VIII - Mejoran las cosas

Aunque nadie se dio cuenta en ese entonces, la ocasión de la visita del Primer Ministro fue casi el peor momento en todo el episodio de la Nube. La primer evidencia de que mejoraban las condiciones fue descubierta por los radioastrónomos, lo cual correspondía con su dedicación ya que en ningún momento interrumpieron sus observaciones aunque ello significara trabajar afuera del refugio en las condiciones más desagradables. El 6 de octubre John Marlborough citó para una reunión. Corrió la palabra que había ocurrido algo importante de manera que no faltó nadie.

Marlborough mostró sus observaciones que indicaban que la cantidad de gas entre el Sol y la Tierra había ido disminuyendo en forma sostenida durante los diez días previos o algo por el estilo. Parecía que la cantidad de gas se estuviera reduciendo a la mitad cada diez días. Si esa conducta continuaba otros quince días el Sol volvería a verse, pero por supuesto que no había ninguna certeza respecto de esto.

Se le preguntó a Marlborough si la Nube parecía alejarse del Sol en alguna forma. A esto respondió que no se poseía evidencia de ello. Lo que parecía estar ocurriendo era que la materia de la Nube se distribuía de tal manera que el Sol iba a poder brillar en nuestra dirección, pero no en cualquier otra.

—¿No es esperar un poco demasiado que la Nube deje un claro justo en dirección nuestra? —preguntó Weichart.

—Es extraño por cierto —respondió Marlborough—. Pero sólo les estoy dando la evidencia por lo que vale. No hago ninguna interpretación.

Lo que eventualmente resultó ser la explicación correcta fue sugerido por Alexandrov, aunque nadie le llevó mucho el apunte en ese momento, probablemente debido a la manera que eligió para expresarse.

—Configuración estable de cuadro —dijo—. Es probable que la Nube esté formando… cuadro.

Hubo muecas y alguien exclamó:

—¿Necesitamos esos adjetivos militares, Alexis?

Alexandrov pareció sorprendido.

—No militares, yo soy un científico —insistió.

Después de esta desviación el Primer Ministro dijo:

—Si puedo volver a un lenguaje más parlamentario, ¿debo entender por lo que se ha dicho que la presente crisis estará terminando a partir de quince días desde ahora?

—Si continúa el rumbo actual —respondió Marlborough.

—Entonces tenemos que observar atentamente y mantenernos informados de la situación.

—¡Conclusión maestra! —gruñó Kingsley.

Se puede afirmar con certeza que nunca en la historia de la ciencia se siguieron con más ansiedad que entonces las mediciones que hicieron los radioastrónomos durante los días siguientes. La curva en que anotaban sus resultados se transformó literalmente en una curva de vida o muerte. Si continuaba descendiendo quería decir vida; si cesaba la declinación y la curva comenzaba a subir quería decir muerte.

Cada pocas horas se añadía un nuevo punto al gráfico. Todas las personas capaces de apreciar el significado podían ser vistas dando vueltas en espera del punto siguiente, tanto durante la noche como durante el melancólico y desfalleciente día. Durante cuatro días con sus noches, la curva continuó declinando, pero al quinto día la curva disminuyó su pendiente y al sexto había signos de que cambiaba hacia un aumento. Casi nadie habló, excepto una ocasional sentencia breve. La tensión era indescriptiblemente feroz.

Luego el séptimo día volvió a comenzar la declinación y en el octavo la curva descendía con mayor pendiente que nunca. A la intensa tensión siguió una reacción violenta. De acuerdo con las normas ordinarias, la conducta en Nortonstowe podía haber parecido algo promiscua durante todo el tiempo y, quizá decididamente en ese momento, aunque para los interesados, para quienes experimentaron la angustia del sexto día, nada parecía de ningún modo inconveniente.

A partir de entonces la curva continuó su descenso y a medida que lo hacía la cantidad de gas entre la Tierra y el Sol mermó cada vez más. El 19 de octubre pudo verse un foco de luz amarilla en el cielo diurno. Todavía era débil, pero se movía a través del cielo a medida que pasaban las horas. Sin lugar a dudas era el Sol, por primera vez visible desde el comienzo de agosto, visto todavía a través de un velo de gas y polvo. Pero el velo se adelgazaba cada vez más. El 24 de octubre el Sol brilló nuevamente con toda su fuerza sobre una Tierra congelada.

Los que han tenido la experiencia de una salida del Sol después de una fría noche en el desierto podrán tener una débil idea de la alegría que trajo el amanecer del 24 de octubre de 1965. Puede ser adecuada una palabra acerca de la religión. Durante la aproximación de la Nube todas las formas de creencias religiosas habían florecido poderosamente. Durante la primavera, los Testigos de Jehová habían quitado las audiencias de todos los otros predicadores en Hyde Park. Quienes se encontraban al servicio de la iglesia de Inglaterra se habían asombrado al hallarse predicando ante congregaciones desbordantes. Todo esto se borró el 24 de octubre. Todos los hombres y mujeres de cualquier credo, cristiano, ateo, mahometano, budista, hindú, judío, todos se vieron penetrados hasta lo más íntimo de su ser con el complejo emocional de los adoradores del Sol. Es verdad que la adoración del Sol nunca llegó a ser una religión establecida pues no tenía una organización central, pero volvieron a vibrar las cuerdas de la antigua religión y nunca volvieron a desaparecer del todo.

