3. Kody sobre ruedas

Al día siguiente el pajarito observó como Torin y Berta, la pescadera, llegaban al mercado al mismo tiempo. Junto a la puerta ya estaba Kody, montado en una bicicleta recién comprada; aún no se había acostumbrado a lo rápida que era, y había llegado a su destino unos minutos antes de lo previsto. Mientras Torin abría la puerta principal, Berta le susurró al oído:

- Mira a ese Kody, se piensa que, por apuntarse a la última moda, sus clientes le van a comprar más. Será inocente…

- Sí, yo tengo un vecino que iba en una de esas cosas y ya se ha estrellado contra un árbol. El pobre está en cama desde hace días. ¿Qué pasará si Kody se cae y se hace daño? ¿Quién ordeñará sus vacas?

- ¡Oye, que no estoy sordo! -dijo Kody por detrás.

Con el paso del tiempo, Fángela, Odessa y Amelia convirtieron en costumbre los picnics a la vera del camino después de la compra. Un día se quedaron hablando tanto rato que el mercado cerró antes de que se separaran, por lo que les sorprendió ver a los comerciantes pasar de regreso a sus respectivas casas. Aquel día, Berta, la pescadera, fue la primera en abandonar el mercado. Cuando pasó cerca del grupo de amigas, que conversaban bajo el árbol, evitó mirarlas. «No tengo tiempo para charlar», pensó; y pasó de largo ignorando a sus propias clientas.

Al poco rato las tres jóvenes contemplaron una bicicleta en la distancia. Por aquel entonces ya no era raro verlas, puesto que había muchos vecinos que acostumbraban a desplazarse en ese medio de locomoción. Lo sorprendente fue comprobar que se trataba de Kody, era el único comerciante que había optado por la bicicleta.

- ¿Qué tal, señoras ciclistas? -saludó Kody, antes de que se le pudiera oír claramente, impaciente por mostrar su nueva afición.

- ¡Hola, Kody! ¡Menuda bici! -respondió Fángela cuando ya estaba más cerca-. ¿Quieres acompañarnos y tomar un poco de queso fresco que hemos comprado en el mercado?

Kody sonrió al darse cuenta de que Fángela se refería al queso que él mismo le había vendido hacía solo un par de horas. Sintió cierta extrañeza al pensar que iba a estar en compañía de sus clientas, tan lejos de la tienda. Le parecía raro tener una conversación sin el ruido de fondo constante que había en el mercado. Por unos momentos deseó poder hacer negocio en un entorno similar, pero por otro lado le pareció que esa posibilidad era remota.

- ¿Hacéis esto muy a menudo? ¿No tenéis que estar en casa pronto? -Se interesó Kody.

- ¡Oh, no! ¡Ahora que tenemos bici, llegamos a casa enseguida! Además, podemos llevar muchas cosas encima, así que ya no es necesario ir al mercado todos los días.

Kody no pudo evitar preguntarse cómo afectarían esas nuevas costumbres a su negocio. Si sus clientes dejaban de ir al mercado diariamente, y solo compraban unos días a la semana, tendría menos oportunidades de ofrecerles productos nuevos. No podría pedirles que volvieran al día siguiente si se terminaba algún producto.

- ¡Ah!, ¿sí? Y ¿qué hacéis con todo el tiempo que os sobra?

- ¡Pues quedamos para vernos! A veces nos juntamos en una casa y cocinamos, por ejemplo. Antes nos parecía que vivíamos tan lejos. ¡Ahora estamos mucho más unidas!

- ¡Uau! Esto de las bicicletas es un mundo, ¿no?

- Lo va a cambiar todo -dijo Odessa.

Un escalofrío recorrió la espalda de Kody.

«No puede ser bueno que todo cambie», pensó.