I - Escenas iniciales
Eran las ocho en el meridiano de Greenwich. En Inglaterra comenzaba a levantarse el sol invernal del 7 de enero de 1964. A todo lo largo y lo ancho del país temblaban personas en casas mal calentadas mientras leían los periódicos matutinos, tomaban sus desayunos y se quejaban del tiempo, que, en verdad, había sido espantoso últimamente.
En dirección al sur el meridiano de Greenwich pasa por el oeste de Francia, sobre los Pirineos cubiertos de nieve y a través del extremo este de España. Luego la línea cruza hacia la parte occidental de las islas Baleares donde avispadas personas del norte pasaban las vacaciones de invierno y en una playa de Menorca podía haberse visto volver de un temprano baño matinal a los participantes de una divertida fiesta. Y luego África del Norte y el Sahara.
El meridiano primario se vuelve entonces hacia el ecuador a través del Sudán Francés, Ashanti y la Costa de Oro, donde nuevas fábricas de aluminio se extendían a lo largo del río Volta. De ahí a una vasta extensión de océano ininterrumpido hasta llegar a la Antártida. Allí andaban codo con codo, expediciones de una docena de naciones.
Toda la tierra al este de esta línea hasta Nueva Zelandia se volvía hacia el Sol. En Australia se acercaba el atardecer. A través del campo de cricket, en Sidney, se extendían largas sombras. Se jugaban los últimos tiros del día del partido de bolos entre New South Wales y Queensland. En Java los pescadores preparaban el trabajo de la noche próxima.
Sobre gran parte de la enorme extensión del Pacífico, sobre América, y sobre el Atlántico, era de noche. En Nueva York eran las tres. La ciudad resplandecía de luces y todavía el tránsito era intenso a pesar de la reciente nevada y de un frío viento del noroeste. Y en ningún lugar de la tierra, en ese momento, había más actividad que en Los Angeles. Ya era tarde allí, medianoche: en las avenidas había una multitud, los automóviles corrían por las carreteras, los restaurantes todavía estaban llenos.
Ciento veinte millas al sur los astrónomos del Monte Palomar habían comenzado el trabajo nocturno. Pero aunque la noche era clara y brillaban estrellas desde el horizonte al cénit, las condiciones desde el punto de vista del astrónomo profesional eran pobres, la «visión» era mala, había mucho viento en los niveles superiores. De manera que nadie lamentaba abandonar los instrumentos para la breve comida de medianoche. Más temprano, cuando la perspectiva para la noche era ya bastante dudosa, se habían puesto de acuerdo para encontrarse en la cúpula del Schmidt, de 18 pulgadas.
Paul Rogers caminó las cuatrocientas yardas más o menos desde el telescopio de 200 pulgadas hasta el Schmidt, sólo para encontrar que Bert Emerson ya estaba dedicado a un tazón de sopa. Andy y Jim, los ayudantes de noche, trabajaban en la cocina.
—Perdón por haber empezado —dijo Emerson— pero parecería que esta noche va a ser completamente nula.
Emerson trabajaba en un reconocimiento especial del cielo y sólo buenas condiciones de observación eran convenientes para su tarea.
—Tienes suerte, Bert. Parece que vas a tener una noche corta.
—Seguiré más o menos durante otra hora, si después la cosa no mejora me voy a ir.
—Sopa, pan con mermelada, sardinas y café —dijo Andy.
—¿Qué quieres?
—Un plato de sopa y una taza de café, gracias —dijo Rogers.
—¿Qué vas a hacer con el de 200 pulgadas? ¿Usar la cámara oscilante?
—Sí, puedo adelantar bastante esta noche. Hay varias traslaciones que quiero realizar.
Fueron interrrumpidos por Knut Jensen que venía desde algo más lejos, donde estaba el Schmidt de 18 pulgadas.
Fue saludado por Emerson.
—Hola Knut, hay sopa, pan con mermelada, sardinas y el café de Andy.
—Comenzaré con sopa y sardinas, por favor.
El joven noruego, que era un poco ventajero, tomó un plato de crema de tomate y le puso dentro media docena de sardinas. Los otros lo miraron asombrados.
—¡Judas, el muchacho debe tener hambre! —dijo Jim.
Knut levantó la vista, algo sorprendido en apariencia.
—¿Ustedes no comen sardinas así? Ah, entonces no conocen el verdadero modo de comer sardinas. Pruébenlo, les va a gustar.
Luego de haber provocado esta pequeña impresión añadió:
—Creo haber olido un zorrino antes de entrar.
—Debe andar bien con esa cocción que estás comiendo, Knut —dijo Rogers.
Cuando terminó la risa Jim preguntó:
—¿Oyeron hablar del zorrino que tuvimos hace quince días? Largó el olor cerca de la toma de aire del 200 pulgadas. Antes que nadie pudiera parar la bomba el lugar estaba lleno del asunto. Era alrededor del cien por ciento nauseabundo. Debe haber habido la mayor parte de doscientos visitantes en la cúpula en ese momento.
—Suerte que no estamos a cargo de la recepción —dijo Emerson con una sonrisa—, si no el Observatorio quebraría por las compensaciones.
