CAPITULO VIII

 

—¡Jason! —gritó, exaltada, Violeta, en cuanto quedaron solos en aquella extraña estancia en forma circular en la que les resultaba difícil mantener el equilibrio—. ¿Es que te has vuelto loco? ¿A qué viene eso de que tienes capacidad para autodestruirte o provocar la destrucción de Kiowa? ¡Jason, Jason, estamos jugando con nuestras vidas! Estás jugando...

—Estoy jugando a salvar nuestras vidas, pequeña. ¿No lo entiendes?

—¡Por Cristo vivo que no!

—Worldowner no es más que un androide...

-¿Y...?

—¡Hay cosas que no cambian y no cambiarán nunca por millones de años que pasen! —Baxter también hablaba con agitación. Tratando de calmarse, continuó—: Sabe que tiene un relativo poder pero entiende al mismo tiempo que su aparato pensante es inferior al mio por la razón simple de que el suyo atiende a unas características más o menos exactas y depuradas, pero que proceden de una realidad mecánica, técnica y cibernética, ideada y puesta en práctica por el ser pensante. Worldowner es consciente de que mi psiquis es altamente poderosa, le teme al hecho de que pueda desarrollar toda su fuerza...

—¿Hablas en serio, Jason?

—Sí. Tengo poderes parapsíquicos. Por esa razón en la NASA actué en experiencias que jamás salieron a la luz pública como fue la de viajar con la mente a distancias superiores a los mil años luz para traer imágenes que sirvieron para el estudio de los técnicos. Cada vez que hacía eso me estaba jugando la vida porque corría el riesgo de que mi psique no se integrara en la envoltura física en el momento convenido ocasionándome, entonces, la muerte. Ahí nació mi apodo de Space Temerary, aunque todo el mundo llegó a suponer que eso se debía a mi valor físico, a mi arrojo...

—¡Jamás lo hubiera imaginado!

—Ni yo te lo hubiera dicho de no mediar las extremas circunstancias que nos rodean.

—¿Qué vamos a hacer, Jason?

—Cumplir la misión que nos ha traído aquí. Violeta…

—¿Sí?

—Ellos pueden vernos y hasta oírnos, por lo cual, a partir de este momento voy a pensar dentro de ti. Tienes que mantener tus ojos muy fijos en los míos para poder escuchar todo lo que voy a decirte. ¿Entiendes?

—No muy bien. Pero obedeceré al pie de la letra.

A partir de este momento los labios de Jason Baxter permanecieron pegados componiendo una línea recta imperturbable y dura mientras su cerebro desarrollaba una fuerza tal de traslación y contacto al de ella, que Violeta experimentó al principio un fortísimo dolor de cabeza.

—Vamos a fingir amarnos, pequeña. Y mientras estamos muy juntos tú, despacio, con las uñas, arrancarás a partir de mi clavícula, el pecho sobrepuesto de aluminio que entre él y el mío físico, esconde un pequeño arsenal de armas atómicas. Pero todo eso, prenda, lo hemos de hacer desnudos y muy metidos, físicamente, el uno dentro del otro. Piensa que es nuestra última oportunidad, porque no todo podemos fiarlo al poder de la mente.

También la negrita le contestó con el pensamiento:

—No necesito justificarme con nada para desear que me ames y enloquecer amándote, Jason.

—Es justo lo que no quiero, que enloquezcas.

—¿Pretendes que te sienta penetrar en mí manteniendo el cerebro frío?

—Exactamente, preciosa. Porque mientras yo te poseo irás extrayendo las piezas ocultas y montando una serie de instrumentos bélicos que decidirán la jugada final. Se trata de dos pistolas atomizadoras, dos termodestructores láser y un fusil inmovilizante. Luego, al tiempo que nos vestimos procurando distanciarnos lo mínimo, nos repartiremos el arsenal por el interior de nuestros trajes.

—¡Dios nos ayude!

—Falta nos hará. ¿Dispuesta?

-Sí...

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CAPITULO IX

Media hora después, exactamente, fueron devueltos frente a Worldowner.

