Texto

Vencido Pompeyo en Farsalia, y roto su ejército, se retiró al mar; y en tanto que los cesarianos saqueaban los reales, Marco Bruto, por una puerta secretamente, se retiró a un lugar pantanoso, impedido con grandes lagunas, a quien escondían altos y espesos cañaverales. Desde aquí, asegurado con la escuridad de la noche, se huyó a Larisa, y desde allí escribió a César, quien, alegrándose de saber hubiese escapado sin herida, le mandó se viniese con él. Vino Marco Bruto, y no sólo le perdonó a él, antes le prefirió en honra a todos sus amigos y capitanes. Y como nadie supiese conjeturar a qué parte del mundo hubiese retirádose Pompeyo, apartándose con Marco Bruto César, le movió la plática para oír lo que sentía de la fuga de Pompeyo; de cuyas razones y discurso coligió era cierto haberse retirado a Egipto, como se retiró, y adonde Julio César le halló, siguiendo el parecer de Marco Bruto; que por esto y las causas de amor referidas tuvo tanta autoridad con César, que reconcilió con él a Casio y al rey de África, aunque tenía muy ofendido a César. Yo creo que este rey fue Juba, y no Deiotaro; y orando por él, le amparó en grande parte de su reino. Cuéntase que, oyendo la oración César dijo a sus amigos: Este mozo no sé lo que quiere, pero lo que quiere lo quiere con vehemencia.

Discurso

Juvenal (autor, cuanto permitió el cielo en la gentilidad, bien hablado en el estilo de la providencia de Dios), cuando refiere que muchos días antes que se perdiese el gran Pompeyo en esta batalla, estuvo en Campania de unas calenturas ardientes muy al cabo; ponderando la ceguedad de los ruegos de los hombres que por su salud hicieron votos y sacrificios a los dioses, pidiendo vida a quien, si allí muriera, sobraran sepolturas con título de invencible, dice estas palabras, llenas de elegancia religiosa, llorando la vida que tuvo:

Provida Pompeio dederat Campania

febres Optandas; sed multae urbes, et

publica vota Vicerunt.

«Diole Campania calenturas que debiera haber deseado; mas vencieron los ruegos de las ciudades y los votos públicos.»

Ruegos que con piedad necia le solicitaron salud invidiosa de su honra. ¡Oh cuánta noche habitan nuestros deseos! ¡Cuánta sangre y sudor nuestro borra las sendas que camina nuestra imaginación! ¡Qué pocos caben contar entre las dádivas de Dios la brevedad de la vida! Alargose en Pompeyo para tener tiempo de rodear de calamidades su postrera hora. Perdió en Farsalia el ejército, y a la libertad de Roma la esperanza: encomendó su salud a la huida.

Marco Bruto se aseguró del cuchillo de los vencedores en unos pantanos; y fiando de la noche su temor, se fue a Larisa. Marco Bruto escribió a César; César le llamó a su real, le acarició, y con gozo extraordinario a su ruego perdonó a Casio. ¡Qué cosa no hace confederación con la desdicha del ambicioso! Su propia vitoria le arrimó a César los homicidas. Supo César perdonar, y no supo perdonarse.

Los tiranos son tan malos, que las virtudes son su riesgo. Si prosiguen en la violencia, se despeñan, si se reportan, los despeñan; de tal condición es su iniquidad, que la obstinación los edifica, y la emienda los arruina.

Su medicina se cierra en este aforismo: O no empezar a ser tirano, o no acabar de serlo; porque es más ejecutivo el desprecio que el temor.

Y aquél se alienta en la mudanza que hace el cruel que se templa; y éste crece en la porfía del que multiplicaba su crueldad. Confieso que éste acabará peor, pero no tan presto; y así el pertinaz consigue la duración, interés a que trueca la alma.

No sabía César a qué parte del mundo se había retirado Pompeyo. Apartose con Bruto, preguntole su parecer y él dio tanta verisimilitud a su conjetura, que la persuadió a seguirle en Egipto, donde le alcanzó, y recibió de Ptolomeo la cabeza de Pompeyo el Grande por caricia de su llegada.

En poder de los ruines y desagradecidos no duran más los buenos de hasta tanto que puede ser su fin lisonja de otros peores. El bueno que en poder del malo está seguro, puede ser bueno, mas no entendido. Guárdale para sacrificio con nombre de ejemplo. Los ministros y príncipes facinorosos buscan la virtud más calificada para tener que profanar en servicio de los que han menester. Y con ser invención antigua, cada siglo parece que empieza: no lo encareciera en decir que cada día.

Tan grande virtud como riesgo es ser bueno entre los malos. Y el mayor mérito para con los malos es ser entre los malos el peor. Y el que lo sabe ser y quiere medrar, por asegurarse de sólo malo, trabaja en probar que los otros malos son buenos, pues igualmente se cree en ellos virtud y se tiene sospecha.

Debía Ptolomeo a Pompeyo su reino en su padre; y cuando se vino perdido a cobrar agradecimiento tan justo, trujo a propósito del tirano los beneficios que le había hecho, para que, violándolos, diese más precio a su traición en los ojos de su enemigo, a quien granjeó con su cabeza.

Peor fue César que Ptolomeo, pues matándole no castigó la infame confianza que le sería agradable tan fea abominación. Prodigioso fue este suceso, pues osó firmar que el malo pudo ser bueno imitando al malo.