—Pero es una desgracia para los lavaderos —añadió Rogers.
Al volver hacia el Schmidt de 18 pulgadas, Jensen se quedó escuchando el viento en los árboles del lado norte de la montaña. La semejanza con sus colinas natales desató una irrefrenable ola de nostalgia, anhelo de estar de nuevo con su familia, anhelo de estar con Greta. A los veinticuatro años se encontraba en los Estados Unidos con una beca por dos años. Siguió caminando para tratar de desprenderse de lo que sentía como una disposición de ánimo ridícula. No tenía ninguna causa racional para sentirse desalentado.
Todos lo trataban con mucha gentileza y tenía un trabajo ideal para un principiante.
La astronomía trata bien a los que empiezan. Hay muchas tareas que hacer, tareas que pueden llevar a resultados importantes pero que no requieren gran experiencia. La de Jensen era una de éstas. Estaba buscando novas, estrellas que explotan con pavorosa violencia. Era razonable esperar que dentro del año siguiente encontrara una o dos.
Puesto que no existían indicios de cuándo podía ocurrir una explosión ni en qué lugar del cielo podía estar situada la estrella buscada, la única cosa que podía hacerse era fotografiar continuamente todo el cielo, noche tras noche, mes tras mes. Algún día tendría un golpe de suerte. Es cierto que si encontrara una nova que estuviera no demasiado lejos en la profundidad del espacio, entonces manos más experimentadas que las suyas se harían cargo del trabajo. En lugar del Schmidt de 18 pulgadas se utilizaría toda la potencia del gran 200 pulgadas para revelar los espectaculares secretos de estas extrañas estrellas. Pero de todos modos tendría el honor del primer descubrimiento. Y la experiencia que estaba acopiando en el mayor observatorio del mundo le sería muy útil cuando volviera a su casa y existían esperanzas de un buen trabajo. Entonces Greta y él podrían casarse. ¿Y por qué se preocupaba? Se dijo a sí mismo que era un tonto al dejarse conmover por una brisa en la ladera de la montaña.
Había llegado a la barraca donde estaba alojado el pequeño Schmidt. Mientras entraba consultó su libro de notas para fijarse qué sector de cielo debía fotografiar. Luego estableció la dirección apropiada, al sur de la constelación de Orión: sólo a mediados del invierno podía alcanzarse esta región particular. El próximo paso era comenzar la exposición. Lo que restaba era esperar a que el reloj de alarma señalara su terminación.
No había nada que hacer excepto sentarse esperando en la oscuridad, dejar vagar la mente donde gustara.
Jensen trabajó hasta el alba, una exposición siguiendo a la otra. Aún entonces no había concluido su trabajo. Todavía tenía que revelar las placas que había acumulado durante la noche. Esto requería una atención cuidadosa. Un desliz en esta etapa echaría a perder mucho trabajo duro y no podía pensarse en ello. Esta última exigente tarea debía estarle dispensada por lo común. Normalmente se hubiera retirado al dormitorio, dormido durante cinco a seis horas, desayunado a mediodía y recién entonces se habría ocupado de la tarea de revelado. Pero estaba al final de su «turno». La luna se levantaba al atardecer y esto significaba el fin de las observaciones por una quincena puesto que la búsqueda de las novas no podía realizarse durante el medio mes en que la luna se encontraba en el cielo nocturno. Ocurría que la luna daba tanta luz que las sensitivas placas que él estaba usando quedarían inútilmente veladas.
De manera que este mismo día iría a las oficinas del Observatorio en Pasadena, a ciento veinticinco millas de distancia. El vehículo a Pasadena salía a las once y media de manera que el revelado debía hacerse antes de esa hora. Jensen decidió que lo mejor sería hacerlo inmediatamente. Luego podría dormir cuatro horas, desayunar rápidamente y estar listo para el viaje de vuelta a la ciudad.
Ocurrió como lo había planeado, pero era un joven muy cansado el que viajaba ese día hacia el norte en el vehículo del Observatorio. Había tres personas en el coche: el conductor, Rogers y Jensen. El turno de Emerson duraba todavía un par de noches. Los amigos de Jensen en la Noruega ventosa y nevada se hubieran sorprendido de saber que él dormía mientras el vehículo atravesaba millas de naranjales flanqueando el camino.
Jensen durmió hasta tarde en la mañana siguiente y recién a las once llegó a las oficinas del Observatorio. Tenía por lo menos para una semana de trabajo revisando las placas tomadas durante la última quincena. Lo que tenía que hacer era comparar sus últimas observaciones con las placas que había tomado durante el mes anterior. Y esto tenía que hacerlo aisladamente para cada sector de cielo.
Tarde en esta mañana del 8 de enero de 1964 Jensen se encontraba en un cuarto bajo de los edificios del Observatorio preparando un instrumento conocido como el «guiñador».
Como su nombre indica, el «guiñador» era un aparato que le permitía mirar primero una placa, luego la otra, luego nuevamente la primera y así siguiendo, en rápida sucesión.
