7. Bienvenidos todos
Un sábado por la mañana Fángela decidió ir a pasear en bicicleta para disfrutar de su tiempo libre. Nunca había estado más allá de las casas donde vivían sus amigas. Tenía especial curiosidad por ver cómo era el otro lado del río, lugar de residencia de muchos de los comerciantes del mercado.
Por aquel entonces, la granja de Kody se había convertido en un pequeño complejo agrícola, después de adquirir terrenos lindantes con sus antiguos prados y haber construido unos grandes establos en los que las vacas producían leche sin parar. Quizá por ello, Fángela no se sorprendió al toparse con la granja y encontrar a su dueño en plena actividad. Lo observó un momento y, luego, desde el camino saludó:
- ¡Buenos días, Kody! ¡Qué vaca más bonita estás ordeñando!
- ¡Ah! ¡Hola, Fángela! ¿Quieres entrar y acariciarla?
- Pues ¡claro! -dijo ella, sin contener su ilusión.
Fángela cruzó la valla y se acercó a la vaca. No se podía creer que estaba dentro de la granja desde la cual salía la leche que consumía cada día. Le encantaba la leche y estaba fascinada con todo el proceso. Kody dedicó un buen rato a enseñar a su clienta dónde dormían y comían las vacas, y otros detalles de su profesión. Para Kody, aquel era simplemente su lugar de trabajo, tan desordenado y maloliente como siempre; pero, cuando miró en los ojos de Fángela, se dio cuenta de que para ella se trataba de un lugar mágico.
- ¡Qué lástima que mis amigas no estén aquí para ver esto! ¡Gracias, de verdad, Kody!
- No hay problema. Podéis venir cuando queráis. ¡Aquí, todo el mundo es bienvenido!
- Muchas gracias, Kody. Seguro que vendremos.
Y, de nuevo, se encendió una lucecita en la mente del lechero: había tenido otra gran idea.
A la mañana siguiente, Kody llegó pronto al mercado y colocó un segundo letrero sobre el mostrador de su puesto. Pasados apenas unos minutos, la gente empezó a hacerle preguntas. Berta, al otro lado del pasillo, volvía a estar furiosa; una vez más, había docenas de clientes delante de su tienda que le daban la espalda y miraban a Kody. El letrero que este había escrito tenía solo tres palabras: «Visite nuestra granja».
Los clientes estaban muy ilusionados. Ya tenían algo divertido en lo que ocupar su tiempo libre los fines de semana. Gracias a las bicicletas, no representaba mucho esfuerzo ir de un lado para otro. Las familias se reunían pronto los sábados por la mañana para acercarse a la granja. Algunos aprendieron a ordeñar las vacas y los más afortunados llegaron incluso a presenciar el nacimiento de algunos terneros.
A Berta aquello no le hacía ninguna gracia. Pensaba que Kody corría un riesgo innecesario y que acabaría ocasionándole problemas. Lo ideal era mantener las distancias entre proveedor y cliente. Pero, finalmente, como no quería quedarse al margen, empezó a ofrecer visitas a su casa junto al río.
Un día, el pajarito sobrevolaba Villalomas cuando observó a Fángela y sus amigas paseando en bicicleta. Estaban dando una vuelta y querían ver algo nuevo. Ya habían visitado la granja de Kody varias veces, así que decidieron ir a visitar la casa de Berta.
Cuando sobrepasaron la cima de una de las colinas divisaron una casa inmensa a la orilla del río. Era la propiedad privada más grande que habían visto jamás, con un muelle adosado en el que había amarrado un precioso barco de pesca de estilo clásico, pintado con colores tan brillantes que parecía que se pudiera enmarcar y colgar en la pared de un museo. La casa tenía tres pisos y las ventanas estaban tan limpias que, cuando el sol se reflejaba en ellas, era imposible mirarlas directamente. Un larguísimo seto recorría el perímetro del terreno de punta a punta, interrumpido únicamente por una verja de metal altísima y decorada con ornamentos florales. Las delgadas barras metálicas terminaban en puntas afiladas, que impidieron al pobre pajarito posarse en ellas. Tal como indicaba el letrero en el mostrador de Berta, aquel día las puertas estaban abiertas. Fángela fue la primera en entrar.
- ¡Hola! ¡Berta! ¡Soy Fángela, del mercado! ¡Qué casa tan bonita tienes!
No hubo respuesta.
«Debe de estar dentro», pensó Fángela. Las tres amigas se acercaron al porche.
- ¡Berta! ¿Estás ahí? -Volvió a llamar Fángela, sin recibir contestación-. Tiene que estar en casa. La verja estaba abierta y allí veo algunas pastas de bienvenida -dijo, dirigiéndose a sus amigas.
- Esta mujer solo quiere tu dinero, Fángela -dijo Odessa, con escepticismo-. No va a salir y perder el tiempo si no es para vendernos algo. Apuesto a que ese barco tan bonito no es de verdad.
Justo cuando Amelia se disponía a dar el primer bocado a un cruasán, Berta abrió la puerta con la inseguridad del que no está acostumbrado a tratar con clientes en su propia casa. Sin embargo, se notaba que intentaba hacerlo lo mejor posible. Cuando abrió la boca, su vozarrón sonó completamente fuera de lugar.
- Bienvenidas a la casa de la mejor pescadera de toda la nación. Compren mi pescado y podrán disfrutar de estas pastas de bienvenida.
Amelia dejó caer el cruasán antes de que llegara a sus labios y se volvió para mirar con incredulidad a Berta. ¿Tenía que comprar pescado primero? Por supuesto, la reacción de Odessa no se hizo esperar:
- Pero ¿cómo te atreves, vie…?
Antes de que pudiera terminar la frase, la mano de Berta le tapó la boca. La pescadera no iba a permitir que nadie la atacara en su propia casa, y mucho menos en público.
- Pero ¿qué haces? ¡Saca tus asquerosas manos de la boca de mi amiga! -gritó Amelia.
Incluso Fángela, que siempre encontraba la manera de evitar el enfrentamiento, estaba fuera de sí:
- ¡Deja que hable! ¿Quién te has creído que eres, tratándonos así?
Berta se comportaba como si no hablaran con ella. Estaba en su casa. A esas alturas ya se había dado cuenta de que no iba a sacar nada de provecho de aquella visita. Con lo que no contaba era en lo rápido que iba a correr la voz en Villalomas. Tan pronto como las tres amigas desaparecieron por la puerta, también lo hizo cualquier atisbo de su buena reputación como anfitriona.
El pajarito, muy atento, observó sin rechistar; para luego, bien contento, volar en busca del mar.