CAPITULO IV

 

92 de St. John’s Wood Road.

Ella estaba apoyada, removiéndose nerviosa, contra el dintel del portal.

El, cuando asomó puntualmente como cada día, a las 8.30 de la mañana, la vio. Mostrando en su expresión una fusión de alegría, asombro y extrañeza. Todo a la vez. Al unísono.

—¡Sue Elen! ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo...?

La chica, además de estar visiblemente agitada, agitaba dos periódicos. Uno en cada mano.

Casi abanicaba con ellos el rostro, perplejo ahora, de Kirk Seymour.

Que no entendía nada de aquello.

Que no podía, ni por asomo, comprenderlo.

Parpadeó, articulando:

—Pero... Sue Elen, ¿qué ocurre?

—¡Mira, mira...! —y le acercaba a la cara uno de los rotativos.

Era la edición matutina del Daily Express cruzada la primera página por dos líneas paralelas rojas, en diagonal, que encerraba la palabra... INAUDITO.

Y el titular de la plana, ponía los pelos de punta.

Sobre todo a las 8.30 en punto de la mañana.

Simplemente decía así:

 

¡CRAIG MAJORS HA RESUCITADO!

 

Parpadeó otra vez. Asegurándose de que no se había dejado ninguna legaría en los ojos.

No.

La agitación de Sue Elen era, pues, justificadísima.

Kirk la atrapó por una muñeca y tiró de la chica, haciéndola callar, hacia un snack cercano.

—¡Pero Kirk...!

—Quieres cerrar esa linda boquita que Dios te ha dado, ¿eh?

Tomaron asiento en una mesa alejada de la barra y de la entrada.

Seymour, tras pedir un par de cafés, le robó literalmente el Daily Express y se puso a devorar la letra de imprenta.

—¡Eso es absurdo!

—¡Pero es...! La policía ha estado allí, ¿no lo lees?

—Sí. Y han comprobado pese a la historia de la vieja que la losa estaba correctamente colocada y sin señales de rotura ni agrietamiento.

—¿Y cómo justificas la presencia del acuchillado sepulturero?

—Pudo asesinarlo cualquier ladrón de cementerios. Que los hay...

—Ella dice que vio a mi hermano —le cortó Sue Elen.

—Ella puede decir misa si quiere. ¡Pero, vamos a ver! ¿Es que tú te lo crees todo, pequeña? ¿O es que no puedes parar de darle rienda suelta a tu imaginación?

—Ese artículo está inserto en un periódico serio y firmado por un profesional de prestigio.

—A ambos les interesa vender el mayor número posible de ejemplares del Daily Express. Y lanzar una edición especial si es preciso.

—Tendrías que haberlo visto para creerlo, ¿no?

—Cualquier persona lógica, sensata y en pleno dominio de sus facultades mentales, respondería, señorita Sue Elen Majors con un rotundo, aplastante:

¡SI!

Ella sólo dijo:

—Gracias, Kirk. ¡No sabes cuánto me ayudas!

—Sue Elen, por favor... —trató de retener entre las suyas una de las manos femeninas, pero la chica eludió la efusión. Seymour anunció—: Comprendo lo que tú estás...

—¡Tú no comprendes nada! ¡Nadie comprende nada!

—Sue Elen...

—¡Narices!

—Te pones preciosa cuando te enfadas, ¿lo sabías?

Ella le fulminó con sus intensísimas pupilas verdosas.'

—¡Gracioso! ¿Es todo lo que se te ocurre?

Se encogió de hombros.

—Tod. Lo siento.

La muchacha abrió el otro periódico por una página determinada: la de sucesos. Se trataba de un ejemplar de The Times. Obvio que la noticia central. la que acaparaba rótulos espectaculares y demás era la salida del sepulcro de Craig Majors.

Pero Sue Elen, ahora, no hizo referencia a aquélla si no a otra, enmarcada en recuadro doble, negro, en la que, bajo la fotografía de un hombre, de busto, podía leerse lo siguiente:

 

ESTE ES GUY HAVERS

 

¿ES QUE TODOS LOS LECTORES «PASAN» DE LA ANGUSTIOSA, DESESPERADA SITUACION, EN QUE ESTA SUMIDA MÓNICA BOGARDE? ¡POR FAVOR...! ¿ALGUIEN LE HA VISTO ULTIMAMENTE? ¿CREE USTED HABER VISTO A GUY HAVERS?