Cuando se hacía esto, cualquier estrella que hubiera cambiado apreciablemente durante el intervalo que mediaba entre la toma de las dos placas se destacaba como un punto oscilante de luz que «guiñaba», mientras que por otra parte la gran mayoría de estrellas que no habían cambiado permanecían estáticas. De esta manera era relativamente fácil localizar la estrella que había cambiado entre unas diez mil. Se evitaba así un trabajo enorme pues no había que examinar cada estrella por separado.
Era necesario tener mucho cuidado para preparar las placas que se iban a utilizar en el «guiñador». No sólo tenían que haber sido tomadas con el mismo instrumento sino también, en la medida de lo posible, bajo idénticas condiciones. El tiempo de exposición tenía que ser el mismo y el revelado tan similar como el astrónomo que realizaba la observación pudiera conseguir. Esto explica el por qué Jensen había sido tan cuidadoso con sus exposiciones y revelado.
Ahora la dificultad estaba en que las estrellas en explosión no son las únicas que muestran cambios. Aunque la gran mayoría de estrellas no cambian hay varias clases de estrellas oscilantes que «guiñan» de la manera descripta. Esos osciladores comunes debían ser identificados separadamente y eliminados de la búsqueda. Jensen estimaba que probablemente tendría que identificar y eliminar buena parte de los diez mil osciladores ordinarios antes de encontrar una nova. En la mayoría de los casos podría rechazar una estrella «guiñadura» luego de un breve examen, pero a veces había casos difíciles. Entonces tendría que recurrir a un catalogo de estrellas lo cual quería decir medir la posición exacta de la estrella en cuestión. De manera que en cualquier caso tenía que realizar un buen trabajo antes de agotar su pila de placas, trabajo que no era poco aburrido.
El 14 de enero había terminado casi toda la pila. Al atardecer decidió volver al Observatorio. Después de almorzar había estado en el Instituto de Tecnología de California donde había asistido a un interesante seminario acerca de los brazos espirales de las galaxias. Hubo una buena discusión después del seminario. Con sus amigos siguió conversando del asunto durante la cena y en el viaje hacia el Observatorio. Consideró que debía terminar con el último grupo de placas, las que había tomado en la noche del 7 de enero.
Terminó con la primera del grupo. Era un trabajo molesto. Otra vez cada una de las «posibilidades» resultó ser un oscilador conocido, ordinario. Se sentiría aliviado cuando hubiera terminado el trabajo. Mientras se inclinaba sobre el ocular pensó que era mejor estar en la montaña, en la punta de un telescopio, que esforzando sus ojos con este maldito instrumento. Apretó el interruptor y el segundo par se iluminó en el campo de visión. Un momento después Jensen manoteaba las placas para sacarlas de sus marcos.
Las llevó a la luz examinándolas durante un largo rato, luego volvió a ponerlas en el «guiñador» y volvió a conectar el interruptor. En un campo con numerosas estrellas había una gran sombra oscura, casi exactamente circular. Pero lo que le pareció asombroso era el anillo de estrellas que rodeaba a la mancha. Ahí estaban todas oscilando, guiñando. ¿Por qué? No se le ocurrió ninguna respuesta satisfactoria para el problema pues nunca había visto ni oído nada parecido a esto anteriormente.
Jensen fue incapaz de continuar su tarea. Estaba muy excitado con este singular descubrimiento. Sintió que tenía que hablar con alguien de esto. El hombre a quien debía recurrir era, por supuesto, el Dr. Marlowe, uno de los miembros más antiguos del grupo que trabajaba allí. La mayoría de los astrónomos se especializan en alguna de las facetas de su trabajo. Marlowe también tenía su especialidad, pero ante todo era un hombre de grandes conocimientos generales. Quizá debido a eso cometía menos errores que la mayoría de las personas. Siempre estaba dispuesto a hablar de astronomía a cualquier hora del día o de la noche y lo hacía con gran entusiasmo cualquiera fuera su interlocutor, un distinguido hombre de ciencia como él mismo o un joven en el umbral de su carrera.
Por eso era natural que Jensen deseara contarle a Marlowe su curioso hallazgo.
Colocó con cuidado las dos placas en cuestión en una caja, apagó el equipo eléctrico y las luces de la planta baja y se dirigió a la cartelera de informes en el exterior de la biblioteca. El siguiente paso era consultar la lista de observaciones. Vio satisfecho que Marlowe no estaba afuera ni en Palomar ni en el Monte Wilson. Pero también podía haber salido por la tarde. Jensen estaba de suerte, sin embargo, pues una llamada telefónica confirmó que Marlowe estaba en su casa. Cuando le explicó que quería hablarle acerca de algo extraño que había ocurrido, dijo Marlowe:
—Venga en seguida, Knut, estaré esperándole. No, está bien. No hacía nada en particular.
Para juzgar el estado mental de Jensen digamos que llamó un taxi para que lo llevara a la casa de Marlowe. Un estudiante con un estipendio anual de dos mil dólares no viaja normalmente en taxi. Y esto era lo que ocurría en el caso de Jensen. La economía era importante para él pues deseaba visitar los distintos observatorios de los Estados Unidos antes de volver a Noruega y, además tenía que comprar regalos. Pero en esta oportunidad la cuestión del dinero no entró en consideración. Viajó hasta Altadena apretando su caja de placas y preguntándose si de alguna manera no se estaba poniendo en ridículo. ¿Habría cometido algún estúpido error?