En la misma extensión incalculable de espacio donde les fuera dado a ver con anterioridad.

—Ha llegado el momento de que cumplas tu palabra, Jason Baxter.

—¿Quién me garantiza que respetarás la vida de Violeta Rivas?

—¿Acaso no te he demostrado que soy fiel a mis decisiones? Te he permitido esa media hora de intimidad…

—En la que nada arriesgabas —le cortó el Space Temerary— porque hemos estado bajo control visual y auditivo. Te ha servido como preámbulo para confiarme. Pero yo sé que la verdad de tus intenciones es utilizar a Kiowa —ella seguía sentada a la derecha de Worldowner, con su expresión apenada de antes, inclinados los ojos como rehuyendo intencionadamente los de Jason Baxter. U obedeciendo, quizá, órdenes perentorias de eludirlos— para los propósitos de consolidación de tu hegemonía, a mí para ese experimento androhumano y... deshacerte de Violeta.

—¡He dicho que respetaré su existencia y eso ha de valerte, mi incordiante humano!

—Necesito algo más, Worldowner. Una garantía material, fiable.

—No se me ocurre... ¡Se me ocurre que no tienes más opción que obedecerme! Serás trasladado al laboratorio donde mis expertos en cirugía psíquica procederán a mutar tu cerebro por el de un androide.

—Vas a obligarme a que proceda sobre la mente de Kiowa...

Ella, la preciosa cobriza de epidermis aceitosa y exóticas facciones de singular encanto, con despacho en su época a la que según Worldowner había accedido anticipadamente de astróloga y futuróloga, amén de técnica en mediciones espaciales algebráicas, alzó ahora el rostro para estrellar sin recato sus pupilas, aquellas enormes y vivísimas pupilas de tonalidad almendra, en la faz de Jason Baxter.

El, pensó que Kiowa le estaba mirando sin verlo en realidad.

—¡Aparta tus ojos de los suyos! —se desesperó el Superior Máximo—. ¡Me consta que tiene poderes.

La india procedente del año 2237 a la era que de acuerdo con los oráculos y el Testimonio de la Vida Androide le correspondía cronológicamente se elevó, inesperadamente, del fondo de su asiento, ofreciendo una mueca crispada.

Su mano avanzó sobre el cuerpo atlético de Baxter, gritando hasta la exasperación:

—¡ESTA ARMADO, WORLDOWNER! ¡LLEVA ARMAS BAJO EL EQUIPO DE VIAJAR AL FUTURO, MI SUPERIOR MAXIMO!

—¡Maldición! —aulló a su vez Worldowner, brincando también.

-¡DESTRUYELE, SUPERIOR MAXIMO! -seguía desgañitándose paroxísticamente Kiowa, perdiendo belleza en aquella serie de rictus estremecedores que oprimían sus facciones—, ¡DESTRUYELOS A LOS DOS!

—¡Estúpida del infierno! —bramó desesperada, fuera de las órbitas sus ojos tan negros como la misma noche final que parecía avecinarse sobre ellos, Violeta Rivas. Y extrayendo con velocidad inverosímil de debajo de su traje a través de una rotura deliberadamente efectuada la pistola atomizadora, enfocó el cañón contra el cuerpo de la Sacerdotisa Mayor de la Primera Epoca de la Hegemonia Androide. Sentenciando—: ¡MUEREEEEEE!

Worldowner, de un salto, trató de interponerse en la línea de tiro, gritando:

—¡NOOOOO!

No, desde luego.

No llegó a tiempo.

Fue mucho más rápido el rayo destructor que vomitaba con esquirlas y chispazos rojoanaranjados el arma accionada por la negra, que el intento del Superior Máximo.

Kiowa Young, la mujer que finalmente había llegado a su época dentro de un rocambolesco entorno de procedencia, desapareció en el interior de una nube negra de la que no quedaron, segundos después, ni cenizas tan siquiera.

Worldowner, el androide que había levantado a sus congéneres hacia la rebelión, el hombre que pretendía millones y millones de años de paz y orden bajo la hegemonía de los suyos, se quedó atónito, pasmado, contemplando el espacio etéreo que fracciones de segundo antes había ocupado la presencia física de aquella Sacerdotisa Mayor que tanto le costara arrebatar al pasado donde por error naciera.

