LOS CIEN DÍAS EN PARÍS
Efecto del paso de la legitimidad a Francia.— Asombro de Bonaparte.— Se ve obligado a capitular con las ideas que creía sofocadas.— Su nuevo sistema.— Tres enormes jugadores.— Quimeras de los liberales.— Clubs y confederados.— Tramoya de la república: el acta adicional.— Convocación de la cámara de los representantes.— Inútil campo de mayo.
OS hago ver el reverso de los acontecimientos que no manifiesta la historia: esta no presenta más que el parage. Las Memorias tienen la ventaja de ofrecer ambas caras del tejido: bajo este aspecto pintan mejor a la humanidad completa, exponiendo, como las tragedias de Shakespeare, las escenas altas y bajas. Por todas partes se encuentra una choza al lado de un palacio, un hombre que llora junto a otro que ríe, y un trapero con su costal al hombro, cerca de un rey que pierde su trono: ¿qué importaba a la esclava que presenciaba la batallado Arbela, la caída de Darío?
Gante no era, pues, más que un vestuario detrás de los bastidores del espectáculo qué se representaba en París. Todavía quedaban en Europa personajes muy famosos. Yo había principiado mi carrera en 1800 con Alejandro y Napoleón: ¿por qué no había seguido al gran teatro, a aquellos primeros actores contemporáneos míos? ¿Por qué estaba solo en Gante? Por qué el cielo nos envía donde quiere. De los pequeños cien días en Gante pasemos a los grandes cien días en París.
Ya he expuesto las razones que debieran haber detenido a Bonaparte en la isla de Elba, y las razones o más bien la necesidad de su carácter que le compelieron a salir de su destierro. Pero la marcha de Caunes a París concluyó con lo que quedaba del antiguo hombre: en París se rompió el talismán.
Los pocos momentos en que volvió a aparecer la legalidad, habían sido suficientes para hacer imposible el restablecimiento de la arbitrariedad. El despotismo enfrena a las masas, y deja libertad a los individuos hasta un cierto límite: la anarquía desencadena a las masas, y esclaviza la independencia individual. De aquí proviene el que el despotismo se asemeje a la libertad cuando sucede a la anarquía; y que aparezca lo que es realmente cuando reemplaza a la libertad: libertador después de la constitución directorial, Bonaparte era opresor después de la Caita. Lo conocía tan bien; que se creyó obligado a ir más lejos que Luis XVIII, y volver al origen de la soberanía nacional. El que había pisado al pueblo como un tirano, se vio reducido a volverse .á hacer tribuno del pueblo, a mendigar el favor de los arrabales, a parodiar la infancia revolucionaria, a balbucear un antiguo lenguaje de libertad que hacia contraer sus labios, y de que cada silaba hacia agitar de cólera a su espada.
Su destino como potencia se había en efecto cumplido tan bien, que durante los cien días, ya no se reconoció el genio de Napoleón. Aquel genio era el del triunfo y del orden, pero no el de la derrota y de la libertad: ahora bien, no podía nada por la victoria que le había vuelto .la espalda, ni tampoco por el orden, pues que existía sin él. En su asombro decía: «¡Cómo m variado la Francia los Borbones en algunos meses!. necesitaré años para rehacerla.» Lo que veía et conquistador no era obra de la legitimidad, lo era de la Carta: había dejado a la Francia muda y prosternada, y la encontraba de pie y con el uso de la palabra; con su espíritu absoluto confundía la libertad con el desorden.
Y sin embargo, Bonaparte se veía obligado a capitular con las ideas que no podía vencer»desde luego. A falta de popularidad real, algunos obreros pagados al efecto, iban todas las tardes a dar en el Carroussel las voces de ¡viva el emperador! Las proclamas anunciaron primero una maravilla de olvido y perdón: todo fue declarado libre, nación, imprenta e individuos: solo se deseaba la paz, la independencia y felicidad del pueblo, todo el sistema imperial había variado, 6 iba a renacer la edad de oro. Para poner a la práctica de acuerdo con la teoría, se distribuyó la Francia en siete grandes divisiones de policía: los siete lugartenientes fueron revestidos de los mismos poderes que tenían los directores generales en tiempo del consulado y del imperio: sabido es lo que fueron aquello^ protectores de la libertad individual en Lyon, Burdeos, Milán, Florencia, Lisboa, Hamburgo y Ámsterdam. Sobre aquellos lugartenientes, Bonaparte elevó en una jerarquía mucho más favorable a la libertad, comisarios extraordinarios,. a la manera de los representantes de! pueblo del tiempo de la Convención.
La policía dirigida por Fouché, anunció al mundo en proclamas solemnes, que ya no se ocuparía más que en propagar la filosofía, y que obraría con arreglo a los principios de virtud.
Bonaparte restableció por un decreto la guardia nacional del reino, cuyo solo nombre de causaba antes vértigos. Se veía obligado a anular el divorcio pronunciado en tiempo del imperio, entre el despotismo y la demagogia, y a favorecer su nueva alianza; de aquel himeneo debía nacer un campo de mayo, una libertad, el gorro encarnado y el turbante, el sable del mameluco a la cintura, y el hacha revolucionaria en la mano; libertad rodeada de las sombras de aquellos millares de victimas, sacrificadas en los cadalsos, en los ardientes campos de España, y en los helados desiertos de la Rusia. Antes del triunfo, los mamelucos son jacobinos, después, los jacobinos se convertirán en mamelucos: Esparta es para el momento del peligro, Constantinopla para el de la victoria.
