CAPITULO PRIMERO

 

Sidney pasó al segmento central de radioastronomía con el cabello revuelto, apagada la expresión y ojos soñolientos.

Lo primero que hizo fue consultar su reloj digital.

—¡He dormido casi catorce horas!

Carrie volvió hacia él su carita, sonriente carita, luminosa carita, llena de pecas.

—Lo necesitabas —dijo. Añadiendo—: Te espera una dura prueba de resistencia.

El radioastrónomo, obsesionado con las cifras del crono, susurró:

—Había pasado un día completo, hay que añadirle catorce, el total es de treinta ocho.... ¡Carrie! ¡Sólo nos quedan treinta y cuatro horas! Tendré que ir pensando en una buena explicación para el presidente.

—Te queda siempre la solución de emergencia, no lo olvides.

—Sí... Servirme del Thelioscope-1. Es la filosofía de ellos.

—La filosofía de ellos —agregó la bellísima pelirroja— no es otra que provocar la autodestrucción del Thelioscope-1 cuando éste absorba de una sola vez la cantidad necesaria de emisiones solares para reproyectarlas contra el quasar, desintegrándolo. Cuando nos veamos obligados a darle al proyecto esa única utilidad. Yo tengo otra filosofía.

Sidney formó dos arcos perfectos con sus cejas amarillas.

¿Cuál?

—Olvidarme..., olvidarme de que existe el Thelioscope-1. Me he olvidado y ellos ha hecho que mi psyqué se agudizara al máximo y mis sesos se devanaran a tope.

Se fijó ahora Sidney Logan en lo sonriente, luminosa, radiante, que estaba la carita de Carrie Savage.

Y preguntó:

—¿Qué estás intentando decirme, pequeña?

—Eureka... (1).

El que iba por el mundo con la credencial adjudicada de «casi perfecto» se quedó serio, muy serio, y callado.

Muy callado.

Mirando a la mujer de cabellos rojos como el fuego en un profundo y elocuente silencio. Empleando aquel silencio para decirle, y ella pareció asimilarlo sin necesidad de que existiera una interpretación oral, sonora, que el mundo y la vida eran, en

ocasiones, injustos, tremendamente injustos con las personas; le decía que él había sido injusto con ella al no saber en ningún momento, hasta hacía muy pocas fechas, valorarla en lo que valía. Al no haber profundizado en su bondad, inteligencia y capacidad de sacrificio. Cuando había abierto los ojos a la realidad y depositado su fe en ella, Carrie respondía con lo mejor de sus poderes intelectuales, estimulada, sin duda, al saber que su amor era correspondido. Que su perseverancia resignada había obtenido, al fin, la justa recompensa.

Y ella, se mostraba gratificante al máximo.

Lo estaba demostrando.

Lo evidenciaba... ahora.

Al haber pronunciado: Eureka.

Muy despacio, como temiendo romper el encanto entre romántico y místico de aquel callado oasis que les unía más que un millón de palabras, porque se trataba de un mutismo gráfico, hasta brutalmente expresivo, Sidney repitió en un susurro que rompió la quietud con matices de poesía:

Eureka..., has dicho Eureka —interrogando a la décima de segundo siguiente—: ¿Lo has encontrado, pequeña?

Ella volvió a prolongar como si encontrara placer en eso, aquel silencio de musical contenido.

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(1) Interjección que expresa que se ha encontrado súbitamente una solución, que se tiene una inspiración repentina.

Palabra griega que significa «lo encontré», atribuida a Arquímedes al descubrir bruscamente en el baño el principio de la flotación de los cuerpos Principio que hemos pasado a conocer con el nombre de su descubridor. (N. del A.)

 

Después:

—Creo que sí, amor.

¡EUREKA! —bramó, explotó Logan, entonces, corriendo como un poseso para alzarla del suelo, estrecharla entre sus fornidos brazos de moderno tarzán de la selva espacial y bailar con ella en lo alto, ebrio de alegría desbordante—. ¡EUREKA!

Tras la espontánea efusividad dejó a Carrie en tierra. Y mirándola una vez más con fijeza, se recreó en las líneas plácidas, serenas, que componían aquel rostro radiante de belleza, luminoso de ilusiones y preñado tanto de pecas como de esperanza.

Luego, casi reverente, dijo:

—Te escucho.

—Hay riesgo, Sidney. Pese a todo es enorme el riesgo que vas a correr y por ello tengo un miedo horrible. Es... verdadero pánico lo que tengo.

—También lo tienen, lo están sufriendo las gentes de este planeta y estamos obligados a liberarles de él aun a costa de nuestro propio sacrificio. Adelante, Carrie...

—La respuesta se halla en la posición momentánea de tres asteroides (1) cuyas órbitas actuales se sitúan paralelamente entre el núcleo del quasar y la Tierra. Los he ubicado, por esas ironías el destino, efectuando una prospección cósmica con el Thelioscope-1, bautizándolos con los nombres de Esperanza, Fe y Victoria. Sus ejes orbitales componen un ángulo agudo inverso de unos treinta y siete grados que tiene por vértice a Fe. Jugando a través de los niveles de

 

ese ángulo como si los asteroides fuesen espejos puedo enviar de uno a otro el rayo de teletransporte a una distancia matemática de dos espaciales y un cuarto por debajo del quasar, punto en el que podré fotoatomizarte y retrotraerte a Esperanza, de él a Fe, de éste a Victoria y luego, definitivamente, a la Tierra.

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(1) Astro de pequeño tamaño que gravita alrededor del Sol. La mayoría de los asteroides tienen sus órbitas situadas entre las de Marte y Júpiter. Su número es superior a treinta mil y su masa total es inferior a la milésima parte de la Tierra. Los más grandes que se conocen, Ceres y Vesta, tienen un diámetro de 650 kilómetros. (N. del A.)