Las áreas tropicales fueron las primeras en deshelarse. Desapareció el hielo de los ríos. La nieve se fundió con más inundaciones, pero los efectos fueron marginales comparados con lo que había ocurrido antes. El deshielo en América del Norte y Europa fue sólo parcial, pues de acuerdo a las estaciones ordinarias estaba llegando el invierno.

A pesar de lo vasto del sufrimiento humano en los países ampliamente industrializados, las poblaciones industriales lo pasaron mucho mejor que los pueblos menos afortunados, poniendo de relieve la importancia de la energía inanimada y el control de las máquinas.

Debe agregarse que la situación a este respecto podía haber sido muy diferente si hubiera continuado el frío haciéndose más intenso, pues el relajamiento de la tensión llegó en un momento en que estaba por derrumbarse la organización industrial.

Entre los pueblos no industrializados ocurrió algo paradójico; los del trópico se vieron muy afectados, mientras que los esquimales genuinamente nómades salieron mejor que el resto. En muchas partes del trópico y subtrópico perdieron la vida una persona de cada dos. Entre los esquimales hubo comparativamente pocas pérdidas en vidas, es decir, comparativamente poco más que en épocas más normales. El calor no había sido tan grande en el extremo norte. Los esquimales lo habían encontrado altamente desagradable pero no más. La fusión del hielo y la nieve dificultó sus movimientos y en consecuencia el área en que podían cazar. Pero el resultado no fue tan grave como para ser letal para ellos. Tampoco lo fue el intenso frío. Simplemente se enterraron en la nieve y esperaron, y en eso estuvieron mejor, desde muchos puntos de vista, que el pueblo de Inglaterra.

Los gobiernos de todos los países se vieron en condiciones delicadas. Este era el mejor momento para el comunismo con sus planes de arrebatar el mundo. Este era el momento para que los Estados Unidos barrieran al comunismo. Este era el momento para que los grupos disidentes se apoderaran del mando en sus gobiernos. Pero no ocurrió nada de eso. En los días que siguieron al 24 de octubre el sentimiento de liberación mezclado con el agotamiento impedía contemplar un asunto tan trivial. Y a mediados de noviembre ya había pasado la oportunidad. La humanidad había recomenzado a organizarse en sus respectivas comunidades.

El Primer Ministro volvió a Londres, sintiéndose menos desfavorablemente dispuesto hacia Nortonstowe que lo que podría esperarse. Por lo menos había pasado el momento de crisis mucho más confortablemente que en Downing Street. Además había compartido la agonía del suspenso con los científicos de Nortonstowe y siempre existe un lazo entre quienes han compartido una tensión común.

Antes que se fuera se le advirtió al Primer Ministro que no había razones para suponer que la emergencia había terminado. Durante una discusión que tuvo lugar en uno de los laboratorios agregados al refugio había existido un general acuerdo acerca de que el pronóstico de Alexandrov había sido correcto. Marlborough dijo:

—Parece cierto que la Nube está adoptando una forma de disco en una inclinación muy alta respecto a la eclíptica.

—Configuración estable de disco. Es obvio —gruñó Alexandrov.

—Puede parecerle obvio a usted —interrumpió Kingsley—, pero hay una cantidad de cosas en este asunto que no son obvias para mí. De paso, ¿en cuánto estimaría el radio externo del disco?

—Más o menos las tres cuartas partes del radio de la órbita terrestre, más o menos igual que el radio de la órbita de Venus —respondió Marlborough.

—Esto de disponerse en forma de disco debe ser una forma de hablar relativa —comenzó Marlowe—. Supongo que ustedes quieren decir que la gran masa de la Nube se dispone en forma de disco. Pero debe haber una cantidad de materia diseminada a través de toda la órbita terrestre. Esto es obvio por la materia que está continuamente chocando con nuestra atmósfera.

—Un frío del demonio a la sombra del disco —anunció Alexandrov.

—Sí, gracias a Dios estarnos en la parte clara, de otra forma no habría Sol —dijo Parkinson.

—Pero recuerden que no siempre estaremos en la parte clara —esto partió de Kingsley.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó el Primer Ministro.

—Simplemente que el movimiento de la Tierra alrededor del Sol nos llevará a la sombra del disco. Por supuesto que volveremos a salir de esa sombra.

—Frío del demonio a la sombra —gruñó Alexandrov. El Primer Ministro estaba preocupado y con justicia.

—¿Puedo preguntar con qué frecuencia es probable que ocurra este desastroso estado de cosas?

—¡Dos veces por año! De acuerdo con la posición presente del disco en febrero y agosto. El tiempo que el Sol estará eclipsado depende del grosor que tome el disco. Probablemente los eclipses durarán entre quince días y un mes.

—Por cierto que esto implica consecuencias que van a llegar demasiado lejos —suspiró el Primer Ministro.

—Por una vez estamos de acuerdo —señaló Kingsley—. La vida en la Tierra no va a ser imposible pero tendrá que proseguir en circunstancias mucho menos favorables. Es seguro que las personas tendrán que acostumbrarse a vivir juntas en número bastante grande. No podremos permitirnos más vivir en casas individuales.

—No lo sigo.

—Bueno, un edificio pierde calor por su superficie, ¿eso está claro?

—Sí, por supuesto.

—Por otra parte, el número de personas que pueden vivir o alojarse en un edificio depende esencialmente de su volumen. Ya que la relación entre superficie y volumen es mucho menor para un edificio grande que para uno pequeño se deduce que los edificios grandes alojarán a la gente con consumo mucho menor de combustible por persona. Si va a haber una repetición indefinida de períodos de frío intenso, nuestros recursos de combustible no admitirán otro arreglo.

