IX - Razonamiento riguroso
Es curioso en qué gran medida el progreso humano depende del individuo. Los seres humanos, que alcanzan a miles de millones, parecen estar organizados en una sociedad similar a la de las hormigas. No obstante esto no es así. Las ideas nuevas, el ímpetu de todo desarrollo, nace de personas individuales, no de corporaciones o estados. Las ideas nuevas, frágiles como flores de primavera, fácilmente quebradas por la amenaza de la multitud, pueden sin embargo ser protegidas por el caminante solitario.
Entre las multitudes que experimentaron la llegada de la Nube, nadie excepto Kingsley llegó a comprender de manera coherente su verdadera naturaleza, nadie excepto Kingsley dio la razón por la que la Nube visitó el sistema solar. Su primera afirmación descarnada fue recibida con total descrédito aun por sus colegas científicos, exceptuado Alexandrov.
Weichart fue franco en su opinión.
—Toda la idea es completamente ridícula —dijo.
Marlowe sacudió la cabeza.
—Esto pasa por leer ficción científica.
—No es una ficción el que la Nube se vino derechito al Sol. No es una maldita ficción que la Nube se detuvo. No es una maldita ficción la ionización —gruñó Alexandrov.
McNeil, el médico, estaba intrigado. Este nuevo aspecto estaba más en su dominio que los transmisores y antenas.
—Chris, quisiera saber qué es lo que usted quiere decir en ese contexto por la palabra «viva».
—Bueno, John, usted sabe mejor que yo que la distinción entre animado e inanimado es más un asunto de conveniencia verbal que otra cosa. De una manera grosera la materia inanimada tiene una estructura más simple y propiedades comparativamente más simples. La materia animada o viviente, por otra parte, tiene una estructura altamente complicada y es capaz de un comportamiento muy enredado. Cuando dije que la Nube podía estar viva quise significar que el material dentro de ella podía estar organizado de una manera intrincada de modo que el comportamiento de la materia y en consecuencia el de toda la Nube fuera mucho más complejo de lo que antes habíamos supuesto.
—¿No hay ahí una tautología? —dijo Weichart.
—Dije que palabras tales como «animado» e «inanimado» son conveniencias verbales.
Si se las examina demasiado a fondo aparecen como tautológicas. En términos más científicos, creo que la química del interior de la Nube es extremadamente complicada, moléculas complicadas, estructuras complicadas construidas con esas moléculas, actividad nerviosa complicada. En suma, pienso que la Nube tiene un cerebro.
—Una maldita conclusión directa —asintió Alexandrov.
Cuando terminó la risa, Marlowe se volvió a Kingsley.
—Bueno, Chris, sabemos lo que usted quiere decir, o por lo menos sabemos bastante.
Ahora oigamos sus argumentos. Tómese su tiempo. Explíquelo punto por punto, y es mejor que sea bueno.
—Muy bien, entonces, ahí va. Punto número uno, la temperatura dentro de la Nube es conveniente para la formación de moléculas altamente complicadas.
—¡Correcto! Primer punto para usted. En realidad, la temperatura es quizá un poco más favorable allí que aquí en la Tierra.
—Segundo punto, las condiciones son favorables para la formación de estructuras extensivas construidas con moléculas complicadas.
—¿Por qué eso? —preguntó Yvette Hedelfort.
—Por adherencia en la superficie de partículas sólidas. La densidad dentro de la Nube es tan alta que acúmulos bastante grandes de materia sólida, probablemente hielo común en su mayor parte, se deben encontrar casi con seguridad dentro de ella. Sugiero que las complicadas moléculas se agrupan cuando entran en contacto con la superficie de estos acúmulos.
—Un punto muy bueno, Chris —acordó Marlowe.
—Lo siento, pero no me convence —dijo McNeil sacudiendo la cabeza—. Usted habla de moléculas complicadas construidas por su acumulación en la superficie de cuerpos sólidos. Bueno, yo no estoy de acuerdo. Las moléculas que constituyen la materia viviente contienen grandes reservas de energía interna. Por cierto que los procesos de la vida dependen de esta energía interna. El inconveniente con sus moléculas adheridas es que de esa manera no tienen energía interna.
