Texto
Era Marco Bruto cuñado de Casio, por estar
Casio casado con Junia, hermana de Bruto. Debía Casio a Bruto el
estar en la gracia de César; y en medio del deudo y amistad tan
grande, vinieron a enemistarse por la pretura que llamaban urbana,
que entre todas era la mayor. Hubo quien dijese que el propio César
mañosamente había mezclado esta discordia entre los dos
secretamente, dando a entrambos esperanzas de alcanzarla. Marco
Bruto oponía, a las gloriosas hazañas que Casio había obrado con
los partos, su nobleza y su virtud. Por esta diferencia estuvieron
los dos cerca de venir a las manos. Súpolo César, y determinó la
causa, diciendo: «Más justa es la pretensión de Casio; empero lo
mejor se ha de dar a Bruto». Hízolo así, y dio a Casio otra
pretura, el cual no quedó tan agradecido de la que le dio como
quejoso de la que no le había dado. Y no sólo en esto fue Bruto
dueño de la voluntad de César, sino que si fuera ambicioso, en todo
lo fuera, y mandara el Imperio. Mas la familiaridad con Casio le
estragaba el amor que a César debía tener; porque si bien no estaba
reconciliado con Casio, oía los consejos de sus amigos, que le
instigaban diciéndole que no se dejase llevar de las caricias del
tirano, ni envilecer y comprar de sus beneficios; que antes debía
irse retirando de su familiaridad y trato, porque era cierto le
honraba, no para premiar sus virtudes, sino antes para distraerlas
y infamarlas. Y de verdad César no se aseguraba de todo punto de
Marco Bruto, pues aunque se persuadía que por sus buenas costumbres
le sería agradecido, recelaba con todo, la grandeza de su espíritu,
el séquito de sus letras, el valor de su persona y la autoridad
numerosa de sus amigos.
Discurso
Muchas veces el parentesco ocasiona lo que debía estorbar: dígolo
más claro. El ser hermanos, primos y cuñados, padres y hijos, sirve
más veces de disculpa de dejarlo de ser, que de razón para serlo.
Oiga cada uno a su parentela, y ella me servirá de comento.
Afirmo que la sangre y afinidad es pretexto, y no deudo. Los
privados de los reyes nada han de tener más lejos de sí que a los
que les tocan más cerca, por dos causas: la primera, porque el
príncipe se fía de los tales como de personas que son de tan
estrecha obligación y deudo con su valido; y pareciéndole que el
día que él se los puso al lado pretendió esto, los adelanta sin
sospecha de darle celos, y así se acostumbra a otros y se divide:
grandes inconvenientes para conservar la voluntad humana granjeada;
y cuando empieza a recelarse, halla que ha menester defenderse.
La segunda, si no es mayor, no es menos peligrosa, pues los
parientes del poderoso, en el puesto que él les da, para no cumplir
con la obligación en que los pone, dicen que él cumple con la que
tiene: ahórranse el agradecimiento, llaman la ingratitud lisonja,
persuádense que todo lo tienen merecido, pretenden con presunción y
atrévense a dar qué sospechar, sólo porque no deben ser tenidos por
sospechosos. Al fin son enfermedad en la sangre, que si no se saca,
no se cura. Es de tal condición esta verdad, que tratarla en
confuso es nombrar ejemplos.
Así le sucedió a Marco Bruto con su cuñado Casio, que en reducirle
a la gracia de César y ponerle a su lado, se acreditó un
competidor. Hacer bien a otro sin hacerse mal a sí, blasón es de
Dios: no por esto pongo dificultad en el hacer bien, sino cuidado:
digo que se haga y que se mire a quién se hace. El Espíritu Santo
lo aconseja así en los «Proverbios»:
Si bene
feceris, scito cui feceris, et erit gratia multa in bonis
fuis. «Si hicieres bien, mira a quién lo haces, y alcanzarás
mucha gracia en tus bienes».
Según esto, mal sano queda nuestro proverbio español que dice: «Haz
bien, y no mires a quién». Tampoco digo que no se ha de hacer bien
a todos, a los buenos y a los malos, a los amigos y a los enemigos;
a los buenos, porque lo merecen; a los malos, para que lo merezcan;
a los amigos, porque lo son; a los enemigos, porque no lo sean.
Ciérrase en esto un escondido y alto misterio de la caridad, y una
bien avisada avaricia política. Dije que, debiéndose hacer bien a
todos, se mire a quién se hace. Hacer bien es poner en honra; y hay
quien sólo aguardó a verse en ella para ser ruin. Y como no se
puede negar que el que dio la honra hizo bien, tampoco se podrá
negar que al que se la dio le hizo mal, si con ella le hizo ruin.
Por eso se ha de mirar a quién se hace bien; porque haber quien con
el bien se hace malo, siempre se ha visto, y quien con el mal se
hace bueno, muchas veces se ve.
Si Julio César mirara a quién hacía bien en Bruto y en Casio, no
les diera ocasión de ser homicidas de quien los hizo el bien. Y si
Marco Bruto mirara por quién intercedía cuando hizo que a Casio su
cuñado le perdonase César, no le hiciera el mal de ocasionarle la
ingratitud.
Según esto, el cuidado entero y solo toca al que hace bien; porque
en el que hace mal, se reparte en el que le hace y le recibe.
Excluyó toda presunción, amenazó toda la liberalidad necia. Si a
Dios, luego que criando al hombre y haciéndole bueno y bien, y
dándole bienes, le pagó mal; y si Dios y hombre fue pagado de la
misma suerte, teman todos, no para dejar de hacer bien, sino para
saber hacer bien, sin hacer con el bien mal y malos; que es más
acierto no hacer mal al bien en el malo, que hacer peor al malo con
el bien.
Conócese que César temía ya a cada uno de por sí, y mucho más la
amistad y el parentesco que tenían, pues dando esperanzas para
pretender la pretura urbana a cada uno en secreto, los dividió con
enemistad ambiciosa. Más fácil fuera no juntarlos que dividirlos:
pudo hacer lo primero, y no lo segundo. Aquel está mortal, en quien
es tan peligroso el remedio como la dolencia.
Necesitaba César de la autoridad destos hombres; hallábase
aventurado entre ellos; quería tenerlos por amigos a ambos, y
conveníale que ellos fuesen entre sí enemigos; trazolo con maña, no
con dicha. Y para tenerlos él y que el uno echase al otro, los puso
en paz y en guerra con unas mismas mercedes; pues confesando que
merecía la pretura urbana con más razón Casio, y dándosela a Bruto,
dejó a Bruto quejoso, con la pretura que le dio, de la razón que le
negaba; y a Casio, a quien dio otra pretura, de la urbana, que
negaba a su razón.
Con nada contentan los príncipes, porque todos se juzgan igualmente
beneméritos. No es posible a los reyes dejar de dar los puestos, ni
contentar y hartar con ellos a los que los reciben. Si lo
consideran, más padecen que hacen.
Entendieron Casio y Bruto la mente de César; y por medio de sus
amigos, si del todo no se reconciliaron, entre sí se confederaron
contra él y aunaron las quejas propias contra el príncipe.
Ésta fue la primera disposición a la conjura contra su vida, y
ocasionó la primera plática sospechosa de las mercedes del tirano.