X - Se establece la comunicación
Cuatro días después, luego de treinta y tres horas de trasmisión desde Nortonstowe, llegó la primera comunicación de la Nube. Sería inútil tratar de describir la excitación general. Es suficiente decir que se hicieron frenéticas tentativas para interpretar el mensaje que llegaba, porque era obvio que se trataba de un mensaje a juzgar por las formas regulares que podían descubrirse entre las rápidas pulsaciones de las señales de radio. Las tentativas no tuvieron éxito. Esto no ocasionó sorpresa, pues como dijo Kingsley, era bastante difícil descubrir un código cuando el mensaje había sido pensado inicialmente en un idioma conocido. Aquí el idioma de la Nube era totalmente desconocido.
—Eso me parece sensato —señaló Leicester—. Nuestro problema no va a ser más simple que el de la Nube, y ésta no va a entender nuestros mensajes hasta que descubra el idioma inglés.
—El problema es probablemente mucho peor que eso —dijo Kingsley—. Tenemos todas las razones para creer que la Nube es mucho más inteligente que nosotros, de modo que su idioma, cualquier cosa que esto sea, es probablemente mucho más complicado que el nuestro. Mi proposición es que dejemos de preocuparnos tratando de descifrar los mensajes que hemos estado recibiendo. En lugar de eso propongo que confiemos en que la Nube va a ser capaz de descifrar nuestros mensajes. Entonces cuando haya aprendido nuestro idioma podrá respondernos en nuestro propio código.
—Una maldita buena idea. Siempre obligar a los extranjeros a que aprendan inglés —dijo Alexandrov a Ivette Hedelfort.
—Para empezar se me ocurre que deberíamos limitarnos a ciencia y matemáticas hasta donde sea posible pues éstos serán el mejor denominador común. Más adelante podremos probar con algo sociológico. El verdadero trabajo va a ser grabar todo el material que queremos transmitir.
—¿Usted quiere decir que deberíamos trasmitir una especie de curso elemental de matemáticas, ciencias y de inglés básico? —dijo Weichart.
—Esa es la idea. Y creo que deberíamos hacerlo en seguida.
La política ideada tuvo éxito, demasiado éxito. Dos días después se recibió la primera respuesta inteligible. Decía:
«Mensaje recibido. Poca información. Envíen más.» Durante las semanas siguientes casi todos estuvieron ocupados leyendo libros convenientemente seleccionados. Las lecturas se grababan y luego se transmitían. Pero siempre se recibían cortas respuestas requiriendo más información, y todavía más información.
Marlowe dijo a Kingsley:
—Esto no sirve, Chris, tendremos que pensar en algo nuevo. Este bruto pronto nos va a agotar a todos. Mi voz se está volviendo tan ronca como la de un cuervo viejo con esta lectura constante.
—Harry, Leicester está trabajando en una idea nueva.
—Me alegro. ¿De qué se trata?
—Bueno, puede matar dos pájaros de un tiro. La lentitud de nuestro método actual no es el único inconveniente. Otra dificultad es que una gran cantidad de lo que estamos enviando debe parecer asombrosamente ininteligible. Muchas palabras de nuestro idioma se refieren a objetos que vemos y tocamos y oímos. A menos que la Nube sepa qué son esos objetos no veo cómo puede tener sentido una gran parte del material que estamos mezclando con el resto. Si usted nunca vio una naranja o tuvo algún contacto con ésta en alguna forma, no veo cómo puede tener la posibilidad de saber lo que significa la palabra «naranja» por más inteligente que sea.
—Ya veo. ¿Qué se propone hacer?
—Fue idea de Harry. Cree que puede utilizar una cámara de televisión. Por suerte yo había convencido a Parkinson para que hiciera traer algunas. Harry piensa que puede conectar una a nuestro transmisor, y lo que es más, confía en que podrá modificarla para que haga algo así como 20 000 líneas en lugar de las miserables 450 o algo así de la televisión ordinaria.
—¿Eso por la longitud de onda mucho menor?
—Sí, por supuesto. Tenemos que ser capaces de transmitir una imagen excelente.
—¡Pero la Nube no tiene una pantalla de televisión!
—Por supuesto que no. Cómo decide la Nube analizar nuestras señales es un asunto totalmente suyo. Lo que debemos asegurarnos es que transmitimos toda la información pertinente. Hasta ahora hemos estado haciendo un trabajo bastante malo y la Nube tiene toda la razón de quejarse.
—¿Cómo se propone utilizar la cámara de televisión?
—Empezaremos con una lista de palabras, demostrando varios sustantivos y verbos.
Esto será preliminar. Hay que hacerlo cuidadosamente pero no tomará demasiado tiempo para unas cinco mil palabras; quizá una semana. Luego podremos trasmitir el contenido de libros enteros enfocando las páginas con la cámara. Con ese método podremos enviar toda la Encyclopedia, Britannica en unos pocos días.
—Eso ciertamente calmará la sed de conocimientos del bruto Bueno, supongo que es mejor que vuelva a mi lectura. Avíseme cuando esté lista la cámara. Va a ser una felicidad incalculable liberarse de este coro.
Más tarde Kingsley se encontró con Leicester.
—Lo siento, Harry —dijo—, pero tengo algunos otros problemas.
—Entonces espero que se los guarde para usted. Aquí en este departamento estamos hasta la nariz.
—Lo siento, pero éstos se refieren a ustedes y me temo que signifiquen más trabajo.
—Mire, Chris, ¿por qué no se quita el saco y empieza a hacer algún trabajito en serio en lugar de interrumpir las buenas intenciones del proletariado? Bueno, ¿cuál es el problema? Lárguelo.