Marlowe lo esperaba.
—Entre en seguida —le dijo—. Tome un trago. Ustedes lo toman fuerte en Noruega, ¿no?
Knut sonrió.
—No tanto como usted, doctor Marlowe.
Marlowe condujo a Jensen hasta un sillón cómodo próximo al fuego de leños (tan apreciado por muchas personas que viven en casas con calefacción central), y después de echar un enorme gato de un segundo sillón se sentó también él.
—Suerte que llamó, Knut. Mi mujer salió esta noche y estaba pensando qué iba a hacer yo.
Luego, de acuerdo con su manera de ser, fue derecho al grano, pues desconocía la diplomacia y la fineza política.
—Bueno, ¿qué es lo que me trae? —dijo señalando con la cabeza la caja amarilla que Jensen tenía.
Algo tímidamente Knut sacó la primera de sus dos fotografías, tomada el 9 de diciembre de 1963, y se la tendió sin comentarios. Pronto obtuvo una reacción.
—¡Dios! —exclamó Marlowe—. Tomada con el 18 pulgadas, creo. Si, veo que la marcó en un costado.
—¿Le parece que hay algo mal?
—Hasta ahora no. Marlowe tomó una lupa que tenía en el bolsillo y escrutó cuidadosamente la placa.
—Parece perfecta. No hay defectos de placa.
—Dígame por qué está tan sorprendido, Dr. Marlowe.
—Bueno, ¿no era esto lo que usted me quería mostrar?
—No exactamente. Es la comparación con una segunda placa que obtuve un mes después lo que resulta extraño.
—Pero ésta primera es bastante peculiar —dijo Marlowe—. ¡Usted la tuvo en su cajón durante un mes! Lástima que no me la mostró en seguida. Pero, por supuesto, usted no podía saber.
—Sin embargo no veo por qué está tan sorprendido por esta placa.
—Bueno, mire esta mancha circular oscura. Es obvio que se trata de una nube que oscurece la luz de las estrellas que se encuentran detrás. Esos glóbulos no son raros en la Vía Láctea, pero por lo común son cosas pequeñas. ¡Mi Dios, mire esto! ¡Es enorme, debe tener por lo menos dos grados y medio de un lado a otro!
—Pero, doctor Marlowe, hay montones de nubes mayores que ésta, especialmente en la región de Sagitario.
—Si usted examina cuidadosamente lo que parecen nubes muy grandes verá que están compuestas de muchas nubes pequeñas. Esto que tiene aquí, por el contrario, parece ser una sola nube esférica. Lo que realmente me sorprende es cómo se me puede haber escapado algo tan grande como esto.
Marlowe volvió a mirar las marcas en la placa.
—Claro que se encuentra en el sur y a nosotros no nos interesa tanto el cielo de invierno. Aún así no veo cómo se me puede haber escapado cuando trabajaba en el Trapecio de Orión. Eso fue hace tres o cuatro años solamente, y yo no me habría olvidado nada como esto.
El fracaso de Marlowe para identificar la nube —porque indudablemente se trataba de eso— fue una sorpresa para Jensen. Marlowe conocía el cielo y todos los extraños objetos que podían hallarse en él, tan bien como las calles y avenidas de Pasadena.
Marlowe fue hasta el aparador para traer más bebidas. Cuando volvió, Jensen dijo:
—Fue esta segunda placa la que me intrigó.
Marlowe no había llegado a mirarla durante diez segundos cuando volvió a la primera.
Su ojo experimentado no necesitaba «guiñador» para ver que en la primera placa la nube estaba rodeada por un anillo de estrellas que casi no se veían en la segunda. Siguió mirando pensativamente ambas placas. —¿No hubo algo desusado en la manera de tomar estas dos fotografías?
—Que yo sepa, no.
—En verdad, parecen correctas, pero nunca se puede estar completamente seguro.
Marlowe se interrumpió bruscamente y se puso de pie. Como siempre que se excitaba o estaba agitado expulsó enormes nubes de humo con un aroma anisado, de una variedad de tabaco sudafricano. Jensen se maravilló de que el hornillo de su pipa no estallara en llamas.
—Algo diabólico puede haber ocurrido. Lo mejor que podemos hacer es tomar directamente otra placa. Pienso quién estará en la montaña esta noche.
—¿Se refiere al Monte Wilson o Palomar?
—Monte Wilson. Palomar es demasiado lejos.
—Bueno, por lo que recuerdo uno de los astrónomos visitantes está usando el 100 pulgadas. Se me ocurre que Harvey Smith está en el de 60.
—Mire, pienso que lo mejor es que suba ya mismo. Harvey me lo va a prestar por un rato. Seguro que no podré tomar toda la nebulosidad, pero puedo obtener algunos de los campos de estrellas en el borde. ¿Conoce las coordenadas exactas?
—No. Lo llamé por teléfono en cuanto probé las placas con el «guiñador». No me detuve para medirlas.
—Bueno, no importa, podemos hacerlo mientras vamos para allá. Pero no es necesario que usted se quede fuera de la cama, Knut. ¿Quiere que lo deje en su departamento?
