Capitulo 9

Donegal, Irlanda, s. XXI

 

25 de diciembre

 

Kara volvió a marcar el teléfono de Norene sin conseguir respuesta.

 

Había probado ya mil veces con el fijo y el móvil, y no contestaba. Sí, había sido una noche infernal, pero su hermana le cogería el teléfono, siempre.

 

Bajó al salón donde Dagen trataba de calmar, otra vez, a un malhumorado Irial que quería tratar de encontrar una bruja para volver ese mismo día a su tiempo sin Norene.

 

―Irial, no estás siendo razonable. Kara dice que es él tipo ese quien la pretende, que ella no le ha dado pie a nada que no sea amistad.

 

―No me vengas con esas, Dagen.

 

―Sigues sin ser sensato. Yo también escuché lo que os dijisteis anoche en este mismo salón bajo el muérdago, así que no hagas más tonterías. Además, las brujas de la zona trabajarán para O’Neill. ¿Crees que serán de fiar?

 

―No me importa. Nada me importa.

 

―Norene no está ―dijo Kara interrumpiendo la discusión―. No contesta al teléfono.

 

Los hermanos la miraron, pero solo uno habló.

 

―Estará con ese tipo de anoche ―aseguró Irial con inquina.

 

―No lo creo. Y si así fuera, contestaría a mis llamadas. Algo pasa, Dagen. Voy a su casa a ver.

 

Dagen la abrazó y la besó en los labios.

 

―Vamos los tres, o le arranco las gónadas a mi querido hermano y se las hago tragar.

 

A regañadientes, Irial siguió a la pareja hasta la puerta de la casa contigua a la suya. Ella no estaba porque estaría retozando con aquel malnacido. Sin embargo, no pudo dejar de percibir un olor en el jardín que le recordaba a algo… Estaba tratando de centrarse cuando el grito de Kara lo alertó.

 

―Dios mío… ¿Qué ha pasado aquí?

 

Irial corrió y entró a la casa esquivando el cuerpo de su hermano y el de su cuñada. Lo que vio le puso los pelos de punta. Había sillas tiradas, el sofá estaba volcado. Un jarrón y varias figuras estaban rotos, y sus pedazos desparramados por el suelo. Los signos de lucha eran demasiado evidentes, demasiado brutales.

 

―Esto no lo ha hecho Ennis ―dijo Kara.

 

―No… Creo que sé quién ha sido ―logró decir Irial―. Amenazó con matarla… ¿Y si lo ha hecho?

 

Sonó angustiado y asustado. Sí, solo unos minutos antes estaba furioso con ella porque pensaba que lo había traicionado, pero ahora estaba seguro de que no era así. Norene corría peligro, y debía encontrarla cuanto antes.

 

―¿Ciara? ―aventuró Dagen. El olor de Brannagh flotaba muy sutil en el ambiente. Los perfumes modernos de desodorantes y colonias despistaban su olfato, pero estaba seguro de que, debajo de todos aquellos aromas, estaba la pestilencia de O’Neill.

 

―Sí, Ciara. Cuando hace unos días vino a exigirme que regresara y me casara con ella, la amenazó. Dijo que la mataría si ella volvía conmigo.

 

―La encontraremos, hermano ―se apresuró a decir Dagen―. Regresaremos al castillo con ella, sana y salva. Y después de eso, os casareis de una vez.

 

Irial sonrió sin humor, pero asintió. Encontraría a Norene, le costara lo que le costara.

 

 

 

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Donegal, Irlanda, s. XXI

 

29 de diciembre

 

Desesperado. Así es como se sentía Irial en esos momentos. Sus ojos completamente negros y vacíos, junto con sus colmillos totalmente expuestos, expresaban cómo se encontraba interiormente. Su alma gritaba y clamaba por su compañera. La culpabilidad que lo embargaba en ese instante lo estaba desgarrando por dentro. Debía de haberla vinculado a él, si lo hubiera hecho, sabría dónde estaba y si se encontraba bien. Pero le había fallado, y por su error Norene estaba en peligro. Si algo le sucedía, no se lo perdonaría en la vida.

 

En el pequeño jardín de la casa de las hermanas, Irial paseaba inquieto de arriba abajo. Gruñendo y alzando la mirada al cielo intentando captar el aroma de su amada. Su corazón dolía y estaba seguro de que dejaría de latir si no la encontraba en breve. Respiró una bocanada de aire y se obligó a sí mismo a que el aire entrara en sus pulmones.

 

―Se te ve... preocupado, joven Ward.

 

El vampiro clavó su mirada oscura en la de su enemigo.

