El rostro de Francis Bacon ejerce cierta fascinación. Siempre en movimiento. Asimétrico, da la impresión de desarticularse. Los párpados se pliegan, el ojo gira, la boca se tuerce. Viéndole hablar, ¿cómo no pensar en uno de sus autorretratos?
FRANCK MAUBERT: Creo que era André Bretón quien decía a propósito de Marcel Duchamp: «Hay personas que nacen extraordinarias y otras que se vuelven extraordinarias».
FRANCIS BACON: ¿Extraordinarias? ¿Sabe usted?, mucha gente me dice que soy un gran pintor. Pero yo no sabré nunca si soy un gran pintor… Pinto sólo con el instinto. Pruebo apenas a recrear las imágenes que tengo en el cerebro.
F. M.: ¿Aprendió a pintar?
F. B.: En absoluto. Nunca sé cómo hacer un cuadro. La idea me viene —o no me viene— trabajando. Si pinto, ¿sabe usted?, es un poco por casualidad. Aprendí solo y nunca pensé que mi pintura despertaría interés. El hecho de vivir es una oportunidad. Nunca pensé en hacer carrera, como suele decirse. He trabajado y trabajado. Durante diez años, lo destruía todo. ¡Y todavía a veces pienso que debería de haber seguido destruyéndolo todo!
F. M.: ¿Y por esa razón, por esa necesidad continúa?
F. B.: Continúo tal vez porque la obsesión se me va de las manos. La creación es una necesidad absoluta que borra todo lo demás. Yo no pensaba ganarme la vida con la pintura, sólo quería explicarme a mí mismo. La creación es como el amor, no puedes hacer nada contra ella. Es una necesidad, eso es. En el momento no sabes muy bien cómo llegan las cosas. Lo importante es que llegan. Para uno mismo, y ya está. Después siempre puede divertirse uno buscando explicaciones… En lo que a mí concierne, ante todo es para mí mismo. Por supuesto que si puedes vivir de la pintura, mucho mejor.
F. M.: Es usted autodidacta y ha empleado técnicas que sólo son suyas…
F. B.: Nunca sé cómo hacer un cuadro. Trabajando he descubierto algunos trucos. Por ejemplo, preparo las telas por el revés del lienzo. La técnica es necesaria, pero para pintar lo primero que hace falta es que los músculos y el pincel se pongan de acuerdo. Un día me divertí mucho con dos especialistas de la Tate Gallery que se interrogaban delante de uno de mis cuadros, el retrato de Eric Hall, que el museo acababa de adquirir. No entendían cómo había realizado sobre aquel lienzo el material de una chaqueta de espiga, imitando la franela. Estaban convencidos de que era pastel: se quedaron pálidos cuando les expliqué que simplemente había metido el dedo en la costra polvorienta que cubre el suelo de mi taller. ¿Qué mejor que el polvo como material para un traje gris? Es ideal y aquí tengo para dar y tomar. Después lo fijé, como si fuera pastel, sobre una aguada ligera en gris. Este tipo de cosas no te las enseñan en Bellas Artes. Así que es verdad, no he aprendido nada en ninguna escuela de arte. Pero cuando se mira alrededor y se ve a los que han salido de allí… Es un desastre. No lamento nada. Bueno, sí, lamento no haber aprendido el griego antiguo. Eso sí lo lamento. De ese modo hubiera podido leer mis autores en los textos originales. Por desgracia, por mi falta de cultura tengo que contentarme con las traducciones. Es un poco frustrante.
F. M.: ¿Qué consejos le daría a un joven pintor?
F. B.: ¿Consejos? Pues ninguno, ningún consejo en especial. Sólo que se acepte. Y que acepte lo que es. Y que trate únicamente los temas que le absorben y obsesionan, los que habitan y afirman su pensamiento. Que se aleje de todo lo que es puramente decorativo. La decoración, ¡qué horror!