Kingsley no pareció perturbado.
—¿Y de qué origen obtienen las moléculas de las criaturas vivientes aquí en la Tierra su energía interna? —preguntó a McNeil.
—Las plantas la obtienen del Sol y los animales de las plantas o, por supuesto, de otros animales. De manera que en último análisis la energía siempre proviene del Sol. —¿Y de dónde está sacando ahora la Nube su energía? Se habían invertido los papeles. Y como ni McNeil ni ningún otro parecían dispuestos a discutir, Kingsley prosiguió:
—Aceptemos el argumento de John. Supongamos que mi bestia en la Nube está constituida con la misma clase de moléculas que nosotros. Entonces se requiere la luz de alguna estrella para que se formen las moléculas. Bueno, por supuesto que se puede recibir luz de las estrellas en sitios muy alejados del espacio interestelar, pero es muy débil. De manera que para conseguir un abastecimiento realmente grande de luz la bestia necesita acercarse mucho a alguna estrella. ¡Y eso es justamente lo que ha hecho!
Marlowe empezó a excitarse.
—Mi Dios, eso une tres cosas directamente. La necesidad de luz, número uno. El que la Nube se haya dirigido derechamente al Sol, número dos. La detención al llegar al Sol, número tres. Muy bueno, Chris.
—Es verdad, es muy buen comienzo, pero deja algunas cosas oscuras —señaló Yvette Hedelfort—. No veo —prosiguió—, cómo llegó a estar la Nube en el espacio. Si tiene necesidad de la luz del Sol o de una estrella es seguro que tendría que estar siempre alrededor de alguna. ¿Supone que esta bestia suya ha tenido origen en algún lugar del espacio y ahora ha venido a agregarse a nuestro Sol?
—Y mientras contesta eso, Chris, vaya pensando cómo hace su amiga la bestia para controlar su abastecimiento de energía. ¿Cómo hizo para disparar esas burbujas de gas a tan fantástica velocidad cuando se estaba frenando? —preguntó Leicester.
—¡Una pregunta por vez! Contestaré primero la de Harry porque probablemente es más fácil. Tratamos de explicar la expulsión de esas burbujas de gas en términos de campos magnéticos y la explicación simplemente no anduvo. El inconveniente era que se requerían campos tan intensos que hubieran hecho desintegrarse a la Nube. Dicho de otro modo, no pudimos encontrar ninguna manera en que pudieran localizarse grandes cantidades de energía a través de un agente magnético en regiones comparativamente pequeñas. Pero consideremos ahora el problema desde este nuevo punto de vista. Comencemos por preguntarnos qué método usaríamos nosotros para producir intensas concentraciones locales de energía.
—¡Explosiones! —exclamó Barnett.
—Eso es, explosiones, por fisión nuclear o más probablemente por fusión nuclear. No falta hidrógeno en esta Nube.
—¿Está hablando en serio, Chris?
—Por supuesto que sí. Si tengo razón al suponer que alguna bestia habita en la Nube, entonces ¿por qué tendría que ser menos inteligente que nosotros?
—Hay la pequeña dificultad de los productos radiactivos. ¿No serían extremadamente deletéreos para la materia viva? —preguntó McNeil.
—Si pudieran llegar hasta donde ésta se encuentra por supuesto que lo serían. Pero aunque no es posible producir explosiones con campos magnéticos, es posible impedir que dos muestras de materia se mezclen una con otra. Me imagino que la bestia ordena la materia de la Nube magnéticamente, y que mediante campos magnéticos puede trasladar muestras de materia a cualquier lugar que desee dentro de sí misma. Imagino que tiene buen cuidado de mantener el gas radiactivo bien separado de la materia viviente. Recuerden que utilizo la palabra «viviente» por conveniencia verbal. No me voy a dejar llevar a una contienda filosófica acerca de esto.
—Sabe, Kingsley —dijo Weichart—, esto está yendo mucho más lejos de lo que yo había pensado. Lo que supongo que quiere decir es que mientras básicamente nosotros manejamos los materiales con nuestras manos o con máquinas o herramientas que hemos hecho con nuestras manos, la bestia maneja sus materiales con ayuda de la energía magnética.
