Discurso

No hay tirano que no acaben, si se juntan uno que aborrece la tiranía por su naturaleza y otro que la aborrece por la razón. Entonces el aborrecimiento es cabal, cuando se aúnan el que aborrece al tirano y el que aborrece la tiranía: aquél incita, y éste ordena; el uno es entendimiento de la inclinación del otro.

Estas dos personas juntas dieron la muerte a Julio César, y fueron más eficaces para tan grande hecho, porque él los juntó a sí para que se juntasen entre sí contra él.

Casio, cuyo aborrecimiento era hijo de su natural, se atrevió a empezar la plática y a envenenar con tales razones a sus confidentes.

Oración de Casio

-Si Julio César se deja persuadir, temerario de la ambición y la soberbia, a ser tirano de su patria y cárcel de nuestra libertad, ¿cómo nosotros, ciudadanos de Roma, a ser leales, no nos persuadiremos de la razón y de la justicia? ¿Y por qué desconfiaremos que los dioses, que han permitido vitoria a sus robos, la nieguen a nuestra santa restitución? Dudar esto sería culparlos en su providencia; y pues no tiene más vida el que sabe ser malo, de hasta tanto que otro sabe ser bueno, cada día y cada hora que se alargare su vida será fea acusación de nuestra maldad. ¿Qué esperamos por nuestro temor, cuando la república nos espera por su remedio? Dos peligros grandes tenemos: en sabernos librar del peligro infame está el librarnos. Peor es vivir indignos de la vida por no saber morir, que morir dignos de vida por saber buscar la muerte. Los grandes hechos nunca se hacen sin aventurarlos. Y hay mayor riesgo en desear dar muerte al tirano, que en dársela; porque quien empieza lo que todos desean, empieza sólo lo que acaban todos. ¿Qué trabajo se iguala al disimular (obedientes a la adulación del tirano) con las mentiras de la cara las amenazas del espíritu? Sabe el tirano que no merece el aplauso de los disimulados, y castiga primero a aquellos de quien tiene sospecha que a los de quien tiene queja; porque teme por peor lo que malicia que lo que ve, cuanto se debe juzgar más dañoso al enemigo oculto que el descubierto. Si teméis sus armas, yo os certifico que ellas no aguardan para ser nuestras sino a que él deje de ser; que el difunto no tiene otro séquito que el de la sepultura. Ni tenemos otra cosa que temer en este hecho sino la dilacción; porque si le damos tiempo, establecerá su reino y fortificará su poderío con hechuras, y comprará amigos con las mercedes y beneficios. Yo no tengo enemistad con la persona de César, sino con su intento, ni en estas palabras oís mi venganza, sino mi celo. El pueblo os llama con carteles frecuentes, la patria con suspiros, yo con razones. Consultad con la honra y la obligación mi discurso; que yo fío de vuestro valor que no faltará voto.

Oyeron esta peste bien razonada, y respondieron que no les faltaban manos ni valor para la ejecución; empero que echaban menos para este hecho la persona de Marco Bruto, que con la asistencia de sus virtudes y opinión la calificaría; y ofreciéronse al riesgo, si Bruto los acompañase en él. Anduvieron bien advertidos, pues para matar a César echaron menos el hombre que sabían estimaba más.

Siempre se da el veneno en lo que más frecuentemente se come, o se pone en lo que ordinariamente se trae.