Otro día.
Estamos sentados ante su mesa atestada de libros, de documentos diversos, de botellas y vasos…
Francis Bacon ha preparado café.
FRANCK MAUBERT: ¿Le ha marcado alguno de sus viajes?
FRANCIS BACON: Me gustan Europa y Egipto, aunque digan que ahora es como ir a Broadway… He ido a Italia, a Nápoles, a Roma con el marchante Claude Bernard. En Villa Médicis me encontré con Balthus, siempre tan encantador. El plano del jardín no había cambiado, seguía como en tiempos de Velázquez. Si el gobierno francés ha dado un dineral para restaurarla es un poco gracias a Balthus. De los veintitrés pensionistas, diecisiete estaban esperando un hijo, eso ya no es creación, es procreación… (Risas). No hacen nada, sueñan… Ingres también fue allí. Adoro su Baño turco. Pienso que sin duda ha influido en Picasso. Picasso era un genio… Pero nunca llegué a conocerlo en persona.
F. M.: Parece que lo lamenta… ¿Hubiera podido conocerlo?
F. B.: No, a él no le hacía falta nadie.-Y nunca tengo ganas de conocer a las personas que admiro. Como pintores y poetas, lo dan todo en sus obras. ¿Hay que esperar otra cosa? Conocer a Giacometti, por ejemplo, no añadiría nada al artista. Lo esencial es que sus obras te emocionen. Pero sin duda existe una interacción entre la obra y el hombre… Incluso aquí mismo, en Londres, no conozco a casi nadie. Dos pintores o dos poetas que se encuentran no se dicen nada. Nada, están mudos.
Ríe con su interminable risa en cascada.
F. B.: Perdone todo este desorden… Ya está bien de café. Hoy vamos a tomar un poco de champán, ¿le parece?
Dejamos la habitación-despacho y nos dirigimos hacia la cocina-aseo, donde encima de un polibán cuelgan calcetines y calzoncillos. Abre una pequeña nevera en la que hay guardados algunos frascos. Escoge una botella de Krug y, tras descorcharla con gran delicadeza, llena hasta el borde unas simples copas lisas. Y él solo se lanza a hablar sobre Ingres…
F. B.: El Monsieur Bertin de Ingres es un informe comparable a una página de Proust. Ingres creó grandes imágenes, deformaba la realidad… Valoro aún más sus dibujos que sus pinturas.
F. M.: De todos modos, pintó usted un Edipo y la Esfinge a partir del suyo. Y está también ese famoso Júpiter que hizo…
F. B.: Sí, ¡magnífico! Está en Aix-en-Provence, donde también pude admirar ese autorretrato de Rembrandt con gorra. Había ido en coche con unos amigos haciendo una especie de gira. Luego nos fuimos a Castres a ver los Goya. Recuerdo que a las nueve de la mañana las calles de Castres estaban desiertas. Normalmente no me gusta mucho Goya, pero, allí, ¡qué grandeza! La ]unta de Filipinas es un cuadro sorprendente, con todos aquellos personajes, los miembros del Parlamento, los magistrados: todas esas figuras son de una ligereza tan grande, de una transparencia tan fluida que parecen hechas de aire y de pintura. A continuación nos acercamos a Albi a ver a Lautrec. Sus retratos son casi caricaturas y la caricatura se aproxima más a lo real. Adoro toda la obra de Henri de Toulouse-Lautrec que hay en su encantador museo.
F. M.: ¿Aprecia también los Goya del Prado?
F. B.: Sus pinturas negras de la Quinta del Sordo, desde luego… Pero Velázquez… Velázquez es otra cosa. El gran arte enriquece la vida, la existencia. Estaba en Madrid, solo, con un amigo. En el Prado había una huelga, pero una mujer nos dejó entrar. Y estuvimos solos delante de los Velázquez, sin todos esos japoneses… La restauración de Las meninas ha sido un gran éxito. Fue algo magnífico. ¿Sabe, Franck?, estoy obsesionado con Velázquez.
F. M.: Lo ha declarado usted a menudo, y se comprende. Está también el cuadro del papa Inocencio X que se encuentra en Roma. ¿Le obsesionaba?
F. B.: Es excepcional. Y, por lo que sé, obsesiona a casi todos los pintores, ¿no?
F. M.: Sin duda, pero a usted más.
F. B.: Cuando hice mi primer papa no me salió como quería, ¿sabe…?
F. M.: ¿Quiere decir que le salió mal, que el tema en sí se le escapó?
F. B.: En aquel momento lo que quería hacer era la boca. Sólo la boca del papa gritando.
F. M.: No obstante se detuvo sobre el tema de los papas. Y también sobre el de la boca. Pero en cuanto a los papas… Volvió sobre el tema en varias ocasiones, con años de intervalo.
F. B.: Velázquez es el punto de partida, y luego, después, me dejo llevar por el azar… Velázquez me ha servido una y otra vez, es un ejemplo, ¿no?
F. M.: Dalí decía que ante las pinturas de Velázquez se veía hasta qué punto uno es una nulidad.
Se incorpora.
F. B.: Hablamos de pintura, ¿no? No me gusta demasiado la grandilocuencia de Dalí. Pero, respecto a lo que dijo de Velázquez, tengo que darle la razón. Un artista lo absorbe todo. ¿Qué artista no está influido por otro? Tomas de otro lo que puedes si te hace falta. Todos los pintores hablan de otro pintor y a veces roban cosas de otro. Es necesario intentar ir más allá. Yo lo probé con mis variaciones en torno al retrato del papa Inocencio X, en los años cincuenta, pero no estoy contento de esos papas.
F. M.: ¿Había visto el cuadro de Velázquez antes de emprender su serie?
F. B.: Sólo en reproducciones, y ¡en blanco y negro! La idea de un papa en movimiento me vino de la acción. Cuando doy la primera pincelada sobre la tela, no sé adonde voy. En fin, casi no lo sé, hay mucho de azar. Cuando se forma la imagen me gusta el accidente. Así que he aprendido a organizar el azar. De manera que terminé la serie ¡en menos de quince días! Trabajé muy deprisa, sin preparación. Pero ¿sabe?, no me quedé muy satisfecho con esos papas, el resultado no se corresponde con lo que quería.
F. M.: ¿Y qué quería?
F. B.: Al principio me interesé en la boca, sólo la boca. Todo el interior, sus formas y sus colores. Tenía aquel libro sobre las enfermedades de la boca y quería tratarla como una puesta de sol de Monet. El asunto fracasó, por supuesto. Quizá algún día lo consiga…