8. Desgarradura
«Al día siguiente del entierro de la tía Emilia, me di cuenta de que el amor se me había partido en dos. Mis más íntimos deseos susurraban Néstor, Néstor, pero mi mente se inclinaba por el hombre que me prestaba atención y me ofrecía una vida estable, seguridad y posición social. Desde niña he necesitado siempre tener a alguien cerca de mí, quizás por el vacío que dejaron mis padres cuando fueron asesinados. La tía lo llenó con creces, pero sólo al lado de Néstor había sentido esa plenitud que proporcionan a un tiempo el amor y la compañía.
»Ahora Néstor me daba ambas cosas a plazos imprevisibles. La política había enajenado su libertad interior y esa pasión hizo de él otro hombre. Incluso cuando hacíamos el amor, tenía la impresión de que ni su cuerpo ni su mente estaban conmigo. Y no lo podía soportar. Me sentía su prisionera. El carcelero venía a verme, me daba de comer y se marchaba. Y yo quería ser libre, Elena. Yo quería vivir mi libertad lo mismo que él la suya.
»Sí, claro, entiendo tu extrañeza. Yo era una mujer liberal… pero sólo en el papel. Mi vida se había guiado desde niña por un patrón conservador: la burbuja de que te hablaba hace un rato, el espacio cuidado y aséptico en el que la tía Emilia me tenía escondida. Entre aquel liberalismo de libro y el real había una distancia cósmica. Las liberales como yo, como doña Cristina, como las amigas del club, queríamos libertad, pero dentro de un orden. Y el país era una anarquía. La libertad había dejado de ser el referente del cambio.
Ahora empezaban a serlo el miedo y la violencia.
»Néstor, concluí en esa fecha, había sido un espejismo, un producto de mi fantasía adornado con elementos imaginarios. Nunca dudé que me amara, pero nuestro amor se me antojaba ahora un barquito de papel que huía arroyo abajo. Así que, dos días después de la muerte de la tía, le escribí una larga carta explicándole estas cosas.
»Regresó de Oriente a fines de junio del 72. Victorioso, como era habitual. Fuera la ametralladora de Rufino, fueran sus fusiles de repetición, el caso es que los conservadores no daban una a derechas. Su alocado fanatismo sólo era útil para avivar pequeños fuegos. Así que, una y otra vez, los liberales les daban por debajo de la lengua.
»El mismo día de su entrada triunfal, Néstor me vino a ver. No le permití entrar en casa. No tuve el valor de decirle cara a cara que habíamos terminado y le cerré la puerta. No tengo valor para afrontar esas cosas. Ni la paciencia. Ni el carácter. Y di a la servidumbre orden de no abrir.
»Me escribió varias cartas. No le contesté. En la última me decía que si no quería saber de él, se quitaría la vida. Pensé que exageraba, que era sólo una pose. Después de una separación de casi dos meses, yo había tomado ya una decisión y… Dios mío, estoy temblando…
»—Voy a encender un brasero.
»—No, Elenita. Déjalo, me pondré bien… Dicen que la carne es débil, pero, en mi caso, creo que la debilidad fue mental.
»—La vida sería más sencilla si no nos dejáramos llevar tan a menudo por el corazón.
»—No entendí, no quise entender, la tarea a la que Néstor se había entregado. La llamaba el sueño de los justos. Yo, en cambio, había optado por la vida en prosa. El lirismo revolucionario había dejado de ser una inspiración para mí y, de otra parte, no soy una mujer abnegada. Amar implica sacrificarse por el ser amado y yo carezco de esa virtud. La revolución destruía amores, familias, fortunas, amigos. Y en medio de la inseguridad en que vivíamos, resolví sacrificar aquella pasión por una vida menos excitante y sin aventura, parecida a la de las señoras que tanto había criticado años atrás. No supe asumir el riesgo porque, quizás, a diferencia de la Magdalena, a quien Jesús perdonó por haber amado demasiado, yo no amé lo suficiente».