—Esa es la idea general. Y debo añadir que me parece que la bestia utiliza la misma idea. Por cierto que dispone de mucha más energía para actuar que la que tenemos nosotros.
—Mi Dios, ya lo creo, billones de veces más, como mínimo —dijo Marlowe—. Chris, me está empezando a parecer que gana su defensa. Pero nosotros, los que planteamos las objeciones desde este rincón tenemos mucha fe en la pregunta de Yvette. Me parece que es muy buena. ¿Qué nos puede ofrecer como respuesta?
—Es una pregunta muy buena, Geoff, y no sé que pueda dar una respuesta realmente convincente. Tengo cierta idea de que quizá la bestia no puede permanecer demasiado tiempo en la inmediata proximidad de una estrella. Quizá se dirige periódicamente a una estrella u otra, construye sus moléculas que forman su abastecimiento alimentario, y luego se vuelve a ir. Quizá repite esto una y otra vez.
—¿Pero por qué no puede ser capaz de permanecer constantemente cerca de una estrella?
—Bueno, una nube común, ordinaria, de jardín, una nube sin bestia, si estuviera permanentemente cerca de una estrella se condensaría gradualmente en un cuerpo compacto o en varios cuerpos compactos. Por cierto, como todos nosotros sabemos, nuestra Tierra probablemente se condensó en algún momento partiendo de una nube de ese tipo. Es obvio que nuestra amiga la bestia encontraría muy molesto que su protectora nube se condensara en un planeta. De manera que es igualmente obvio que decidiera irse antes de que hubiera ningún peligro de que ocurriera eso. Y cuando se va, se lleva su nube consigo.
—¿Alguna idea de cuánto tiempo puede durar eso?
—Ninguna. Sugiero que la bestia se irá cuando haya terminado de cargar su abastecimiento alimentario. Eso puede ser cuestión de semanas, meses, años, o milenios, por lo que yo sé.
—Le siento un olor raro a todo esto —dijo Barnett.
—Es posible. Todo depende de la sensibilidad de su olfato, Bill. ¿Cuál es el inconveniente?
—Tengo varios. Yo creo que sus afirmaciones acerca de nubes que se condensan es aplicable sólo a nubes inanimadas. Si aceptamos que la Nube puede controlar la distribución de materia dentro de sí misma, entonces le resultaría fácil impedir que tenga lugar la condensación. Después de todo la condensación debe ser una especie de proceso inestable y me inclino a pensar que un moderado grado de control de parte de su bestia sería capaz de impedirla.
—Hay dos respuestas a eso. Una es que creo que la bestia perderá su control si permanece demasiado tiempo cerca del Sol. Si se queda mucho tiempo, el campo magnético del Sol penetrará en la Nube. Luego la rotación de la Nube alrededor del Sol perturbará el campo haciéndolo desaparecer. Entonces se perdería todo el control.
—Mi Dios, ése es un punto excelente.
—Sí, ¿no es verdad? Y hay otro todavía. Por más diferente que sea nuestra bestia de la vida aquí en la Tierra, debe tener un punto en común con nosotros. Ambos debemos obedecer simplemente las leyes biológicas de la selección y el desarrollo. Con eso quiero decir que no podemos suponer que la Nube tuvo desde el principio un pájaro emplumado. Debe haber partido desde el principio tal como la vida aquí en la Tierra comenzó por el principio. De manera que al comienzo no pudo haber un control adecuado sobre la distribución de la materia en la Nube. De ahí que si la Nube hubiera estado originalmente situada junto a una estrella no hubiera podido impedir que se realizaran condensaciones en forma de un planeta o varios.
—¿Entonces cómo considera los primeros comienzos?
—Como algo que ocurrió lejos, en el espacio interestelar. Para empezar, la vida en la Nube debe haberse basado en el campo de radiación general de las estrellas. Aún eso le daría más radiación para construir moléculas que lo que obtiene la vida en la Tierra. Me imagino que luego, a medida que se desarrollaba la inteligencia, debe haber descubierto que el abastecimiento alimentario, esto es, la construcción de moléculas, podía aumentar enormemente moviéndose hasta la proximidad de una estrella por períodos comparativamente breves. Según yo lo veo, la bestia debe ser esencialmente un residente de los espacios interestelares. Bueno, Bill, ¿tiene más dificultades?