—El problema es que no estamos prestando bastante atención al receptor, quiero decir a nosotros aquí como receptor. Una vez que empecemos a trasmitir con la cámara de televisión presumiblemente tengamos respuestas en la misma forma que lo que enviamos nosotros. Es decir que el mensaje recibido va a aparecer en forma de palabras sobre una pantalla de televisión.
—Bueno, ¿y qué hay, con eso? Será cómodo y fácil para leer.
—Sí, hasta ahora todo va bien. Pero recuerde que nosotros sólo podemos leer alrededor de unas ciento veinte palabras por minuto mientras que esperamos trasmitir por lo menos cien veces más rápido que eso.
—Tendremos que pedir al Johnny que está ahí arriba que disminuya la velocidad de sus respuestas, eso es todo. Le diremos que somos de inteligencia tan obtusa que podemos digerir sólo ciento veinte palabras por minuto en lugar de las decenas de miles que él parece ser capaz de tragar.
—Todo está muy bien, Harry. Estoy de acuerdo con todo lo que dice.
—Sólo que usted quiere darme algún otro trabajo, ¿no?
—Correcto. ¿Cómo lo adivinó? Mi idea es que sería bueno oír acústicamente los mensajes de la Nube simultáneamente con su aparición en la pantalla. Nos cansaremos mucho más leyendo que escuchando.
—Parafraseando a Alexis pienso que es una maldita buena idea. ¿Se da cuenta lo que entraña?
—Significa que tendrá que mantener la equivalencia entre el sonido y la imagen. Podríamos utilizar la computadora electrónica para eso. Tendremos que almacenar sólo unas cinco mil palabras.
—¡Sólo!
—No me parece que esto signifique mucho trabajo. Tendremos que transmitir cada palabra individualmente de manera bastante lenta, para la Nube. Calculo alrededor de una semana para eso. A medida que enviamos cada palabra podemos hacer que nuestra señal de TV perfore una cinta de acuerdo con un código. Eso no debe ser difícil.
También se puede ubicar el sonido en la cinta perforada usando un micrófono, por supuesto, para tener el sonido registrado en forma eléctrica. Una vez que esté todo registrado en la cinta podemos enviarlo a la computadora cuando queramos. Se necesitará una cantidad grande de cosas registradas de manera que utilizaremos los magnéticos. Será fácil y rápido. Y colocaremos un programa de conversión en la alta velocidad. Luego podremos leer los mensajes de la Nube en una pantalla de televisión u oírlos a través de un parlante.
—Tengo algo que decirle Chris. Nunca conocí a nadie mejor que usted para encontrarle trabajo a los demás. Por supuesto que usted va a escribir el programa de conversión.
—Por supuesto.
—Lindo trabajo sentado en un sillón, ¿eh? Mientras tanto nosotros, pobres esclavos, seguimos soldando, agujereándonos los pantalones y Dios sabe qué. ¿Qué voz utilizaré para el sonido?
—La suya Harry. Es su recompensa por tener todos esos agujeros en los pantalones. ¡Al final tendremos que estar horas escuchándolo!
A medida que pasaba el tiempo la idea de convertir los mensajes de la Nube en sonidos le parecía a Harry Leicester cada vez más conveniente. Después de unos días comenzó a andar con una semisonrisa más o menos permanente en los labios pero nadie pudo descubrir la gracia.
El sistema de televisión resultó muy bueno. Después de cuatro días de transmisión se recibió un mensaje que decía:
«Felicitaciones por el mejoramiento de la técnica.»
Este mensaje apareció en la pantalla de televisión pues el sistema de conversión en sonido no funcionaba todavía.
La transmisión de palabras individualizadas resultó ser algo más difícil de lo esperado, pero eventualmente fue conseguido. La transmisión de trabajos científicos y matemáticos se transformó en un asunto simple. Muy pronto fue evidente que estas transmisiones servían solamente para informar a la Nube cuál era el estado del desarrollo humano, algo así como un chico que muestra a un adulto hasta dónde ha llegado. Luego se transmitieron libros que trataban acerca de asuntos sociales. La selección fue algo difícil pero al final se envió una muestra amplia y más o menos al azar. Era claro que la Nube tenía más dificultades para absorber este material. Por último llegó un mensaje, todavía leído en la pantalla de televisión:
«Las últimas transmisiones aparecen muy confusas y extrañas. Tengo muchas preguntas que hacer, pero prefiero dejarlas para algún momento futuro. Incidentalmente, sus trasmisiones interfieren muy seriamente, debido a la proximidad del transmisor, con varios mensajes externos que deseo recibir. Por esa razón les voy a proporcionar el siguiente código. En el futuro utilicen siempre el código. Voy a establecer una barrera electrónica para protegerme de su transmisor. El código servirá como señal de que desean atravesar la barrera. Si ello es conveniente les será permitido. Pueden esperar otra trasmisión desde aquí dentro de unas cuarenta y, ocho horas.»
Un complicado dibujo de luces brilló en la pantalla de televisión, seguido por el siguiente mensaje:
«Por favor confirmen que han recibido este código y pueden usarlo.»
Leicester dictó la siguiente respuesta:
«Hemos grabado el código. Creemos que podemos utilizarlo aunque no estamos seguros. Lo confirmaremos en la próxima transmisión.»
Hubo una demora de unos diez minutos. Luego vino la respuesta:
«Muy bien. Adiós.»