El Liberal Progresista, 25 de diciembre de 1872
La venida del general J. Rufino Barrios a la capital con sus tropas, esperada por tanto tiempo, ha sido el tema de la conversación jeneral durante varios días i ha dado lugar a toda clase de rumores. La mayoría de los ciudadanos parece estar convencida de que esta visita tiene por objeto prestar su ayuda en la consolidación de un buen Gobierno i correjir sus acciones con respecto a los enemigos del sistema liberal, adoptando una actitud más enérjica. No hai duda de que los reaccionarios i sus secuaces han tomado por debilidad la benevolencia del Jefe del Estado, pero eso está a punto de cambiar.
27 de diciembre de 1872 Casa Presidencial
—Queridos amigos. Les supongo informados de lo que sucede. Rufino llegó ayer de Quetzaltenango, se ha instalado en el castillo de San José y apunta su ametralladora hacia aquí. Ha visitado la Asamblea y ha amenazado personalmente a los diputados que se resistían a obedecer sus órdenes. Ante semejante intimidación, la Constituyente ha optado por disolverse. El extremismo ha triunfado, caballeros. No es posible el cambio sin ruptura ni es factible por ahora una patria liberal. Incluso Don Chema Samayoa está con los radicales. Nuestro proyecto político ha muerto. Rufino es hombre con prisa y yo soy un hombre viejo. El quiere una revolución, yo otra, y nadie puede gobernar amenazado a diario por las armas. Yo quería una revolución benigna, humanitaria, gradual. Aspiraba a construir un ejército moderno que sirviera a los intereses civiles, y una Guardia Nacional, como la creada en Francia. No ha podido ser. Rufino no quiere partidos y desea instalar a los soldados en la administración del país. Hasta los oficiales que lucharon a mis órdenes se han pasado con él. La República ha ido adquiriendo un marcado estilo militar y yo he perdido la esperanza de enderezar su rumbo. No lo duden, caballeros: en adelante, serán los militares quienes gobiernen. Ellos serán también la mente, el músculo y el espinazo del país. Esta es la revolución que triunfa, caballeros, no la que yo planeé. Y no sólo a causa de Rufino. Los conservadores tienen tanta o más culpa que él. No cedieron en lo poco, ahora tendrán que hacerlo en lo mucho. Y por las malas. El futuro de la patria pasará a manos de una tiranía legitimada por políticos de poca monta. No hay otra salida, me dicen los que ayer juraban defender la libertad hasta morir. Tal vez no haya otra opción, pero yo no seré parte de ella. Tampoco deseo provocar más derramamiento de sangre. Nunca perseguí otro propósito que servir a mi país y a los principios liberales que profeso. Seguiré en el poder el tiempo imprescindible para convocar elecciones, pero presentaré mi dimisión uno de estos días. Entretanto habrá que aceptar la dictadura constitucional como un hecho y a Rufino como el nuevo presidente. Les agradezco a todos su lealtad y su afecto. Y pido a Dios ayudar a nuestra Patria en esta hora.
El Liberal Progresista, 29 de diciembre de 1872
« Manda la Municipalidad que, a quienes no paguen el agua en diez días, se les corte el servicio, i que los dueños de las casas tienen la obligación de reparar el empedrado frente a ellas. De eso se ocupa el señor alcalde, en lugar de publicar un bando de buen gobierno para que los cerdos no anden libres por las calles, pues, además de ser cosa fea, es nociva para la salud.
« Aplaudimos la orden que manda recojer de la vía pública a las mujeres de la vida airada, pues andan muchas fuera de su debido encierro. Si se duda de lo que decimos, ocúrrase a la Plazuela del Teatro, de las nueve de la noche en adelante.
