Texto

Pero convocado el Senado otro día después en el templo de la Tierra, como Antonio y Planco y Cicerón tratasen del olvido y concordia de todo lo que había pasado, no sólo decretaron que fuesen los homicidas absueltos, sino que los cónsules tratasen de honrarlos. Con esta determinación se disolvió el Senado. Marco Antonio invitó su hijo al Capitolio y trajo consigo a Bruto y a sus compañeros, a quien cuantos encontraron en el camino abrazaron, y con grandes demostraciones de contento y amistad les acompañaron. Antonio llevó a Casio a cenar consigo, y Lepido a Bruto, y a los demás, aquéllos que les eran familiares y apasionados. En amaneciendo se juntó el Senado, y lo primero agradeció a Antonio el haber sosegado el principio de guerras civiles, y luego les repartieron las provincias. Creta se dio a Bruto; África, a Casio; Asia, a Trebonio; Bithinia, a Cimbro; la Galia Circumpadana, a Décimo Bruto.

Discurso

¿A quién no será escándalo que tuviese más cortés caridad con el príncipe el pueblo que el Senado? ¿A qué príncipe no será amenaza este ejemplo, si no le fuere escarmiento?

Los conjurados empezaron a matar a César, y acabáronle de matar los que les premiaron su muerte. No consintió la plebe las injurias del difunto, y premiáronlas con provincias los padres.

En pocas muertes de los emperadores de Roma dejó de ser cómplice el Senado. Santas son las leyes escritas; provechosas son estudiadas; padre de los monarcas es el consejo, y aquí fue padrastro, porque la presunción del que sabe, fácilmente compite al que enseña, y desprecia al que le obedece.

Y porque sólo el príncipe es más poderoso que el Senado, miró el Senado al príncipe como a estorbo de ser solamente poderoso. No le quedó que sujetar sino su grandeza, y por eso se persuadió fácilmente a sujetarla.

Viendo Planco y Antonio y Cicerón que no podían resucitar a César, y que, siendo el Senado autor de su muerte, el pueblo no la contradecía, bien advertidos por agradar a los senadores, acreditaron la acción, y, por asegurarse de los conjurados, propusieron que se les debían dar premios.

Fue fácil persuadir al Senado a lo que estaba persuadido, porque los hombre raras veces hallan inconveniente en consultar aquellas honras de que son partícipes. Ninguno es defensor de la muerte que le hace heredero, porque el interés es consuelo de los ambiciosos, y lo propio que deja persuade a que le dejen.

Era el intento de Cicerón favorecer al heredero de César; el de Marco Antonio favorecerse a sí. Considerando, como amigo de novedades, que en las grandes mudanzas de las repúblicas está fácil la ocasión a las determinaciones violentas, uno y otro ceden a su disinio por lograrle.

Pónense de parte de los conjurados para poderlos divertir del castigo que les disponían; disfrazan sus pensamientos con el aplauso, y dan lugar al ímpetu y a la novedad, porque no pueda ser descifrado su ímpetu; y uno de otro se recataba con lo mismo en que convenían.

Luego repartieron entre sí las provincias; que fue repartirse entre sí la tiranía que habían castigado en César. No quitaron la tiranía, sino mudáronla. Mal se asegura la vida de uno cuando en su muerte está la medra de muchos. Si los hijos tienen por mayor beneficio en los padres el morir para que los hereden, que el engendrarlos para que sean hijos, ¿qué prerrogativa podrá asegurarse en los príncipes?

Más recibió de César Marco Bruto que valía la provincia de Creta; mas hay vanidad en la traición. Quiere más el ladrón poco que toma, que mucho que le den.

El robo que saquea las repúblicas es aquél que, hipócrita de la cudicia, llama desinterés el no recibir de otro, y limpieza el tomarlo todo. No tomar del que puede dar, por tomarle el poder, para tomarse lo que quisieren, y no pedir, es, con buen nombre, escalamiento del poder.