Revolviéndose hacia los humanos, escupió:

—¡Ahora veréis! ¡A mí la legión robótica!

Cayeron, sí, de arriba.

Centenares de robots.

Jason Baxter los vio situarse frente a él con mecánica agresividad, empuñando armas sofisticadas que habían de tardar breves instantes en reducirles a ceniza, en enviarles al paraíso de la oscuridad y el silencio cuya puerta les mantendría abierta, sin duda, Kiowa Young.

Pero mientras esos pensamientos cruzaban su mente a velocidad de vértigo, supo también donde estaba la salvación, la única posibilidad de obtenerla.

WORLDOWNER...

Si desaparecía de allí como estaba intentando hacerlo, todo habría terminado para Violeta y él.

Cerró los ojos apretando los párpados con violencia inusitada para provocar un esfuerzo psíquico, para aguzar su poder al máximo como hacía años no realizaba.

—Debo ir... Mi mente tiene que abandonarme y salir al encuentro de Worldowner... Es necesario que vaya... ¡AHORA!

El cuerpo de Jason Baxter quedó por completo paralizado e insensible a cualquier acción violenta que pudiera desarrollarse contra él, a partir de aquel instante en que su psiquis había partido en veloz trazado al encuentro de Worldowner.

—¡Detente!

—¿Quién me habla? —el Superior Máximo, asombrado y presa de! pánico, se detuvo.

—Soy Jason Baxter... Estoy en ti.

—¡Mientes, imbécil! Es un amago de ilusionismo con el que pretendes confundir mi programación engramática.

—Voy a hacerte estallar, Worldowner. Incendiando ese montón de alambres que llevas dentro de tu cabeza mecánica.

—¡Eso no...! ¡Eso no lo hagas! ¡Destruirás el génesis de la Hegemonía Androide!

—Vas a saltar hecho pedazos, hecho pedazos... HECHO PEDAZOS.

—¡Nooooooooooooo! —aulló Worldowner, paralizado, dándose cuenta que estaba inmóvil porque Baxter había anulado su fuerza motriz abortando por entero su capacidad de maniobra.

—¡AHORA!

Y coincidiendo con la última «A», con su eco que se perdió dentro de los sensores programáticos y cibernetizados de Worldowner, se produjo el estallido.

El Superior Máximo de la Primera Epoca de la Hegemonía Androide reventó.

Reventó en el sentido más literal de la palabra.

Esparciéndose porciones suyas, pedazos, por los más lejanos rincones de aquella sala gigantesca, de dimensiones tales que a simple vista resultaban incalculables. Que se perdían fuera, muy lejos del alcance de las pupilas del ser humano en su lógica perspectiva visual.

Paralelamente a la destrucción de Worldowner fueron estallando, uno tras otro en alucinante barahúnda, aquellos engendros metálicos, fríos asesinos carentes de voluntad y criterio, que componían la legión robótica androide.

Violeta corriendo zigzagueante por en medio de aquella babel enloquecedora, fue hacia el punto donde se hallaba el cuerpo de Jason Baxter.

El... cuerpo.

La rigidez de su apariencia, aquella anormal inmovilidad, alertaron a la doctora de lo que realmente estaba ocurriendo. De que la mente de Baxter había abandonado su cobertura física para actuar en la destrucción de Worldowner que era, a la par, la del imperio androide que preparaba su rebelión hacia el poder y el finiquito parcial de la raza humana.

Supo, la negrita, que no debía rozar tan siquiera el cuerpo de Jason, hasta que no le viera cobrar movimiento.

Y eso la hizo experimentar un miedo terrible.

—Estoy integrándome, pequeña —percibió dentro de su cerebro la comunicación de Baxter—, Me faltan segundos para conseguirlo...

Un suspiro brutal de alivio y satisfacción huyó por entre los labios carnosos de grietas erotizantes llenas de húmedo aroma que poseía aquella negra rebosante de eros exótico, al ver que Jason venía hacia ella con los brazos abiertos ofreciéndole piotección y refugio.

