Capítulo 8

Donegal, Irlanda, s. XXI

 

24 de diciembre

 

 

 

Irial no podía creerse que ya estuvieran en Nochebuena, hacía exactamente un año que Norene le robó su corazón para no devolvérselo. Rememoró el momento en que, cegado por la pasión, la había besado bajo el muérdago después de días de negárselo por miedo a que fuera una bruja. Aquel error, aquel miedo, le había costado el amor de su vida. Apartó a su compañera, y ahora no veía el modo de recuperarla.

 

El sonido del timbre de la puerta lo sacó de sus pensamientos. Apartó la vista del muérdago y fue a abrir.

 

Kara le había dicho que había invitado a algunos amigos a la cena. Llevaba tiempo sin verlos, y tardaría mucho en volver a hacerlo. A él no le apetecía demasiado ser sociable con gente que no le importaba lo más mínimo, pero por su cuñada lo haría.

 

Norene se miraba los zapatos nerviosa. Kara había insistido tanto que no había podido negarse. Lo cierto era que, además de insistente, tenía razón. Iba a ser su última Nochebuena juntas, al menos en mucho tiempo, y no quería que se separaran enfadadas. Le había prometido que estarían los tres solos, que Irial, como estaba furioso por lo ocurrido entre ellos, se había ido a la cabaña de los acantilados, así que no le vería. Aquello acabó de convencerla, y por eso estaba frente a la puerta de la casa de su hermana en ese momento.

 

Pero cuando la puerta se abrió y apareció Irial, vestido con una camisa negra ajustada, unos pantalones del mismo color y su pelo largo suelto y cayendo sobre sus hombros, no supo si desmayarse, salir corriendo o matar a Kara por mentirosa.

 

Irial tampoco esperaba lo que encontró al otro lado de la puerta: Norene. Y estaba preciosa. El maquillaje de aquella época resaltaba sus rasgos hasta convertirla casi en una deidad. Llevaba un bonito vestido azul noche con el escote en forma de V, que realzaba sus redondeados pechos. Casi creyó que podría salivar en ese instante.

 

―Norene…

 

―Creo que no debería estar aquí ―dijo empezando a dar un paso atrás, pero Irial se lo impidió, sujetándola de la mano.

 

―Por favor, no te marches. Aún no.

 

Su tono de voz, casi suplicante, unido a lo mucho que lo había echado de menos, a lo atractivo que estaba, al recuerdo de otra Nochebuena… Su corazón volvió a ganar la batalla como días atrás y entró en la casa.

 

Cuando entraron, muy juntos, pero sin tocarse, Norene vio a Kara y Dagen, besándose apasionadamente bajo el muérdago. Otro beso, en otro tiempo, cosquilleó en sus labios. Sintió la presencia de Irial mucho más real y solida a su espalda. Era como si algo la atara a él, y por mucho que luchara, que lo intentara, era incapaz de alejarse y de mantenerse lejos.

 

―Norene ―susurró Irial apoyando las manos en su cintura―. ¿Lo recuerdas?

 

Ella no quiso girarse, lo haría más duro.

 

―¿Crees que podría olvidarlo?

 

―Lo has hecho. Me apartas de ti.

 

Ella apretó los labios y cerró los ojos para tratar de mantenerse firme.

 

―Es lo mejor.

 

―No, pequeña. Lo mejor es dejarnos guiar por lo que sentimos. ―La hizo girar y enfrentarlo. Le levantó la barbilla con un dedo y ella abrió los ojos, llenos de lágrimas contenidas, de palabras que no podían ser dichas―. Nunca dejaré de amarte, de tratar de que dejes esa coraza y admitas que tú también me amas.

 

―Irial… No me pidas eso, no lo hagas.

 

Eso le dolió. Ella se resistía, no entendía por qué. Saltaba a la vista que ella también lo amaba, que estaba sufriendo. Quiso calmar ese dolor, hacerla olvidar, que sintiera de nuevo la unión que, un año atrás, hacía ya cuatrocientos años, selló su destino para siempre.

 

Norene sintió los cálidos labios de Irial sobre los suyos y gimió. Su beso, aquel beso, seguía tan vivo en ella como tiempo atrás. No pudo seguir negándolo, aunque luchaba por hacerlo, pero su cuerpo era un traidor, y llevaba días necesitándolo. Solo tenerlo cerca le había devuelto la vida que había perdido tras echarlo de su casa. Cuando la rodeó con sus fuertes brazos y la estrechó contra él, Norene supo que se había perdido. Las razones que la mantenían lejos empezaron a parecerle más débiles, se sintió capaz de vencerlas si estaban juntos. ¿Por qué no luchaba con él? La idea la golpeó tan fuerte que se sintió tonta. Juntos vencerían a O’Neill. Nadie sufriría.

 

Elevó los brazos y rodeó el cuello de Irial poniéndose de puntillas para profundizar el beso. Él notó cómo todo su ser crecía en fuerza y poder. Tenía a su compañera de nuevo de vuelta a su lado: era como recuperar el corazón y el alma. No iba a dejarla escapar.

 

Unos aplausos junto a un «¡Oh, qué bonito!» los hizo separarse un poco y romper el beso, pero no el abrazo. Norene miró hacia arriba y vio muérdago sobre la cabeza de Irial. Sonrió. Decidido, a partir de aquel día, nada de rosas por su aniversario. Quería muérdago, mucho, lo suficiente como para llenar con él todo el techo del castillo de lugares de beso obligatorio.

 

―Creo que el muérdago les encanta... ―dijo Kara.