Kingsley explicó a Ann Halsey:
—La demora se debe al tiempo que requiere la transmisión para llegar a la Nube y para que vuelva la respuesta. Estas demoras van a ser causa de que las comunicaciones breves sean algo molestas.
Pero Ann Halsey estaba menos interesada en las demoras que en el tono de los mensajes de la Nube.
—Parecía humano —dijo con los ojos dilatados por el asombro.
—Por supuesto que sí. ¿Cómo podía ser de otro modo? Está utilizando nuestro lenguaje y nuestras frases de manera que tiene que parecer humano.
—Pero el «adiós» sonaba tan lindo.
—¡Tonterías! Para la Nube «adiós» es probablemente una palabra de código para terminar una transmisión. Recuerda que ha aprendido nuestro idioma desde el principio en unos quince días. Eso a mí no me parece muy humano.
—Oh, Chris eres exactamente lo que los norteamericanos llaman un «pobre tipo» ¿No es cierto, Geoff?
—¿Qué, Chris un pobre tipo? Yo diría que realmente lo es, el más gran pobre tipo todopoderoso de la Cristiandad. ¡Sí, señor! En serio, Chris, ¿qué piensa de esto?
—Creo que el envío de un código es un buen signo.
—Yo también. Muy bueno para nuestra moral. Los cielos saben lo que necesitamos.
—Este último año no ha sido fácil. Pienso que me siento mejor que nunca desde el día que lo recogí en el aeropuerto de Los Angeles, y eso parece hace una vida entera.
Ann Halsey frunció la nariz. —No puedo entender por qué todos se ponen así por un código y por qué echaron un balde de agua fría sobre mi adiós.
—Pues, mi querida —respondió Kingsley—, por que el envío de un código fue una razonable idea racional. Fue un punto de contacto, de comprensión, sin ninguna relación con el idioma, mientras que el «adiós» sólo fue una apariencia lingüística superficial.
Leicester se aproximó a ellos.
—Esta demora de dos días es afortunada. Creo que para entonces podremos tener funcionando el sistema de sonidos.
—¿Qué hay del código?
—Creo que va a andar bien, pero prefiero asegurarme del todo.
Dos días después toda la compañía se reunió por la noche en el laboratorio de transmisión. Leicester y sus colaboradores estaban ocupados con ajustes de último momento. Eran casi las ocho cuando aparecieron las descargas preliminares en la pantalla. Pronto empezaron a aparecer palabras.
—Oigamos algo —dijo Leicester.
Hubo muecas y risas cuando empezó a transmitir el parlamento pues la voz era la de Joe Stoddard. Durante algo así como un minuto muchas personas pensaron en una broma pero luego se dieron cuenta que la voz decía lo mismo que las palabras en la pantalla. Y decididamente los sentimientos no eran los de Joe Stoddard.
El chiste de Leicester tenía algunas ventajas. No había tenido el tiempo necesario para incluir inflexiones de voz: cada palabra era siempre pronunciada de la misma manera y con una frecuencia pareja, excepto al finalizar las frases donde siempre había una pequeña pausa. Estas desventajas en la reproducción del sonido estaban compensadas en alguna medida por el hecho de que en su forma natural de hablar Joe Stoddard no tenía tampoco muchas inflexiones. Y Leicester había calculado sagazmente el tiempo para el comienzo de cada palabra de manera que coincidiera lo más posible con la manera de hablar de Joe. En esa forma, aunque el discurso de la Nube era obvio que se trataba de una imitación artificial de Joe, la imitación era muy buena. Nadie se acostumbró nunca realmente a que la Nube hablara con el fácil dejo gutural y arrastrado de la región occidental, y nadie pudo pasar nunca por alto el indescriptible efecto cómico de algunos de los errores de pronunciación de Joe. Aún con posterioridad la Nube era conocida como Joe.
El primer mensaje de Joe decía algo así como esto:
«La primera transmisión de ustedes fue una sorpresa, porque es muy desusado encontrar animales con habilidad técnica habitando planetas que son una especie de avanzada extrema de la vida.»
Se preguntó a Joe por qué eso debía ser así.
«Por dos razones muy simples. Al vivir en la superficie de un cuerpo sólido ustedes se encuentran sujetos a una fuerza gravitacional poderosa. Esto limita enormemente el tamaño hasta el que pueden crecer sus animales y de ahí que limita el alcance de su actividad neurológica. Los obliga a poseer estructuras musculares para poder moverse y también a tener armaduras protectoras contra los golpes violentos, como por ejemplo los cráneos que necesitan para proteger el cerebro. El peso extra de los músculos y la protección reduce aún más el ámbito de sus actividades neurológicas. Por cierto que los animales más grandes que ustedes poseen han sido en su mayor parte huesos y músculos con muy poco cerebro. Como ya he dicho, el poderoso campo gravitacional en que viven es la causa de esta dificultad. De una manera general uno sólo espera que exista vida inteligente en un medio gaseoso difuso y no en planetas, de ninguna manera.»
«El segundo factor desfavorable es la extrema carencia de alimentos químicos básicos.»
«Para la creación de alimentos químicos en gran escala es necesaria la luz de una estrella.»
«El planeta de ustedes, sin embargo, absorbe sólo una fracción muy pequeña de la luz del Sol. En este momento yo mismo estoy construyendo sustancias químicas básicas a una frecuencia aproximadamente 10.000.000.000 de veces la que utilizan ustedes en toda la superficie del planeta. Esta carencia de alimentos químicos conduce a una lucha con dientes y uñas por la existencia en la que es difícil para los primeros destellos de la inteligencia hacer pie en competencia con los huesos y los músculos. Por supuesto que cuando la inteligencia se establece firmemente la competencia con simples huesos y músculos se torna fácil, pero los primeros pasos por ese camino son muy difíciles, tanto así que el caso de ustedes es una rareza entre las formas de vida planetaria.»