 

―O´Neill... ―su voz salió en un susurro lleno de amenaza.

 

―Sí, ese soy yo. Pero el de esta época. Tú no deberías estar aquí, ¿me equivoco? Porque los Ward estáis desterrados de Donegal desde hace ya muchas décadas.

 

Él se había encargado de eso tras derrotarlos en batalla. Cierto que habían traicionado para ganar, pero eso era lo de menos. Ahora, Donegal y su castillo estaban bajo su yugo.

 

Irial gruñó exponiendo los colmillos.

 

―Las cosas van a cambiar, estoy aquí por una razón.

 

―Sí, lo sé: esa putita pelirroja. Pero ella no te conviene, lo sabes. Ciara es mil veces más mujer que ella.

 

―Bastardo ―gruñó―. No menciones a mi mujer.

 

O'Neill rio burlón e Irial no se lo pensó. Con un gruñido, se lanzó a por el traidor de O´Neill. Él no era un Laird, no tenía que andarse con diplomacia, y se aprovecharía de ello.

 

El puñetazo llegó como un rayo, haciendo que O´Neill retrocediera, perdiendo el equilibrio.

 

Brannagh protestó al ser agredido, pero no se detuvo. Con un giro de caderas, logró mantenerse en pie y contraatacó lanzando una patada a las rodillas del hermano del Laird.

 

Irial gruñó por el impacto cayendo de rodillas al suelo, con su velocidad se impulsó y lanzó hacia el bastardo, girando en el aire le propinó una serie de patadas en el rostro y tórax.

 

Kara ahogó una exclamación al ver semejante pelea en su jardín. Miró por los alrededores, temerosa de que alguien los viera, pero Dagen ya salía a detenerlos. Agarró a O'Neill del cuello y lo apartó de su hermano, estrellándolo contra el césped del pequeño jardín.

 

―¿Qué coño haces aquí? ―le preguntó Dagen, que miró a su hermano y a la rubia que estaba cruzada de brazos apoyada en la valla.

 

―Venir a que se cumpla lo que pactamos. ―Con la manga de su abrigo se limpió el labio sangrante.

 

―Pues siento decirte que el trato se va a romper. Ahora, devuélveme a Norene o lo lamentarás.

 

―¿Te crees que estás en situación de darme órdenes?

 

―Tengo tu cuello entre las manos, no te matará, pero esa valla de madera sí, y si te la clavo en el pecho, morirás.

 

La risa siniestra que salió de la garganta de O´Neill helaría la sangre de cualquiera.

 

―Por la cuenta que te trae, no lo harás. Tengo a Norene y no la verás viva si me matas. Tu hermano se casará con mi hija como habíamos acordado para unir a los clanes. Si no lo hace... ―sonrió―, nunca volveréis a ver a esa zorra.

 

―Escúchame, no habrá boda ―sentenció Dagen―, pero podemos negociar una salida a las diferencias entre nosotros, sin necesidad de volver a entrar en guerra.

 

Brannagh fijó su mirada en el Laird. Se levantó cuando Dagen lo soltó y se cruzó de brazos.

 

―Está bien. Esta es mi última palabra. Os devolveré a la zorra ―un amenazante gruñido se escuchó a la espalda de Dagen. Irial abría y cerraba los puños, listo para matarlo―, si volvéis al pasado y os rendís. Pero ella se queda en este siglo o no hay trato. Voy a ser generoso y os daré dos días para pensarlo.

 

―Eso no es un trato...

 

―Me importa una mierda. Tienes dos días para decidir si ella vive o muere.

 

Dagen apretó los puños y miró a su compañera y a su hermano. No quería defraudarlos, pero no parecía tener otra opción: dejar a Norene atrás, por cuatrocientos años.

 

Kara sujetó la mano de su cuñado apretándola en un gesto de consuelo. Dirigió su mirada a su compañero sintiendo su preocupación. Fundió su mente con la suya comunicándose con él en privado.

 

«Dile que lo pensarás, mi amor, tengo algo que contarte».

 

―Está bien... dos días, O'Neill. ―Le señaló con el dedo al dar un paso al frente―. Si tiene un solo rasguño, lo lamentarás.

 

Brannagh sonrió.

 

―Te doy mi palabra.

 

O´Neill salió de la propiedad de los vampiros con una sonrisa en el rostro. Su plan estaba funcionando.

 

Kara esperó hasta que O´Neill hubo desaparecido con el coche para mirar a los hermanos. Hizo un gesto con la cabeza para que la siguieran y los tres entraron en casa.

