CAPITULO II
SILENCIO enorme, sí.
SILENCIO brutal, también.
SILENCIO de esos silencios que según los novelistas malos, al escribir sus novelas peores, se podía cortar con un cuchillo.
¡Y hasta con un hacha!
David Lee Curtis y Hal Balsan estaban ahora, ofrecían mejor dicho la misma expresividad contrariada y hasta casi el dolor físico, que habrían mostrado y padecido si realmente hubiesen acabado de cortarles algo con un hacha.
En este último caso (todo hay que decirlo, entre otras razones para que se sepa), habrían estado echando sangre como cerdos recién degollados.
Afortunadamente para ellos no les habían cortado nada. Pero aparecían como si tal, ¡de veras!
El pelirrojo exuberante y vehemente, por miedo sin duda a las iras y posibles represalias inclusive del Space Temerary, tenía los labios muy apretados para no soltar lo que estaba pensando ni exteriorizar su mala leche frente a la postura que acababa de significar la doctorcita negra..., hacía lo imposible pues Dustin Warden por evitar cualquier comentario del que luego tuviera que arrepentirse, pugnando pues para ello por meterse la lengua en... en donde mejor le cupiese.
El militar entretanto pasó de la contrariedad a la crispación. Al cabreo en do mayor, sostenido... y aguantando. A la congestión paroxística si queremos ser ecuánimes y exactos.
—¡Señorita Rivas! —gritó, apretando los puños. Y pensando seguramente que de muy buena gana le hubiera arreado un puñetazo a la negra, y otro, y un tercero, y hasta cuatro si hacían falta para convertirla en blanca. Pero no podía hacerlo por la sencilla razón de que la negra, además de eso, era mujer. Y estaba de muerte. Muy buena que se decía en otras épocas. Haciendo un esfuerzo supremo por dominar su irritación, prosiguió—: Usted me ha dicho anteriormente...
—Sé lo que le he dicho, general —le interrumpió ella con una excitante sonrisa en sus golosos labios—.
Y sé también que lo dicho se lo he dicho antes de conocer a éste..., al señor Jason Baxter.
—¿Estás celosa porque no te he besado a ti, prenda? —el anárquico transportista del espacio se plantó de un salto frente a Violeta Rivas—, ¡Eso tiene arreglo, divinidad de chocolate!
Violeta Rivas, licenciada en cibernética, psicóloga, socióloga y doctora en psiquiatría (si nuestros informes son correctos), fue consciente de lo que iba a hacer Jason Baxter; terriblemente consciente, para más señas. Incluso, en principio, sintió terror hacia lo que iba a suceder. Pero no dispuso de la capacidad de reflejos suficiente y necesaria para evitarlo. Se quedó como paralizada, sin fuerzas, inerme. A merced de él y de lo que iba a ocurrir. Incapaz de conjurar la acción casi demoledora, o demoledora sin el «casi», que emprendió aquel individuo desvergonzado, ácrata, que tenía por norte de su conducta ponerse el mundo por montera con satélites colindantes incluidos, pasándose las normas y la ética más elemental por el forro de los pantalones.
No fue capaz ni lo suficiente ágil tanto en lo físico como en lo psíquico, explicábamos, para impedir que él se recrease ostentosamente ciñendo su cintura y tardando, desafiante, en acercarla, apretarla lujurioso y ancestral contra él para, con toda una ceremonia erótica por delante en la expresividad y el gesto, besar primero, morder segundo, comer tercero, los labios rojos, húmedos y sangrantes, de la fuera de serie color negro que se llamaba Violeta.
Ella, Violeta, frente a aquel beso doloroso que semejaba un huracán, experimentó dolor. Dolor... como antesala del extraordinario placer que invadió su cuerpo haciéndola vibrar toda al sentir la lengua, cálida como un tifón del Caribe, la lengua masculina, succionando la suya, arrancándosela.
Y cuando sintió como el torso atlético, varonil de aquel macho arrollador, se estrechaba contra sus pechos, apretando, apretando como si quisiera hundirle los pezones hacia la espalda.
De todas formas y luego de recobrar el aliento cuando él la hubo soltado, Violeta Rivas creyó conveniente darle un par de sonoras bofetadas. Hizo, incluso, ademán de arrearle un puntapié en la espinilla.
Fue precisamente el momento elegido por Jason Baxter para devolverle el par de bofetadas.
Más sonoras todavía las de él.
Más brutales.
Violeta dio, casi, una vuelta sobre sí misma.
—La doctora Rivas, general, viajará al futuro en mi agradable compañía.
Todos estaban estupefactos. Acojonados... es más gráfico para definir el estado de ánimo de los presentes.
—¿Doctora...? —David Lee Curtis enarcó las cejas mientras sus ojos se detenían en el rostro betún, ahora con las mejillas muy rojas, de Violeta Rivas.
Ella ignoró la mirada del general y los ignoró a todos, para colgarse explosiva, ansiosa, agresiva, del cuello de Jason Baxter para besarlo vehementemente.
Dustin Warden, con la mente y los ojos puestos en la galaxia del asombro, pensó para sus adentros que el profesor Crawford de la Unidad Matemática de Resultantes Electrónicas y Computadas se había quedado corto en sus panegíricos y apologías acerca de la personalidad del calificado de: Temerario del Espacio.
—Doctora Rivas, por favor. Estoy esperando su respuesta. ¿Accede a viajar al futuro en compañía de Jason Baxter?
La mujer se descolgó del cuello masculino, jadeante. Rebosantes las comisuras de sus labios avariciosos de un fino hilillo blanco que procedía de los de Baxter.
Sus pechos armónicos y agrestes subían y bajaban, iban y venían, al compás diabólico de su agitada respiración.
Estaba agitada y excitada.
Reinó otra vez el silencio.
SILENCIO grande de nuevo, sí.