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Y al final:
el último paseo por Abbey Road

Durante varias semanas, los cuatro Beatles habían estado discutiendo animadamente cómo titular el nuevo álbum. Había habido un montón de propuestas (entre ellas Four In The Bar y All Good Children Go to Heaven), pero el nombre que parecía tener más apoyos era Everest, en honor a la marca de cigarrillos que yo fumaba por entonces. Era un nombre que evocaba también la imagen de subir a la montaña más alta. Tal vez en su mente dicho nombre actuaba como metáfora de la dificil tarea que estaban llevando a cabo, grabar un último álbum juntos. El título también podía dar lugar a una potente imagen visual: los cuatro Beatles posando delante (o en la cima) del magnífico pico.

La idea se barajó durante un par de semanas, con Paul cada vez más ilusionado con viajar al Tíbet, Ringo cada vez más descontento, y John y George dando una de cal y otra de arena. El batería de los Beatles sufría de un delicado sistema digestivo, y viajar nunca le había entusiasmado. Probablemente no le atraía la idea de tener que llenar otra vez la maleta de judías en lata, como había tenido que hacer cuando habían ido a la India.

A medida que se acercaba la fecha de impresión de la carpeta, John y George empezaron a echarse atrás, poniéndose del lado de Ringo. No se veían haciendo un viaje tan largo sólo para una sesión de fotos.

—Bueno, si no vamos a llamarlo Everest ni a posar para la portada en el Tíbet, ¿qué vamos a hacer? —preguntó una tarde el frustrado Paul.

John y George Harrison no sabían qué decir. Por fin, intervino Ringo.

—A la mierda, salgamos fuera y llamémoslo Abbey Road —bromeó.

Y ésta, aunque parezca increíble, es la razón del título del álbum. No tuvo nada que ver con lo mucho que les gustaba el estudio, por más que los ejecutivos de Abbey Road lleven décadas afirmándolo. Lo cierto es que odiaban aquel lugar. Fue simplemente porque no estaban dispuestos a viajar juntos más allá de la puerta.

Y así fue como una calurosa mañana de agosto, el día después de terminar «The End», los Beatles se pusieron guapos (John con su traje blanco, George Harrison con ropa vaquera, Paul descalzo) y salieron a la calle, donde cruzaron varias veces el paso de cebra de Abbey Road mientras un fotógrafo tomaba una docena de instantáneas. La policía bloqueó el paso a ambos lados de la calle durante unos minutos para que los miembros del grupo no tuvieran que preocuparse porque los atropellara ningún coche, y apenas había presente un puñado de fans, porque en los últimos años los Beatles raras veces habían aparecido por el estudio antes de media tarde. Por todo ello, la sesión de fotos fue muy rápida, y todo el mundo se encontró con varias horas muertas antes del inicio programado de la grabación. George Harrison y Mal mataron el tiempo en el zoo de Londres, que estaba cerca, mientras Ringo se iba de compras. Paul invitó a John a su casa a tomar el té, y tal vez a una charla amistosa.

Al cabo de unas horas continuamos con el trabajo que teníamos entre manos, con Paul y Ringo grabando guitarra y pandereta en «Oh Darling» mientras George conectaba el sintetizador a instancias de John y les daba a los botones hasta conseguir que el mastodonte escupiera las dosis de ruido blanco que añadiríamos al final de «I Want You (She’s So Heavy)». Terminamos la sesión bastante temprano; nos esperaba un fin de semana de verano, y todos teníamos planes. Yo me iba de pesca.

Me había aficionado a pescar cuando era pequeño, y es algo que me sigue encantando. Siempre me ha parecido un gran antídoto contra el estrés (para mí, un día de pesca equivale a una semana de vacaciones, es casi una cuestión zen), te concentras en la superficie del agua, ahuyentando las ideas de tu cabeza, y es muy emocionante ver cómo la superficie se empieza a agitar, porque no sabes qué hay ahí abajo. Solía pasar los domingos pescando en el Alexandra Palace para desconectar, e iba incluso entre semana cuando una sesión tenía que a empezar tarde.