« Nunca es tarde para hacer justicia al que la merece. El señor Petrilli, conociendo la incapacidad de algunos de los artistas que contrató en Europa, no vaciló en hacer cuantos sacrificios estaban de su parte para llenar de una manera digna los compromisos contraídos con el público, ejecutando las óperas nuevas ofrecidas en su programa, i por primera vez puso en escena en esta capital L’Ebreo, Luisa Miller, I Masnadieri, I Lombardi, Giovanna d’Arco y Conrado di Monferrato que han constituido todo un éxito, salvo la primera, que no fue muy aplaudida.
« El pasado 27, como a las nueve i media de la mañana, fue mortalmente herido con doce puñaladas, un joven como de 24 años, llamado M. Alvarez. Parece que la causa fue una mujer que tenía relaciones con otros tres hombres. En el mismo día, i en la noche, fue también herido un individuo de dos puñaladas, en el pecho una, i otra en el estómago. Se cree que fue por el mismo motivo.
30 de diciembre de 1872, Mesón Nadie pasa sin saludar al Rey
… el que cae del poder no tiene amigos, y a menudo basta que tropieces, (sólo tropezar, no que te des el mameyazo), para que descubras a los falsos y a los chaqueteros, pero tú, Néstor, tienes buenos amigos, pese a haber llegado tan alto, a algunos nos daba envidia (sólo de vez en cuando, no te vayas a creer la divina berza), pero ahora que estás a punto de que te apeen de la mula, estos tus cuates queremos confirmarte nuestra amistad, somos una generación devaluada, es cierto, pero también muy unida, y así debemos continuar, y ahora a comer, señorones, que este cakik tiene muy buena cara y a mí me hacen ruido las tripas… por nada, Néstor… eres un buen amigo y por eso organicé esta cena, quería que entre todos te ayudáramos a pasar el mal rato y demostrarte que te somos leales, que siempre lo hemos sido, y qué bueno está este caldo, el chompipe es el que está algo duro… bueno, pues, como te decía… hola, Juliano, llega usted con más detraso que un cartero, pero ego te disolvo, digo te absuelvo, anda, jálate una silla y siéntate en el piso… bueno, pues, como iba diciendo, yo, Basilio, rey de Polonia, no soy como esos chuchos que se le pegan a uno y caminan a tu lado sin decir una palabra ni contarte un chiste o un chisme, así que te voy a contar uno… un chisme, para que duermas tranquilo esta noche… sobre esa muchachita, Clara se llama, ¿no?, estoy seguro de que, en cuanto lo oigas, concluirás que hiciste bien en romper con ella… ¿no? ¿no rompiste con ella?… pues mejor si fue ella la que rompió contigo… en todo caso prefiero decírtelo yo a que te lo cuenten por ahí… a ustedes también se lo han dicho, ¿verdad?… lo sabe todo el mundo y tú no te lo mereces… es que no sé cómo decírtelo, pero bueno, ahí te va… esa muchachita hacía tiempo que salía con Joaquín Larios… no, desde hace poco no, desde que te fuiste al exilio… la visitaba en su casa, le llevaba regalitos, la sacaba a pasear o al teatro, con la tía de chaperona, claro, pero siempre muy sonrientes… cómo sería que la gente pensó que eran novios, y a saber qué otra cosa… esa es la historia, querido, mientras tú estabas fuera del país ese cachureco agarrado que no come huevo para no tener que tirar el cascarón te metía el puñal por la espalda, y ella, con su carita de no oler ni heder, te quemaba el rancho… así que anímate, no te has perdido nada, amores nuevos olvidan los viejos, eso sin contar con que a tu vuelta te zurraste en Joaquín, quitándole la novia… no se merecía otra cosa ese pendejo, quien con todo y su pisto y su planta de senador es más inútil que una bacinica rota… lo que quiero decirte es que tú eres mucho arroz para tan poco pollo… ¿no? ¿no es así?… pensé que lo tuyo con ella había sido sólo un amor platónico… eso me decías en México, cuando le escribías a diario… no sabía que la cosa iba tan en serio… chispas, qué clavo… esto me pasa por boca aguada… disculpa, Néstor, qué pena, lo dije sin intención…
«El día 30 de diciembre había una función mixta en el Teatro de Carrera, al cual habían cambiado de nombre y se llamaba ahora Teatro Nacional. Se presentaba una obrita de un autor joven, sobrino del ex presidente Cerna, y un recital con algunas arias de las óperas que un empresario de apellido Petrilli había puesto en escena esa temporada.