—¿Por qué dice «si», Kingsley? —preguntó Parkinson.

—Porque han ocurrido tantas cosas extrañas. No estaré satisfecho con nuestras predicciones de lo que va a ocurrir a continuación hasta que pueda comprender realmente qué es lo que ya ha pasado.

—Mientras tanto vale la pena mencionar la posibilidad de cambios climáticos que duren mucho tiempo —señaló Marlowe—. Aunque esto puede no tener mucha importancia en el año o los años próximos, no puedo dejar de considerar que su importancia va a ser vital a largo plazo, asumiendo que vamos a tener estos eclipses de Sol bianuales. —¿Qué está pensando, Geoff?

—Bueno, seguramente no podremos impedir la llegada de una nueva Edad de Hielo.

Las épocas similares del pasado muestran cómo es de delicado el equilibrio del clima en la Tierra. Dos períodos de frío intenso, uno en invierno y otro en el verano deben inclinar la balanza hacia el lado de la Edad del Hielo, el lado plus de la Edad del Hielo diría yo.

—¿Usted quiere decir que las capas de hielo cubrirán Europa y Norte América?

—No veo cómo puede ser de otro modo, aunque no va a suceder en el año que viene o el siguiente. Será un lento proceso acumulativo. Como dice Chris Kingsley el Hombre tendrá que acostumbrarse a su nuevo ambiente. Y supongo que las condiciones no le van a gustar del todo.

—Corrientes oceánicas —dijo Alexandrov.

—No entiendo —dijo el Primer Ministro.

—Lo que me imagino que quiere decir Alexis —señaló Kingsley—, es que no hay seguridad de que se mantengan las corrientes oceánicas tal como hasta ahora. Si ocurre eso las consecuencias pueden ser completamente desastrosas. Y eso puede ocurrir bastante rápido, mucho más que una Edad del Hielo.

—Usted lo dijo —asintió Alexandrov—. Desaparece la Corriente del Golfo, viene un frío del demonio.

El Primer Ministro consideró que había oído bastante.

Durante el mes de noviembre se aceleró el pulso de la humanidad. Y a medida que los Gobiernos entraron cada vez más en el dominio de los hechos se incrementó el deseo de comunicación entre los varios núcleos humanos. Se repararon las líneas de teléfono y cables. Pero el principal recurso fue la radio. Las transmisoras de onda larga pronto estuvieron en condiciones de trabajar normalmente, pero por supuesto eran inútiles para las comunicaciones a larga distancia. Para esto fueron puestos en funcionamiento transmisores de onda corta. Pero éstos no funcionaron por una razón que no tardó en ser descubierta. La ionización de los gases atmosféricos a una altura de unas cincuenta millas era anormalmente alta. Esto daba origen a una excesiva cantidad de entorpecimiento por colisión, como lo llamaron los ingenieros en radio. La ionización excesiva era ocasionada por la radiación de las capas superiores de la atmósfera calentadas tremendamente, las mismas que todavía producían las brillantes noches azules. En suma, existían las condiciones del desaparecimiento gradual de la radio.

Sólo podía hacerse una cosa: acortar la longitud de onda transmisora. Se intentó esto hasta una longitud de onda aproximada de un metro, pero aún continuaba la desaparición gradual, y no había transmisores adecuados de menor longitud de onda pues éstas nunca habían sido ampliamente usadas antes de la llegada de la Nube. Luego se recordó que Nortonstowe poseía transmisores que podían trabajar desde un metro para abajo hasta un centímetro. Además los transmisores de Nortonstowe eran capaces de manejar una enorme cantidad de información como Kingsley no tardó en informar. Se decidió, por acuerdo unánime, hacer de Nortonstowe un banco mundial de información. El plan de Kingsley por fin había dado sus frutos.

Había que hacer cálculos complicados, y, como había que hacerlos rápido se utilizó la computadora electrónica. El problema era hallar la longitud de onda más conveniente. Si ésta era demasiado larga continuaría el trastorno. Si era demasiado corta las ondas de radio saldrían a través de la atmósfera al espacio exterior en lugar de curvarse alrededor de la Tierra, como debían hacerlo para viajar, digamos de Londres a Australia. El problema estaba comprendido entre esos extremos. Se decidió eventualmente por una longitud de onda de veinticinco centímetros. Se pensó que ésta era suficientemente corta para superar el inconveniente de la desaparición gradual y no demasiado corta como para que demasiada potencia se perdiera en el espacio aunque se reconoció que iba a haber alguna pérdida.

Los transmisores de Nortonstowe comenzaron a funcionar durante la primera semana de diciembre. La capacidad de trasmitir información resultó ser prodigiosa como Kingsley había predicho. Menos de media hora del primer día fue suficiente para enviar toda la información que se poseía hasta el momento. Para empezar, sólo unos pocos gobiernos poseían un transmisor y receptor, pero el sistema anduvo tan bien que muchos otros gobiernos apuraron lo más posible la construcción de sus equipos. En parte por esa razón el volumen de tráfico a través de Nortonstowe fue reducido al principio. También resultó difícil apreciar inicialmente que una hora de conversación ocupaba un tiempo de trasmisión de una pequeña fracción de segundo. Pero a medida que transcurrió el tiempo la conversación y los mensajes se hicieron más largos y más gobiernos se unieron a los mismos. De modo que las transmisiones en Nortonstowe aumentaron gradualmente de unos pocos minutos por día a una hora o más.

Una tarde, Leicester, que había organizado la construcción del sistema de trasmisión, llamó a Kingsley y le pidió que fuera al laboratorio donde se realizaban las emisiones.