Un día me había quemado con el sol en el lago, y cuando llegamos al estudio Lennon se mostró muy preocupado. Se deshizo en atenciones y me dijo: «Tienes que tener cuidado con el sol. Lo sé porque tienes la misma piel clara que mi tía Mimi». Podía llegar a ser muy solícito… cuando estaba de buen humor. Le expliqué que me había quemado mientras pescaba, y de pronto empezó a acribillarme a preguntas: ¿Qué tipo de cebo utilizas? ¿Cómo sabes que los peces están picando? ¿Qué haces cuando pescas uno? Lennon siempre quería absorber todo lo que le rodeaba, y era capaz de interesarse por cualquier tema.

Al final de la breve conversación, anunció con entusiasmo que él también quería probarlo. Le dije que Malcolm Davies también era pescador, e hicimos planes para ir todos juntos una tarde. Aquello nunca ocurrió, por supuesto, y una semana más tarde John ya había olvidado el tema, pero un par de años más tarde nos invitó a Malcolm y a mí a Tittenhurst para un par de días de pesca… aunque en un fin de semana en que él iba a estar fuera. Aceptamos la invitación y lo pasamos en grande, pero nunca llegamos a ver a John con una caña de pescar en la mano. Como en la mayoría de cosas que atañían a Lennon, el concepto era más importante que la ejecución.

El resto de la semana fue muy ajetreado, haciendo overdubs, ordenando diversas pistas y comenzando el proceso de mezclas. Los días del mono habían quedado atrás, por lo que sólo se hicieron mezclas en estéreo (había sido así desde el Álbum blanco). Sin duda hubo algunas tensiones, pero en general se respiró un buen ambiente, tal vez porque todo el mundo veía ya la luz al final del túnel.

Hasta entonces, todos los instrumentos de Abbey Road habían sido tocados por alguno de los cuatro Beatles. A diferencia de Sgt. Pepper, Magical Mystery Tour y el Álbum blanco, ningún músico de fuera había intervenido en absoluto. A John ya le parecía bien, pero tanto Paul como George Harrison querían añadir instrumentos sinfónicos a algunos de sus temas. En consecuencia, George Martin escribió unos arreglos y contrató a los mejores músicos de Londres para una sesión maratoniana. Por desgracia, EMI no había instalado todavía una grabadora de ocho pistas o una mesa de mezclas a gran escala en la sala de control del estudio 1, por lo que nos vimos obligados a instalar un complicado sistema de conexiones de audio y un circuito cerrado de televisión que permitiera a los músicos estar sentados en el más espacioso estudio 1 mientras nosotros los grabábamos desde la sala de control del estudio 2.

La jornada se dividió en dos partes: una sesión de tarde, grabando arreglos en las secciones del popurrí de «Golden Slumbers» / «Carry That Weight»; y una sesión de noche, en que añadiríamos la orquesta a los temas de George Harrison «Here Comes The Sun» y «Something». Siguiendo el patrón que había quedado establecido en gran parte del álbum, el único Beatle presente en la sesión de tarde fue Paul, y el único que asistió a la sesión de noche fue George Harrison. Phil McDonald, en cambio, estuvo conmigo durante todo el día. Trabajar en dos estudios complicaba mucho las cosas, y necesitábamos un par de manos extras. George Martin dirigió a la orquesta mientras cada Beatle actuaba de productor de sus temas. Por suerte, no hubo grandes problemas técnicos y todo fue sobre ruedas.

La única complicación se presentó cuando George Harrison anunció que quería rehacer el solo de guitarra de «Something». Estábamos perfectamente dispuestos a complacerlo, pero el problema era que sólo quedaba una pista, y la necesitábamos para la orquesta. La única solución era que lo tocara en directo, al mismo tiempo que la orquesta, para poder grabarlos simultáneamente en la misma pista. Me quedé enormemente impresionado cuando dijo tranquilamente: «Muy bien, hagamos eso». Había que tener agallas y mucha confianza para aceptar un desafio semejante. George tendría que tocar correctamente el solo hasta el final, sin pinchazos, porque el sonido de su guitarra se filtraría en los otros micros, y no tendría demasiadas oportunidades, porque tener a la orquesta allí estaba costando una fortuna. Pero consiguió tocar el complicado solo con facilidad, y al final de la larga noche ambas canciones estuvieron terminadas y listas para mezclar.

