En su taller, a la vuelta de un almuerzo bien regado.

Se ríe.

Entusiasmado, continúa evocando aquel período.

Se ríe a carcajadas.

Francis Bacon adopta una voz grave.

Se marcha; luego vuelve y se sienta pidiendo disculpas.

De repente se subleva, se ofusca, adopta un tono colérico.

Se calma al momento.

Francis Bacon, como tantas veces, se ríe a carcajadas y barre la superficie de la mesa con el revés de la mano.

Se encoge ligeramente de hombros.

Pone cara de preguntárselo a sí mismo.

Se pone de pie y coge de la chimenea un libro de fotos dedicado a Egipto. Lo abre al azar.

Va pasando páginas y se detiene. Se acerca el libro a unos pocos centímetros de los ojos.

Hojea el libro en silencio; luego continúa.

Vamos a la cocina-aseo. Coge una botella.

Se ríe, da media vuelta con la botella de Chablis de Harrods en la mano y sirve las copas.

Intenta recordar el nombre.

Silencio.

Parece incómodo, se frota el cuello un rato.

Silencio; luego continúa.

Se encoge de hombros con el brazo pegado al cuerpo.

Risas.

Risas.

Sirve a los dos sin más, brindamos.

Silencio antes de soltar:

Bacon sirve un vaso de Chablis a cada uno y después prosigue con sus recuerdos.

Risas. Termina su vaso e inmediatamente coge la botella para volver a llenarlo.

Responde sin el menor titubeo.

Risas. Apura el vaso de un trago.

Silencio.

Llamo su atención sobre un librito dedicado a Giacometti que está apoyado en un estante del dormitorio-despacho donde nos encontramos. Bacon se levanta, da unos pasos, lo hojea y vuelve a sentarse cerca del escritorio. Examina la foto del pintor que hay en la cubierta.