CAPITULO IX
En el piano, lánguidamente, sonaban los primeros compases de la Marcha Fúnebre de Mozart.
Eran notas pausadas, casi intencionadamente... muy despacio.
Mortalmente despacio.
Vibrando cada una, con énfasis tétrico, en la amplitud del salón.
Poblando de horror todo el espacio de su acústica.
Notas...
Piano...
Magali Lenan salió de las sábanas bruscamente sobresaltada.
Esforzándose por hacerse a la realidad y por zafarse al abrazo de pánico que la estrechaba.
De súbito; truncando su reparador sueño.
Pero inquieto.
Porque los fantasmas de su conciencia la impedían dormir en paz.
Parpadeó.
Tinieblas.
—¡Everett, Everett...! ¿Eres tú? ¿Estás ahí?
Palpó sobre la cama, a su lado.
Vacío.
Everett no estaba allí.
Las notas llegaron hasta sus oídos con nitidez.
El piano...
Alguien estaba tocando el piano
¡Everett no..., Everett no tenía la menor noción musical!
¿Quién...?
Zozobró, arropándose entre las sábanas.
Y de pronto decidió escapar de ellas y saltar velozmente del lecho. Se puso a tientas, a oscuras, la bata, enrollándola a su cuerpo excitante y deseable.
Saliendo del cuarto rumbo a las escaleras alfombradas que conducían a la planta baja de la magnífica residencia que Everett había adquirido para los dos; para alejarla de cualquier recuerdo que la vinculase a Craig Majors.
Bajó los peldaños con zozobra atropellada.
Mientras las notas de la Marcha Fúnebre seguían llegando, machaconas, crueles, lacerantes, hasta sus oídos.
Pero el pánico a la ignorancia, al porqué, a lo que pudiera estar sucediendo... era superior al que le producía el desvelar aquel sobrecogedor misterio.
¿Quién...?
Al llegar a la planta, despacio, arrebujándose más y más en la bata, prosiguió su avance, más lento ahora, hacia el salón.
Abrió las puertas de par en par y las notas restallaron brutalmente, saliendo siniestras a su encuentro, rodeándola, oprimiendo su garganta como un manto invisible de muerte.
Asfixiándola...
—¿Quién..., quién... está ahí? —tartajeó.
Y de súbito, como un estallido de horror, todas las luces de la estancia se encendieron... inundando el salón de claridad.
Un hombre estaba sentado al piano.
¿Un... hombre?
¡Un cadáver! El cadáver de... Craig Majors.
¡¡NOOO!! —bramó, desenfrenada, alzando ambas manos para cubrir su rostro, entreabriéndose la bata y dejando parte de sus pródigos encantos al descubierto.
Cesó la música siniestra.
—¿De qué te asustas, querida? —Craig Majors se había alzado de la silla.
—¡Estás..., estás muerto! ¡Y yo veo visiones!
—Quizá es la voz de tu conciencia que golpea tu cerebro... y puede que sean los ojos: de tu sucia conciencia los que ahora me están viendo. ¿O... no piensas que pueda ser un mensaje de ultratumba mi presencia aquí, Magali?
Temblaba.
Su cuerpo se mecía a golpetazos espasmódicos, lo mismo que si la estuviesen flagelando violenta, despiadadamente, con un látigo.
Retiró, al fin, las manos de la cara.
—¡Everett tiene razón! ¡No eres más que un monigote! ¡Una mascarada de Sue Elen Majors!
Las carcajadas que salieron por entre los labios del... hombre, acribillaron el ámbito con un eco muchísimo más tétrico que el anterior de las notas del piano.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja...! El terror te enloquece y no sabes lo que dices, Magali. ¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Te voy a matar otra vez!
—¿Otra vez...? Así, ha habido una primera, ¿no? ¡Estúpida insensata! ¿Pretendes en tu locura... matar a la muerte?
—¡Tú no eres la muerte...,no eres Craig Majors, fantasmón! No eres más...
—Qué soy, ¿eh? —le interrumpió con terrorífica crispación en sus facciones, el resucitado—. ¿Te estás preguntando, para tus adentros, zarandeada por el pánico, cuál es la verdad? ¿Te preguntas una y otra vez, martilleas desesperada tu cerebro buscando la respuesta a la horrible incógnita... a si soy una aparición o el Craig Majors... que no murió?
