CAPITULO PRIMERO
La central telefónica computada del CIDCA-USA (1) recogió la llamada.
El cerebro matriz con su tono impersonal, frígido incluso, dijo:
—Buenos días desde el CIDCA-USA —inquiriendo tras el reglamentario saludo—: ¿Quién llama? Identifiquese y dígame con quién quiere hablar.
—Soy Ulla Mossby del Space Herald. ¿Me permite comunicar con el señor Logan. Con Sidney Logan...
—Veré qué se puede hacer —anunció, diríase que con frigidez altiva ahora el cerebro matriz. Deseando saber después—: ¿Motivo por el que desea comunicarse con el señor Logan?
—Solicitarle una entrevista —repuso la que estaba al otro extremo del cable.
Hubo una pausa fugaz de tiempo antes de que el complejo microelectrocomputado, advirtiese:
—Un minuto, señorita Mossby. Debo consultar con el «cerebro-local» —y transcurridos algo menos de los sesenta segundos volvió ella a sentir el cosquilleo frío de aquel registro monótono, diciéndole—: Le paso de inmediato con el señor Logan.
—Gracias.
Ruido de resortes y células al saltar por impulsos fotoeléctricos, y:
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(1) Centro Informativo de las Ciencias Astronómicas, Unites States of America. (N. del A.)
—Habla Sidney Logan. ¿Sí...?
—¡Hola! Soy Ulla Mossby, redactara jefe del Space Herald... —se presentó.
—Tiene usted una «peligrosa» reputación al decir de sus colegas, señorita Mossby —la cortó con cierto énfasis irónico el subdirector del CIDSA-USA—. Se dice que es una gran profesional y se dice también que le importan muy poco los medios en tal de alcanzar la finalidad pretendida.
Una risita cáustica fue transportada por el tendido telefónico desde los labios gordezuelos y rojamente agrietados, sensuales, concebidos para besar y besar con pasión, de Ulla Mossby, hasta el pabellón auditivo del joven y ya erudito Sidney Logan, uno de los cerebros más preclaros del mundo en materia de radioastronomía.
—También dicen de usted que es... un hombre casi perfecto. ¿Verdaderamente lo es?
—Como comprenderá soy parte muy interesada en este juicio. Sería pedante por mi parte y falto de ética el responder a su pregunta. Lo entiende, ¿verdad?
Ahora, la risita sibilina de ella se trocó en suave carcajada.
—Creo entenderlo, señor Logan.
—Prescinda de los tratamientos, Ulla. Sidney a secas, ¿eh?
—Perfecto, Sidney a secas. ¿Siempre juzga usted o se forma opiniones a través de lo que se dice o de lo que le dicen?
—Es sólo un punto de partida, bonita. Puedo tutearte y decirte que eres muy bonita, ¿verdad?
—¿Te lo han dicho también, Sidney?
—¡No! —exclamó él, alterado, casi haciendo vibrar la conducción, lo mismo que si acabase de escuchar un sacrilegio. Añadiendo con voz cálida—: Eso me lo imagino yo, Ulla. Yo..., que tengo una imaginación fértil y desatada. Y en verso a esa imaginación algo muy dentro de mí, íntimamente, me está susurrando que eres muy hermosa. Que eres impresionante. Que eres deseable. Que eres tibia como tu misma voz...
—¡Que me pongo roja como una fresa, muchacho! ¡Pero...! ¡Lo que acabo de descubrir! Nunca hubiera admitido que un físico nuclear, un experto en radioastronomía y un sinfín de títulos más que suenan a algebraico, supiera decir cosas tan maravillosas y decirlas de la manera que las dices tú. Estoy hecha un lío, Sidney. Como te deje seguir me llevas a la cama por teléfono.
—¿Irías por tal de conseguir la entrevista, Ulla?
—Si la información a obtener valiese la pena —repuso ella con desparpajo y naturalidad a la propia vez—, ¿por qué no? —añadiendo como dándolo por sentado—: Pero tú vas a concederme la entrevista sin forzarme a esa bajeza, ¿verdad?
—¿Bajeza? —repitió él, con elocuente intención.
—Si hay objetivo de lucro por en medio me parece una bajeza. Si hay amor o simplemente atracción, deseo, se me antoja alucinante.
Sidney Logan, con una sonrisa en los labios que ella evidentemente no veía, preguntó:
—¿De qué temas hemos de hablar, pequeña?
—Podría contestarte —dijo Ulla, tibio el tono desde luego— que hablar con un tipo como tú, con una auténtica eminencia en una serie de materias que apasionan a la opinión pública, siempre es importante, gratificante incluso, para un profesional de la información... Pero para que veas que juego limpio y que no es tan fiera la leona como la pintan, te diré que quiero preguntarte acerca del proyecto Thelioscope-1.
—Es materia sub judice —respondió Logan con burlona grandilocuencia.
—¡Por favor, cariño! ¡Hasta los gatos andan por ahí maullando sobre Thelioscope-1! ¿Cuándo tengo el honor de que me recibas?
—Pienso que no podré ser todo lo elocuente que deseas.
—Porque no querrás, digo yo...
—Porque no estoy autorizado todavía a cierto tipo de confesiones con relación a ese proyecto.
—¿Me hablarás entonces de aquello que estés autorizado?
—¿Puedo invitarte a cenar?
—Inténtalo por lo menos —contestó Ulla con una sonrisa que cobró sonoridad a través del cable.
—Conozco un restaurante italiano en el Muberry Bend..., Cagliari Felice creo que se llama. ¿Querrías cenar allí conmigo esta noche?
—Quiero, casi perfecto. ¿Hora?
Hubo un leve retraso en la voz de aquel versado en astronomía, física nuclear y que además, a sus veintisiete años, era astronauta afiliado a la NASA con varios vuelos espaciales anotados en su haber, antes de musitar:
—¿Te paso a recoger a las nueve por la redacción de tu periódico?
—O.K. Te estaré aguardando.