Bonaparte hubiera querido reasumir en si solo toda la autoridad, pero no le era posible: encontraba hombres dispuestos a disputársela: los republicanos de buena fe, libres de las cadenas del despotismo y de las leyes de la monarquía, deseaban conservar una independencia que quizá no es más que un noble error: venían después los furiosos de la antigua facción de la Montaña; estos últimos, humillados por no haber sido durante el imperio más que los espías de la policía de un déspota, parecían dispuestos a volver a recobrar por su propia cuenta, la libertad de hacerlo todo, cuyo privilegio habían cedido a un amo por espacio de quince años.
Empero ni los republicanos, ni los revolucionarios, ni los satélites de Bonaparte, eran bastante fuertes para establecer un poder aislado, o para subyugarse mutuamente. Amenazados en lo estertor por una invasión y perseguidos dentro por la opinión pública, compren dieron que si se dividían eran perdidos: para conjurar el peligro, aplazaron sus quejas: los unos proponían para la común defensa sus sistemas y sus quimeras, y los otros su terror y perversidad. En aquel pacto ninguno procedía de buena fe: cada uno esperaba convertirle en provecho suyo, pasada la crisis: todos procuraban asegurarse de antemano los resultados de la victoria. En esta espantosa treinta y una, tres enormes jugadores llevaban alternativamente la banca: la libertad, la anarquía y el despotismo, y todos tres hacían trampas y se afanaban por ganar una partida que estaba perdida para ellos.
Llenos de aquel pensamiento, no adoptaban medidas severas contra algunos perdidos que apresuraban las disposiciones revolucionarias: habíanse formado confederaciones en los arrabales..y se organizaban otras con rigurosos juramentos en la Bretaña, el Anjou, el Lyonés y la Borgoña: oíase cantar la Marsellesa y la Carmañola: un club, establecido en París, seguía correspondencia con otros de las provincias: anunciábase también la reaparición del Diario de los patriotas. mas por esta parte, ¿qué confianza podían inspirar los resucitados de 1793? ¿No se sabia ya cómo explicaban la libertad, la igualdad y los derechos del hombre? ¿Eran acaso más morales, más sabios y sinceros, después que antes de sus enormidades? Porque se habían manchado con todos los vicios, ¿se habían llegado a hacer capaces de todas las virtudes? No se abdica el crimen tan fácilmente como una corona: la frente que ciñe la horrorosa venda, conserva siempre señales indelebles.
La idea de hacer descender a un ambicioso de talento desde el rango de emperador a la condición de generalísimo o presidente de la república, era una quimera: el gorro encarnado con que se cubría la cabeza de sus bustos durante los cien días, no hubiera anunciado a Bonaparte más que la recuperación de la diadema, si fuese dado a los atletas que recorren el mundo, hacer dos veces la misma carrera.
Sin embargo, los liberales de elección se prometían la victoria: hombres extraviados, como Benjamín Constant, y bobalicones como Simón de Sismondi hablaban de colocar al príncipe de Canino en el ministerio de lo Interior, al teniente general conde Carnot, en el ministerio de la Guerra, y al conde Merlín en el de Justicia. Abatido en la apariencia Bonaparte no se oponía a los movimientos democráticos, que en último resultado, proporcionaban conscriptos a su ejército. Dejábase atacar en los folletos: las caricaturas le repetían, Isla de Elba, como los papagayos gritaban a Luis XI, Peronne. Predicábase al fugado de la prisión, tuteándole, la libertad y la igualdad, y escuchaba aquellas advertencias con aire de compunción. De repente, rompiendo los lazos en que habían querido envolverle, proclamó por su propia autoridad, no una constitución plebeya, sino aristocrática, una acta adicional a las constituciones del imperio.
La soñada república se convirtió, por esta diestra tramoya, en el antiguo gobierno imperial, rejuvenecido con el feudalismo. Él acta .adicional quitó a Bonaparte el partido republicano, y neo muchos descontentos en los demás partidos. La licencia reinaba en París, y la anarquía en las provincias: combatíanse las autoridades civiles y militares: aquí se amenazaba con incendiar los palacios y degollar los sacerdotes, y allá se enarbolaba el pabellón blanco, y se gritaba viva el rey. Atacado Bonaparte, retrocede; retirad sus comisarios extraordinarios el nombramiento de alcaldes de los comunes, y se le devuelve al pueblo. Asustado de la multitud de votos contra el acta adicional, abandonó su dictadura de hecho, y convocó la Cámara de los representantes, en virtud de aquella acta que aun no estaba aceptada. Errante de escollo en escollo, apenas se libra de un peligro tropieza con otro: soberano de un día, ¿cómo había de establecer una dignidad de par hereditaria, que rechazaba el espíritu de igualdad? ¿Cómo gobernar las dos cámaras? ¿Mostrarían una obediencia pasiva? ¿Cuáles serian las relaciones de aquellas cámaras con la proyectada asamblea del campo de mayo, que no tenía verdadero objeto, pues que el acta adicional se puso en ejecución antes que se contasen los votos? ¿Aquella asamblea compuesta de treinta mil electores, no se conceptuaría la representación nacional?
El campo de mayo, tan pomposamente anunciado y celebrado el I. de junio, se redujo a un simple desfile de tropas, y a una distribución de banderas ante un altar despreciado. Napoleón, rodeado de sus hermanos, de los dignatarios del estado, de los mariscales, de las corporaciones civiles y judiciales, proclamó la soberanía del pueblo, en la cual no creía. Los ciudadanos pensaban que formarían por si mismos una constitución en aquel día solemne: los habitantes pacíficos aguardaban que se declarase en el la abdicación de Napoleón en favor de su hijo; abdicación preparada en Basilea, entre los agentes de Fouché y del príncipe de Metternich: pero no hubo nada más que un ridículo petardo político El acta adicional se presentaba como un homenaje a la legitimidad: con corta diferencia era la Carta, excepto la abolición de la confiscación.