Capitulo 12

Donegal, Irlanda, s. XXI

 

31 de diciembre

 

 

 

Cogidos de la mano, las dos parejas entraron en las ruinas del castillo de Donegal. Caminando despacio, llegaron hasta lo que quedaba del hermoso jardín privado de los Ward.

 

Apenas faltaban unos minutos para que la medianoche llegara y, con ella, el año muriese y renaciera de nuevo en un solo segundo, uno sin tiempo, ese que transcurre entre la última campanada y el siguiente movimiento de la manecilla del reloj.

 

Todo iba a cambiar, o eso esperaban los cuatro. El pasado, aquel en el que Dagen moría y en el que Irial se casaba con Ciara O’Neill para acabar asesinado en su noche de bodas, había desaparecido, sustituido por uno en el que dos hermanas, con fuego en su espíritu y en los cabellos, enloquecían a los Ward y los salvaban, en más de un sentido.

 

Kara no dejaba de pensar en su pequeña, en volver a abrazarla. Ahora que la había visto, adulta y preciosa, las ganas de verla tan pequeña, con sus sonrosados mofletes y maravillosa risita, crecieron. Dagen la estrechó entre sus brazos, sabiendo lo que estaba sintiendo.

 

―Yo también estoy deseando verla y abrazarla. Si no hubiera estado seguro de que quedándose en el castillo estaría segura, no hubiera dudado en que viniese con nosotros.

 

―No te preocupes, grandullón ―dijo Kara besándolo en los labios―. Viajar en el tiempo no es algo para bebés.

 

―Estoy deseando conocer a mi sobrina. Maili Norene… Es un nombre precioso ―intervino Norene abrazada a Irial―. Seguro que es igual de bonita.

 

―Lo es ―sentenció la orgullosa madre―. Y yo estoy deseando conocer a mis sobrinos ―replicó Kara, pícaramente.

 

―No te preocupes, querida cuñada, que me encargaré de darte sobrinos muy pronto.

 

Como respuesta, Irial recibió un codazo en las costillas de parte de Norene, que se reía ante la idea, pero le encantaba.

 

Los gritos de la cuenta atrás hasta la medianoche empezaron a llegar desde el bar frente al castillo.

 

Kara había dejado el libro en la librería de nuevo aquella mañana. No les volvería a hacer falta por que ambas estaban seguras de que iban a donde debían estar.

 

―¡4…! ¡3…! ¡2…! ¡1…! ¡Feliz año nuevo!

 

La niebla envolvió Donegal por completo. El silencio reinaba en sus calles en aquel segundo sin tiempo.

 

Cuando la niebla desapareció del jardín, estaba vacío.

 
Un amor para Navidad
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