Texto
Habiendo de pasar César a África contra Catón y Scipión, dejó a
Bruto en la Galia Cisalpina por buena dicha de aquella provincia;
porque, como las otras provincias, por la avaricia y lujuria de los
gobernadores, estuviesen peor tratadas de la insolencia de la paz
que pudieran estarlo del furor del la guerra, esta sola provincia,
en la virtud, religión y templanza de Marco Bruto restaurada de los
robos de sus antecesores, respiraba gozosa y abundante. Y en virtud
deste buen gobierno, Marco Bruto hizo a César amable de todos los
que primero le aborrecían. Por lo cual, volviendo César a Italia
por las ciudades que habían gozado el gobierno de Bruto, cobró el
agradecimiento de tal ministro en aclamaciones gloriosas de todos,
que con el reconocimiento de Bruto le fueron aplauso magnífico.
Discurso
El buen gobernador, que sucede en una ciudad o provincia a otro que
lo fue malo, es bueno y dichoso porque, siendo bueno, sucede a otro
que le hace mejor. El que gobierna bien la ciudad que otro gobernó
mal, la gobierna y la restaura. Débesele la constancia en no imitar
al que le precedió, y atajar la consecuencia al escándalo, y
acreditar la imitación al ejemplo.
Fue la virtud y el desinterés de Marco Bruto quien solamente hizo
que los pueblos, olvidando el aborrecimiento que le tenían por
tirano, le amasen como príncipe. Justamente se deben a los reyes
las alabanzas de los buenos ministros, pues justamente padecen las
quejas que ocasionan los que son malos. Por esto deben considerar,
cuando eligen gobernadores, que en diferentes personas se eligen a
sí mismos.
Esclarecido y digno maestro de los monarcas es el sol: con
resplandeciente dotrina los enseña su oficio cada día, y bien clara
se la da a leer escrita con estrellas. Entre las cosas de que se
compone la república de la naturaleza, espléndida sobre todas es la
majestad del sol. La matemática astrológica, ciencia que le ha
escudriñado las acciones y espiado los pasos, demuestra que, sin
violentar su curso, obedece en contrario movimiento el del rapto.
No se desdeña de obedecer en algo quien todo lo ilustra y lo cría;
y con tal manera se gobierna, que ni del todo obedece, ni con
soberbia se resiste. Y pues ninguno es tan grande como el sol, ni
tiene tantas cosas a su cargo, para acertar deben imitarle todos.
Han de ir, como él, por donde conviene; mas no siempre han de ir
por donde empezaron ni por donde quieren.
Empero esta obediencia y este albedrío no se ha de conocer sino en
la concordia de su gobierno.
No se ve cosa en el sol que no sea real. Es vigilante, alto,
infatigable, solícito, puntual, dadivoso, desinteresado y único. Es
príncipe bienquisto de la naturaleza, porque siempre está
enriqueciéndola y renovándola de los elementos vasallos suyos: si
algo saca, es para volvérselo mejorado y con logro. Saca nieblas y
vapores, y restitúyelas en lluvias que fecundan la tierra. Recibe
lo que le dan, para dar más y mejor lo que recibe. No da a nadie
parte en su oficio.
Con la fábula de Faetón enseñó que a su propio hijo no le fue
lícito, pues fue despeñado y convertido en cenizas. Fábula fue
Faetón; mas verdad será quien le imitare: cosa tan indigna, que no
pudo ser verdad en el sol, y lo puede ser en los hombres. Finja la
fábula que fue de manera que atemorice, para que no sea. También
mintieron que el sol se enamoró de Dafne, que se volvió en laurel,
para enseñar que los amores de los reyes han de ser aureados más
que agradecidos, y no quejosos han de premiar la honestidad que
huye dellos.
El secreto del gobierno del sol es inescrutable. Todo lo hace;
todos ven que lo hace todo; venlo hecho, y nadie lo ve hacer. No
carecen de dotrina política sus eclipses. En ellos se aprende cuán
perniciosa cosa es que el ministro se junte con su señor en un
propio grado, y cuánto quita a todos quien se le pone delante.
Liciones son éstas en traje de meteoros. Es el sol sumamente llano
y comunicable: ningún lugar desdeña. Mandole el gran Dios que
naciese sobre los buenos y los malos. Con un propio calor hace
diferentes efetos; porque, como grande gobernador, se ajusta a las
disposiciones que halla. Cuando derrite la cera, endurece el barro.
Tanto se ocupa en asistir a la producción de la ortiga como a la de
la rosa. Ni a intercesión de las plantas trueca los frutos. Y con
ser excesivamente al parecer tratable, es inmensamente severo.
Él da luz a los ojos para que lo vean todo; y juntamente con la
propia luz, no consiente que le vean los ojos; quiere ser gozado de
los suyos, no registrado.
En esto consiste toda la dignidad de los príncipes.
Y para que conozcan los reyes cuán temeroso y ejecutivo riesgo es
el levantar a grande altura los bajos y los ruines, apréndanlo en
el sol, que sólo se anubla y se anochece cuando alza más a sí los
vapores humildes y bajos de la tierra, que, en viéndose en aquella
altura, se cuajan en nubes y le desfiguran.
Mas en la cosa que más importa a los monarcas imitar al sol, es en
los ministros que tiene, en quien se sostituye. Delante del sol
ningún ministro suyo aparece ni luce; no porque los deshace, que
fuera crueldad o liviandad, sino porque los desparece en el exceso
de luz, que es soberanía. La luz que les da no se la quita cuando
los esconde, sino se la excede. No crecen sino de lo que él les da:
por eso menguan los ministros muchas veces, y el sol ninguna. Y en
el señor que los ministros crecieren de la que toman del señor y de
los súbditos, las menguantes se verán en él y no en los ministros.
Es eterna, digo perpetua, la monarquía del sol, porque en su
estilo, desde que nació al mundo, ningún siglo le ha acusado
novedad. Es verdad que llamarán novedad pararse en Josué, volver
atrás en Achab, eclipsarse en la muerte de Cristo. Novedades
milagrosas permitidas son a los reyes. Pararse para que venza el
capitán que pelea, volver atrás porque se emiende y anime el
afligido, escurecerse con el sentimiento de la mayor maldad: son
novedades y diligencias dignas de imitación, como, las que no son
desta casta, de aborrecimiento.
Esta postrera parte de los ministros estudió Julio César en el sol,
cuando eligió a Marco Bruto por gobernador de la Galia Cisalpina;
pues, contra el robo de los que le precedieron, sólo recibió de su
príncipe la honra. Y cuando volvió a Italia por donde gobernaba,
dejándole todo el amor y aclamaciones, se escureció delante dél en
su luz, no con su despojo.