«Recuerdo unos versos de la obra que el público celebró por ser muy apropiados a los tiempos que vivíamos. Uno de los personajes, un hombre del pueblo llamado Pacífico, se lamentaba así de la situación:
Hoy en día se promulgan Leyes que me desbaratan Si conservador… me matan Si liberal… me excomulgan.
»La gente se puso de pie y aplaudió con entusiasmo, tanto que, a la salida, nadie comentaba el recital, sino que todos repetían con buen humor los versos de Ismael Cerna.
»Joaquín y yo nos encontrábamos en la etapa del amor recién estrenado. Se me había declarado unos días antes, cuando supo que yo había roto con Néstor. Me confesó que me había amado siempre en silencio, pero que nunca me lo había dicho porque sabía que Néstor estaba enamorado de mí. Me conmovió su nobleza. Y esto unido a su constancia y a sus reiteradas atenciones me convenció de ser el hombre que necesitaba en mi vida… y lamento decir que nada más.
»Cuando abandonábamos el vestíbulo del teatro, se extendió entre la gente el rumor de que García Granados se proponía dimitir y los comentarios se encendieron. Recuerdo que el radicalismo, tanto liberal como conservador, lo tomó como un triunfo y que Joaquín, en particular, era uno de los más excitados.
»—¡Ya era hora que echaran a ese idiota! —dijo con una mezcla de rabia y alegría.
«Caminamos por entre el barullo de gente y salimos al pórtico del teatro. Caía una ligera llovizna, así que el público se concentró al borde de la escalinata. Vimos a Eulalio, nuestro cochero, y Joaquín le hizo una seña, pero justo cuando iniciaba el descenso de las gradas, alguien me tomó por el brazo.
»—Usted y yo tenemos que hablar —oí que me decía alguien.
»Era Néstor. Tenía el rostro desencajado y me miraba como quien mira al enemigo.
»—¿Qué es lo que tiene contra mí? ¿Qué le he hecho yo? ¿Por qué no me habla? ¿Y qué hubo entre usted y Joaquín, mientras yo estaba en el exilio?
«Joaquín había bajado los escalones, pero, al ver a Néstor, los volvió a subir y, sin medirse ni frenarse, le dio un fuerte golpe en la muñeca y le obligó a soltarme el brazo.
»—¡Vete de aquí! —le gruñó en voz baja—. ¡No nos humilles ni hagas el ridículo!
»Con sus ojos fijos en los míos, Néstor apartó de un empujón a Joaquín.
»—¡Dígame que es mentira —musitó, para que sólo yo le escuchara—, dígame que no se burló de mí!
»No pudo continuar. Joaquín se abalanzó sobre él y, de no haber sido por la gente que se había empezado a arremolinar en torno a nosotros, ambos hubiesen rodado por la escalinata.
»El atrio del Teatro Nacional se volvió una batahola de empujones y gritos sofocados. Los hombres intentaban apartar a Joaquín y a Néstor, quienes habían caído al pie de una de las columnas de la entrada. Néstor golpeaba con saña el rostro de Joaquín, quien recibía la tromba de puñetazos sin ser capaz de evadirla.
»Varios caballeros los lograron finalmente separar y contener, pero, humillado por el ultraje ante tanta gente, Joaquín continuó forcejeando como un poseso y de su garganta brotaban resuellos aterradores.
»—¡Resentido, hijo de mil putas! ¡Criminal! ¡Sacrílego! —decía con voz espesa.
»—Te vas a comer esas palabras, fantoche, pero no aquí —le respondió Néstor, muy sereno.
»—¡Donde quieras y a la hora que quieras! ¡Te voy a matar, cabrón! ¡Te voy a matar!
