20
Zarah bajó corriendo tan rápido como le permitieron las piernas.No necesitó buscarlos con la mirada, los encontró de pie cerca de la puerta, las voces la habían conducido directamente hacia ellos, o mejor dicho, la voz de Allan, quien por primera vez parecía alterado delante de su abuelo.
—¡…no es seguro!—Terminaba de decir Allan cuando ella llegó a su lado. Sus miradas se encontraron, en lugar del brillo de fervor que había visto la noche anterior, vio sus ojos brillantes de otro sentimiento… aunque no pudo distinguir con claridad cuál, pero se debatió entre temor, furia y desesperación.
—Capitán, le agradezco su interés en la seguridad de mi nieta, pero no tiene ningún derecho de venir aquí a exigir nada—Ahren habló con voz clara y firme, la voz de un rey que ejerce su autoridad—. Usted ya no es su guardián, y por lo tanto…
—Tiene que escucharme—sentenció Allan, volviendo a fijar su atención en el hombre—, no puede permitir que la princesa salga de la isla. Quién sea que la haya atacado sigue allá afuera, esperando la oportunidad para conseguir su objetivo.
—¿Cree usted que expondría a un peligro potencial a mi propia nieta?—Bramó Ahren, encendiéndose por primera vez.
Patrick, Alessandra y Jaqueline, a quienes Zarah no había notado hasta ese momento, se estremecieron y se cuadraron en un acto reflejo, desviando la vista de la escena que se suscitaba ante ellos. Incluso Zarah sintió temor ante la imagen furiosa de su abuelo, se veía tan distinto al hombre apacible y bonachón que había conocido hasta entonces…
Sin embargo, Allan no dio el brazo a torcer.
—Sé que usted no pondría en peligro a Zarah, pero se equivoca si cree que el peligro ha pasado.
—La amenaza directa ha sido neutralizada.
—¡Allá afuera hay cientos de amenazas!
—Sí, y siempre las habrá. Zyanya es una princesa y una Capadocia, tiene cientos de enemigos por el mero hecho de ser quien es, y ni usted ni yo podemos hacer nada para controlar los pensamientos o sentimientos de los demás. Es una realidad con la que debemos vivir desde nuestro mismo nacimiento, toda familia real lo sabe, un precio que hay que pagar por ocupar el puesto que ocupamos ante la gente—Ahren le dedicó una mirada un tanto despectiva—. Quizá usted no lo entienda, Allan, después de todo es un simple plebeyo.
Allan tragó saliva, pero no se amedrentó.
—Tiene razón—dijo con voz grave—. Quizá no entienda lo que es vivir como un rey, pero entiendo lo que es vivir amenazado. Y si hay una amenaza latente para la princesa, lo que debemos hacer es protegerla, mantenerla a resguardo…
—No es modo de actuar de un rey el esconderse, ni tampoco de una princesa. Es ésa la razón por la que Zyanya ha entrenado, ella debe aprender a defenderse sola.
—Aún es muy joven y nueva en todo esto.
—Lo sé, y he ahí el hecho de que cuente con una escolta, conformada por miembros que usted mismo eligió Capitán, los mejores de los mejores, conforme a sus propias palabras.
Allan asintió, sin poder debatir eso.
—Zyanya saldrá, no permanecerá oculta para siempre, eso sería cobarde—continuó hablando Ahren—. Y serán sus hombres y sus habilidades las que le darán seguridad. Hoy vencimos una amenaza, pero siempre vendrá otra, Allan. Es la realidad que yo, Aidan y Zyanya, como cualquier miembro real, debemos afrontar día a día. Una realidad dura, sí, pero no por ello trágica, ni nos hará esconder la cabeza bajo la arena. Somos Capadocia, somos valientes y fuertes, nuestra naturaleza es enfrentar el peligro y los males con la cabeza en alto. Y ésta ocasión no será la excepción.
Allan miró a Zarah directamente, y ella pudo sentir la desesperación que irradiaba su rostro.
—Permítame ir con ella—le dijo al rey, volviéndose enérgicamente hacia él—. Permítame protegerla.
—Creo que esa parte ya la hemos dejado clara…
—Sabe que soy el mejor guerrero en esta isla, sabe que daría mi vida para defenderla a ella, y también a Aidan…
—Allan, puede ser que usted…
—¡Se lo juré a Tanek!—Bramó Allan, sacando su última carta bajo la manga—. Se lo juré, rey Ahren. Y no puedo romper mi juramento.
Ahren pareció dudar por primera vez, mirando a Allan con gesto inquisitivo.
—Él debe ir, abuelo.
Zarah se giró sorprendida al escuchar la voz de Aidan tras ella. Su hermano había bajado por las escaleras y ahora se encontraba a pocos pasos de ella sin que hubiera notado su presencia. Su rostro bastante perturbado por la declaración de Allan.