—¡Vamos, Violeta —era la boca del Space Temerary la que ya proyectaba sonido—, hay que salir de aquí! ¡Esto estallará antes de lo que suponemos!

Apenas si la había recogido contra su torso cuando el suelo empezó a presentar enormes grietas que amenazaban devorarles, abrir paso a la pareja hasta las tinieblas de sus marronáceas entrañas.

—¡Santo cielo! —y tras la exclamación de nerviosismo e impotencia, dijo Baxter con el poder de su mente—: Si nos está siguiendo desde el pasado, Elliot Lawson, si el Corazón Distancia emite coordenadas de ubicación... ¡ESTAMOS EN PELIGRO DE MUERTE! Es necesario que intente, aunque sea a la desesperada, retrotraernos.

—¿Qué estás haciendo, Jason?

—Intentando telepatizar con Lawson en el pasado.

—¡Eso es imposible!

—Ignoro lo que significa esa palabra, pequeña. ¡Pero hemos de salir de aquí como sea!

No pudo ser.

Porque los estallidos de los robots se encadenaron hasta alcanzar un clima caótico y la tierra, segundo a segundo, zozobró más y más bajo sus pies hasta terminar por abrirse del todo, definitivamente.

Cuando con el cuerpo abrazado de Violeta, Jason pugnaba por zafarse a la avaricia de marrón resquebrajado que amenazaba engullirles hasta el final de la existencia y los siglos, una señal, un débil registro tomó forma en su mente convirtiéndose, aunque lejano, en un mensaje telepático.

Este:

—Ignoro si resultará, Baxter... ¡pero voy a retrotraerles a mil años antes!

Sí, porque de los mil después, ya estaban hartos.

—¡Nos van a salvar, muñeca! ¡Lawson intenta rescatarnos!

Violeta Rivas estaba, prácticamente, exánime.

Entonces estalló todo.

Se produjo el fin.

Negruras.

Dolor.

Espacio.

Silencio.

Ese fue el mundo que percibió a Violeta y Jason.

Hasta que pasados muchos cientos de años, concretamente mil hacia atrás, escucharon como en la distancia una voz donde temblando la emoción vivía la siguiente pregunta:

—¿Cómo... cómo se sienten?

A Baxter le costó mucho, muchísimo, abrir los ojos. Pero fue el primero de los dos en conseguirlo.

—¡Eh, por todos los diablos! A usted le conozco yo...

—¡Claro, Jason! ¡Soy Elliot Lawson! ¡El inventor del Pasillo del Tiempo Futuro!

—Si hubiera usted inventado lo que yo le diría... —censuró el Space Temerary con su anarquía de hábito—. ¿Puede saberse dónde estamos?

—En el año 2237...

—¡Eh, Violeta, cariño...! —sacudía cuidadosamente el cuerpo inerme de la hembra que seguía apretado entre sus brazos—, ¡Violeta!

Tardó varios segundos en murmurar, con los ojos aún cerrados:

—¿Qu...é ocur...re?

—¡Despierta, cariño! Voy a presentarte a un amigo.

—¿U...n amig...o?

—Sí. Anda, abre tus preciosos ojazos.

Obedeció al fin.

—¿Ves aquel señor que está cerca de ese túnel que parece una máquina de fotografiar?

Violeta Rivas hizo un notable y evidente esfuerzo para mover la cabeza en talante afirmativo.

-Sí...

—Es Elliot Lawson... ¡El inventor del Pasillo del Tiempo Futuro! ¡Hemos vuelto a casa, querida!

Movió muy tenue los labios para proferir un apenas audible:

—¡Aaah!

Y se desmayó de nuevo como si quisiera confirmar que se encontraba muy a gusto rodeada por los brazos de Jason Baxter.

Aquél miró a Lawson efectuando un significativo encogimiento de hombros.

—¡Mujeres...! No dejarán de ser nunca como son, profesor. Ni de estar tan buenas, claro.

 

 

F I N