»—No tienes el valor ni la hombría para matarte conmigo —le dijo Néstor con pavorosa frialdad.
»Yo no sabía dónde esconderme. Estaba muy asustada por los roncos gemidos de Joaquín, su enajenación y su violencia. Me costaba aceptar que la serenidad con que solía proceder se hubiese desmoronado. Pero no fue eso lo peor. La gente en torno a mí me miraba con un lejano desprecio, como si yo fuera la culpable de todo, y no pude soportar la tensión. Bajé las gradas temblando y busqué refugio en el victoria.
»Nunca me había sentido tan avergonzada. Tenía las mejillas encendidas y me costaba respirar. Metida en el carruaje y rodeada de gente morbosa que deseaba contemplar hasta la última de mis lágrimas, tuve la premonición de que mi vida se había desbaratado y de que jamás podría alcanzar la dicha que de ella esperaba.
»Le di a Eulalio un grito para que azuzara los caballos y huí espantada del lugar. Llegué a la casa y me encerré en mi cuarto. Mi mente no hallaba reposo. Apenas cerraba los párpados, veía a Néstor y a Joaquín, matándose a cuchilladas. Y me decía que, si alguno de los dos llegaba a morir, no me lo perdonaría jamás y que siempre llevaría esa carga sobre mi conciencia. Este es un país trágico, Elena, una nación azotada desde hace muchos siglos por pasiones aciagas. Y la vida, tan impredecible y, al mismo tiempo, tan manifiesta, había planteado aquel día, y en público, para más escarnio, el conflicto que lo desgarraba: un liberal moderado y un católico liberal se desafiaban a muerte. El árbol de la libertad se volvía viejo sin haber dado siquiera el primer fruto.
»—¿No intentaste hablar con ellos?
»—Ninguno de los dos me habría escuchado. No se batían por mí, lo hacían porque se odiaban. Querían matarse, Elena, querían quitarse la vida… Matar era, es todavía, una inclinación tan común entre nosotros, un hecho tan frecuente en nuestra frágil convivencia. Somos un pueblo tan elemental que la única solución a lo imperfecto es matar la imperfección. Lo torcido no se intenta enderezar. Simplemente se rompe, se quema o se destruye. Es una pulsión ancestral que la cultura tardará en inhibir. Mientras, nos seguiremos matando sin que las palabras ni los sermones ni las leyes sean capaces de impedirlo. Por eso no hablé con ninguno. ¡Me sentía, además, tan culpable!…
«Cuando vine a tu casa esta noche te dije que estaba desesperada. Es posible que lo hayas tomado como un formulismo. Las palabras son así cuando se desgastan. Pero no, no era un formulismo. Y cuando te sientes así, Elena, cuando estás desesperada, no deseas otra cosa que la vida termine cuanto antes. Y eso era lo que le sucedía a Néstor. Deseaba morir. Y yo no supe… no tuve el valor… me dio vergüenza decirle, delante de Joaquín y de toda aquella gente, que mi amor había sido sincero, que había respetado su ausencia y que no le había mentido. No sabía que estaba tan fuera de sí ni entendí lo que quería decirme en su última carta con aquello de que; si no quería saber más de él, se quitaría la vida.
»Nadie debería, Elena, estar obligado a vivir una madurez prematura. Nadie debería tener antes de tiempo la experiencia que, de modo natural, te van dando la edad y la vida. Yo, Néstor, Joaquín, toda mi generación, hubimos de padecer esa madurez tempranera. El acelerón que sufrimos entonces desequilibró nuestras vidas. Perdimos la inocencia en una noche y cuando despertamos al día siguiente éramos personas adultas. ¡Si una pudiera detener el tiempo! ¡Si la vida fuera reversible y la experiencia de alguna utilidad para rectificar el pasado! Pero la experiencia sólo sirve para descubrir lo errados que estábamos cuando la adquirimos. Después somos más sabios, es verdad, pero, ¿de qué nos sirve?».