—Sabes que debe ir, abuelo—insistió Aidan—. Es cuestión de honor. Él no puede romper su promesa a Tanek.
—Bien—contestó Ahren en voz baja tras unos minutos de silencio—. Irá. Pero sólo como guardián, no entrará a la casa ni se comunicará con mi nieta, permanecerá en los linderos de la casa de su familia Homo, custodiando como un guardián fantasma, invisible a ojos de todos ¿ha quedado claro?
—Sí, señor—Allan asintió.
—Partan enseguida—musitó Ahren con brusquedad, como si temiera arrepentirse en cualquier momento.
Zarah notó una cierta aflicción en su rostro contra la que su abuelo parecía intentar luchar en vano, como si dos partes de él se dividieran y enfrentaran entre sí, la parte del deber y la parte del corazón.
Y supo que él deseaba tanto como Allan mantenerla sujeta a la protección de la isla.
Pero como él mismo había dicho, una cosa era lo que él deseaba y otra el deber. Igual que una madre no desea dejar a su pequeño hijo llorando en la escuela el primer día de clases, pero sabe que debe hacerlo por su propio bien, su abuelo ahora la dejaba libre para enfrentarse al mundo, aunque al darse la vuelta fuera él quien soltara las lágrimas.
—Abuelo…—Zarah se aproximó a él, sintiéndose mal de encontrarlo tan perturbado.
—Ve hija mía—Ahren sonrió, y por primera vez Zarah notó el peso de los años en su sonrisa—. Diviértete con tu otra familia y cuida de tu hermano.
—¿No te gustaría venir con nosotros? Te divertirás y…
Ahren la abrazó y la besó en la frente.
—Será en otra ocasión, querida mía. Ahora tengo asuntos que atender de extrema importancia—miró a Aidan, quien le dedicaba a su vez una sonrisa expectante—. Espero tenerte buenas noticias a tu regreso, jovencito.
—¿Me avisarás en cuanto lo veas?
—Tenlo por seguro—asintió Ahren, abrazando ahora a su nieto—. Ahora vaya, se hace tarde y deben aprovechar al máximo su tiempo libre, disfrutar y recargar energías. La próxima semana les tocará un duro entrenamiento.
Zarah notó que su abuelo parecía un poco tenso a pesar de la cordialidad con que los despidió, era claro que le ocultaba algo, aunque no tenía idea de qué podía ser.
—Aidan, ¿a quién va a ver el abuelo?—Le preguntó a su hermano en voz baja, caminando a su lado mientras él llevaba las maletas.
—A Tanek—contestó Aidan con naturalidad, dirigiéndole una sonrisa—. Ha sido él quien ha dado las noticias sobre la neutralización de tus enemigos, porque ha sido él quien lo ha conseguido. No ha de tardar en volver a Tierra de Libertad, y cuando lo haga haremos una fiesta para celebrar su festejo. ¡Me siento tan feliz, hermana! Y tú también deberías alegrarte…
—Claro, me alegro, es un amigo muy querido para ti y para Allan.
—No me refiero a eso, sino…
—Aidan, ya vamos a partir—lo interrumpió Allan, tomando las maletas de las manos del joven—. Vamos, no hay tiempo que perder.
Zarah no comprendió qué fue lo que sucedió en ese breve intercambio de miradas que tuvieron Allan y Aidan, pero después de ese par de segundos, ninguno de los dos volvió a decir nada con respecto al tema de Tanek.
El viaje a casa fue bastante tranquilo y silencioso. Aidan se dedicó a dormir como si no lo hubiera hecho durante semanas, mientras Allan y sus demás amigos se dedicaban a dirigir la nave acomodados en la cabina, donde en esta ocasión a Zarah no se le invitó a entrar.
Cuando ya llevaban un par de horas volando, Zarah decidió ponerse de pie y dar una vuelta por los alrededores, y buscar un baño. Había bebido demasiado jugo de naranja.
Mientras salía del baño alcanzó a escuchar una parte de la conversación que Allan estaba manteniendo por videoteléfono con su padre, por lo poco que pudo entender, Allan le interrogaba por enésima vez, pidiéndole información sobre la seguridad de la zona donde aterrizarían en unas horas, y Aníbal contestaba por enésima vez que había revisado la zona con peine para asegurarle que no había peligro.
Allan le agradeció cortantemente y Aníbal se limitó a responder que no era por él, sino por el rey Ahren, que contestaba a su pregunta después de revisar la zona por enésima vez—la palabra enésima salió varias veces a colación en su molesta despedida—, antes de colgar abruptamente, cortando la comunicación con su hijo.