 

Aun a riesgo de cansarles, de que se hastíen de nosotros, de que nos llamen pesados y de lo que es todavía muchísimo peor, que se pasen a adquirir las publicaciones de nuestros competidores... no podemos eludir. ni aun corriendo todos esos riesgos, nuestros deberes morales, solidarios y de humanidad.

Existe un corazón dentro de! cuerpo de alguien llamada Mónica Bogarde que late a veces muy de prisa, y otras, casi no late. Existe una mujer que lleva casi cinco meses sufriendo. Porque Mónica Bogarde lleva ignorando durante ese prolongado lapso de tiempo cuál es el paradero de su marido. No sabe nada de él. NADA. Un día no llegó a casa... y hasta hoy. La policía, ¡como siempre!, investiga; averigua. Nosotros nos preguntamos dónde y el qué. Pero Guy Havers no aparece ni vivo ni muerto. Un hombre que nunca había faltado más de una hora, y siempre justificadamente, del domicilio conyugal.

Mónica ya no confía en que su esposo le sea devuelto con vida, no. Mónica no quiere engañarse ni cultivar vanas esperanzas, ilusiones que ya intuye, para eso es mujer, rotas para siempre. Pero... ¿puede decirle a sus tres hijitas... papá ha muerto?

Por favor, se trata de un ruego personal nuestro; humanitario: ¿Alguien cree haber visto últimamente a Guy Havers? Si la respuesta es afirmativa aunque no exista la total certeza, aun con reparos, aun en la duda... ¡llamen a nuestra redacción! Nosotros se lo agradeceremos, Mónica les quedará por siempre reconocida.

 

Kirk Seymour había leído la glosa, .en principio y una vez más, por complacer a Sue Elen. Pero cuando volvió a observar la fotografía que encabezaba el artículo, meditativo, serio y con extrañeza, murmuró:

—Yo sólo vi a Craig Majors..., a tu hermano, en un par de ocasiones. ¡Y juraría que...!

—Que ese hombre al que aquí nombran como Guy Havers es él, es Craig Majors, ¿verdad? —le interrumpió, anhelante, vehemente la preciosa muchacha.

Y el inspector-jefe de la London General Insurance, sin reparos pero con preocupación evidente, repuso:

—Sí...

—Pues no es Craig, aunque se le parece enormemente.

Kirk apuró un sorbo de café.

—Sue Elen...

—¿Sí...? —la ansiedad se le salía por sus preciosos ojazos verdes.

—Me da pánico, imaginar tan sólo, lo que tú estás tratando de hacerme pensar.

Sue Elen bebió el resto de su café.

—Pero a qué ahora, y aunque después de esto... —golpeó con la palma de su derecha ambos ejemplares—, mi idea original de los hechos se distorsione, ¿no se te antoja todo tan absurdo, tan irreal, tan fantasioso, tan de ciencia ficción, eh?

—Es muy grave, Sue Elen. Este asunto es gravísimo.

—¡Por eso precisamente, Kirk! Porque es muy grave quiero saber la verdad de todo lo ocurrido. Por dura y difícil que sea. Por monstruosa.

—Pequeña... —trató de convencerla y autoconvencerse Kirk Seymour—, esto es cosa de la total incumbencia de la policía.

—¡Por favor...! —exclamó ella, con sorna—. ¡No me hagas reír que estoy de luto! La policía... No dudo de que sepan cuál es su trabajo y cómo deben cumplirlo, pero tienen demasiado.

—¡Qué dura eres, muchacha!

—¿Porque me gusta llegar al fondo de las cuestiones?

—Y porque te obstinas, Sue Elen.

—¡Vaya! ¿Me obstino? ¿Por qué no tratas de ponerte en mi lugar?

—No me hallaría... siendo tan bonita como tú.

—¡Kirk! Tú y yo tenemos que aclarar esto.

—¿Yo...? ¿Por qué yo?

—Porque me conociste ayer y sé que te gusto. Y porque en el fondo este misterio empieza a fascinarte...

—¡Eres una diablesa en persona! Pero admito ambos cargos porque también a mí me gusta la sinceridad. Sue Elen..., ¿de veras piensas eso?

—¿Que te gusto?

Sonrió él abiertamente.