—Y tanto así para los entusiastas de los viajes espaciales —dijo Marlowe—. Harry, pregúntele a qué debemos la aparición de la inteligencia aquí en la Tierra.
Se hizo la pregunta y después de un rato llegó la respuesta:
«Probablemente a la combinación de varias circunstancias de las cuales yo consideraría como de máxima importancia el desarrollo hace unos cincuenta millones de años de un tipo de planta totalmente nueva: la planta que ustedes llaman hierba. El surgimiento de esta planta provocó una drástica reorganización de todo el mundo animal debido a la particularidad que la hierba puede cortarse a nivel de la tierra en distinción con todas las otras plantas. A medida que los campos de hierba se diseminaron por toda la Tierra los animales que podían sacar ventajas de esta característica sobrevivieron. Otros animales declinaron y se extinguieron. Parece haber sido en esta nueva redisposición que la inteligencia pudo ganar su primer apoyo en vuestro planeta.»
«Hay varios factores muy desusados que hacen algo difícil la interpretación del método de comunicación que ustedes utilizan», prosiguió la Nube. «En particular considero muy extraño que los símbolos que usan no tienen una relación realmente estrecha con la actividad neurológica de los cerebros de ustedes.»
—Es mejor decirle algo acerca de eso —señaló Kingsley.
—Iba a apostar que lo haríamos. No creía que fueras capaz de quedarte tanto tiempo callado, Chris —observó Ann Halsey.
Kingsley explicó su idea acerca de la comunicación a base de C. A. y C. C. y preguntó si Joe mismo operaba sobre la base de C. A. Joe afirmó que esto era así y continuó:
«Este no es el único aspecto singular. La rareza más notable de ustedes es el gran parecido de un individuo con otro. Esto les permite utilizar un método de comunicación muy vasto. Ustedes dan nombres a vuestros estados neurológicos, temor, dolor de cabeza, desconcierto, felicidad, melancolía, éstos son todos nombres. Si un señor A desea decir al señor B que tiene dolor de cabeza no hace ninguna tentativa de describir la perturbación neurológica en su cabeza. En lugar de eso él utiliza su nombre. Dice:
«Tengo un dolor de cabeza.»
«Cuando el señor B oye esto toma el nombre “dolor de cabeza” y lo interpreta de acuerdo con su propia experiencia. Así el señor A puede informar al señor B de su indisposición aunque ninguno de los dos participantes puede tener la menor idea de en qué consiste realmente un “dolor de cabeza”. Un método tan altamente peculiar de comunicación es sólo posible, por supuesto, entre individuos casi idénticos.»
—¿Podría decirse de esta manera? —dijo Kingsley—. Entre dos individuos absolutamente idénticos, si eso fuera posible, no se necesitaría ninguna comunicación puesto que cada individuo conocería automáticamente la experiencia del otro. Entre individuos casi idénticos basta un método grosero de comunicación. Entre dos individuos ampliamente diferentes se requiere un sistema mucho más complicado de comunicación.
«Eso es exactamente lo que estaba tratando de explicar. La dificultad que tuve en descifrar el lenguaje de ustedes aparecerá ahora claramente. Es un lenguaje conveniente para individuos similares, mientras que ustedes y yo estamos ampliamente separados, mucho más que lo que ustedes probablemente se imaginan. Por suerte los estados neurológicos de ustedes son más bien simples. Una vez que pude comprenderlos, en cierta forma, pude descifrar el lenguaje que utilizan.»
—¿Tenemos algo en común desde el punto de vista neurológico? Por ejemplo: ¿usted tiene algo similar a nuestro «dolor de cabeza»? —preguntó McNeil.
La respuesta fue:
«En un sentido amplio compartimos las emociones de placer y dolor. Pero esto puede esperarse de cualquier criatura que posea un complejo neurológico. Las emociones dolorosas corresponden a una brusca disrupción de esquemas neurológicos y esto me puede ocurrir a mí como a ustedes. La felicidad es un estado dinámico en el que los esquemas neurológicos están siendo ampliados, no interrumpidos, y esto también me puede ocurrir a mí como a ustedes Aunque existen estas similitudes me imagino que mis experiencias subjetivas son muy, diferentes de las de ustedes, excepto en un aspecto; como ustedes yo considero a las emociones dolorosas como emociones que deseo evitar, y viceversa para las emociones felices. Más específicamente, los dolores de cabeza de ustedes nacen de un abastecimiento deficiente de sangre que destruye la precisión de las secuencias de descargas eléctricas en vuestros cerebros. Yo siento algo muy comparable a un dolor de cabeza si algún material radiactivo se introduce en mi sistema nervioso. Ocasiona descargas eléctricas de una manera similar a la que ocurre en los contadores Geiger de ustedes. Estas descargas interfieren con mis secuencias de tiempo y producen una experiencia subjetiva extremadamente desagradable. Ahora deseo inquirir un asunto totalmente diferente. Estoy interesado en lo que ustedes llaman “las artes”. La literatura puedo entenderla como el arte de disponer las ideas y emociones en palabras. Las artes visuales se relacionan claramente con la percepción que tienen del mundo. Pero no entiendo en absoluto la naturaleza de la música. Mi ignorancia en este aspecto no debe sorprenderles porque hasta donde yo sé ustedes no han trasmitido música. ¿Quieren hacer el favor de reparar esta deficiencia?»