 

Ya sentados, Kara les explicó que ella y Norene eran amantes de la leyenda del castillo de Donegal. Los puso al día de su historia dejando a los hermanos sorprendidos: cómo Dagen había muerto en la emboscada, la boda con Irial, la traición de Ciara, la batalla con los O’Neill y la desaparición del clan Ward tal y cómo lo conocían.

 

―Pero todo esto puede cambiar. Creo saber dónde viven los Ward de este siglo. Ellos sabrán dónde se esconde ese cabrón. Estoy segura de eso. Nos pueden ayudar.

 

―Los Ward de este siglo... ¿Esos somos nosotros?

 

―Debería ―rio―. Se supone que vivimos muchos siglos, ¿no?

 

―Ese malnacido de Brannagh es casi doscientos años mayor que nosotros, pero es débil. Se ha valido siempre de las brujas y traiciones para prosperar.

 

―Por eso necesitamos su ayuda. ―Kara abrazó a Dagen para tranquilizarlo.

 

Irial gruñó. Estaba cansado de esperar y lo que no iba a tolerar era perder a su compañera. Eso era inadmisible.

 

―Vamos a buscarlos. La necesito a mi lado o me volveré loco.

 

―Bien, saldremos de inmediato. No pienso dejar a la hermana de mi compañera y futura esposa de mi hermano a merced de ese engendro del demonio.

 

Su hermano asintió y fue el primero en salir. Kara lo observó preocupada. El dolor que estaba sintiendo su cuñado era bien palpable. Ella tenía el consuelo de Dagen, pero él... suspiró, resignada, ahora poco podía hacer.

 

 

 

 

 

Kara paró el motor frente a una gran mansión en Dunuisce, apenas a cuatro kilómetros de Donegal.

 

Según había averiguado, en esa casa vivían ellos. Era extraño pensarlo, pero allí estarían Dagen, Irial y ella misma, con cuatrocientos años más. ¿Habría cambiado mucho? ¿Seguirían juntos? Eso esperaba, pues la idea de que aquel amor tan intenso pudiera haberse apagado le provocó un escalofrío.

 

Se acercaron a la puerta y llamaron. Dagen apretaba la mano de su compañera para darle ánimos. También estaba nervioso: la posibilidad de verse cara a cara era extraña.

 

La puerta se abrió, disipando todas las dudas:

 

Dagen Ward les sonreía socarrón al otro lado de la entrada.

 

―Vaya… Esto lo recordaba diferente. Más bien, lo recordaba desde ese lado ―dijo señalándolos a los tres.

 

Kara soltó el aire que estaba reteniendo y sonrió.

 

―Qué alivio ver que sigues igual.

 

―Pues claro que sigo igual ―contestó el Dagen del presente―. Pasad, tenemos que hablar.

 

Los tres pasaron dentro de la mansión impresionados por la belleza que los rodeaba. No tendrían el castillo, pero se notaba que su fortuna era inmensa.

 

En el salón de la casa, frente a una chimenea decorada con guirnaldas de ramas naturales, cintas rojas y calcetines, estaban Kara, Irial y otra mujer. Los tres, al verla, no entendieron quién era o qué hacía allí. Menos aún, que estuviera sentada junto a Irial, abrazada a él.

 

Kara recordó lo que Norene le había contado de la noche en que volvió del siglo XV: O'Neill le había mostrado una foto de Irial y su esposa. Al parecer, aquella era la otra señora Ward.

 

―Bienvenidos a nuestro hogar, que también es el vuestro, por supuesto ―dijo el Dagen del presente a los recién llegados―. Os los presentaría, pero ya los conocéis todos.

 

―No, a todos no ―dijo Kara mirando a la joven que se abrazaba a Irial.

 

―¿No? ―contestó su versión del presente.

 

―No, ¿quién es ella? ―Kara se sentía extraña al hablarse a ella misma.

 

―Es cierto... Apenas tiene unos meses en tu época. No lo recordaba, hace ya tanto tiempo de esto ―dijo la versión presente de sí misma―. Es mi hija... La tuya, vamos.

 

Kara jadeó mirando a su compañero.

 

―¿Mi hija? ¿Maili?

 

Irial observó más detenidamente a la mujer que estaba junto a su yo del presente. Sí, veía los rasgos de su hermano y su cuñada.

 

Dagen la abrazó. Sintió cómo las rodillas de Kara temblaban, como las suyas propias. Aquella preciosa joven era el bebé que habían dejado atrás para que se quedara protegida y segura. Jugar con el tiempo era una locura. No solo estaban los tres allí, viéndose a sí mismos, sino que su pequeña Maili, ya tenía cuatrocientos años.