Dejaré una nota para Mary avisándole que no volveré hasta alguna hora de mañana.
Jensen estaba excitado cuando Marlowe lo dejó en su alojamiento. Antes de irse a dormir escribió cartas a su casa, una a sus padres relatándoles brevemente el extraño descubrimiento y otra a Greta diciendo que creía haber tropezado con algo importante.
Marlowe guió hasta las oficinas del Observatorio. Lo primero que hizo fue hablar por teléfono con Monte Wilson y comunicarse con Harvey Smith. Cuando oyó el suave acento sureño de Smith le dijo:
—Habla Geoff Marlowe. Mire, Harvey, ha ocurrido algo muy extraño, tanto que pienso si querría dejarme el 60 pulgadas por esta noche. ¿Qué es? No lo sé. Es lo que estoy tratando de encontrar. Está relacionado con el trabajo del joven Jensen. Venga aquí abajo mañana a las diez y podré decirle algo más del asunto. Por la molestia le pago una botella de whisky escocés. ¿Está bien? ¡Formidable! Dígale al ayudante nocturno que estaré arriba alrededor de la una, ¿quiere?
Luego Marlowe llamó por teléfono a Bill Barnett de Caltech.
—Bill, te habla Geoff Marlowe desde las oficinas. Quería decirte que mañana a las diez habrá una reunión muy importante aquí. Quisiera que vengas y te traigas algunos teóricos. No es necesario que sean astrónomos. Trae varios muchachos brillantes… No, no puedo explicarte ahora. Voy esta noche al 60 pulgadas. Pero te diré que si mañana a la hora del almuerzo piensas que te he jugado una mala pasada te pago un cajón de whisky escocés.
Zumbaba de excitación cuando se dirigía a la planta baja donde Jensen había estado trabajando esa tarde temprano. Pasó unos tres cuartos de hora midiendo las placas de Jensen. Cuando se convenció de que sabría exactamente adonde apuntar el telescopio salió, subió a su automóvil y lo condujo hacia Monte Wilson.
El doctor Herrick, Director del Observatorio, se asombró al encontrar a Marlowe esperándole cuando llegó a su despacho a las siete y media de la mañana siguiente. Era costumbre del Director comenzar su jornada unas dos horas antes que el cuerpo principal de sus colaboradores «para adelantar algo el trabajo» como acostumbraba decir. En el otro extremo de la escala Marlowe, por lo común, no aparecía hasta las diez y media y a veces más tarde aún. Hoy, sin embargo, Marlowe estaba sentado a su escritorio examinando cuidadosamente una pila de unos doce positivos. La sorpresa de Herrick no fue menor cuando oyó lo que Marlowe tenía que decirle. Ambos hombres pasaron la siguiente hora y media en una importante conversación. Alrededor de las nueve salieron para un rápido desayuno y volvieron con tiempo para preparar una reunión que se iba a realizar en la biblioteca a las diez.
Cuando llegó Bill Barnett con otros cinco, encontraron una docena de miembros del Observatorio ya reunidos, incluyendo a Jensen, Rogers, Emerson y Harvey Smith. Habían colocado un pizarrón y una pantalla con un aparato para proyectar fotografías. El único de los que acompañaban a Barnett que debió ser presentado era Dave Weichart. Marlowe, que había oído una cantidad de informes acerca de la capacidad de este brillante físico de veintisiete años, notó que Barnett había hecho todo lo posible, evidentemente, para traer consigo un muchacho brillante.
—Lo mejor que puedo hacer —comenzó Marlowe— es explicar las cosas de modo cronológico, comenzando con las placas que me trajo Knut Jensen anoche a casa.
Cuando se las haya mostrado sabrán por qué se citó esta reunión de emergencia.
Emerson, que manejaba el aparato de proyección, puso el marco con la foto que había preparado Marlowe con la primera placa de Jensen, obtenida la noche del 9 de diciembre de 1963.
—El centro de la burbuja oscura —prosiguió Marlowe— se encuentra en Ascensión Recta 5 horas 49 minutos. Declinación menos 30 grados 16 minutos, según mi mejor apreciación.
—Un buen ejemplo de un glóbulo de Bok —dijo Barnett—. ¿Qué tamaño tiene?
—Más o menos dos grados y medio de un lado a otro.
Varios de los astrónomos quedaron con la boca abierta.
—Geoff, puede guardarse su botella de whisky —dijo Harvey Smith.
—Y mi cajón también —añadió Bill Barnett entre la risa general.
—Considero que van a necesitar el whisky cuando vean la próxima placa. Bert, mantenga las dos fotos alternativamente en la pantalla para que tengamos una idea comparativa —siguió Marlowe.
—Es fantástico —exclamó Rogers—, parecería que hubiera un anillo completo de estrellas oscilantes rodeando la nube. ¿Pero cómo es posible?
—No lo es —respondió Marlowe—. Me di cuenta de eso en seguida. Aún admitiendo la improbable hipótesis de que esta nube se encuentra rodeada por un halo de estrellas variables, es completamente inconcebible, por supuesto, que cada una oscile en fase con las otras, todas juntas brillando como en la primera placa y todas juntas apagándose como en la segunda.