—Aquí tienes tu oportunidad Ann —dijo Kingsley—. ¡Y qué oportunidad! ¡Ningún músico tocó jamás para una audiencia como ésta!
—¿Qué tocaré?
—¿Qué tal el Beethoven de la otra noche?
—¿El opus 106? Es un poco fuerte para un principiante.
—Vamos, Ann. Deja que el viejo Joe se tome su trabajo —alentó Barnett.
—No necesita tocar si no quiere hacerlo, Ann. Hice una grabación —dijo Leicester.
—¿Qué tal es la calidad?
—Tan buena como la mejor desde un punto de vista técnico. Si usted estaba satisfecha con la forma en que tocó podemos empezar a transmitir en seguida, si usted lo desea.
—Creo que prefiero que utilicen la grabación. Parece ridículo, pero creo que me voy a poner nerviosa si empiezo a tocar para esa cosa, cualquier cosa que sea.
—No seas tonta, el viejo Joe no muerde.
—Quizá no, pero sin embargo prefiero que utilicen la grabación.
De manera que se transmitió la grabación. Al terminar vino un mensaje:
«Muy interesante. Por favor repitan la primera parte a una velocidad aumentada en un treinta por ciento.»
Cuando hubieron hecho esto, el mensaje siguiente fue:
«Mejor. Muy bueno. Voy a pensar en esto. Adiós.»
—¡Mi Dios, lo liquidaste, Ann! —exclamó Marlowe.
—Me inquieta cómo es posible que la música pueda tener algún sentido para Joe. Después de todo la música es sonido y estábamos seguros de que el sonido no debía tener ningún significado para él —observó Parkinson.
—No estoy de acuerdo con eso —dijo McNeil—. Nuestra apreciación de la música no tiene nada que ver con el sonido, aunque sé que en principio puede parecer lo contrario.
Lo que apreciamos en el cerebro son señales eléctricas que parten de los oídos. Nuestra utilización de los sonidos es simplemente un artificio conveniente para generar ciertos modelos de actividad eléctrica. Existe por cierto una buena cantidad de datos que aseguran que los ritmos musicales reflejan los ritmos eléctricos principales que ocurren en el cerebro.
—Eso es muy interesante John —dijo Kingsley—. De manera que se podría decir que la música da la expresión más directa de las actividades de nuestros cerebros.
—No, yo no diría tanto. Yo diría que la música da el mejor índice de un modelo en amplia escala de la actividad cerebral. Pero las palabras dan un mejor índice de los modelos en pequeña escala.
Y así siguió la discusión hasta muy entrada la noche. La observación más notable quizá, vino de Ann Halsey.
—El primer movimiento de la sonata en la mayor está marcada con un tiempo que requiere una velocidad fantástica, por cierto mucho más rápida que la que puede alcanzar cualquier pianista normal, por cierto mayor que la que yo puedo desarrollar. ¿Notaron el pedido de que se aumentara la velocidad? Me hizo sentir un escalofrío, aunque probablemente fue sólo alguna extraña coincidencia, supongo.
En este estado de cosas se acordó, en general, que la información relativa a la verdadera naturaleza de la Nube debía ser trasmitida a las autoridades políticas. Varios gobiernos estaban restableciendo las comunicaciones radiales. Se descubrió que la ionización en la atmósfera podía mantenerse en valores favorables para la comunicación en una longitud de onda de diez centímetros siempre que se propagara verticalmente una transmisión en tres centímetros. Nortonstowe se transformó una vez más en un banco de información.
Nadie tenía muchas ganas de diseminar información acerca de la Nube. Todos tenían la impresión de que la comunicación con la Nube podía salir del control de Nortonstowe. Y había muchas cosas que los científicos querían aprender. Kingsley se oponía firmemente a que se pasara información a las autoridades políticas, pero en este asunto fue aplastado por la opinión general que sentía, por más lamentable que fuera, que no podía seguirse manteniendo el secreto.
Leicester había grabado las conversaciones con la Nube y se retransmitieron por los canales de diez centímetros. Los gobiernos de todas partes no tuvieron escrúpulos acerca de mantener el secreto. El hombre de la calle nunca se enteró de la existencia de vida en la Nube, pues a medida que transcurrió el tiempo ocurrieron ciertos hechos que hicieron necesario mantener imperativamente el secreto.
Ningún gobierno poseía en ese momento un transmisor y receptor apropiados para comunicarse con la Nube. Es así que por el momento Nortonstowe fue el único lugar que podía establecer contactos con ésta. No obstante los técnicos de Estados Unidos señalaron que se podía transmitir por diez centímetros a Nortonstowe y luego de ahí retransmitir por un centímetro a la Nube para permitir que el gobierno de Estados Unidos y otros pudieran establecer contacto con la misma. Se decidió que Nortonstowe fuera un banco de comunicaciones no sólo para toda la Tierra sino también entre ésta y la Nube.
El personal de Nortonstowe se dividió en dos campos aproximadamente iguales. Los que apoyaban a Kingsley y Leicester en su deseo de vetar el plan de los políticos abierta y violentamente, diciéndoles a los varios gobiernos que se fueran al demonio. Los otros, dirigidos por Marlowe y Parkinson, argumentaban que no se iba a ganar nada con ese desafío ya que los políticos podían forzar la cuestión mediante la fuerza. Cuando se esperaba para dentro de pocas horas un mensaje de la Nube se agudizó la discusión entre los dos grupos. Se resolvió mediante un compromiso. Se decidió que una dificultad técnica impidiera que se recibieran las transmisiones por diez centímetros en Nortonstowe. De esa manera los gobiernos podrían escuchar a la Nube pero no podrían hablarle.