—¿A qué se debe el pánico, Harry? —preguntó Kingsley—. ¡Tenemos una desaparición!

—¿Qué?

—Sí, recién. Puede verse aquí. Estábamos recibiendo un mensaje de Brasil. Fíjese como se ha ido completamente la señal.

—Es fantástico. Debe ser un brote extremadamente rápido de ionización.

—¿Qué se le ocurre que debiéramos hacer?

—Esperar, supongo. Puede ser un efecto transitorio. En realidad es lo que parece.

—Si sigue podríamos acortar la longitud de onda.

—Sí, podríamos, pero casi nadie más podría hacerlo. Los americanos están en condiciones de agenciarse una nueva longitud de onda bastante pronto, y quizá también los rusos. Pero dudo que muchos de los otros puedan. Bastantes trastornos tuvimos para conseguir que construyeran los transmisores que tienen ahora.

—¿Entonces no hay nada que hacer sino esperar?

—Bueno, se me ocurre que no vale la pena intentar una trasmisión porque no podemos saber si el mensaje llega o no. Yo dejaría el aparato de recepción en marcha. Entonces tendremos cualquier material que pueda venir, es decir, si las condiciones mejoran.

Hubo un brillante despliegue del tipo de una aurora esa noche, que los científicos de Nortonstowe pensaron estaba asociada con el súbito aumento de ionización en la atmósfera alta. Sin embargo no tenían la menor idea de la causa de la ionización.

También se notaron grandes perturbaciones del campo magnético terrestre.

Marlowe y Bill Barnett discutieron el asunto mientras paseaban admirando el fenómeno.

—Mi Dios, mire esas láminas color naranja —dijo Marlowe.

—Lo que me perturba, Geoff, es que éste es obviamente un despliegue a baja altura.

Puede afirmarse por el color. Supongo que tendríamos que obtener un espectro, aunque lo juraría por lo que estoy viendo en este momento. Diría que esto no ocurre más allá de las cincuenta millas, probablemente menos. No es el sitio donde hemos estado obteniendo los excesos de ionización.

—Sé lo que está pensando, Bill. Que es fácil imaginar un brusco chorro de gas chocando el límite exterior de la atmósfera. Pero eso produciría una perturbación mucho más alta. Es difícil creer que esto es debido a un impacto.

—No, no creo que sea posible. Tiene mucho más aspecto de ser una descarga eléctrica.

—Las perturbaciones magnéticas estarían de acuerdo con eso.

—Pero ¿usted se da cuenta de lo que eso significa, Geoff? Esto no viene del Sol. Antes nunca ha ocurrido una cosa así. Si se trata de una perturbación eléctrica tiene que estar originada en la Nube.

Leicester y Kingsley fueron al laboratorio de comunicaciones a la mañana siguiente después del desayuno. Había llegado un breve mensaje de Irlanda a las 6.20. A las 7.51 había comenzado una larga comunicación de los Estados Unidos pero después de tres minutos había comenzado a desaparecer y el resto se había perdido. A mediodía se recibió un corto mensaje de Suecia pero otro más largo de China se interrumpió en seguida después de las catorce.

Parkinson se unió a Leicester y Kingsley a la hora del té.

—Este asunto es muy molesto —dijo.

—Ya lo creo —respondió Kingsley—. Y además es muy extraño.

—Bueno, por cierto que es perturbador. Creí que este problema de las comunicaciones lo teníamos resuelto. ¿Por qué dice que es extraño?

—Porque parece que estamos siempre dentro de los límites de la trasmisión. Los mensajes a veces llegan y a veces no, como si la ionización oscilara permanentemente.

—Barnett piensa que hay continuas descargas eléctricas. ¿Eso no tiene que provocar oscilaciones?

—Usted se está transformando en todo un hombre de ciencia, ¿no, Parkinson? —rió Kingsley—. Pero no es tan fácil la cosa —prosiguió—; oscilaciones sí, pero difícilmente oscilaciones como las que hemos estado obteniendo. ¿No ve cuan extraño es esto?

—No, no puedo afirmar que lo vea.

—¡Los mensajes de China y los Estados Unidos, hombre! Tuvimos una desaparición en ambos. Eso parece demostrar que cuando la trasmisión es posible es apenas posible. Las oscilaciones parecen permitir que las trasmisiones sean posibles pero por el mínimo margen. Eso podía haber ocurrido una vez por casualidad, pero es muy notable que haya ocurrido dos veces.

—¿No hay una grieta ahí, Chris? —Leicester mordió su pipa y luego apuntó con ella—. Si las descargas continúan las oscilaciones deben ser muy rápidas. Tanto los mensajes de los Estados Unidos como el de China eran largos, más de tres minutos. Quizá las oscilaciones duren alrededor de tres minutos. Entonces se puede entender por qué recibimos completos los mensajes cortos, como los de Brasil e Irlanda, mientras nunca recibimos completo un mensaje largo.

—Eso es ingenioso, Harry, pero yo no lo creo. Estaba mirando el grabado del mensaje proveniente de Estados Unidos. Es muy uniforme hasta que comienza la desaparición.

Eso no parece una oscilación intensa pues de otra manera la señal hubiera variado aún antes de comenzar el fenómeno. Luego, si las oscilaciones se suceden cada tres minutos, ¿por qué no estamos recibiendo más mensajes, o por lo menos fragmentos? Creo que esa objeción es definitiva. Leicester volvió a morder su pipa.

—Por cierto que lo parece. Todo el asunto es muy extraño.