—No, eso es absurdo —gritó Barnett—. Si aceptamos que no hay error en la fotografía existe una sola explicación posible. La nube se acerca hacia nosotros. En la segunda placa está más próxima y por consiguiente oscurece más a las estrellas distantes. ¿Con qué intervalo se tomaron las dos placas?
—Algo menos de un mes.
—Entonces debe haber algún error en la fotografía.
—Es el mismo razonamiento que yo hice anoche. Pero como no pude encontrar nada mal en las placas era obvio que tenía que tomar nuevas fotografías. Si en un mes había esa diferencia entre la primera y segunda placas de Jensen quiere decir que el efecto podría detectarse en una semana —la última placa de Jensen fue tomada el 7 de enero.
Ayer era 14. De modo que corrí hasta el Monte Wilson, eché a Harvey del 60 pulgadas y pasé la noche fotografiando los bordes de la nube. Tengo aquí toda una colección de nuevas placas. Por cierto que no son de la misma escala que las de Jensen, pero ustedes podrán ver bastante bien lo que está ocurriendo. Póngalas una por una, Bert, y sígalas refiriendo a la placa de Jensen del 7 de enero. Durante los quince minutos siguientes el silencio era casi mortal mientras el grupo de astrónomos comparaba cuidadosamente los campos de estrellas en el borde de la nube. Por último Barnett dijo:
—Me rindo. Para mí no existe sombra de duda de que esa nube está viajando hacia nosotros.
Y estaba claro que había expresado la opinión de todo el grupo reunido. Las estrellas en el borde de la nube se oscurecían gradualmente a medida que ésta avanzaba hacia el sistema solar.
—En realidad no hay duda acerca de eso —prosiguió Marlowe—. Cuando conversé con el doctor Herrick esta mañana temprano acerca de esto me dijo que teníamos una fotografía de este sector de cielo tomada hace veinte años.
Herrick sacó la fotografía.
—No tuvimos tiempo de prepararla para proyectar —dijo— de manera que tendrán que pasársela. Pueden ver la nube oscura, pero es pequeña en esta fotografía, no más que un glóbulo diminuto. Lo señalé con una flecha.
Pasó la cartulina a Emerson, quien, después de dársela a Harvey Smith dijo:
—Es claro que ha crecido enormemente en estos veinte años. Pienso con algo de aprensión en lo que va a ocurrir en los próximos veinte. Parecería que puede cubrir toda la constelación de Orión. Pronto los astrónomos estaremos de más.
Fue entonces que Dave Weichart habló por primera vez.
—Quisiera hacer dos preguntas. La primera es respecto a la posición de la nube. Según yo entiendo, por lo que usted dijo, la nube crece en su tamaño aparente debido a que se nos aproxima. Eso es bastante claro. Pero querría saber si el centro de la nube permanece en la misma posición o se mueve en relación al fondo de estrellas.
—Muy buena pregunta. En los últimos veinte años el centro parece haberse movido muy poco en relación con el campo de estrellas —contestó Herrick.
—Entonces quiere decir que la nube viene directamente hacia el sistema solar.
Weichart pensaba más rápidamente que otras personas, de modo que cuando advirtió titubeos para aceptar su conclusión se dirigió al pizarrón.
—Puedo aclararlo con un dibujo. Aquí está la Tierra. Supongamos primero que la nube se dirige directamente hacia nosotros así, de A a B. Entonces en B la nube parecerá más grande pero su centro estará en la misma dirección. Este es el caso que aparentemente corresponde con la situación observada.
Hubo un murmullo de asentimiento general de modo que Weichart continuó.
—Supongamos ahora que la nube se mueve hacia un lado al mismo tiempo que hacia nosotros, y supongamos que el movimiento de desviación es de velocidad similar que el que la trae hacia aquí. Entonces la nube se movería de este modo. Ahora si ustedes consideran el movimiento de A a B verán que hay dos efectos, la nube parecerá mayor en B que en A, como en el caso anterior, pero ahora el centro se habrá movido. Y lo habrá hecho en el ángulo AEB que debe ser del orden de los treinta grados.
—Pienso que el centro no se ha movido más de un ángulo de un cuarto de grado —señaló Marlowe.
—Entonces el movimiento de desviación no puede ser mayor que aproximadamente el uno por ciento del movimiento hacia nosotros. Parecería como si la nube se dirigiera al sistema solar igual que una bala a su blanco. —¿Quiere decir, Dave, que no hay posibilidades de que la nube yerre al sistema solar, digamos, que le pase cerca?
—Según la forma en que nos han presentado los hechos esa nube va a hacer puntería justo en el centro del blanco. Recuerden que ya tiene dos grados y medio de diámetro. La velocidad transversal debería ser el diez por ciento, más o menos, de la velocidad radial si fuera a errarnos. Y eso implicaría un movimiento angular del centro mucho mayor que el indicado por el doctor Marlowe. La otra pregunta que quiero hacer es ¿por qué no se detectó antes esa nube? No quiero ser grosero con esto pero parece sorprendente que no se la descubriera hace bastante tiempo, digamos hace diez años.
—Por cierto que fue lo primero que se me ocurrió —respondió Marlowe.