Y así ocurrió. Ese día la más alta y honorable de las clases humanas escucho a la Nube y fue incapaz de responder. Sucedió que la Nube hizo una mala impresión en su augusta audiencia, pues Joe empezó a hablar sin reticencias acerca del sexo.
«¿Quieren resolver esta paradoja?”, dijo. “Noto que una gran proporción de la literatura de ustedes se relaciona con lo que ustedes llaman “amor”, “amor profano” en su mayor parte. Por cierto, de acuerdo con los ejemplares que me han llegado estimo que casi el cuarenta por ciento de la literatura se relaciona con ese tema. Empero en ninguna parte en la literatura pude encontrar en qué consiste el “amor”, el asunto es eludido siempre cuidadosamente. Esto me conduce a creer que el “amor” debe ser algún proceso raro y notable. ¿Pueden imaginarse mi sorpresa cuando por fin aprendí en textos de medicina que el “amor” es sólo un proceso ordinario muy simple compartido con una gran variedad de otros animales?»
Hubo algunas protestas ante estas observaciones, de parte de la más alta y honorable de las clases humanas. Fueron silenciadas por Leicester que cortó las transmisiones de los parlantes.
—Oh, cállense —dijo. Luego tendió el micrófono a McNeil—. Considero que le toca el turno, John. Haga lo posible por dar a Joe una respuesta.
McNeil hizo lo que pudo:
—Considerado desde un punto de vista totalmente lógico, el hecho de tener y criar niños es una cuestión completamente desprovista de atractivo. Para la mujer significa dolor y constante preocupación. Para el hombre significa un trabajo extra durante muchos años para poder llevar la carga de su familia. De manera que si fuéramos totalmente lógicos acerca del sexo probablemente no nos tomaríamos la molestia de reproducirnos en absoluto. La Naturaleza se hace cargo de esto haciéndonos del todo irracionales. Si no fuéramos irracionales simplemente no seríamos capaces de sobrevivir, aunque pueda parecer contradictorio. Probablemente ocurra lo mismo con los otros animales también.
Joe estaba hablando de nuevo:
«Esta irracionalidad, que yo sospechaba y que me complazco en oír que ustedes reconocen, tiene un aspecto serio, más horrendo. Ya les he advertido que el abastecimiento de alimentos químicos es lamentablemente limitado en vuestro planeta.
Es demasiado posible que una actitud irracional respecto a la reproducción los lleve a que nazcan más individuos de los que posiblemente puedan sostener con tan pocos recursos.
«Esa situación entrañaría grandes peligros. Por cierto es más que probable que la rareza de vida inteligente en los planetas nazca de la general existencia de tales irracionalidades en relación con la escasez de alimento. Considero que no es improbable que su especie pueda extinguirse en breve. Encuentro que se confirma esta opinión por el aumento demasiado rápido que están experimentando las poblaciones humanas.»
Leicester señaló un grupo de luces que se encendían y apagaban.
—Los políticos están tratando de intervenir, Moscú, Washington, Londres, París, Timbuctú, el Tío Tom Cobbly y todo. ¿Los dejamos intervenir, Chris?
Alexandrov hizo el primer discurso político de su vida.
—A esos hombres del Kremlin les va a hacer bien escuchar —dijo.
—Alexis, la palabra utilizada es un error —observó Kingsley—. En una sociedad de buenos modales decimos «miserables».
—Creo que deberíamos recomendar a Alexis que estudiara los escritos del celebrado doctor Bowdler. Pero es hora que volvamos a Joe —dijo Marlowe.
—Seguro que no hay que dejar intervenir a los políticos, Harry. Deje sus gargantas tranquilas. John, pregúntele a Joe cómo se reproduce —dijo Kingsley.
—Eso es lo que he estado deseando preguntar —dijo McNeil.
—Entonces adelante. Veamos cuan delicado es cuando le llega su turno.
—¡Chris!
McNeil hizo esta pregunta a la Nube:
—Sería interesante para nosotros saber cómo se puede comparar nuestro sistema reproductivo con su propio caso.
«La reproducción en el sentido de dar origen a nuevos individuos procede en nuestro caso a lo largo de líneas totalmente distintas. Exceptuando accidentes, o el insuperable deseo de autodestrucción, que ocurre a veces entre nosotros como entre ustedes, puedo vivir indefinidamente. Por lo tanto no necesito generar algunos nuevos individuos que me continúen a mi muerte.»
—¿Qué edad tiene usted en realidad?
«Algo más de quinientos millones de años.»
—¿Y su nacimiento, es decir, su origen, fue una consecuencia de una acción química espontánea, como creemos que ha ocurrido aquí en la Tierra?
«No, no fue así. Cuando viajamos por la galaxia andamos a la pesca de convenientes agregados de materia, nubes convenientes en las que podamos plantar vida. Hacemos esto más o menos en la misma forma que ustedes hacen crecer brotes de un árbol. Si, por ejemplo, yo encontrara una nube conveniente que todavía no estuviera dotada de vida, plantaría en ella una estructura neurológica comparativamente simple. Esta sería una estructura que yo mismo hubiera construido, una parte de mí mismo.