—Sí, tengo otro problema. ¿Por qué no puede la Nube producir su propia radiación? ¿Por qué molestarse en llegar hasta una estrella? Si conoce la fusión nuclear hasta el punto de producir explosiones gigantescas, ¿por qué no utiliza la fusión para producir sus abastecimientos de radiación?
—Para producir radiación de manera controlada se requiere un reactor lento y por supuesto que eso es lo que es una estrella. El Sol es justamente un reactor lento de fusión nuclear gigante. Para producir radiación en escala realmente comparable con el Sol la Nube tendría que transformarse en sí misma en una estrella. Entonces tendríamos una bestia cocinada. Estaría demasiado caliente adentro.
—Aun así dudo que una nube de esta masa pudiera producir mucha radiación —observó Marlowe—. Su masa es demasiado pequeña. De acuerdo con la relación entre masa y luminosidad estaría fantásticamente por debajo si se la compara con el Sol. No, usted ladra a un falso árbol ahí, Bill.
—Hay una pregunta que quisiera hacer —dijo Parkinson—. ¿Por qué se refieren siempre a la bestia en singular? ¿No puede haber montones de bestezuelas en la Nube?
—Tengo una razón para eso, pero tardaré bastante en explicarlo.
—Bueno, parecería que no vamos a dormir mucho esta noche, de manera que siga adelante.
—Entonces empecemos suponiendo que la Nube contiene montones de bestezuelas en lugar de una sola grande. Creo que aceptarán que tiene que haberse desarrollado alguna forma de comunicación entre los distintos individuos.
—Seguro. —¿Entonces qué forma habrá tomado la comunicación?
—Se supone que es usted el que nos lo va a decir.
—Mi pregunta era puramente retórica. Sugiero que la comunicación sería imposible por nuestros métodos. Nosotros nos comunicamos acústicamente.
—Quieres decir hablando. Es ciertamente tu método, Chris —dijo Ann Halsey.
Pero Kingsley no se dio cuenta de la broma. Prosiguió.
—Cualquier intento de utilizar sonidos se vería ahogado por el tremendo ruido de fondo que debe existir dentro de la Nube. Debe ser mucho peor que tratar de hablar en medio de una tormenta rugiente. Pienso que podemos estar casi seguros que la comunicación tendría que tener lugar eléctricamente.
—Parece correcto.
—Bien. El punto siguiente es que según nuestras normas, las distancias entre los individuos deberían ser muy grandes, pues la Nube, de acuerdo con nuestros cálculos, es muy grande. Es obvio que sería intolerable confiar en métodos esencialmente de C. C. para tales distancias.
—¿Métodos C. C.? Chris, ¿quieres tratar de no usar jerigonza?
—Corriente continua. —¡Supongo que eso lo explica!
—Oh, lo que tenemos en el teléfono. Hablando llanamente, la diferencia entre la comunicación C. C. y la comunicación C. A. es la diferencia entre el teléfono y la radio.
Marlowe hizo una mueca a Ann Halsey.
—Lo que Chris está tratando de decirle en su manera inimitable es que la comunicación debe ocurrir por propagación radiactiva.
—Si usted piensa que eso aclara las cosas…
—Por supuesto que sí. Deja de ser obstructiva, Ann. La propagación radiactiva ocurre cuando emitimos una señal luminosa o una señal de radio. Viaja a través del espacio en el vacío a una velocidad de 186.000 millas por segundo. Aún a esa velocidad la señal tardaría unos diez minutos para atravesar toda la Nube. Mi punto siguiente es que el volumen de información que se puede transmitir en forma radiactiva es enormemente mayor que la cantidad que podemos comunicar mediante el sonido ordinario. Hemos visto eso con nuestros transmisores de radio que envían pulsaciones. De manera que si la Nube contiene individuos separados, éstos deben ser capaces de comunicarse en una escala ampliamente más detallada que nosotros. Lo que nosotros podemos comunicar en una hora de conversación ellos lo pueden conseguir en una centésima de segundo.