El resto de la semana la pasamos haciendo las mezclas finales y secuenciando las canciones. Pese a la presencia casi constante de la mayoría de los Beatles, todo transcurrió plácidamente, hasta que llegó el momento de acometer el tema de John «I Want You (She’s So Heavy)». Lennon estaba tan enamorado del ruido blanco que George Harrison había grabado con su sintetizador Moog que hizo que Ringo lo complementara haciendo girar el ventilador escondido en el armario de percusiones del estudio 2. Mientras mezclábamos el tema en la sala de control, empezó a obsesionarse con el sonido.

—¡Más fuerte, más fuerte! —no dejó de implorarme—. Quiero que el sonido vaya subiendo y subiendo y subiendo —explicó—, y luego quiero que el ruido blanco lo invada todo y acabe borrando totalmente la música.

Miré a John como si estuviera loco, pero él no me hizo ningún caso. Por encima de un hombro pude ver como Yoko esbozaba una tersa sonrisa, mientras por encima del otro veía a un abatido Paul, desplomado en la silla, con la cabeza gacha y mirando al suelo. No dijo nada, pero el lenguaje corporal dejaba claro que estaba muy descontento, no sólo con la canción en sí, sino con la idea de que la música (la música de los Beatles, que él consideraba casi sagrada) quedara arrasada por el ruido. En el pasado seguramente habría dicho algo (tal vez un diplomático «¿no crees que te estás pasando un poco, John»?), pero ahora parecía demasiado cansado para discutir con el jubiloso Lennon, que parecía obtener un placer casi perverso ante el evidente malestar de su compañero de grupo.

Para Paul debía de ser como una repetición de «Revolution 9». John estaba distorsionando deliberadamente la música de los Beatles, intentando convertir al grupo en un conjunto de vanguardia en lugar de un grupo de pop. Miré a mi alrededor. Ringo y George Harrison parecían inmersos en el concepto de John, tenían los ojos cerrados y se balanceaban al ritmo de la canción. Sólo Paul parecía desgraciado, con la vista fija en el suelo. Su aislamiento respecto a los otros nunca fue tan evidente.

El ruido blanco era un gran efecto de sonido, aunque el modo en que subía y subía no me gustaba mucho, tanto a nivel sonoro como estético. Pero era la canción de John, y se haría a su manera, independientemente de lo que Paul, yo o cualquier otro pudiéramos pensar. Sin embargo, por muy claro que tuviera el concepto, John permaneció indeciso hasta el último instante respecto a qué versión de «I Want You» quería que mezclara. Habían grabado varias pistas base en Trident en el mes de abril, en dos de las cuales se habían hecho overdubs. Al final, Lennon me hizo unir dos de ellas; el empalme llega justo después del último «She’s so…». Fue como trabajar de nuevo en «Strawberry Fields Forever», pero esta vez, por fortuna, ambas tomas estaban en el mismo tono y tenían el mismo tempo.

Y luego quedaba la cuestión de cómo terminar la canción. Al grabar la pista base, los Beatles habían seguido tocando, sin una conclusión definitiva, por lo que supuse que tendría que hacer un fundido. Pero John tenía otras ideas. Dejó sonar la cinta hasta unos veinte segundos antes de que terminara la toma, y de pronto ladró:

—¡Corta la cinta aquí!

—¿Cortar la cinta? —pregunté, estupefacto. Nunca habíamos terminado una canción de aquel modo, y un final tan abrupto no tenía sentido a no ser que el tema fuera a desembocar directamente en otro. Pero este no era el caso, porque ya se había decidido que «I Want You» iba a cerrar la primera cara del álbum. Mis protestas no surtieron ningún efecto en John, la decisión estaba tomada.