—¡MIENTES! ¡MIENTEEES!
—¿Realidad, Magali... o ficción? —seguía, siniestro, el personaje—. ¡Y preferirías que fuese una visión! En el fondo quisieras que así fuera... visión, fantasía... Como me sucedía a mí en las fases alucinógenas a que tú me precipitabas con las drogas y estimulantes que e'/te prescribía. Drogas que tú mezclabas en mis alimentos y bebidas. Visiones, visiones, visiones... ¡VISIONES! Poblabais mi mente de fantasías horrísonas para precipitarme a la locura, al supuesto suicidio...
Magali, encajando las mandíbulas, pálida como la misma muerte, agotaba sus últimos instantes del valor temerario nacido, gestado en el mismo horror que la estrangulaba.
Que le quitaba la vida y la razón muy despacio... poco a poco.
Se encaró con aquel que estaba erguido. Trágicamente erecto. Rígido como un espectro.
—¡NO ES CIERTO! —gritó—, ¡ESTO NO ES VERDAD! No hay realidad aquí... Tú estás muerto, Craig Majors. ¡Y LOS MUERTOS NO VUELVEN!
—Sí, Magali... sí vuelven. Y eso... post mortem, tibi manifestabitur.
—¿Qué me estás diciendo?
—¡Lo que me dijeron a mí! ¿No lo recuerdas? Que me sería manifestado después de morir.
—¡Lo tuyo era falso, imbécil! Te pasábamos... —Magali, excitada, caminaba verbal y mentalmente por un sendero que flanqueaba la praxis y el eufemismo, la realidad y la ficción, la verdad y la mentira, dirigiéndose a! que suponía un aparecido y al que creía, con horror, una realidad—, unas películas para provocar tus pesadillas y sumirte en profundos baches alucinógenos. A Percival Steiger la viste subido a tu taxi, primero en una filmación de video... Everett se encargaba de buscar a los artistas fracasados que aceptaban de mil amores el trabajo. Luego, fue verdad. El actor detuvo tu taxi... Era la secuencia final, la secuencia de la muerte, de tu muerte... ¡PORQUE TU ESTAS MUERTOOO...!
—¿Necesitas gritarlo para creerlo, Magali?
—Era mentira... —siguió ella como en éxtasis alucinatorio—, era la voz del actor la que te decía, Quod ignoras, post mortem, tibi manifestabitur. ¡Era un actor, estúpido Craig Majors! ¡Muerto Craig Majors! ¡El... un actor! ¡No se trataba de ninguna premonición del más allá como tú creías!
—Pero ahora, Magali, todo es distinto. Todo es verdad. Ahora... sí, Magali. Ahora vas a morir y tus dudas se despejarán... tus dudas acerca del por qué he vuelto. Escucha las palabras... ¡ESCUCHALAS BIEN! —el ser, caminaba hacia ella, muy despacio, pero con criminal decisión en sus gélidas pupilas. Desgranando con enervante matiz—: Quod ignoras... ¡POST MOR TEN, TIBI MANIFESTABITUR!
Un aullido bestial rasgó tras unirlas en el alarido, las cuerdas vocales de Magali Lenan.
—¡NOOOO! ¡ESTAS MUERTOOO! ¡REGRESA A TU SEPULTURA... REGRESAAA!
Los brazos extendidos del resucitado, las manos de Craig Majors, estaban engarfiadas ya con siniestro patetismo, alrededor de la garganta de la explosiva hembra, que mostraba ahora una apariencia lívida.
Cadavérica.
Como... como si la muerte hubiese llegado ya hasta ella antes de morir.
—Te mataré, diabólica ramera... post morten, tibi manifestabitur. Pero para que te sea revelado, ¡MUERE PRIMERO!
Y los dedos rígidos, comenzaron a apretar.
A apretar.
A... ESTRANGULAR.
Hasta que se oyó, de pronto, inesperadamente, el estrépito de cristales rotos.
De uno de los ventanales del salón que daban al jardín, que el cuerpo de un tipo bastante, suicida acababa de cruzar como una exhalación llevándose vidrios por delante adheridos a su piel e indumentaria.
Estallando la voz de Kirk Seymour.
—¡Quieto... deténgase. Guy Havers! ¡Quieto... O DISPARO!