«La cantidad de azares con que el origen espontáneo de vida inteligente se enfrenta es superada mediante esta práctica. Voy a darles un ejemplo: Los materiales radiactivos deben ser excluidos rigurosamente de mi sistema nervioso por una razón que les expliqué en una conversación anterior. Para asegurarme de esto poseo una elaborada pantalla electromagnética que sirve para impedir el ingreso de cualquier gas radiactivo en mis regiones neurológicas, en mi cerebro, en otras palabras. Si esta pantalla dejara de actuar, yo experimentaría un gran dolor y pronto moriría. Una falla de esa pantalla es uno de los accidentes posibles que les mencioné hace un rato. El punto clave de este ejemplo es que nosotros podemos proporcionar a nuestros “infantes” las pantallas y la inteligencia para operar con ellas, mientras sería muy improbable que tales pantallas pudieran desarrollarse en el curso de una vida de origen espontáneo.»
—Pero eso es lo que debe haber ocurrido cuando surgió el primer miembro de su especie —sugirió McNeil.
«No estoy de acuerdo en que hubiera un “primer» miembro”, dijo la Nube. MacNeil no comprendió esta observación, pero Kingsley y Marlowe intercambiaron una mirada como si dijeran: «Oh, oh, ahí vamos. Eso les va a pegar en el ojo a los muchachos del universo en explosión.»
«Aparte de proporcionarles esos instrumentos de protección», prosiguió la Nube, «dejamos que nuestros «infantes» elijan la forma que crean más conveniente para desarrollarse. Aquí debo explicar una importante diferencia entre ustedes y yo. El número de células que ustedes tienen en el cerebro está más o menos fijado en el nacimiento. El desarrollo consiste entonces, en aprender a utilizar un cerebro de capacidad fija de la mejor manera posible. Con nosotros la cuestión es totalmente distinta. Somos libres para aumentar la capacidad de nuestro cerebro en la mejor forma que podamos. Y por supuesto que las partes gastadas o defectuosas pueden ser quitadas o reemplazadas.
«Así es que el desarrollo consiste en extender el cerebro de la mejor manera posible, así como en aprender a utilizarlo de la mejor manera posible, con esto quiero decir, por supuesto, de la manera más conveniente para la solución de los problemas a medida que surgen. Ustedes se darán cuenta, entonces, que como “infantes” comenzamos con cerebros comparativamente simples y a medida que envejecemos nuestros cerebros se agrandan considerablemente y, se hacen mucho más complicados».
—¿Podría describir de manera que nosotros pudiéramos comprender cómo hace para construir una parte nueva a su cerebro? —preguntó McNeil.
«Creo que sí. Primero, construyo con los alimentos químicos las moléculas complicadas del tipo requerido. Siempre tengo a mano una reserva de estas últimas.
«Luego las moléculas se colocan cuidadosamente en una estructura neurológica apropiada sobre la superficie de un cuerpo sólido. El material del cuerpo se acondiciona de tal manera que su punto de fusión no sea demasiado bajo, el hielo, por ejemplo, tendría un punto de fusión peligrosamente bajo, y que sea un muy buen aislador eléctrico. La parte externa del sólido tiene que estar también cuidadosamente preparada de manera de recibir el material neurológico, la materia cerebral como dirían ustedes, y mantenerlo en posición con firmeza.»
«El diseño de la estructura neurológica es, por supuesto, la parte realmente difícil del asunto. Esto se dispone de manera que el nuevo cerebro actúe como una unidad para alcanzar algún propósito específico. También se dispone que la nueva unidad no entre espontáneamente en funcionamiento, sino solamente cuando recibe las señales de las partes previamente existentes de mi cerebro. Estas señales tienen una variedad de puntos de entrada en la nueva estructura. Asimismo las salidas de la nueva unidad tienen una cantidad de conexiones con las partes más viejas de mi cerebro. De esta manera su actividad puede ser controlada e integrada en la totalidad de mi actividad neurológica.»
—Hay otras dos cuestiones —dijo McNeil—. ¿Cómo hace para recargar su material neurológico con energía? En el caso nuestro eso se hace mediante la corriente sanguínea. ¿Ustedes tienen algo que sea equivalente a eso? Segundo, ¿cuál es el tamaño aproximado de las unidades que usted construye?
Llegó la respuesta:
«El tamaño varía de acuerdo con el objetivo particular que determina el diseño de la unidad. El sólido que sirve de molde puede medir cualquier cosa entre un metro o dos hasta varios centenares de metros. Sí, yo tengo un equivalente de una corriente sanguínea. El abastecimiento de sustancias apropiadas es mantenido por el flujo de gas que baña constantemente las unidades de las que estoy compuesto. El flujo es mantenido por una bomba electromagnética en lugar de un “corazón”. Es decir, la bomba es de naturaleza inorgánica. Esta es otra facilidad que proveemos cuando plantamos nueva vida. El gas fluye desde la bomba hasta una reserva de alimentos químicos, luego pasa a mi estructura neurológica que absorbe los diversos materiales que se requieren para mi funcionamiento cerebral. Estos materiales también depositan sus productos de desgaste en el gas. Este vuelve luego a la bomba pero antes pasa a través de un filtro que retiene los productos de desgaste, un filtro que es algo similar a vuestros riñones.” Hay una ventaja importante en tener corazón, riñones y sangre que son esencialmente inorgánicos en su modo de operar. El fracaso en el funcionamiento puede ser subsanado rápidamente. Si mi “corazón” se altera, simplemente cambio por un “corazón” de reserva que tengo siempre listo. Si mis “riñones” andan mal no me muero como le ocurrió a ese músico Mozart de ustedes. De nuevo me cambio unos “riñones” de reserva. Y puedo fabricar “sangre” en grandes cantidades.»
Poco después Joe desapareció del aire.