—Ya me has oído, Geoff: corta la cinta.

Miré a George Martin, que se limitó a encogerse de hombros, de modo que saqué las tijeras y corté la cinta justo en el punto en que John había indicado… y así es como termina la primera cara de Abbey Road. En aquel momento pensé que se había vuelto loco, pero debido al factor sorpresa terminó siendo un arreglo increíblemente efectivo, un concepto de Lennon que funcionó de maravilla.

Durante las sesiones de Abbey Road, nunca se me ocurrió que estuviéramos trabajando en el último álbum de los Beatles. Nadie dijo nada en este sentido y, francamente, la idea me parecía inconcebible. Claro que me daba cuenta de que se estaban alejando y discutían mucho, pero también estaban tocando muy buena música… y no hay duda de que el grupo seguía gozando de un inmenso éxito comercial. Incluso cuando conversábamos en privado, los únicos comentarios de George Martin se referían a que pensaba que no estaban dando el ciento por ciento, que no era como en los tiempos de Sgt. Pepper, pero esto era muy evidente. Mi sensación era que se tomarían un tiempo de descanso para solventar sus diferencias y en seis meses estaríamos grabando otro álbum. Había presenciado en primera persona las desagradables sesiones del Álbum blanco, y había oído historias de terror sobre Let It Be, y aun así habían vuelto a hacer un buen trabajo después de aquellas horrendas experiencias.

Tal vez yo era demasiado ingenuo, tal vez no quería creer que se hubiera terminado. Pero si bien no tenía ninguna pista, pronto me iban a dar una. Durante los últimos días en que trabajamos en Abbey Road, los cuatro Beatles estudiaron con atención la hoja de contactos de la sesión de fotos para la portada. Paul, organizador como siempre, marcó meticulosamente las que les gustaban más y hubo largas discusiones acerca de cuál elegir. Cada miembro del grupo tenía su foto favorita, pero todos coincidían en que la foto debía mostrarlos alejándose del estudio, no caminando hacia el mismo. Hasta tal punto había llegado a desagradarles estar allí.

Los cuatro Beatles estuvieron disponibles en la sesión final de mezclas para Abbey Road, y resultó ser la última vez en que los cuatro estuvieron juntos en un estudio de grabación. De manera increíble, la misma mano oculta que me había empujado hacia una larga carrera como ingeniero de sonido me había hecho estar presente en la primera sesión del grupo… y también en la última.

Si, como dice una canción de George Harrison, todas las cosas deben pasar, entonces Abbey Road fue una buena despedida para los Beatles. Tras un inicio dificil, primero por la ausencia de John y luego por su convalecencia y su mal humor (sin olvidar el espectáculo de tener a la esposa de un Beatle recibiendo visitas en una cama instalada en un rincón del estudio), encontraron el modo de convertirlo en un esfuerzo conjunto… a pesar de que los cuatro estuvieron juntos en raras ocasiones. (De hecho, Lennon no intervino en absoluto en varios de los temas del álbum). Pero el ambiente mejoró a medida que progresaban las sesiones, y hubo algunos buenos momentos, momentos en que lograron olvidar las tensiones y hacer de la música una prioridad. Y lo que es más importante, encontraron el modo, aunque fuera fugazmente, de volver a ser cuatro viejos amigos.

Desde la abdicación virtual de John durante Sgt. Pepper, Paul se había vuelto cada vez más autoritario en el estudio, pero durante casi todas las sesiones de Abbey Road se comportó con la máxima corrección. Aunque siguiera esforzándose por conseguir la perfección, no se mostró tan guerrero como otras veces. Se acordaba de la promesa de «buenas vibraciones» que nos había hecho a George Martin y a mí, e hizo lo posible por cumplirla y contener sus emociones, aunque eso significara andarse con pies de plomo. De algún modo creo que sabía que, si perdía el control delante de nosotros, todo habría terminado.

