Capítulo 3

Donegal, Irlanda, s. XXI

 

10 de diciembre

 

 

 

Ya había pasado un año.

 

Un año ya desde aquella noche en que las dos, ella y Kara, se colaran en las antiguas ruinas. El Castillo de Donegal había sido su obsesión, la de ambas, durante años. El clan al que pertenecía, los O’Neill, lo habían dejado reducido a escombros. Apenas un par de muros estaban en pie, las malas hierbas cubrían los jardines y patios, y la herrumbre invadía las puertas.

 

Aún podía recordarlo en todo su esplendor, cuando, de la mano de Irial, lo había recorrido… Pero debía expulsar aquellos recuerdos de un tiempo, y de alguien, que no iban a regresar.

 

No había vuelto a saber nada de su hermana, ni de él, a pesar de que sabía que ambos debían seguir vivos, y que esperaba la visita de Kara. Al parecer se había olvidado de ella, feliz con su marido y su preciosa cuñada, la hija de O’Neill… Aquel tipo le ponía los pelos de punta.

 

Pasó acariciando las escasas piedras que seguían unidas formando la pared del gran salón donde Irial la había besado bajo el muérdago. Un escalofrío, tanto de dolor como de nostalgia, la invadió.

 

Tenía que olvidarse de él, la rechazó lo suficientemente alto y claro como para que dejara de darle vueltas a su recuerdo y pasara página de una vez.

 

Y esa noche iba a empezar a hacerlo. Durante aquel año, Ciara se había convertido en su mejor amiga. No llegaba al nivel de complicidad que tenía con Kara ni lo haría nunca, pero, al menos, tenía una amiga de esas a la que le podías contar hasta tus más íntimos secretos. O casi todos. Obviamente, no le había dicho que Kara ahora era un vampiro, que estaba casada con otro, y que el hombre al que llevaban un año vapuleando en sus conversaciones, también lo era. La habría tomado por loca.

 

Ciara había sido la que más insistió en que tuviera aquella cita, que le diera una oportunidad al bombón y a ella misma de dejar a aquel tipo, a Irial, en el pasado. Literalmente.

 

Miró su reloj y vio que era casi la hora en la que iba a pasar página. Esa noche era de verdad: cena, charla y confidencias.

 

Cruzó la calle hasta el pub The Olde Castle, donde después del trabajo había tomado una copa con Kara, y donde ahora lo hacía con Kyran y Ciara. Todo había cambiado… Y debía adaptarse.

 

 

 

 

 

Ennis aparcó el coche en la esquina de la plaza y miró a su alrededor. Donegal no había cambiado apenas en los más de cincuenta años que había pasado fuera. Y la verdad es que era lo que esperaba. Era un lugar que no tenía demasiado encanto, pero que lo había visto nacer casi doscientos años atrás.

 

Se marchó en busca de aventuras, pero ahora había regresado con intención de asentarse. Un movimiento al final de la calle llamó su atención: una joven caminaba hacia el pub. Era pelirroja y se arrebujaba en el abrigo, pero su vista era lo suficientemente buena como para ver que era hermosa. Muy hermosa en realidad.

 

Entró al pub y la vio sentarse con un humano. Parecía que tenían una cita, pero algo en el modo de moverse le decía que aún tenía una oportunidad de conquistarla.

 

Tal vez, volver en aquel momento, había sido una buena decisión.

 

 

 

 

 

Poco después de que Norene abandonara el lugar, un fuerte viento en forma de remolino irrumpió en el jardín del castillo en ruinas de Donegal. Tres figuras aparecieron entre la niebla. Dos de ellas intimidaban por su corpulencia y altura. La tercera era más menuda y se mantenía abrazada a una de ellas.

 

Kara sonrió al escuchar la música y el alboroto de una noche en la Irlanda del siglo XXI. Por fin vería a su hermana y la convencería de que regresara con ella y con Irial. Esta vez sabía que no podría resistirse, su cuñado venía dispuesto a todo por recuperarla. Pero tuvo que sofocar una carcajada al ver la expresión de su rostro y del de Dagen. Ellos también estaban escuchando la música estridente que unos jóvenes tenían en su coche.

 

Irial estaba desconcertado. Aquel ruido infernal martilleaba sus oídos y solo le bastó una mirada a su cuñada para saber que estaba en el lugar correcto. La muy víbora se lo estaba pasando en grande. Pero ese tema ya lo solucionaría más tarde, en ese instante solo quería recuperar a Norene.

 

Fue un completo estúpido con ella y llevaba un año pagando su estupidez con creces. Había visto con sus propios ojos cómo Kara amaba a su hermano, cómo se desvivía por él y él por ella. Eran verdaderos compañeros. La prueba era que Kara, tres meses atrás, había dado a luz a una niña preciosa, y eso solo ocurría entre su gente, si eran compañeros. Ella no tenía poderes mágicos, como él pensaba, solo poseía los mismos que él, su hermano o cualquier vampiro. Por primera vez desde que la apartó de él, desde que se diera cuenta de que quizás hubiera perdido a su compañera, sintió el enorme agujero que esa pelirroja de ojos verde esmeralda dejó donde su corazón había estado latiendo una vez. Porque ella, sin pretenderlo, se lo había llevado consigo al siglo XXI, muy lejos de él.

 

Kara se dirigió a los vampiros con una sonrisa que dejaba expuestos sus colmillos.