Allan se giró, dejando caer el aparto en un sillón, como si el mismo teléfono le repudiara, y sus miradas se encontraron. Zarah le sonrió, aunque no supo bien si fue un gesto instintivo para intentar hacerlo sentir mejor o por el simple hecho de que verlo le provocaba sonreír imparablemente.
De todas maneras no importó, el efecto fue el deseado; Allan se aproximó a ella y la abrazó.
—¿Te sientes emocionada de volver a ver a tu familia?—Le preguntó al oído, sin separarse de ella.
—Claro que sí, siento como si no los hubiera visto en años. Los extraño tanto…
—¿Qué sucede?
Zarah se separó de él y lo miró a los ojos.
—¿Crees verdaderamente que corro peligro? Dudo mucho que el abuelo hubiera impedido que me fuera a casa de ser así, y sin embargo, tú sigues temiendo… ¿Sabes algo que yo no sé?
Allan hizo una mueca ladeada que no alcanzó a ser una sonrisa y la volvió a abrazar.
—Temo por ti, eso es todo. Digamos que soy un poco sobreprotector.
Zarah suspiró, no creía que eso fuera completamente sincero, tenía el presentimiento de que Allan le ocultaba algo.
—¿Tiene esto algo que ver con Tanek?
Allan frunció el ceño y la alejó, escrutando su rostro en silencio.
—¿Tú qué sabes sobre Tanek?
—¿Ha sido él quien envió la información de la que habló mi abuelo? ¿Ha sido él quien… neutralizó…— recordó la palabra utilizada por su abuelo—a los que intentaban matarme?
—Zarah, no contestes una pregunta con otra pregunta.
—Y tú no contestes con evasivas. ¿Por qué nunca puedes sencillamente decirme la verdad…?
—Allan—los interrumpió la voz de Patrick—, te necesitamos en la cabina. Ruperto desea hablar contigo por el intercomunicador.
—Allá voy—contestó Allan, separándose de Zarah—. Ve a dormir un rato, Zarah, el viaje aún durará unas horas más. Te avisaré cuando lleguemos.
Zarah frunció el ceño, comenzaba a molestarle seriamente el que Allan siempre la tratara como a una niña pequeña a la que había que darle órdenes y decirle verdades a medias, como si no fuera capaz de soportar el peso de la abrupta verdad que un adulto entendería, y no ella con su débil y frágil mente infantil.
Con paso rápido, regresó a su lugar y encendió la televisión. Su hermano continuaba dormido a su lado, no podía hablar con él ni hacerle las preguntas que deseaba. Por lo que se limitó a observar la pantalla y esperar a que las horas pasaran para llegar a casa.
Todo iría mejor cuando estuviera en su casa. Con su gente querida, con las costumbres y los conocimientos a los que estaba habituada, con su vida habitual y pacífica… Todo volvería a tomar forma y color, todo volvería a tener sentido, y esa inquietante sensación de encontrarse siempre en peligro remitiría al fin. En su hogar estaría segura, estaría a salvo, y sobre todo, estaría rodeada de las personas que la conocían y la amaban. En pocas palabras, estaría en su hogar.
Bien lo había dicho una niña con zapatos rojos en una ocasión: no hay lugar como el hogar.
El descenso ocurrió sin mayores pormenores. Salieron del aeropuerto mezclándose con la gente, actuando con total naturalidad cargando con sus maletas como si hubieran bajado de cualquier avión convencional.
Se dirigieron al aparcamiento donde aguardaba una camioneta Cherokee azul estacionada entre los demás autos normales Homo. Subieron las maletas en la cajuela y se acomodaron en los asientos. Patrick y Allan adelante, y Zarah, Aidan, Jaqueline y Alessandra en la parte trasera.
Justo en el momento en el que Allan iba a meter la llave en el encendido, escucharon una voz que los paralizó.
—¡Allan! ¡Allan! —llegó corriendo hacia ellos Flérida—. ¡Allan, qué bueno que los alcanzo!
El rostro de todos se tensó, asumiendo que algo muy malo debió de suceder para que Flérida se encontrara allí.
—¿Sucede algo?—Le preguntó Allan, bajando del auto y acercándose para recibirla. Patrick hizo lo mismo, así como Jaqueline y Alessandra.
Cuando Zarah hizo ademán de querer bajar también, Jaqueline la detuvo con un gesto de la mano y le cerró la puerta prácticamente en las narices.
—Es un mensaje urgente para Allan. Es de Tanek—le dijo Flérida, entregándole a Allan un rollo de papel.
Allan frunció el ceño y lo tomó enseguida, alejándose unos pasos para leerlo en privado.
Aidan, mucho más rápido que Zarah y los otros, bajó de la camioneta y se acercó a Allan. Antes de que ella pudiera correr tras su hermano, Alessandra la había detenido por el brazo y devuelto a su asiento.
—Por favor, princesa, quédate aquí. Es por tu seguridad.
