ver libros y más libros sobre temas médicos. El hombre no había mentido sobre eso, pues, a menos que hubiera gastado una fortuna sólo para cubrir las apariencias o estudiara medicina por cuenta propia.

Cuando Julián regresó, le entregó a Eliana el vaso y sus llaves confiscadas. El jugo estaba fresco e hizo maravillas con su estómago. Quizás no le hiciera falta vomitar después de todo.

—Perdona el caos —dijo él—. Cuando vuelvo del hospital suelo estar demasiado cansado como para ponerme a arreglar el apartamento. Y la verdad es que tampoco paso mucho tiempo aquí. ¿En qué trabajas tú?

—Secretaria.

—Ah. No ha de ser muy estresante, supongo.

—Supones bien.

Julián se sentó frente a Eliana en un sillón, con las manos sobre las rodillas y una actitud entre curiosa y expectante.

—¿Qué? —preguntó ella al rato.

—Nada. Es sólo que... bueno, me dejaste intrigado con eso de que hay algo que no puedes contar por miedo a lo que piensen otros.

—¿Y esperas que te lo cuente a ti? No te conozco.

—Cierto. Pero prometo escucharte con la mente abierta. Y puestos en ello, mi especialidad es la traumatología. Nunca me he fiado mucho de los psiquiatras.

Eliana consideró la idea mientras terminaba de beber el jugo. La expresión de Julián inspiraba confianza, de hecho. Y si no iba a mandarla a un psiquiátrico, ¿qué podía perder? Finalmente, tomó aire y preguntó:

—¿Crees en lo sobrenatural?

Julián parpadeó, asombrado... y luego se encogió de hombros.

—No tengo fe en esas cosas —respondió—, pero si viera fantasmas sabiendo que no estoy drogado, supongo que creería. Ya te lo dije, tengo una mente abierta. ¿De eso se trata?

—No, no he visto ningún fantasma. Lo que me ha pasado es... mucho más grande que eso.

Una vez que tomó impulso, Eliana le contó la historia entera a Julián sin omitir ningún detalle. Habló durante una hora y pico, a veces contemplando el fondo de su vaso y otras veces mirando al hombre a los ojos. Él puso toda su atención en el relato, asintiendo en las pausas o intercalando alguna pregunta a fin de despejar sus dudas. Cuando Eliana terminó, Julián se mantuvo callado varios minutos como si estuviera digiriendo la información.

—¿Y bien? —preguntó ella, incapaz de seguir aguantando el silencio—. ¿Qué opinas de todo esto?

El hombre resopló, aunque no se veía precisamente escéptico.

—Suena... complicado —dijo—. Y difícil de probar. ¿Hay algo que recuerdes de la infancia de tu marido como para convencerlo de que lo conociste en otra vida?

—Nada que no pudiese averiguar por otros medios. Créeme, le he dado todas las vueltas posibles al asunto. Y sí, llegué a cuestionar mi propia salud mental. Me hice exámenes médicos. Incluso una tomografía. No tengo esquizofrenia ni un tumor cerebral. Y me siento normal. Los recuerdos de las dos vidas están ahí. Como treinta años de ellos. Podría contarte lo que me pasó en... no sé, la Navidad de 1996, y contarte al mismo tiempo la versión paralela. Todo está muy claro, muy coherente. Los locos no son coherentes. Bueno, eso creo.

—Pues no suenas como una loca, y he conocido a varios en las salas de emergencias. —Julián se reclinó en el sillón—. Bien, partamos de la premisa de que todo es cierto. ¿Qué vas a hacer?

—¿Hacer?

—Sí. Digo, no puedes sufrir el resto de tu vida por esto, ni volver a casa medio ebria todas las noches. No es saludable. Ni constructivo.

—Supongo que tienes razón —dijo Eliana. Luego depositó el vaso en la mesa y se puso de pie—. Ya me siento mejor, aunque estoy segura de que mañana tendré un dolor de cabeza horrible. Muchas gracias por todo. Especialmente por no pensar que estoy chiflada. Ya veré qué hago, pero antes necesito dormir.

Julián también se levantó del sillón y acompañó a Eliana a la puerta.

—No hay de qué —dijo el hombre—. Y ahora sí puedo dejarte ir. Creo que ya no hace falta que te tome la presión. Bebe más agua, ¿de acuerdo? Y si necesitas algo más, no dudes en golpear a mi puerta. Mañana estaré aquí hasta las cuatro de la tarde.

Eliana asintió y, tras una breve despedida, regresó a su apartamento, se aseó para dormir y cayó rendida en su cama. Julián tenía razón, pensó. El hombre desfigurado con el que ella se había casado ya no existía, pero... Marcos aún estaba ahí, en la misma ciudad, e incluso ellos dos se habían cruzado en el mismo recinto. Si existía una posibilidad de recuperarlo, por mínima que fuera, debía intentarlo. El amor que sentía por Marcos seguía latiendo en su pecho con la misma fuerza que antes. Quizás hubiera una forma de que él volviera a sentirlo.

Por primera vez en su nueva realidad, Eliana consiguió dormir toda la noche de corrido.