Ni se puede negar que César fuera justiciero en quitar a Ptolomeo el reino y la cabeza, porque había quitado la cabeza a Pompeyo. Mas ya que César no tuvo virtud ni valor para esto, tuvo vergüenza de mostrar alegría de la muerte de tan valiente enemigo. Y cuando se querían reír, mandó a sus ojos que llorasen, y con llanto hipócrita y lágrimas mandadas disimuló el gozo y desmintió el miedo.

Lícito es temer al enemigo para no despreciarle; mas temerle para sólo temerle, es infamia que aun en la cobardía de las mujeres halla honra que se le resiste. El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde tiene miedo de su propio temor. De aquí le nace no tener la seguridad en otra cosa sino en la muerte de su muerte, cuando no hay enemigo que no tenga quien sólo se defiende con el mal suceso del que se le opone.

Plutarco, en la Vida de Foción, sumo filósofo y general invencible, dice que, estando Atenas en la postrera ruina por las armas de Filipo, rey de Macedonia, llegó nueva que Filipo era muerto; y como los viles y abatidos consultasen que por la muerte de tan grande enemigo se hiciesen a los dioses sacrificios públicos, alegrías y juegos, Foción, ásperamente, lo estorbó, diciendo era señal de ánimo cobarde y confisión vergonzosa del temor rústico de la república hacer fiestas por la muerte de su enemigo, y reprehendió con unos versos de Homero a Demóstenes, porque habló mal de Alejandro su hijo de Filipo.

Según esto, siendo dicha que muera el enemigo, como es forzosa la alegría, es honesta la disimulación della; porque sólo son artífices de hechos grandes corazón confiado y razón desconfiada.

La burla que hicieron en Milán de la mujer de Federico Barbarroja, le ocasionó a no dejar piedra sobre piedra en Milán, y a desquitar con la sangre de todos la maldad de algunos infamemente regocijados en el desprecio del enemigo ausente.

Manchada parece que está con fealdad la honra y la virtud de Marco Bruto en haber aconsejado a César el camino por donde con certeza alcanzase a Pompeyo, cuyo soldado había sido el día antes, a quien, por la libertad de la patria con elección leal se sujetó, obedeciéndole por general. Facciones tiene esta acción de alevosa y vil. No se deben juzgar con prisa las acciones del virtuoso, docto y valiente, partes que en eminente grado resplandecieron en Marco Bruto.

Esta consideración me detuvo el juicio precipitado en la mala vislumbre de traición que contra su general le acusaba de chismoso. ¡Oh cuán sólidamente obra quien es sólidamente bueno! Donde se mostró misterioso, pareció culpado a la vista de los mal contentos de las obras ajenas.

Esta misma acusación hacen los ojos con nubes al cristal que miran, diciendo: Está escuro; y llaman defeto del objeto el de la potencia. Lo que no pueden ver bien, dicen que ven malo, y la ceguera propia llaman mancha ajena.

Marco Bruto, en tanto que Pompeyo en Roma era persona particular, no le saludaba ni hacía cortesía, acordándose que había hecho matar a su padre. Cuando Pompeyo se encargó del ejército romano para defender la libertad pública, suspendió el odio propio por asistir a la defensa común y universal, y se escribió soldado de Pompeyo. Peleó en la guerra de Farsalia con él, porque defendía a su patria. Perdió Pompeyo la batalla, y huyose.

Luego que Marco Bruto vio que Pompeyo con la fuga sólo se defendía a sí, por la memoria de la muerte de su padre trató de vengarla en Pompeyo, que la causó; por lo cual supo con alabanza asistir a su madre Roma y defenderla, y vengar sin delito a su padre muerto. Púsole en las manos de César, que sabía no se aseguraría dél menos que con su muerte: no porque el valor de Julio César temía la persona y armas de Pompeyo, sino el pretexto y razón de sus armas.

No había entonces la ley evangélica mandando amar los enemigos, preceto sumamente santo, eternamente seguro y humanamente descansado, sólo difícil de persuadir a la bestialidad de la ira. Hoy nos es mandato, y los más (por nuestros pecados) le obedecemos al revés. Oímos los gritos que nos exhortan a amar a nuestros enemigos: habían de obedecerse en amar los del cuerpo, y obedecémoslos en amar los del alma. En los malos, que son muchos, ¿qué otra cosa se ama que el mundo? ¿En qué otra cosa se agota la afición que en la carne y en el demonio?

Disculpámonos nosotros, enseñados por la verdad, y acusamos a los gentiles sin luz, que, guardando el decoro a la virtud moral y política, se vengaron de ofensas en su religión irremisibles, en la cual el darse muerte a sí mismos era acción heroica y se vio premiada con estatuas y aras.

No hay fiar en vitorias: si César no venciera esta batalla, no arrimara a su corazón en su lado los puñales de Bruto y de Casio. Menos se ha de fiar en socorros y confederaciones.

Si Pompeyo no fuera asistido de Marco Bruto (cosa que estimó tanto), no trajera a sí la espía de su retirada para su muerte.

Una cosa es tener y alcanzar vitorias, otra lograrlas. Es hazaña de la providencia de Dios el vencer con sus propias vitorias a los vencedores; porque es peor no saber vencer, que ser vencido. Dios para su castigo no necesita de confederar su justicia con la calamidad del delincuente. Da riquezas para empobrecer, da vitorias para rendir, da honras para desautorizar.

Y por el contrario, autoriza con el desprecio, hace vitoriosos con la pérdida, y con la pobreza ricos. Parte desto sin respuesta se ha verificado en Bruto, en Pompeyo y en César; y en esta vida y en estas muertes se verificará todo.