—Parecía tan asombroso que apenas podía creer la validez del trabajo de Jensen. Pero luego se me ocurrieron varias razones. Si una nova brillante o una supernova prorrumpiera en el cielo sería inmediatamente detectada por miles de personas aparte de los astrónomos. Pero esto no es algo brillante, es algo oscuro y eso no es tan fácil de encontrar, una mancha oscura se disimula muy bien contra el cielo. Claro que si una de las estrellas ocultas detrás de la nube hubiera sido brillante podría haberse señalado. La desaparición de una estrella brillante no es tan fácil de detectar como la aparición de una nueva estrella brillante; no obstante habría sido notada por miles de astrónomos profesionales y aficionados. Pero ocurre que todas las estrellas próximas a la nube son telescópicas, ninguna más brillante que la octava magnitud. Esta fue la primera desgracia.
Además usted debe saber que para tener buenas condiciones visuales preferimos trabajar con objetos que se encuentran cerca del cénit mientras que esta nube se encuentra más bien en la parte baja de nuestro cielo. De modo que nuestra tendencia natural es evitar este sector de cielo a menos que tenga algún material particularmente interesante que por una segunda desgracia (excluyendo el caso de la nube) no ocurre. Es cierto que para los observatorios del hemisferio sur la nube se presenta en el cielo alto, pero es difícil que esos observatorios puedan dedicarse a esto con sus reducidos grupos de trabajo que enfrentan problemas importantes relativos a las nubes magallánicas y el núcleo de la galaxia. La nube tenía que detectarse tarde o temprano. Es todo lo que puedo decir.
—Es demasiado tarde para preocuparse ahora por eso —dijo el Director—. El próximo paso que debemos dar es medir la velocidad con que se mueve la nube hacia nosotros.
Marlowe y yo conversamos de esto mucho tiempo y pensamos que es posible hacerlo.
Las estrellas en el borde de la nube están parcialmente oscurecidas como muestran las placas tomadas por Marlowe anoche. Su espectro tiene que mostrar líneas de absorción debidas a la nube y el efecto Doppler nos dará la velocidad.
—Entonces tiene que poderse calcular cuánto tiempo tardará la nube en llegar hasta nosotros —dijo Barnett—. Tengo que decir que no me gusta el aspecto de esto. La forma en que ha aumentado el diámetro angular de la nube en estos últimos veinte años hace parecer que estará encima de nosotros dentro de cincuenta o sesenta años. ¿Cuánto se podrá tardar en medir el efecto Doppler?
—Alrededor de una semana quizá. No debe ser una tarea muy difícil.
—Perdón, pero no entiendo esto —dijo Weichart—. No veo para qué necesitan la velocidad de la nube. Pueden calcular directamente cuánto tiempo tardará la nube en llegar hasta nosotros. A ver, déjenme hacerlo. Sospecho que la respuesta está muy por debajo de los cincuenta años.
Por segunda vez Weichart se levantó de su sitio, fue hasta el pizarrón y borró sus anteriores dibujos.
—¿Podríamos ver de nuevo las dos placas de Jensen, por favor?
Luego de que Emerson las hubo mostrado, primero una y luego otra, Weichart preguntó:
—¿Podrían estimar cuánto mayor es la nube en la segunda placa?
—Yo diría alrededor de un cinco por ciento más grande. Puede ser algo más o menos, pero seguro que no se aparta mucho de eso —respondió Marlowe.
—Correcto —continuó Weichart—, comencemos definiendo algunos símbolos.
Siguió luego un cálculo algo largo, al finalizar el cual Weichart anunció:
—De manera que ustedes ven que la nube negra estará aquí para agosto de 1965, o posiblemente antes si hay que corregir algunas de las estimaciones actuales.
Se separó del pizarrón comprobando su argumentación matemática.
—Parece en verdad correcta y muy directa en realidad —dijo Marlowe expulsando grandes volúmenes de humo.
—Escribamos a para el diámetro angular actual de la nube, medido en radianes: d para el diámetro lineal de la nube. D para la distancia que la separa de nosotros. V para su velocidad de aproximación T para el tiempo requerido para llegar al sistema solar.
»Para comenzar, evidentemente tenemos a = d/D.
»Diferenciamos esta ecuación con respecto al tiempo t y obtenemos da/dt = -(d/dD2)* (dD/dt) Pero V = -dD/dt, de manera que podemos escribir (da/dt)= dV/dD^2 También tenemos que D/V = T. Entonces podemos eliminar V llegando a: da/dt = (d/dT) Esto es más fácil de lo que yo pensaba. Aquí está la respuesta T= a* dt/da El último paso es aproximar dt/da por intervalos finitos, delta(t)/delta(a), donde delta(t)=1 mes, correspondiendo a la diferencia de tiempo entre las dos placas del doctor Jensen; y según lo estimado por el doctor Marlowe delta(a) es alrededor del 5 por ciento de a, esto es a/delta(a) = 20.
»Por lo tanto T = 20*delta(t) = 20 meses.
—Si, parece impecablemente correcto —respondió Weichart.