—¿Qué se proponen hacer con esto? —preguntó Parkinson.

—Parkinson, podría ser una buena idea que usted pidiera a Londres que envíe un cable a Washington pidiéndoles que envíen mensajes de cinco minutos cada hora comenzando a los cero minutos. Entonces sabremos qué mensajes no se reciben y cuáles son los que pasan. También puede ser conveniente que informe a otros gobiernos de la situación.

No se recibieron otras trasmisiones durante los tres días siguientes. Si esto se debió a la desaparición o a que no se enviaron mensajes no pudo saberse. En este poco satisfactorio estado de cosas se decidió un cambio de plan. Como dijo Marlowe a Parkinson:

—Hemos decidido estudiar este asunto como corresponde en lugar de confiarnos en trasmisiones al azar.

—¿Cómo esperan hacer eso?

—Estamos preparando todas nuestras antenas para dirigirlas hacia arriba en lugar de más o menos hacia el horizonte. Entonces podremos utilizar nuestras propias trasmisiones para investigar esta desusada ionización. Recogeremos los reflejos de nuestra propia trasmisión.

Durante los dos días siguientes los radioastrónomos trabajaron intensamente con las antenas. Avanzada la tarde del 9 de diciembre terminaron todos los arreglos. En el laboratorio se reunió una pequeña multitud para observar los resultados.

—OK lárguenla —dijo alguien—. ¿Con qué longitud de onda empezamos?

—Mejor primero intentar con un metro —sugirió Barnett—. Sí, Kingsley tiene razón en suponer que veinticinco centímetros está en el límite de la trasmisión y si nuestras ideas respecto al apagamiento por colisión son correctas, esto debe ser crítico para la propagación vertical.

Se encendió el transmisor de un metro.

—Está pasando —señaló Barnett.

—¿Cómo saben eso? —preguntó Parkinson a Marlowe.

—Hay nada más que señales muy débiles de retorno —respondió Marlowe—. Se puede ver eso en esa pantalla de ahí. La mayor parte de la potencia es absorbida o atraviesa la atmósfera hacia el espacio.

La media hora siguiente pasó observando el equipo eléctrico y, hablando de cuestiones técnicas. Luego hubo un susurro excitado:

—Las señales aumentan.

—¡Mire eso! —exclamó Marlowe—. ¡Mi Dios!, está aumentando muy rápido.

La señal de retorno continuó creciendo durante unos diez minutos.

—Está saturado. Ahora tenemos una reflexión total diría yo —señaló Leicester.

—Parecería que usted tiene razón, Chris. Debemos estar muy cerca de la frecuencia crítica. La reflexión llega de una altura justo por debajo de las cincuenta millas, más o menos lo que esperábamos. La ionización allí debe ser unas cien o mil veces la normal.

Pasó otra media hora de mediciones.

—Veamos lo que sucede con diez centímetros —dijo Marlowe.

Se giraron algunos interruptores.

—Ahora estamos en diez centímetros. Está pasando directamente como tenía que ocurrir, por supuesto —anunció Barnett.

—Esto es insoportablemente científico —dijo Ann Halsey—. Me voy a preparar té. Ven a ayudarme, Chris, si es que puedes abandonar metros y diales por algunos minutos.

Algún tiempo después mientras tomaban el té y conversaban de cosas generales Leicester dio un grito asombrado.

—¡Cielos celestes! ¡Miren esto!

—¡Es imposible!

—Pero está ocurriendo.

—La reflexión de diez centímetros va en aumento. El significado debe ser que la ionización está aumentando a una velocidad colosal —explicó Marlowe a Parkinson.

—La maldita cosa se está saturando de nuevo.

—Quiere decir que la ionización ha aumentado cien veces en menos de una hora. Es increíble.

—Es mejor que ponga el transmisor de un centímetro, Harry —dijo Kingsley a Leicester.

De modo que el transmisor de diez centímetros cedió su puesto al de un centímetro.

—Bueno, lo está atravesando lo más bien —señaló alguien.

—Pero no por mucho tiempo. En otra media hora el de un centímetro estará atrapado, anoten esto —dijo Barnett.

—Incidentalmente, ¿qué mensajes están enviando? —preguntó Parkinson.

—Ninguno —respondió Leicester—, estamos enviando sólo O. C., ondas continuas.

«Como si eso lo explicara todo», pensó Parkinson. Pero aunque los científicos se quedaron sentados allí algo más de dos horas no ocurrió nada más digno de notarse.

—Bueno, todavía está pasando. Veremos qué ocurre después de la cena —dijo Barnett.

Después de la cena, la trasmisión en un centímetro todavía estaba pasando.

—A lo mejor es conveniente volver a los diez centímetros —sugirió Marlowe.

—O.K. Probemos de nuevo —Leicester manejó los controles—. Esto es interesante —dijo—, ahora está pasando también la de diez centímetros. La ionización parece estar disminuyendo y bastante rápido.

—Es probable que sea la formación de iones negativos —dijo Weichart.

Diez minutos después Leicester saltó excitado.

—¡Miren, de nuevo vuelve la señal!

Tenía razón. Durante los minutos siguientes la señal creció rápidamente hasta su valor máximo.

—Ahora la reflexión es completa. ¿Qué hacemos? ¿Volvemos a la de un centímetro?

—No, Harry —dijo Kingsley—, mi revolucionaria sugerencia es que subamos al salón a tomar café y escuchar la música que toquen las manos celestiales de Ann. Me gustaría apartarme una o dos horas y volver luego.

—¿Cuál es la idea, Chris?