 

―Sí, mamá. Me temo que esa soy yo. ―Se abrazó un poco más a Irial―. Esto de tener dos madres y dos padres, acojona un poco... Paso de traer a mi novio a casa en este plan.

 

Kara estalló en carcajadas al ver la cara que ambos Dagen pusieron ante la mención de un novio. Irial sonrió al ver el apuro de su hermano. O hermanos.

 

―Te has convertido en una mujer preciosa ―logró decir finalmente Kara.

 

―Sí que lo es ―dijo un emocionado Dagen.

 

―Yo sé que esto es muy raro y emocionante ―interrumpió el Dagen del presente―, pero habéis venido por algo más que una reunión familiar.

 

―Sí ―dijo Kara―. Necesitamos saber el paradero de O´Neill.

 

Los dos Irial gruñeron, pero si el Irial del siglo XV parecía destrozado por la pérdida de Norene, el del siglo XXI se veía vacío.

 

―O'Neill ha estado viviendo en Donegal desde hace más de doscientos años. Cuando logró expulsarnos, creó un escudo, junto a sus brujas, que nos impide volver a nosotros o a cualquiera de nuestro clan. Por eso nos instalamos aquí, cerca de Donegal, para poder tenerlo vigilado ―explicó Dagen―. Él no estará ahora dentro del pueblo, estará en su mansión, un par de millas al norte. Es una casa grande donde vive con sus hombres de confianza, su hija Ciara y su bruja particular.

 

Irial se frotó la nuca.

 

―Vamos a por él. Ahí estará Norene... ―Su voz se quebró al pronunciar el nombre.

 

El otro Irial, el del siglo XXI, se acercó a su yo pasado y apoyó una mano en su hombro.

 

―Debes recuperarla. Salva a mi mujer, a la tuya. Hazlo porque yo no lo hice y llevo cuatrocientos años viviendo sin corazón.

 

―Daré mi vida por ella. No sé cómo has aguantado tanto tiempo sin ella.

 

―Por Dagen, Kara... ―contestó su versión más triste―. Pero sobre todo, por esa pequeña que no me deja venirme abajo. Y porque sabía que este día iba a llegar, que podrías cambiar el pasado.

 

―Se la ve muy unida a ti, a nuestra sobrina. Te doy mi palabra de que la recuperaré y la vincularé. No dejaré que se separe de mí.

 

Irial asintió. Tenía que confiar en sí mismo, literalmente. Él no podía ir hasta Donegal, pero su pasado sí podía y así llegar a Norene.

 

El Irial del pasado clavó su mirada al Dagen del presente.

 

―¿Nos vais a ayudar?

 

―No podemos. El hechizo impide que entremos en el pueblo o alrededores. Vosotros no tenéis ese problema. Solo puedo proporcionaros armas y el cómo colaros en esa casa.

 

―Ya me vale con eso. ―dijo Irial. En su mente ya estaba planeando varias formas de matarlo.

 

Minutos después, los Ward del presente vieron cómo sus pasados se marchaban. Irial cruzó los dedos para que, esa vez, pudiera recuperar a su amada.

 

Unas voces masculinas, profundas y sensuales, inundaron el gran salón de la mansión. Dos hombres iguales aparecieron sonriendo.

 

―¿Qué tal ha ido? ―preguntó Kyler, uno de los gemelos.

 

Los chicos eran la viva imagen de su padre, Dagen. De pelo castaño oscuro, altos, corpulentos, con voz de mando y unos increíbles ojos azules, herencia de su madre. Su llegada al mundo fue una increíble sorpresa para sus padres.

 

―Supongo que bien, solo me toca esperar para ver lo que pasa ―dijo Irial.

 

Lyam se colocó al lado de su hermana Maili y le pellizcó la cintura.

 

―¡Ey! ¿Qué te hice ahora? ―se quejó mirándolo con disgusto.

 

―Como siempre, presenciar las escenas más interesantes. ―Lyam le sonrió burlón.

 

―Capullo… Haber nacido tú primero. Ellos no saben que existís.

 

Kara y Dagen pusieron los ojos en blanco. Esas peleas entre ellos eran el pan de cada día. A pesar de que Maili ya tenía cuatrocientos años y Kyler y Lyam trescientos cincuenta, se comportaban como críos recién destetados.

 

Las pullas entre los hermanos continuaron haciendo reír a todos, hasta que Maili dejó salir su genio. Era igual que su madre: fuego en estado puro.
Un amor para Navidad
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