Al terminar el asombroso cálculo de Weichart el Director pensó que era conveniente requerir a todos los reunidos que se guardara secreto. Estuvieran acertados o equivocados no podría derivarse nada bueno por hablar fuera del Observatorio, ni siquiera en casa. Una vez que saltara la chispa la historia se difundiría como el fuego en un depósito de inflamables y estaría en los periódicos antes de nada. El Director nunca había tenido oportunidades para pensar bien de los reporteros de los periódicos y particularmente de su exactitud científica.
Desde mediodía hasta las dos de la tarde estuvo sentado en su despacho, solo, luchando con la situación más difícil que se le había presentado nunca. Era totalmente contrario a su naturaleza anunciar cualquier resultado o tomar cualquier determinación sobre un resultado hasta que no hubiera sido repetidamente probado y contra probado.
Sin embargo, ¿sería correcto que mantuviera silencio durante quince días o más?
Pasarían por lo menos dos o tres semanas antes de que cada faceta de este asunto estuviera completamente investigada. ¿Podía conceder ese tiempo? Quizá por décima vez revisó el argumento de Weichart. No halló ninguna grieta.
Al fin llamó a su secretaria.
—¿Quiere hacer el favor de pedir a Caltech que me reserven un pasaje en el avión de la noche para Washington, el que sale alrededor de las nueve? Luego consígame al doctor Ferguson por teléfono.
James Ferguson era un hombre importante en la Fundación Científica Nacional y controlaba todas las actividades en física, astronomía y matemáticas. Se había sorprendido mucho por la llamada telefónica de Herrick el día anterior. Era muy contrario a la modalidad de Herrick hacer citas con un día de anticipación.
—No se me ocurre qué lo habrá picado a Herrick —dijo a su mujer durante el desayuno—, para venir disparando a Washington de este modo. Insistió mucho en la urgencia. Parecía agitado de modo que le dije que pasaría a recogerlo por el aeropuerto.
—Bueno —dijo su mujer—, un misterio ocasional es conveniente como sistema. Pronto vas a saber de qué se trata.
En el camino desde el aeropuerto a la ciudad Herrick habló nada más que de trivialidades convencionales. Recién cuando estaba en el despacho de Ferguson se refirió al asunto.
—¿Supongo que no hay peligro de que nos oigan?
—Por Dios, hombre, ¿en verdad es tan serio? Espera un minuto.
Ferguson levantó el teléfono.
—Amy, por favor no quiero ser interrumpido; no, tampoco llamadas telefónicas; bueno, quizá durante una hora, quizá dos, no sé.
Tranquila y lógicamente Herrick explicó la situación. Después de que Ferguson hubo examinado durante algún tiempo las fotografías, Herrick dijo:
—Usted ve en qué trance nos encontramos. Si anunciamos el asunto y sucede que estamos equivocados apareceremos como tontos rematados. Si nos pasamos un mes probando todos los detalles y resulta que estamos en lo cierto se nos acusará de retardo y ocultación.
—Es cierto, como una gallina vieja empollando un huevo en mal estado.
—Bueno, James, se me ocurrió que usted tenía una gran experiencia en el trato con la gente. Pensé que podía recurrir a usted para pedir un consejo. ¿Se le ocurre alguna sugerencia?
Ferguson permaneció un rato silencioso. Luego dijo:
—Veo que esto se puede transformar en una cuestión seria. Y me gusta tan poco como a usted tomar decisiones graves, Dick, menos todavía en un momento de excitación. Lo que sugiero es esto. Vuelva a su hotel y duerma la siesta, no creo que haya dormido mucho esta noche pasada. Podemos volver a encontrarnos temprano para la cena y para entonces habré tenido una oportunidad para pensar en esto. Trataré de llegar a alguna conclusión.
Ferguson cumplió su palabra. Cuando él y Herrick habían comenzado su comida en un tranquilo restaurante elegido por él, comenzó:
—Creo haber ordenado bastante bien las cosas. No me parece sensato gastar otro mes en certificar su posición. El caso parece bastante seguro tal como está y usted nunca puede alcanzar la certeza absoluta, la cuestión sería convertir una certeza de nueve por ciento en una certeza de noventa y nueve por ciento para una cuestión de importancia noventa y nueve. Y no vale la pena perder tiempo. Por otra parte usted no se encuentra preparado para ir ahora a la Casa Blanca. De acuerdo con su propio relato usted y sus hombres han dedicado hasta ahora menos de una semana a este asunto. Seguro que ustedes podrían idear muchas otras cosas acerca de esto. Con más exactitud, ¿cuánto tiempo va a tardar la nube negra en llegar hasta aquí? ¿Cuáles serán sus efectos cuando llegue? Ese tipo de preguntas. Mi consejo es que se vuelva directamente a Pasadena, reúna su equipo y trate de escribir un informe en una semana estableciendo la situación tal como la ve. Hágalo firmar por toda su gente, de manera que no pueda dar pábulo al rumor de un Director que se ha vuelto loco. Y luego vuelva a Washington. Mientras tanto yo haré que las cosas se muevan aquí. En un caso como éste no sirve para nada comenzar por la base susurrando cosas en los oídos de algunos hombres del Congreso.
Lo que hay que hacer es ir directamente al Presidente. Trataré de allanarle el camino por ese lado.