—Oh, sólo un presentimiento, una idea loca, creo. Pero quizá ustedes me lo permitan por una vez.

—¡Por una vez! —murmuró Marlowe—. A usted se le permiten cosas, Chris, desde el día que nació.

—Puede ser, pero es poco amable de su parte hacerlo notar, Geoff. Vamos Ann.

—Estuviste esperando para hacernos oír ese opus 106 de Beethoven. Ahora es tu oportunidad.

Una hora y, media después, con los acordes de la gran sonata repercutiendo aún en los oídos, el grupo volvió al laboratorio de transmisión.

—Primero pruebe el de un metro, sólo para tener suerte —dijo Kingsley.

—Apuesto que está completamente atrapado —dijo Barnett mientras manipulaba varios controles.

—No, no lo está, ¡por el cuerpo de John Brown! —exclamó unos pocos minutos después cuando el equipo se había calentado—. Está pasando. Es increíble y sin embargo cae de su peso mirando el tubo. —¿Qué apuesta, Harry, que va a pasar a continuación?

—No apuesto más, Chris. Esto es peor que un rompecabezas.

—Yo apuesto que va a saturarse.

—¿Alguna razón?

—Si se satura, por supuesto que tendré razones. Si no lo hace no habrá ninguna razón.

—Jugando sobre seguro, ¿eh?

—La señal aumenta —gritó Barnett—, parece que Chris va a tener razón. ¡Sigue subiendo!

Cinco minutos después la señal de un metro se saturó. Estaba completamente atrapada por la ionosfera sin que escapara nada de potencia de la Tierra.

—Ahora probemos la de diez centímetros —ordenó Kingsley.

Los veinte o treinta minutos siguientes el equipo fue escrutado cuidadosamente; se habían acallado los comentarios. Se repitió lo mismo. Al principio se obtuvo muy poca reflexión, luego, la señal reflejada aumento rápidamente en intensidad.

—Bueno, ahí está. Al principio la señal penetra en la ionosfera. Luego, después de algunos minutos la ionización aumenta y obtenemos un bloque completo. ¿Qué significa esto, Chris? —preguntó Leicester.

—Volvamos arriba y pensemos en esto. Si Ann e Yvette son tan buenas que nos preparen otro poco de café quizá podamos hacer algo para poner este asunto en orden.

McNeil llegó mientras se preparaba el café. Había estado atendiendo a un chico enfermo mientras se realizaba el experimento.

—¿A qué se debe el aspecto solemne? ¿Qué ha ocurrido?

—Llega justo a tiempo, John. Estamos por considerar los hechos. Pero hemos prometido no empezar hasta que llegue el café.

Luego llegó el café, y Kingsley comenzó su resumen.

—En beneficio de John tendré que empezar desde el principio. Lo que ocurre con las ondas de radio cuando se trasmiten depende de dos cosas, la longitud de onda y la ionización de la atmósfera. Supongamos que elegimos una determinada longitud de onda para trasmitir y consideremos lo que ocurre a medida que aumenta el grado de ionización.

Para empezar, con una ionización baja la energía de la radio sale de la atmósfera reflejándose muy poco. Al aumentar la ionización hay cada vez más reflexión hasta que de pronto la reflexión aumenta de manera abrupta y se refleja toda la energía de la radio, sin que nada se escape de la Tierra. Decimos que la señal se satura. ¿Está claro, John?

—Hasta cierto punto. Lo que no veo es qué tiene que ver la longitud de onda en todo esto.

—Bueno, cuanto menor es la longitud de onda se necesita más ionización para producir saturación.

—De manera que mientras una longitud de onda podría reflejarse completamente, otra más corta podría atravesarla casi en su totalidad hacia el espacio exterior.

—Esa es exactamente la situación. Pero déjeme volver por un momento a mi particular longitud de onda y al efecto de la ionización en aumento. Para entendernos mejor voy a llamar a esto «esquema A de los hechos».

—¿A qué va a llamar de ese modo? —preguntó Parkinson.

—Quiero decir esto: 1. Ionización baja que permite una penetración casi completa. 2. Ionización en aumento que da una señal reflejada de potencia creciente. 3. Una ionización tan elevada que el reflejo es completo. Esto es lo que llamo esquema A.

—¿Y cuál es el esquema B? —preguntó Ann Halsey…

—No hay ningún esquema B.

—¿Entonces para qué queremos un esquema A?

—¡Preservadme de la tontería femenina! Puedo llamar a eso esquema A porque lo quiero.

—Sigue, Chris. Te está poniendo el pie.

—Bueno, aquí hay una lista de lo ocurrido esta tarde y esta noche. Déjenme que lo presente en forma da cuadro.

Longitud de onda de la transmisión (LDT):

Instante aproximado del comienzo (IAS):

Suceso (S):

LDT: 1 metro IAS: 2.45 p. m.

S: Esquema A durante media hora, aproximadamente.

LDT: 10 centímetros IAS: 3.15 p. m.

S: Esquema A durante media hora, aproximadamente.

LDT: 1 centímetro IAS: 3.45 p. m.

S: Penetración completa de la ionosfera, más o menos durante tres horas.

LDT: 10 centímetros IAS: 7.00 p. m.

S: Esquema A durante media hora, aproximadamente.

No hubo transmisiones desde las 7.30 p. m. hasta las 9.00 p. m.

LDT: 1 metro IAS: 9.00 p. m.

S: Esquema A durante media hora.

LDT:10 centímetros IAS: 9.30 p. m.

S: Esquema A durante media hora.