—No. Que tu hermano no era lo estúpido que su mujer suponía, que intuyó la jugada que entre ella y el psiquiatra le preparaban y que se les adelantó enviado al cementerio de Guy Havers en su lugar. Que pasado un tiempo... ayer por la noche, valiéndose de ve a saber qué métodos, salió de la tumba, con premeditada espectacularidad, con macabra y criminal espectacularidad, dispuesto a sembrar el terror sobre aquellos que suponen haberle asesinado a él.

—Es una monstruosidad, una canallada..., pero lo pienso así. Debe ser así y lo admito así, Kirk.

—Entonces, Sue Elen. es que admites también, implícitamente, que tu hermano es un asesino.

—¡Vaya...! —exclamó ella, alterándose una vez más. Nerviosa. Y preguntó—: ¿Según tú, entonces, tenía que dejar que Magali y McKean consumaran sus proyectos?

—Proyectos, pequeña, que están en tu imaginación... sólo en tu imaginación, no lo olvides.

—¡Válgame el cielo! ¿Aceptas como normal y lógico que ella y el psiquiatra se hayan casado a los cuatro días de la supuesta muerte de mi hermano? ¿Te parece normal también el repentino fallecimiento de mi tío y su insólito llegado a un muerto?

—Detente, Sue Elen, detente —Kirk extendió la palma de una mano hacia adelante—. Todo son hipótesis. Si tu hermano consiguió realmente camuflar su desaparición sustituyendo el que debía ser su cadáver por el que era de Guy Havers, hubo de contar con medios y ayuda.

—El cuerpo quedó destrozado dentro del taxi, no lo olvides.

—Pero necesitó la colaboración de alguien para montar esa trama diabólica, ¿no lo entiendes?

—Sí.

— Y se llama asesino al que comete dos asesinatos, aunque uno ya baste para adquirir el calificativo: paso, porque no hay más remedio, porque utilizara a Guy Havers dado el sensacionalismo parecido. Pero ¿a qué viene ese cruel ensañamiento con el sepulturero?

—Tú has hablado antes de premeditada espectacularidad...

—Y añadido macabro y criminal espectacularidad.

—¡Sí, sí, sí, sí, Kirk Seymour! —se desesperó ella. Añadiendo, tratando de calmarse—: Sé que tienes razón. Y creo haber dicho yo también que se me antojaba una monstruosidad. Pero quiero saber el porqué, llegar al fin... y te suplico que me ayudes.

—Pues, así de golpe y porrazo —largó Seymour con una sonrisa masticada entre dientes—, sólo se me ocurre una forma de hacerlo.

—¿Cuál...? —un chispazo de ansiedad, de alivio también, crispaba las bellas facciones de Sue Elen Majors.

—Darse esta noche una vuelta por el Kensal Green Cemetery y echar un vistazo al interior de esa sepultura de la que, según la vieja, vio salir al Craig Majors que apuñaló a su marido... y que según fuentes policiales no ofrecía la menor señal de violación. Me imagino que las autoridades estarán pensando lo mismo, o lo han pensado ya, y tramitan en estos momentos una orden judicial de exhumación. De ser así, es muy posible que os avisen a tu cuñada y a ti para que estéis presentes. Pero tú y yo, inquieta investigadora, tenemos que anticiparnos a los procesos legales.

—¡KIRK...! —tenía ella sus preciosas pupilas desorbitadas.

—¿Qué pasa ahora?

—¡Tú estás loco!

—No más que tú, muñeca. Ahora bien, si conoces otro sistema...

Se quedó muy callada. Y anunció al fin, sentenciosa:

—Perdona, Kirk. Tienes razón. El punto de partida es saber realmente quién está dentro de esa sepultura.

—Sí, así es. Tienes que contactar con Mónica Bogarde, Sue Elen. Será importante que ella vea... lo que encontremos y lo identifique en caso de que sea Guy Havers.

—¡Es un grave riesgo!

—Que tenemos que correr como se corren otros cientos de riesgos en la vida. Tú eres mujer... ¡y además se te nota considerablemente! ¿No sabrás convencerla de que debe guardar absoluto silencio?

—Creo que sí...

—Yo me ocuparé del resto. Hacen falta muchos detalles. Y me preocuparé de averiguar qué tal se pasa en la penitenciaría de esta ciudad.

—¿Tan poco confías en ti, Kirk?

—Tan nada, muñeca.

—¿No me dijiste ayer que serías capaz de entrar a saco en el infierno y enfrentarte a Satán y...?

—Lo que vamos a hacer es mucho peor que eso. No lo dudes, preciosa.

Bajó ella su cabecita, en silencio.