 

Los cuatro rieron, pero era cierto.

 

―Solo si debajo hay una belleza pelirroja de ojos verdes que me roba el aliento ―contestó Irial mirando a su pequeña bruja.

 

Norene se sonrojó, pero se sintió halagada.

 

―Dime que no te volverás a marchar, que no me apartarás más, Norene. Te quiero, te necesito. No creo que pueda vivir si no estás conmigo. He cruzado el tiempo solo para buscar tu perdón, para llevarte conmigo o, si lo prefieres, me quedaré aquí. No me importa, mientras sea a tu lado.

 

―No, no te quedes. Yo me iré contigo ―contestó entre lagrimas―. Lucharé con todo lo que tengo para quedarme a tu lado, lo prometo.

 

Kara se abrazó a su esposo. Sabía que su hermana amaba a Irial y se alegraba tanto de que fuera a conocer la felicidad que ella sentía estando con su Laird. Lo que seguía sin entrarle en la cabeza era por qué había sido tan cabezota para aceptarlo.

 

La cena trascurrió entre risas y pullas de los hermanos. Las hermanas sonreían al verlos enfrentarse, pero ambas sabían que se adoraban. Esa noche bailaron y rieron como nunca. Eran felices y eso se palpaba en el ambiente. La pareja se despidió de los anfitriones y salió de la casa para ir a casa de Norene y sellar su reconciliación, y la promesa de una vida juntos con una noche de pasión y lujuria.

 

―Pensaba que saldrías sola, y vine a buscarte. No esperaba que estuvieras tan mal acompañada.

 

Encontrarse a Ennis en la puerta de su casa no era lo que esperaba Nore en aquel momento. Había olvidado por completo que su amigo iría a recogerla para que no volviera sola de noche. Lo que la sorprendió fue la mirada de odio que le dirigía a Irial, que la llevaba agarrada de la cintura, pegándola mucho a él.

 

―¿Quién es este, pequeña? ―dijo Irial, observando al otro vampiro con una advertencia en los ojos.

 

Norene no pudo ni contestar, pues enseguida Ennis lo hizo por ella.

 

―Vive conmigo.

 

Y el infierno se desató.

 

Norene apenas pudo ver cómo Irial sujetó del cuello al vampiro y lo elevaba hasta el tejado. Ambos se enzarzaron en una cruda pelea. Cualquiera que los viera, cosa que era prácticamente imposible, quedaría hechizado por la elegancia de los movimientos de ambos. El entrechocar de sus cuerpos resonaba en la noche, que se mezclaba con los fuegos artificiales que, unas calles más abajo, estaban disfrutando.

 

Norene escuchaba los sonidos, pero no podía ver nada. Eran demasiado veloces y se sentía culpable por la situación que había provocado. No tenía que haber aceptado la amistad de Ennis, sabía que sentía algo por ella, y eso, quizás, había creado un malentendido entre ambos. Ahora, por su culpa, Irial estaba luchando contra Ennis y ambos eran vampiros. Toda aquella situación la superaba, así que decidió alejarse de ellos y encerrarse en su casa. Se metería en la cama sola e intentaría poner paz a su vida.

 

Ennis gruñía por los golpes recibidos. El vampiro era extremadamente rápido y apenas podía esquivar sus golpes. Sus ojos eran de un rojo intenso y eso solo ocurría cuando se estaba sediento y muy furioso.

 

―¡Ella escogió vivir conmigo! ―gruñó Ennis.

 

―¡Sabías que estaba marcada! ¡Ella es mía, es mi compañera!

 

Irial arremetió de nuevo dándole una fuerte patada en el tórax lanzando al vampiro violentamente contra el suelo.

 

Ennis tosió escupiendo sangre. No pudo apartarse cuando Irial cayó encima de su pecho y lo sujetó del cuello con los colmillos expuestos.

 

―Voy a dejar que digas tus últimas palabras, tengo todo el derecho de matarte.

 

Ennis abrió los ojos esta vez con temor. Sabía que no podía ganar. Irial luchaba guiado por la furia, y eso en un vampiro… era un arma de doble filo.

 

―Me alejaré de ella, no volverás a verme. ―Su voz tembló.

 

Irial respiró profundamente tratando de calmarse. Si lo mataba, Norene lo vería como un asesino a sangre fría, y esa no era la imagen que deseaba tener para su compañera. Si regresaban a su época, por desgracia tendría que verlo en ese estado. Él era un guerrero, pero uno con honor. Dejó libre al vampiro y ambos se pusieron de pie. Ennis fue quien habló.

 

―Te doy mi palabra, Irial: no volverás a verme.

 

―Eso espero, por tu bien, vampiro. La próxima vez que te vea, no seré tan amable.

 

Ennis cabeceó y desapareció de su vista. Irial se limpió varios cortes que le sangraban en el rostro y con su mirada buscó a Norene. Al no verla maldijo y se dirigió a su casa. Debía disculparse con ella. Sonrió para sí mismo. Una vez que se disculpara le haría el amor muy despacio. Grabaría a fuego sus caricias para que jamás pudiera separarse de él.

 

Sin embargo, cuando tocó a la puerta de Norene, esta no abrió. Insistió varias veces, pero ella seguía sin darle una oportunidad de explicarse.

 

Maldiciendo, dio la vuelta y salió del jardín y regresó a casa de Kara. Solo esperaba que, si no abría la puerta, fuera por un enfado pasajero y no porque se hubiera enfadado con él por patearle las pelotas a su amiguito, y hubiera corrido a limpiarle las heridas.

 

 

 
Un amor para Navidad
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