Todo el mundo (incluso Lennon) hacía lo posible por evitar que el polvorín estallara, pero creo que tanta autodisciplina eliminó gran parte de la agresividad de la música. Abbey Road es un disco de sonido mucho más suave y «orgánico» que ningún otro álbum de los Beatles; queda separado del resto de sus grabaciones, y la actitud es totalmente distinta. Pese a todo, resultó ser uno de sus discos más vendidos, y me proporcionó un segundo Grammy como mejor ingeniero del año.

Tal vez el mayor problema al que nos enfrentamos fue el modo en que los cuatro miembros del grupo se habían distanciado, tanto a nivel musical como personal. Paul parecía ser el único de los cuatro al que le seguía importando ser un Beatle, lo que le aisló cada vez más de los otros en el estudio, del mismo modo en que había decidido no tomar un papel activo en Apple. Bajo la influencia de Yoko, John ya se había desviado hacia el arte «conceptual», como demuestra su álbum Two Virgins y el trabajo en solitario que estaba llevando a cabo con la Plastic Ono Band. Más tarde me enteré de que estuvo enganchado a la heroína durante la época en que grabamos Abbey Road, cosa que explicaría por lo menos en parte sus radicales cambios de humor. (Muy propio de él, Lennon escribió y publicó incluso una canción, «Cold Turkey», sobre esta experiencia). Ringo parecía simplemente cansado y quemado de las maratonianas sesiones de los últimos dos años y medio. Extrañamente en él, perdió los nervios un par de veces durante la grabación e incluso se ausentó durante varios días, como había hecho en las últimas etapas del Álbum blanco.

Y luego estaba George Harrison, que no llegó a encontrarse a sí mismo hasta Abbey Road. No sólo su manera de tocar la guitarra había mejorado enormemente, sino que por primera vez había llegado al estudio armado con canciones igual de buenas que las de John y Paul, y lo sabía. Con aquella confianza creciente, empezó a reivindicarse cada vez más, adoptando en ocasiones una actitud de «me importa un bledo». En un momento dado Paul estaba sugiriendo que añadieran un arreglo a «Here Comes The Sun» y Harrison lo interrumpió con brusquedad:

—No, creo que la canción está bien tal como está.

Ante la insistencia de Paul, Harrison le cortó con un simple: «Mira, no tengo por qué escucharte». Este tipo de diálogo no hubiera ocurrido en los primeros tiempos. Estaba claro que George intentaba andar por su cuenta, y ya no encontraba necesario molestarse en esconder su resentimiento hacia la tendencia de Paul a decirle lo que tenía que hacer. Antes lo habría soportado en las canciones de Paul (incluso lo soportaba cuando Paul le decía lo que tenía que tocar en sus propias canciones), pero esos días habían quedado atrás. No estaba dispuesto a que aquello volviera a suceder.

En resumen, los Beatles se habían convertido en cuatro individuos. Desde Sgt. Pepper, todo era mucho mejor si no estaban todos juntos al mismo tiempo. Paul podía comenzar una sesión grabando un bajo o una guitarra, y todo iba bien. Entonces empezaban a llegar los demás y la buena voluntad empezaba lentamente a disiparse; a medida que llegaba cada Beatle, la actitud era: «Muy bien, ya estoy aquí, de modo que hagamos lo que yo quiero hacer». En contraposición al apoyo y la camaradería que caracterizaron a las primeras sesiones de los Beatles, todos se molestaban si los focos no los enfocaban directamente. Como resultado, cualquier nimiedad podía encender los ánimos de cualquiera de ellos. No obstante, es extraño que esto nunca sucediera cuando sólo eran dos o incluso tres los que se relacionaban; había como una especie de química negativa cuando los cuatro estaban juntos en una habitación.

Para cuando grabamos Abbey Road, ellos eran muy conscientes de esto, y coordinaban los horarios de manera que las únicas veces en que coincidían era cuando tenían que grabar una pista base, o cuando mezclábamos. Y cuando esto sucedía, el muro entre ellos y nosotros subía inevitablemente, e incluso George Martin se convertía en un miembro más del personal.