—Lo que más me asombra es la notable similitud de los principios en que se sostiene la vida —observó McNeil—. Por supuesto que los detalles difieren ampliamente: gas en lugar de sangre, corazón y riñones electromagnéticos, etc. Pero la lógica de la disposición es la misma.
—Y la lógica de la construcción de cerebros parece tener alguna relación con nuestra programación para una computadora —dijo Leicester—. ¿Notó eso Chris? Parecía casi como diseñar una nueva subrutina.
—Pienso que las similitudes son genuinas. He oído decir que la rodilla de una mosca es muy similar en su construcción a la articulación de la rodilla nuestra. ¿Por qué? Porque hay justamente una buena manera de construir una articulación de rodilla. De manera parecida, hay justamente una lógica, y justamente una manera de diseñar la disposición general de la vida inteligente.
—¿Pero por qué piensa que debe haber esta única lógica? —preguntó McNeil a Kingsley.
—Para mí es difícil explicarlo, porque es lo más cerca que llego como expresión de un sentimiento religioso. Sabemos que el universo posee alguna estructura básica interna, esto es lo que tratamos de hallar con nuestra ciencia. Tenemos la tendencia a darnos una especie de palmada moral sobre el hombro cuando contemplamos nuestros éxitos en ese sentido, como si dijéramos que el universo sigue nuestra, lógica. Pero esto es seguramente colocar el carro antes que el caballo. No es el universo que está siguiendo nuestra lógica, somos nosotros que estamos construidos de acuerdo con la lógica del universo. Y esto da lo que yo llamo una definición de la vida inteligente: algo que refleja la estructura básica del universo. Es lo que hacemos nosotros, y lo que hace Joe, y por eso es que parecemos tener tantas cosas en común, por lo que podemos hablar sobre la base de algo que se asemeja a una base común aunque somos tan ampliamente distintos en nuestra construcción detallada. Ambos estamos construidos de una manera que refleja el modelo interno del universo.
—Esos bastardos políticos están tratando de meterse. Malditos sean, voy a apagar esas luces —observó Leicester.
Caminó hasta los controles observando las diversas trasmisiones que se estaban recibiendo. Un minuto después volvió a su asiento estremeciéndose de risa.
—Aquí hay algo muy bueno —dijo—, olvidé cortar nuestra transmisión por diez centímetros. Han estado escuchando todo lo que hemos dicho, la referencia de Alexis al Kremlin, la observación de Chris acerca de cortarles la garganta. ¡No me asombra que estén furiosos! Considero que ahora la cosa se pone difícil.
Nadie parecía saber qué tenían que hacer. Por último Kingsley se dirigió al tablero de control. Giró unas llaves y dijo en un micrófono:
—Esto es Nortonstowe, habla Christopher Kingsley. Si hay algún mensaje, adelante.
Una voz furiosa se oyó en el altoparlante: —¡De modo que son ustedes, Nortonstowe! Hemos estado tratando de comunicarnos con ustedes durante las últimas tres horas—. ¿Quién está hablando?
—Grohmer, Secretario de Defensa de Estados Unidos. Puedo decirle que está hablando con un hombre muy enojado, señor Kingsley. Estoy esperando una explicación por la ofensiva conducta de esta noche.
—Entonces me temo que va a seguir esperando. Le daré otros treinta segundos y si para entonces sus frases no han asumido alguna forma razonablemente convincente cortaré nuevamente la comunicación. La voz se hizo más serena, y más amenazante: —Señor Kingsley, he oído hablar antes de su insoportable obstruccionismo, pero ésta es la primera vez que me he encontrado con él. Para que esté informado, intento que sea la última vez. Esto no es un consejo. Le estoy diciendo simplemente ahora y aquí que muy, pronto usted será retirado de Nortonstowe. Adonde va a ir a parar, se lo dejo librado a su propia imaginación.
—Espero que en sus planes respecto a mí, señor Grohmer, haya considerado debidamente un punto muy importante.
—¿Y cuál es ése, si me permite la pregunta?
—Que está dentro de mis alcances arrasar con todo el continente americano. Si usted duda de esta afirmación pregunte a sus astrónomos lo que ocurrió a la Luna en la noche del 7 de agosto. Quizá también le resulte provechoso tomar en consideración que puedo instrumentar esta amenaza en menos de cinco minutos. Kingsley manipuló un grupo de controles y desaparecieron las luces.
Marlowe estaba pálido y había pequeñas gotas de sudor en su frente y en su labio superior.
—Chris, eso no estuvo bien hecho, no estuvo bien hecho —dijo. Kingsley estaba auténticamente perturbado—. Lo siento Geoff. En ningún momento se me ocurrió mientras hablaba que América es su patria. Le digo de nuevo que lo siento, pero como excusa tiene que saber que hubiera dicho lo mismo a Londres, o Moscú, o a cualquiera.
Marlowe sacudió la cabeza.
—Usted no me entendió, Chris. Mi objeción no es debido a que América es mi patria. De cualquier manera yo sé que usted sólo estaba haciendo una fanfarronada. Lo que me preocupa es que eso se puede volver tremendamente peligroso.
—Tonterías. Usted está dando una importancia exagerada a una tormenta en un vaso de agua. Usted todavía no ha superado la idea de que los políticos son importantes porque se lo dicen los periódicos. Es probable que ellos se den cuenta de que yo estaba haciendo trampa, pero mientras exista la posibilidad de que yo pueda cumplir mi amenaza ellos no van a hacer uso de la fuerza. Ya lo verá.
Pero en este asunto Marlowe tuvo razón y Kingsley se equivocó, como lo demostraron los hechos.