—Ah, empiezo a ver claro —interrumpió McNeil—. ¡Si la comunicación ocurre en esa escala entonces es dudoso que debamos seguir hablando de individuos separados!
—¡Muy correcto John!
—Pero yo no entiendo —dijo Parkinson.
—En lenguaje vulgar —dijo McNeil cordialmente—, lo que Chris dice es que los individuos en la Nube, si es que existen, deben ser altamente telepáticos, tan telepáticos que deja de tener sentido considerarlos como realmente separados unos de otros.
—¿Entonces por qué no dijo eso en primer término? —dijo Ann Halsey.
—Debido a que, como mucho del lenguaje vulgar, la palabra «telepatía» no significa realmente gran cosa.
—Bueno, creo que significa bastante para mí. —¿Y qué significa para ti, Ann?
—Poder dirigir los propios pensamientos sin hablar, o por supuesto sin escribir o hacer señas o cualquier cosa por el estilo.
—En otras palabras significa, si es que significa algo, comunicación por un medio no acústico.
—Y eso quiere decir usar una propagación radiactiva —intervino Leicester—. Y propagación radiactiva significa utilizar corrientes alternadas y no los voltajes y las corrientes continuas que usamos en nuestros cerebros.
—Pero yo creía que éramos capaces de algún grado de telepatía —sugirió Parkinson.
—Tonterías. Nuestros cerebros simplemente no trabajan de manera adecuada para la telepatía. Todo se basa en voltajes de C. C. y la transmisión radiactiva es imposible de esa manera.
—Ya sé que me estoy metiendo en lo que no debo, pero creía que esas experiencias extrasensoriales habían establecido algunas correlaciones notables —insistió Parkinson.
—Pésima ciencia —gruñó Alexandrov—. Las correlaciones obtenidas después de realizados los experimentos están muy mal establecidas. Sólo vale la predicción en la ciencia.
—No lo sigo.
—Lo que Alexis quiere decir es que en ciencia sólo las predicciones tienen verdadero valor —explicó Weichart—. De esa manera me derrotó Kingsley hace una o dos horas. No es correcto hacer una serie de experimentos primero y luego descubrir una serie de correlaciones, a menos que las correlaciones puedan usarse para realizar nuevas predicciones. De otra manera es como apostar en una carrera después de corrida.
—Las ideas de Kingsley tienen implicaciones neurológicas muy interesantes —señaló McNeil—. Las comunicaciones son para nosotros un asunto de gran dificultad. Tenemos que hacer una traslación de la actividad eléctrica que es esencialmente actividad de C. C. en nuestros cerebros. Para hacer esto, buena parte del cerebro está dedicada a controlar los músculos de los labios y de las cuerdas vocales. Aún así nuestra traslación es muy incompleta. Quizá no lo hacemos tan mal para transmitir ideas simples, pero la comunicación de emociones es muy difícil. Supongo que las bestezuelas de Kingsley podrían transmitir también emociones y ésa es otra razón por la que no tiene mucho sentido hablar de individuos separados. Es aterrorizador darse cuenta que todo lo que hemos estado conversando esta noche y transmitiéndonos entre nosotros de manera tan inadecuada podría ser comunicado con una precisión mucho más vasta y con mayor comprensión entre las bestezuelas de Kingsley en algo así como un centésimo de segundo.
—Me gustaría analizar un poco más la idea de individuos separados —dijo Barnett volviéndose hacia Kingsley—. ¿Usted diría que cada individuo en la Nube construye un transmisor radiactivo de algún tipo?
—No diría que construyen un transmisor. Permítame que describa cómo creo que tiene lugar la evolución biológica dentro de la Nube. En un estadio precoz pienso que hay una cantidad de individuos desconectados más o menos separados. Luego se desarrolla la comunicación, no mediante una deliberada construcción inorgánica de un medio de transmisión radiactiva sino a través de un lento desarrollo biológico. Los individuos desarrollan un medio de transmisión radiactiva como un órgano biológico, más o menos en la forma que nosotros desarrollamos una boca, lengua, labios y cuerdas vocales. La comunicación mejora hasta un grado que nosotros escasamente podemos considerar. En cuanto un pensamiento estuviera formulado ya habría sido comunicado. En cuanto se experimentara una emoción ya estaría compartida. Con esto se llegaría a una sumersión del individuo y su evolución en un todo coherente. La bestia, en la forma que yo la considero, no necesita estar localizada en ningún lugar particular de la Nube. Sus distintas partes pueden estar diseminadas en toda la Nube, pero yo las considero como una unidad necrológica interconectada por un sistema de comunicación en el que las señales se transmiten a todas partes a una velocidad de 186 000 millas por segundo.