—En serio parece horriblemente sistemático cuando se lo presenta en conjunto —dijo Leicester.

—Así es, ¿no?

—Me temo que no lo entienda —Parkinson.

—Yo tampoco —admitió McNeil.

Kingsley habló lentamente.

—Por lo que yo sé, estos hechos pueden ser explicados muy fácilmente con una hipótesis, pero les advierto que es una hipótesis enteramente descabellada.

—Chris, ¿quieres dejar de ser dramático y decirnos en simples palabras cuál es esa hipótesis absurda?

—Muy bien, y es que nuestras propias trasmisiones desde algunos centímetros de longitud de onda para arriba producen automáticamente un aumento de la ionización que continúa hasta el punto de saturación.

—Eso es simplemente imposible —dijo Leicester sacudiendo la cabeza.

—Yo no dije que fuera posible —respondió Kingsley—. Dije que explicaba los hechos, y lo hace. Explica mi cuadro por completo.

—Puedo ver a medias adonde lleva eso —hizo notar McNeil—. ¿Debo suponer que la ionización cae en cuanto cesan las trasmisiones?

—Sí. Cuando suspendemos la trasmisión el agente ionizante se detiene, cualquiera sea éste, posiblemente las descargas eléctricas de Bill. Luego la ionización cae muy rápidamente. Ustedes ven que la ionización en cuestión es muy baja en la atmósfera donde la densidad del gas es lo suficientemente grande como para dar una formación muy rápida de iones de oxígeno negativos. De manera que la ionización desaparece rápidamente en cuanto no se renueva.

—Veamos esto con más detalles —comenzó Marlowe hablando desde el interior de una nube de humo anisado—. A mí me parece que este hipotético agente ionizante debe ser capaz de un juicio muy certero. Supongamos que encendemos una transmisión de diez centímetros. Entonces, de acuerdo con la idea de Chris, el agente, cualquiera que sea, eleva el nivel de ionización hasta que las ondas de diez centímetros permanecen atrapadas dentro de la atmósfera terrestre. Y, ojo aquí, la ionización no supera este punto.

Tiene que estar todo demasiado bien calculado. El agente tiene que saber justo hasta donde llegar y no pasar de ahí.

—Lo cual no lo hace aparecer como muy, posible —dijo Weichart.

—Y hay otras dificultades. ¿Por qué pudimos comunicarnos tanto tiempo en veinticinco centímetros? Eso duró unos cuantos días, no sólo media hora. ¿Y por qué no ocurre lo mismo, su esquema A como usted lo llama, cuando usamos una longitud de onda de un centímetro?

—Pésima filosofía —gruñó Alexandrov—. Pérdida de tiempo. La hipótesis hay que juzgarla por lo que predice. Único método seguro.

Leicester miró su reloj.

—Ya ha pasado una hora desde nuestra última emisión. Si Chris tiene razón debemos obtener su esquema A si volvemos a emitir en 10 centímetros y posiblemente también si lo hacemos en un metro. Probemos.

Leicester y otra media docena fueron al laboratorio. Media hora después estaban de vuelta.

—Todavía hay reflexión completa a un metro. Esquema A en 10 centímetros —anunció Leicester.

—Lo que parecería dar la razón a Chris.

—No estoy muy seguro de eso —señaló Weichart—. ¿Por qué no dio el esquema A en un metro?

—Podría hacer algunas sugerencias, pero en cierta forma son todavía más fantásticas, de manera que no los voy a molestar con eso por el momento. El hecho es, e insisto en que es un hecho, que siempre que hemos enviado una transmisión en diez centímetros ha habido una rápida elevación de la ionización atmosférica y que al dejar de transmitir la ionización ha disminuido. ¿Alguien niega eso?

—No niego que lo que ha ocurrido hasta ahora está de acuerdo con lo que usted dice —arguyó Weichart—. Estoy de acuerdo con que eso no se puede negar. Pero cuando usted trata de inferir una conexión causal entre nuestras emisiones y la ionización de la atmósfera yo me opongo.

—¿Usted quiere decir, Dave, que lo que encontramos esta tarde y esta noche fue una coincidencia? —preguntó Marlowe.

—Eso es lo que quiero decir. Puedo garantirles que las dificultades para que se den una serie de coincidencias como ésas son bastante grandes, pero la relación causal que establece Kingsley me parece a mí una imposibilidad total. Lo que siento es que puede ocurrir lo improbable pero no lo imposible.

—Imposible es demasiado fuerte —insistió Kingsley—. Y estoy, seguro de que Weichart no podría defender realmente su posición absoluta. Lo que ocurre es que nos enfrentamos con dos improbabilidades. Yo dije que mi hipótesis parecía improbable cuando la expuse por primera vez. Además estoy de acuerdo con lo que Alexis dijo antes, que la única manera de probar una hipótesis es por las predicciones que se puedan hacer con ella. Hace unos tres cuartos de hora desde que Leicester realizó su última transmisión. Sugiero que vaya ahora mismo y mande otra emisión en diez centímetros.

—¡Otra vez! —gruñó Leicester.

—Yo digo —siguió Kingsley—, que se va a repetir mi esquema A. Quiero saber qué es lo que Weichart predice.

A Weichart no le gustó el asunto y trató de zafarse. Marlowe se rió.

—¡Lo está desafiando, Dave! Tiene que enfrentarlo y aceptar. Si usted tiene razón acerca de que antes se trataba de una coincidencia tiene que estar de acuerdo en que la preedición actual de Kingsley tiene muy pocas probabilidades de cumplirse.

