Otro día.

Estamos sentados ante su mesa atestada de libros, de documentos diversos, de botellas y vasos…

Francis Bacon ha preparado café.

Ríe con su interminable risa en cascada.

Dejamos la habitación-despacho y nos dirigimos hacia la cocina-aseo, donde encima de un polibán cuelgan calcetines y calzoncillos. Abre una pequeña nevera en la que hay guardados algunos frascos. Escoge una botella de Krug y, tras descorcharla con gran delicadeza, llena hasta el borde unas simples copas lisas. Y él solo se lanza a hablar sobre Ingres…

Se incorpora.