—Tenemos que considerar esas señales más a fondo. Supongo que deben tener una longitud de onda más bien grande. La luz ordinaria sería presumiblemente inútil pues la Nube es opaca a ésta —dijo Leicester.
—Mi suposición es que las señales son ondas de radio —siguió Kingsley—. Hay una buena razón para que sea así. Para que sea realmente eficaz debe haber un control de fase completo en un sistema de comunicación. Esto se puede hacer con ondas de radio pero no, por lo que yo sé, con longitudes de onda más cortas.
McNeil estaba excitado. —¡Nuestras transmisiones de radio! —exclamó—, han interferido con el sistema neurológico de control de la bestia.
—Hubiera ocurrido eso si las hubieran dejado.
—¿Qué quiere decir, Chris?
—Bueno, la bestia no sólo tiene que luchar con nuestras transmisiones sino con todo el tumulto de las ondas de radio cósmicas. Desde todos los lugares del universo hay ondas de radio que interfieren con su actividad neurológica a menos que haya desarrollado alguna forma de protección.
—¿Qué tipo de protección se le ocurre a usted?
—Descargas eléctricas en la parte exterior de la Nube provocando una ionización suficiente para impedir la entrada de las ondas de radio externas. Esa protección sería tan esencial como el cráneo para el cerebro humano.
El humo anisado estaba llenando rápidamente el salón. De pronto Marlowe descubrió que su pipa estaba demasiado caliente para tenerla en la mano y la dejó cauteloso.
—Mi Dios, ¿usted cree que eso explica el aumento de ionización en la atmósfera cuando enviamos nuestras transmisiones?
—Esa es la idea general. Hablábamos antes de un mecanismo de autocontrol. Creo que eso es justamente lo que posee la bestia. Si cualquier onda exterior se mete a cierta profundidad, entonces aumenta el voltaje y salen las descargas hasta que las ondas dejan de penetrar.
—Pero la ionización tiene lugar en nuestra propia atmósfera.
—En cuanto a eso se me ocurre que podemos considerar a nuestra atmósfera como parte de la Nube. Por el resplandor del cielo nocturno sabemos que el gas se extiende en toda la distancia que va desde la Tierra hasta las partes más densas de la Nube. En suma, nos encontramos dentro de la Nube, electrónicamente hablando. Creo que eso explica nuestras dificultades de comunicación. En una etapa anterior, cuando nos encontrábamos fuera de la Nube, la bestia no se autoprotegía ionizando nuestra atmósfera sino a través de su capa electrónica exterior. Pero una vez que nos metimos en esa capa, las descargas comenzaron a ocurrir en nuestra atmósfera. La bestia ha estado bloqueando nuestras transmisiones.
—Muy buen razonamiento, Chris —dijo Marlowe.
—Endemoniadamente bueno —concedió Alexandrov.
—¿Qué pasa con las transmisiones de un centímetro? Pasaron lo más bien —objetó Weichart.
—Aunque la cadena de razonamientos se está alargando un tanto, podemos hacer una sugerencia respecto a eso. Se me ocurre que vale la pena hacerla pues sugiere cuál es el próximo paso que podemos dar. Me parece muy improbable que esta Nube sea única. La naturaleza no trabaja con ejemplares únicos. De manera que supongamos que hay varias de estas bestias habitando en la galaxia. En ese caso yo esperaría que existieran comunicaciones entre una y otra nube. Esto implicaría que algunas longitudes de onda se requerirían con el propósito de comunicaciones externas, longitudes de onda que penetrarían en la Nube sin provocar trastornos neurológicos.
—¿Y usted cree que un centímetro podría ser esa longitud de onda?
—Esa es la idea general.
—¿Pero entonces por qué no hubo respuesta a nuestra transmisión en un centímetro? —preguntó Parkinson.