—Por supuesto que es improbable, pero de cualquier manera podría ocurrir.

—¡Vamos, Dave! ¿Qué predice usted? ¿A qué apuesta su dinero?

Y Weichart estuvo obligado a admitir que apostaba a que la predicción de Kingsley estaba equivocada.

—Muy bien, vamos a ver —dijo Leicester.

Mientras el grupo salía, Ann Halsey dijo a Parkinson:

—¿Quiere ayudarme a preparar más café, señor Parkinson? Van a querer más cuando vuelvan.

Mientras trabajaban ella siguió:

—¿Alguna vez oyó hablar tanto? Yo creía que los hombres de ciencia eran del tipo silencioso, pero nunca oí semejante charla. ¿Qué es lo que dice Omar Khayám acerca de los doctores y los santos?

—Creo que es algo como esto —respondió Parkinson—: «Yo mismo cuando joven frecuenté Doctos y Santos, y oí sus dichos —de esto y aquello, pero siempre— la puerta era de entrada y de salida».

—No es tanto el volumen de charla lo que me impresiona —rió él— tenemos mucho de eso en política. Es el número de errores que cometen, la frecuencia con que las cosas son diferentes de lo que esperan.

Cuando volvieron a reunirse con ellos era obvio la manera en que habían ocurrido las cosas. Marlowe aceptó una taza de café que le tendió Parkinson.

—Gracias. Bueno, así es la cosa. Chris tenía razón y Dave estaba equivocado.

Supongo que ahora tenemos que tratar de decidir lo que eso significa.

—Le toca mover, Chris —dijo Leicester.

—Supongamos entonces que mi hipótesis es correcta, que nuestras propias transmisiones están produciendo un marcado efecto en la ionización atmosférica.

Ann Halsey alcanzó a Kingsley una taza de café.

—Yo sería mucho más feliz si supiera qué quiere decir ionización. Toma, bébete esto.

—Oh, quiere decir que las partes más periféricas de los átomos se separan de las internas.

—¿Y cómo ocurre eso?

—Puede suceder de varias maneras, por una descarga eléctrica como en un rayo o un relámpago, o en un tubo de neón como en la iluminación que tenemos aquí. El gas en otros tubos está siendo parcialmente ionizado.

—Supongo que la verdadera dificultad está en la energía y que las transmisiones que ustedes hacen tienen muy poca potencia como para producir ese aumento en la ionización —dijo McNeil.

—Eso es —respondió Marlowe—. Es completamente imposible que nuestras transmisiones sean la causa primaria de las fluctuaciones en la atmósfera, pues éstas necesitan una cantidad fantástica de energía.

—¿Entonces cómo puede ser correcta la hipótesis de Kingsley?

—Nuestras transmisiones no son la causa primaria como dice Geoff. Eso es totalmente imposible. En eso estoy de acuerdo con Weichart. Mi hipótesis es que nuestras transmisiones actúan como disparador que libera alguna fuente de energía muy poderosa.

—¿Y dónde supone usted, Chris, que está localizada esa fuente de poder? —preguntó Marlowe.

—En la Nube, por supuesto.

—Pero es completamente fantástico imaginar que nosotros podemos provocar la reacción de la Nube en esa forma, y además con esa repetición. Entonces habría que suponer que la Nube está equipada con una especie de mecanismo de autocontrol —arguyó Leicester.

—Sobre la base de mi hipótesis ésa es, por cierto, una inferencia correcta.

—Pero, Kingsley, ¿no ve que eso es enteramente enloquecido? —exclamó Weichart.

Kingsley miró su reloj.

—Es casi el momento de ir a probar de nuevo, si alguien quiere hacerlo. ¿Alguien quiere?

—¡En nombre del cielo, no! —dijo Leicester.

—O vamos o nos quedamos. Y si nos quedamos significa que aceptamos la hipótesis de Kingsley. Bueno, muchachos, ¿vamos o nos quedamos? —señaló Marlowe.

—Nos quedamos —dijo Barnett—. Y vemos cómo sigue este argumento. Llegamos hasta algo como un mecanismo de autocontrol en la Nube. Un mecanismo dispuesto a desencadenar una cantidad enorme de energía en cuanto reciba el pequeño estímulo de una emisión radial desde el exterior de sí misma. Supongo que el próximo paso es considerar acerca de cómo trabaja el mecanismo de autocontrol y por qué lo hace de esa manera. ¿A alguien se le ocurre algo?

Alexandrov se aclaró la garganta. Todos esperaron para escuchar uno de sus extraños comentarios.

—Hay algún bastardo en esa Nube. Lo dije antes.

Hubo muecas por todas partes y una risa ahogada de Yvette Hedelfort. No obstante, Kingsley preguntó con toda seriedad:

—Ya lo recuerdo. ¿Usted lo dijo en serio, Alexis?

—Siempre soy serio, maldito sea —dijo el ruso.

—Sin vueltas, Chris, ¿qué quiere decir exactamente? —preguntó alguien.

—Quiero decir que la Nube contiene una inteligencia. Antes que nadie empiece a criticar déjenme decir que ya sé que es una idea absurda y yo no la sugeriría ni por un instante si la alternativa no fuera aún más espantosamente absurda. ¿No les ocasiona un impacto el hecho de que nos hemos equivocado con demasiada frecuencia acerca del comportamiento de la Nube?

Parkinson y Ann Halsey intercambiaron una mirada divertida.

—Todos nuestros errores llevan un cierto sello. Son justo la clase de errores que hubiera sido natural cometer si la Nube, en lugar de ser inanimada, estuviera viva.