12. Aparcando en el mercado

Hubo un momento en que las bicicletas se hicieron tan populares que aparcar junto al mercado resultaba casi imposible. El problema llegó a tal extremo que los comerciantes solicitaron a Torin, el propietario del terreno, que les reservara un espacio exclusivo para sus bicicletas. Los aldeanos no protestaron y respetaron los privilegios de Berta, Kody, el panadero y los demás comerciantes del mercado.

Un día la pescadera estaba aparcando en su zona reservada cuando se encontró con Torin.

- Buenos días, Berta. ¿Cómo estás?

- No muy bien, Torin, no muy bien. Las ventas siguen bajando y ya no sé qué hacer. Necesitamos encontrar la manera de recuperar los ingresos perdidos con tanto cambio. Si no lo hacemos, algunos comerciantes acabarán cerrando.

Esa era una idea que a Torin le horrorizaba.

- Han sido todas estas bicicletas las que nos han traído los problemas. Si pudiera cobrar un solo centavo por cada bici de estas no tendría tantos problemas… -dijo Torin, mientras señalaba hacia el descampado lleno de bicicletas que tenían delante.

- Pues, oye, ahora que lo dices este terreno es tuyo. ¿Por qué no cobras un centavo al día por el aparcamiento de cada bicicleta? Si compartes esos ingresos adicionales con nosotros, quizá no sea necesario cerrar ningún comercio.

Las cejas de Torin se arquearon ante tan sorprendente propuesta, como si hubiera saltado un resorte dentro de su cabeza.

Al día siguiente, Torin llegó muy pronto al mercado y puso un letrero junto a la puerta principal. A los pocos minutos la gente empezó a hacerle preguntas, que de inmediato se convirtieron en quejas. Pero Torin se mostró inamovible. Sin otra alternativa, los aldeanos empezaron a pagar. El letrero decía: «Aparcamiento por un centavo».

Los clientes pronto se enteraron de que los vendedores no solo tenían un espacio reservado gratuito sino que, además, cobraban una parte de lo que ingresaba Torin con la tarifa de aparcamiento.

- Lo siento, es la política del mercado. Yo no puedo hacer nada -respondía Berta cuando se la acusaba de formar parte de esas prácticas consideradas abusivas.

Aquel día, Kody había estado con su ayudante haciendo entregas a domicilio y llegó al mercado más tarde de lo habitual. Al ver el letrero en la entrada se dio cuenta de lo injusta que resultaba la nueva normativa para los aldeanos de Villalomas. Por ello, decidió no participar en aquella artimaña para obtener un centavo extra del bolsillo de sus clientes. Sin pensarlo dos veces, el lechero sacó su bicicleta de la zona reservada, cruzó la raya que la separaba de la zona pública y aparcó allí pagando como todo el mundo.

Aun así, Kody pensó que seguía beneficiándose injustamente de lo que pagaban todos los demás vecinos. Como sabía que no iba a poder cambiar la opinión de Torin (y mucho menos la de Berta), se le ocurrió una solución intermedia: ceder su plaza reservada a su mejor cliente de la semana y usar los ingresos obtenidos por aparcamiento para subvencionar el aparcamiento del resto de sus clientes.

No tardó en correr la voz y otros comerciantes acabaron haciendo lo mismo. A los pocos días, avergonzado por el fracaso de la nueva medida, Torin arrancó el letrero de la puerta del aparcamiento y eliminó el pago de la tarifa para siempre.

El pajarito, muy atento, observó sin rechistar; para luego, bien contento, volar en busca del mar.