 

—Si he conseguido entender todo ese galimatías logístico infinitesimal, abandonaré la nave a dos espaciales y un cuarto de la posición del fenómeno artificial para que aquélla siga camino solas hasta destruirlo, ¿no?

—Más o menos, rubiales —admitió Carrie con una sonrisa. Ampliando —: Viajarás a través del raíl fotoionizado a propulsión helios con velocidad de uno y medio superior a la del año luz, en una astronave Microaventurer V dotada de cinco proyectiles.

—¿Cinco? —pareció sorprenderse Logan.

—Dos de ellos desintegradores, que el Thelioscope-1 se encargará de activar reproyectando en sus dispositivos la energía solar y tres de expansión emisora que se encargarán de extender amplios campos magnéticos de regresividad para contener y controlar las radiaciones que se producirán en el momento que estalle el quasar.

—¡Asombroso, Carrie! ¡Es tan asombroso como inaudito!

El rostro de la pelirroja se cubrió, repentinamente, de sombras que velaron su anterior luminosidad.

—He hablado de peligro. De un grave riesgo.

—¡Pues ahora lo entiendo menos! —Logan estaba incontenible, exultante de alegría.—Si uno de esos tres asteroides modifica su eje orbital en más de quince centésimas, el trazado reverberante del teletransporte quedará truncado al momento y te perderé..., te perderás por el cosmos hasta desintegrarte.

Sidney Logan dijo, como si no hubiera escuchado las últimas palabras de la mujer:

—Supongo que has pensado ya en el momento idóneo en que deba producirse el lanzamiento, ¿verdad?

Carrie plagió la entereza del radioastrónomo y astronauta, respondiendo con la mayor naturalidad:

—A las 0.37 de mañana.

—De acuerdo, pequeña.

—¿Piensas comunicarlo a Washington?

No.

—¡Sidney! Tomarán represalias cuando regreses.

—Estarán demasiado ocupados en celebrar el éxito y en felicitarme por el triunfo. Y si hay fracaso, como no regresaré, ¿qué represalias van a tomar contra mí?

La sonrisa volvió a dar luz y color al rostro hermoso, rojizo, de ella.

—Ignoro si la procesión te va o no por dentro, Sidney. Pero tu firmeza de carácter y espíritu no reconoce fronteras ni límites.

—No se trata de todo eso, pequeña. Me estás supervalorando. Es simplemente un principio de obediencia y obligatoriedad que me debo a mí mismo. A veces se cometen errores...

—¡Por favor! —suplicó ella—. ¿Quieres olvidar de una vez esas trivialidades?

—Lo intentaré. ¿Has alertado a los de la...?

—¿Minibase de lanzamiento espacial? —cortó ella rauda, completando el interrogante.

—Eso iba a decir. Pero... te me has adelantado con insólito nerviosismo. ¿Por qué?

—Verás... —Carrie se mordisqueaba el labio inferior confirmando la excitación nerviosa que le acababa de atribuir Logan. Rompió la pausa dubitativa, reanudando—: Desde el momento en que he tropezado con la inesperada solución que suponía ubicar esos tres asteroides, miles de ideas y cientos de conjeturas y aproximaciones se han barajado en mi cerebro respecto al cómo —matizó intencionadamente el vocablo «cómo»—, contando de antemano con el hecho de que eludirías el debido informe a Washington. Y partiendo de ahí, quedaba claro, queda, que la astronave no debe abandonar el campo gravitatorio terrestre desde la minibase del Experimental Secret Astronomy Blacks Volcanic.

Sidney estaba boquiabierto.

—¿No...? ¿Desde dónde entonces?

—Contando con la anuencia de Claude Hanna, jefe de los servicios de vuelo cósmico, he dispuesto que se utilice la peana de sostenimiento exterior del radiotelescopio Abrahan Lincoln, situándola en los máximos de su distancia y el cráter del Thelioscope-1 por debajo justo de aquélla, donde se encontrará aposentada la Microaventurer V; procediendo de este modo a la activación nucleomotriz de la toberas de salida y despegue.

—¡Oh, oh, pequeña... —Logan se aplastaba las sienes con ambas manos—, oh! ¡Juro que me vas a volver loco antes de que me largue a hacer el quijote por los confines siderales! ¡De acuerdo en todo! ¡Aceptado! ¡Sea lo que tú dices!

—¿Hay algo en lo que no estés conforme?

—¿Conforme? ¡En todo, pequeña! En todo y en más. Oye...

—¿Sí, rubio?

—No sé por qué tengo la corazonada de que ya lo has dispuesto todo, de que entre tú y Claude..., ¿eh?

Carrie lanzó una sonora carcajada.

—¡Sí! ¿Cómo lo has adivinado?

—¡Intuitivo que es uno, pelirroja!

¡Ah...!

—Oye, Carrie...

¿Sí?

Logan consultó de nuevo su crono digital.

—Son las 21.07.

—¿Y? —fue ahora la mujer quien, con la imagen de la picardía pintada en su rostro, encima de cada una de sus pecas, había formulado aquel breve, pero significativo interrogante, muy arqueadas las cejas. Insistiendo con sutil invitación—: ¿Y...?

—Dispongo de tres horas treinta minutos... Disponemos de ese tiempo para hacer el amor. ¿Te apetece?

—Rabiaba porque me lo pidieras.

Besó su boca.

Después, Sidney, anuló los mecanismos electrocomputados que permitían el acceso al segmento central de radioastronomía, al tiempo que bloqueaba también los circuitos de TV.