 

―Chicos, no podemos presentarnos así vestidos en esta época, y menos aún con vuestros modales. ―Ambos vampiros alzaron una ceja―. No me miréis así. Mi familia tiene una cabaña cerca de los acantilados. Nos quedaremos unos días allí, lejos del pueblo, y así os pondré al día de cómo va este siglo.

 

―Esto es como el infierno... ―dijo Dagen observando las ruinas de lo que era su hogar―. Dime que esto no es nuestro castillo...

 

―Siento decírtelo, pero sí, mi amor. Esto es el castillo de Donegal.

 

Dagen sintió rabia por el estado de su castillo, porque, por mucho que en aquel tiempo no fuera ya suyo, siempre lo sentiría su casa. Ahora entendía por qué Kara le decía que se había colado en las ruinas de Donegal.

 

―Evitaré que pase esto, como sea... Ahora vamos a tu cabaña. No soporto ver ese desastre.

 

Kara cogió su mano para reconfortarlo.

 

―Sé que lo harás. ―Confiaba en su compañero y en que podrían cambiar las cosas.

 

Irial se mantuvo en silencio, con los puños apretados. Deseaba salir corriendo y gritar a los cuatro vientos que estaba allí, que había venido a buscar a la única mujer que podría devolverle la sonrisa y la paz. Su compañera, su Norene.

 

 

 

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Donegal, Irlanda, s. XXI

 

13 de diciembre

 

 

 

Tres días. Tres infernales días rodeado de máquinas, de tecnología o instrumentos de tortura modernos. La televisión, como Kara decía que se llamaba ese aparato en el que vivían personas diminutas dentro de él, lo volvía loco con aquellas extrañas imágenes, la música, los colores. Por no mencionar ese cacharro de hierro que le perforaba los tímpanos y era más veloz que un caballo y capaz de cargar con cinco personas en sus entrañas. Estaba maravillado con todo, pero lo que más lo sorprendía era que, pulsando un botón en la pared, se iluminaba toda una habitación sin necesidad de antorchas, o que se inundara de calor la casa sin encender fuego durante el invierno.

 

Debía reconocer que no todo era horrible. Poder bañarse sin tener que esperar a calentar los cubos al fuego era una delicia. Y la música… Ese agradable sonido que salía de un dispositivo muy pequeño era su preferido. Otra de las cosas que le habían gustado de ese siglo era la ropa. Los jeans descoloridos que llevaba con una camiseta negra de manga larga eran el tejido más cómodo que había probado nunca, junto con las botas negras: mucho más cómodas y calientes que las que se usaban en su tiempo.

 

Kara, que todavía estaba en estado de shock al ver a su compañero en jeans desgastados y un jersey de licra blanco que marcaba todo su perfecto tórax, se dejó caer en el sofá sin poder dejar de mirarlo.

 

―Hay cosas que deberían de estar prohibidas, y una de ellas es la ropa que llevas puesta.

 

―La ropa es una de las pocas cosas de tu época que soy capaz de tolerar ―contestó el Laird.

 

―Venga, Dagen. Admite que la luz y el agua te han gustado ―dijo Kara señalándolo.

 

Irial rompió a reír.

 

―Eres más negado que yo, hermano.

 

―Al menos yo no metí un tenedor en ese trasto infernal haciéndolo volar en pedazos ―dijo recordándole cómo había hecho explotar el microondas.

 

―Eso fue porque pensaba que se podía meter ahí. ―Se encogió de hombros sonriendo―. Aunque por lo menos no destrocé el primer coche que trajo Kara gritando como un poseso que escupiera a mi compañera.

 

La risa de Kara no tardó en escucharse al recordar ese momento: la cara desencajada de Dagen fue impagable.

 

―Si hubiera sido Norene, habrías hecho lo mismo, así que cierra tu bocaza o lo hago yo de un puñetazo. Sigo siendo tu Laird.

 

Irial se giró hacia Kara.

 

―¿Qué dedo era, dulzura?

 

Kara le señaló el dedo corazón partiéndose de risa. Irial, volviendo a girarse hacia su hermano, levantó el dedo corazón de su mano derecha.

 

―En este siglo solo eres mi hermano.

 

―Y tú, solo eres... ¿cómo se decía? Ah, sí: gilipollas.

 

Kara se levantó y colocó las manos en sus caderas.

 

―Vamos a ver, chicos. Por lo que veo, eso sí que lo habéis aprendido bien.

 

―Es la parte divertida.

 

―En eso coincido con mi hermano ―dijo Dagen. Cruzó los brazos y se apoyó en la mesa del salón.

 

―No voy a discutir con vosotros cuando os ponéis en este plan, paso. Tenéis que saber cómo funciona la tecnología básica de este siglo, es importante: la luz, el agua, los coches, los teléfonos. Si no, os tomarán por locos, llamareis demasiado la atención.

 

―Solo estaremos un par de días, lo justo para que aquí, el merluzo de mi hermano, se cargue al hombro a tu hermana y salgamos corriendo de vuelta a un siglo más civilizado.

 

Kara puso los ojos en blanco.

 

―Dudo que quiera venirse si la trata así ―murmuró.

 

Irial fulminó a su hermano con la mirada. Eso era justamente lo que estaba deseando hacer desde que pisó ese siglo.

 

―Si es como tú, puede que hasta le guste ―dijo dándole una palmada en el trasero tan increíblemente sexy que le hacían aquellos pantalones.

 

Kara pegó un grito, sonriéndole. Irial observaba las bromas entre la pareja con cierta nostalgia. Él podría haber estado como ellos si no hubiera recelado de su pequeña pelirroja.

 

 

 
Un amor para Navidad
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