8. El gran picnic
Un viernes por la tarde Fángela decidió aprovechar el buen tiempo para organizar un picnic al que podría asistir toda la aldea. Pensó que sería una buena ocasión para ver a sus amigas y amigos, intercambiar recetas y trucos de cocina, y pasarlo bien.
Fángela fue puerta por puerta invitando a todos los vecinos, y se alegró mucho de la buena acogida que tuvo la idea. Pensó que, cuantos más fueran, mejor, así que invitó también a algunos de los comerciantes. Además, confiaba en que estos aportarían buenas ideas culinarias fruto de su experiencia y conocimiento profesional. En el primero que pensó fue en Kody, el lechero, que siempre la trataba muy bien, pero no se olvidó del panadero ni del frutero, a los que también había ido conociendo cada vez mejor. Al haber tantos vendedores, tuvo que invitar también a Torin, el dueño del mercado. Por unos instantes se sintió un poco culpable por no incluir a Berta, pero ese sentimiento se desvaneció inmediatamente al recordar el desagradable incidente ocurrido durante la visita a su casa.
El día del picnic, los aldeanos se reunieron en una gran pradera cubierta de hierba. Los asistentes desplegaron mantas, se sentaron en grupos y tomaron bocadillos y bebidas. De repente, Fángela vio a Berta sentada junto a Torin, hablando del tiempo y de las últimas novedades de Villalomas. Cuando Fángela pasó por su lado, Berta la miró a los ojos sonriente y dijo en voz lo suficientemente alta para que la organizadora lo oyera:
- Torin, has sido muy amable al invitarme como acompañante a esta fiesta tan maravillosa.
Fángela se ruborizó y decidió dirigirse al otro extremo del prado.
Cuando llegó Odessa, el lugar estaba tan lleno que le pareció una gran suerte encontrar un hueco junto a Berta. La pescadera se pasó una hora hablando de sus entregas a domicilio, sus nuevos clientes y sus planes de hacer crecer su puesto de venta en el mercado. Cuando Odessa no pudo soportarla por más tiempo, se levantó y se fue en busca de otro corro donde la conversación tuviera mayor interés.
Debajo del pino más grande se encontró a Kody, rodeado de Fángela y todos sus amigos. Mientras tanto, el pajarito observaba desde lo alto.
- Me encantaría hacer una barbacoa con la familia este verano, pero no sé qué cocinar -dijo Fángela.
- ¿Has pensado en el salmón? ¡Asado en la lumbre queda muy bueno! -dijo Kody.
- El problema es que con el salmón nunca acierto. O se me pasa o lo saco demasiado pronto. Además, en casa somos bastantes y un salmón entero tarda mucho en hacerse del todo.
A pesar de hallarse tan solo a unos metros, Berta estaba tan ocupada hablando de sí misma que ni siquiera se percató de que sus clientes estaban hablando de sus productos allí mismo.
Fángela suspiró:
- Quizá sería mejor preparar hamburguesas, como siempre.
De pronto, Berta pareció rebobinar la conversación del grupo de amigos. «Toda la familia? ¡Eso es mucha cantidad de salmón!», pensó, y se acercó a Fángela.
- El salmón, en realidad, es muy fácil de cocinar. Te puedo explicar cómo prepararlo -dijo Berta.
Fángela se sorprendió por aquel comentario de efecto retardado.
- El truco está en comprarlo unas cuantas veces para ensayar antes del día que tengas que cocinar para los invitados.
Odessa se volvió para ver a Berta.
- ¡Si va a tener que comprar salmón varias veces solo para PRACTICAR le va a salir un poco caro!
- Es cierto, Odessa -dijo la afectada-. No tiene mucho sentido. Creo que con las hamburguesas habrá suficiente.
- Pues, entonces, no te olvides de comprar los panecillos del panadero del valle, que son de los mejores que he probado jamás -dijo Kody, señalándolo.
El pajarito asintió confirmando la recomendación.
Berta se acercó a Torin y le dijo en voz baja:
- ¿Se ha vuelto loco este Kody? ¿Cómo puede recomendar a otros proveedores sin llevarse una comisión a cambio?
Torin estuvo de acuerdo con Berta. Nunca había visto un comportamiento tan extraño. Sin embargo, ambos observaron la confianza con la que los aldeanos se acercaban a Kody y charlaban con él acerca de sus consejos, sus vacas y otras bagatelas sin más importancia. De todos modos, toda esa atención siempre despertaba cierta envidia en las entrañas de la pescadera.
El pajarito, muy atento, observó sin rechistar; para luego, bien contento, volar en busca del mar.