Abbey Road está repleto de intrincadas armonías y arreglos vocales en los que George Martin trabajó aplicadamente, y también fue el responsable de escribir las partituras y de dirigir a la orquesta. Pero posiblemente su mayor contribución a las sesiones fue en su condición de parachoques. Para entonces, a John no le podía importar menos la opinión de George Martin, y a Harrison le pasaba igual, pero Paul hacía un gran esfuerzo por no dejar de lado a su productor de toda la vida, por lo que bajó un poco el tono y se guardó mucho de decir algunas cosas. De no haber estado George Martin allí, probablemente los cuatro Beatles hubieran ido a degüello. Ni siquiera había ningún músico externo al grupo, como Billy Preston, que había colaborado en gran parte de Let It Be, para distender la situación.

Oficialmente George Martin todavía estaba al mando de las sesiones, pero hacía ya bastante tiempo que no tenía el control. No se molestaba en bajar al estudio con ellos mientras estaban grabando; exceptuando la primera pasada, o cuando sacaban armonías al piano, siempre se quedaba sentado con nosotros en la sala de control. Eso estaba bien (ellos necesitaban tener su espacio) pero también servía para aislarlo del grupo. Cuando subían a escuchar a la sala de control (y, a diferencia de la mayoría de artistas, siempre querían escuchar todas las tomas), Paul le preguntaba a George Martin si la voz había quedado bien o mal, pero al mismo tiempo me miraba a mí para ver si yo hacía un gesto de aprobación o bien una mueca para indicar que no creía que llegara al nivel exigido. John, en cambio, nunca me miraba en busca de gestos de aprobación o desaprobación. Si quería saber lo que yo pensaba, venía y me lo preguntaba.

Hubo otro factor clave que hizo que Abbey Road fuera un disco diferente, y era que, a diferencia de los anteriores álbumes de los Beatles, se creó en medio de la vida cotidiana. La actitud del grupo no era: «Muy bien, voy a encerrarme en un estudio durante siete semanas y ya pagaré las facturas y me ocuparé de todo lo demás cuando haya terminado», que es el modo en que lo hacen la mayoría de artistas. No, en esta ocasión, habían decidido que el álbum no interfiriera con su vida personal, ni con los asuntos de Apple, por lo que el enfoque fue: «Grabaremos durante unas horas, luego nos reuniremos con el fontanero, y luego volveremos para grabar las voces».

El resultado fue que hubo muchas distracciones, y muchas visitas cada día, y no únicamente para ver a Yoko. Otros músicos, artistas y famosos aparecían constantemente, algunas veces intentando vender algo u obtener la aprobación de los Beatles para algún proyecto, y otras veces simplemente para pasar el rato. De este modo, en la sala de control nos veíamos obligados a esperar durante horas mientras los demás hacían vida social. Esto ya había ocurrido hasta cierto punto durante las sesiones de Sgt. Pepper y Magical Mystery Tour, pero los invitados no subían a la sala de control, entraban por la puerta de abajo y se sentaban con los Beatles en la pequeña zona privada separada por pantallas. A menudo George Martin miraba hacia abajo y nos preguntaba: «¿Quién es el que está sentado con ellos?».

Y no es que la gente entrara sin estar invitada. Había toda una agenda social con estrictas horas de visita, que Mal y Neil hacían cumplir rigurosamente. Cuando empezaron a trabajar en Abbey Road, los Beatles podían pasar perfectamente las tres o cuatro primeras horas de una sesión de diez horas charlando con amigos y conocidos. Tal vez lo hacían a propósito, y pensaban que crear un ambiente más de puertas abiertas los obligaría a comportarse mejor. A veces la teoría funcionaba, otras veces no, pues si iba a haber una discusión, podía ocurrir tan fácilmente delante de los invitados como en privado.

Por desgracia, no iba a haber ninguna otra sesión de los Beatles. Pero por aquel entonces yo no lo sabía; lo único que sabía era que, con Abbey Road terminado, tenía que volver a concentrarme en Apple. Tenía un estudio que construir.