—Quizá debido a que no enviamos ningún mensaje. No habría ninguna razón para contestar una transmisión totalmente en blanco.
—Entonces tendríamos que empezar a enviar mensajes pulsados en un centímetro —exclamó Leicester—. ¿Pero cómo podemos esperar que la Nube los descifre?
—Ese no es un problema urgente para empezar. Será obvio que nuestras transmisiones contengan información, eso estará claro por la frecuente repetición de las diversas formas. En cuanto la Nube advierta que nuestras transmisiones están controladas por alguna inteligencia, creo que podemos esperar algún tipo de respuesta. ¿Cuánto tiempo puede tardar para empezar, Harry? ¿Todavía no puede modular la amplitud de un centímetro, no?
—No, pero estaremos en condiciones de hacerlo dentro de un par de días si trabajamos con turnos nocturnos. Tenía una especie de presentimiento que esta noche no iba a ver la cama. Vamos, muchachos, empecemos a trabajar.
Leicester se puso de pie, se estiró y se encaminó hacia afuera. La reunión se disolvió.
Kingsley llevó a Parkinson aparte.
—Vea, Parkinson —dijo—, no es necesario andar comentando este asunto hasta que sepamos algo más de esto.
—Por supuesto que no. El Primer Ministro ya sospecha que estoy un poco ido como van las cosas.
—Hay algo que usted podría hacer saber, sin embargo. Si Londres, Washington y el resto del circo político pudieran hacer que sus trasmisiones se realizaran en diez centímetros es posible que puedan eliminar el trastorno de la desaparición gradual.
Cuando más tarde Kingsley y Ann Halsey estuvieron solos, Ann observó:
—¿Cómo diablos se te ocurrió esa idea, Chris?
—Bueno, en realidad es bastante obvio; la dificultad es que todos estamos inhibidos contra esa manera de pensar. La idea de que la Tierra es el único sitio donde puede existir la vida está muy enraizada a pesar de toda la ficción científica y las tiras cómicas para chicos. Si hubiéramos podido considerar ese asunto con ojos imparciales lo hubiéramos señalado hace rato. Desde el mismo comienzo las cosas han andado mal y lo han hecho de acuerdo con una especie de esquema sistemático. Una vez que pude superar el bloqueo psicológico vi que todas las dificultades podían quitarse con un simple y totalmente posible paso adelante. Uno a uno los trozos del rompecabezas entraron en su sitio. Creo que probablemente Alexandrov tenía la misma idea, sólo que su inglés se inclina algo hacia la concisión.
—Más bien se inclina exageradamente hacia la concisión, quieres decir. Pero ¿crees en serio que este asunto de la comunicación puede andar?
—Tengo muchas esperanzas en eso. Es una cuestión crucial.
—¿Por qué dices eso?
—Piensa los desastres que han tenido lugar hasta ahora en la Tierra sin que la Nube tome ninguna actitud a propósito en contra nuestro. Una breve desaparición del Sol casi nos congela. Una pequeña reflexión en la superficie de la Nube casi nos cocina. Si la fracción más pequeña de la energía controlada por la Nube fuera dirigida en contra de nosotros directamente, barrería con cada planta y animal.
—¿Pero por qué tendría que ocurrir eso?
—¿Cómo puede uno decirlo? ¿Acaso piensas en el pequeño coleóptero o la hormiga que sin querer aplastas mientras paseas una tarde? Una de esas burbujas de gas que chocaron con la Luna hace tres meses hubiera terminado con nosotros. Tarde o temprano la Nube probablemente emprendería la marcha dejando escapar algunas más de ésas. O podríamos ser electrocutados mediante una descarga monstruosa.
—¿La Nube podría realmente hacer eso?
—Con facilidad. La energía que controla es simplemente enorme. Si pudiéramos enviar algún mensaje, entonces quizá la Nube se tomaría el trabajo de no aplastarnos bajo su pie.
—¿Pero por qué se tomaría esa molestia?
—Bueno, si un coleóptero te dijera, «Por favor, señorita Halsey, quiere tener la gentileza de no pisar ahí porque me va a aplastar», ¿no te resignarías a moverte un poquito?