—¿Qué sucede?—Preguntó Zarah, alzando la voz para que Allan la escuchara.
—Es Tanek…—contestó Aidan, con voz angustiada—. Está en peligro…
—Creí que estaba bien.
—¡Allan, por favor!—Escuchó rogar a su hermano.
—¿Qué pasa?—Zarah intentó bajar, pero el brazo de Alessandra en derredor de su cintura era implacable.
—¡Hermana, por favor, convéncelo!—Le rogó Aidan, regresando hacia ella—. Tanek está en peligro, le pide ayuda a Allan… ¡sólo él puede salvarlo, y no va a ir si tú no se lo ordenas!
—¡Aidan, para ya!—Rugió Allan.
—¡Morirá si no lo ayudas!—Gritó Aidan, desesperado—. ¡Lo sabes bien!
—No puedo hacer nada…
—¡Puedes, no pretendas que no es así!—Gimió Aidan con voz desesperada—. ¡Te necesita, Allan! Eres su amigo… ¡Por favor!
—Allan, ¿qué ocurre?—los ojos de Zarah volaban del rostro angustiado de su hermano al de Allan.
Allan pareció dudar, pero finalmente contestó.
—Según este mensaje Tanek está en peligro en una isla que ambos conocemos, una isla Kinam. Me pide que acuda a socorrerle… Al parecer los Kinam lo han apresado por error, y necesita mi presencia para corregir el problema.
—¡Ellos lo conocen, Allan es amigo de su rey!—Añadió Aidan, sorprendiendo a Zarah por el conocimiento que tenía de su amigo y de Allan—. ¡Si Allan no acude a intervenir en favor de Tanek, lo matarán al anochecer!
—Entonces ve—Zarah lo miró angustiada—. Tienes que ir.
—No puedo…—la miró angustiado, y ella entendió su dilema.
—¿Qué es lo que te preocupa? Ya hemos llegado, están todos tus amigos para llevarme a casa, desde un principio se suponía que sólo irían ellos. Estaremos bien, no te preocupes por nosotros, ve a ayudar a tu amigo.
—Estaremos bien, Allan—convino Patrick—. ¿No te han repetido mil veces por el radio que la zona es segura? No pasará nada si te ausentas unas horas.
—Sólo tú puedes salvarlo—insistió Aidan—. Si yo fuera como tú… Si yo fuera un Kinam, iría a rescatar a mi amigo. Pero no puedo… Por favor, Allan. Te lo ruego…—la voz de Aidan se quebró al tiempo que para sorpresa de todos, se arrodillaba delante de Allan—. Salva a Tanek, Allan, ¡te lo suplico!
Los ojos de Zarah se humedecieron, nunca habría imaginado ver a su orgulloso hermano postrarse delante de nadie.
—Allan, es claro que es importante que vayas, tú también lo quieres, lo veo en tus ojos—Zarah lo miró, deseando llegar a él, pero todavía atrapada por el brazo de Alessandra—. Por favor, ve con él. No te preocupes por nosotros, estaremos bien.
—Si sirve de algo, yo me quedaré con ellos—dijo Flérida, posando una mano sobre el hombro de Allan—. Puedo acompañarlos hasta tu regreso, Allan. Una espada más siempre es de ayuda en el equipo.
—No es que seamos inútiles, Allan. Si Tanek está en problemas, puedes ir a ayudarlo, nosotros nos haremos cargo de llevar a Zarah, ya hicimos lo más peligroso—añadió Patrick.
—Es cierto, los Kinam no atacarán aquí, tú mismo me dijiste que ellos no atacan donde pueden ser expuestos a los Homos, digo la gente—convino Zarah.
—Él es tu amigo, Allan—Flérida posó una mano sobre su hombro—. No querrás llegar tarde en su momento de necesidad, igual como…—se calló, apartando la mirada para dirigirla sobre Zarah.
Allan asintió. Era cierto, no quería aceptarlo, pero era cierto. Tanek había sido su único amigo cuando perdió a Mady, él había estado a su lado sin importar las consecuencias, no podía dejarlo a su suerte. Si la verdad que él creía ver oculta en el mensaje, que los Kinam al mando de Kudrow lo habían apresado, no tenía tiempo que perder, cada segundo significaba la diferencia de hallarlo con vida o sin ella…
Allan suspiró, demasiado apesadumbrado como para contestar. Se inclinó y levantó a Aidan del piso por los hombros y lo miró a los ojos.
—Cuida de tu hermana en mi ausencia—le pidió fervientemente—. No permitas que nada malo le pase.
—Lo prometo.
Allan asintió y le pasó una mano cariñosa por el pelo, como si se tratara de un niño pequeño, a pesar de que Aidan era casi tan alto como él.
—Bien, y yo te prometo a ti que regresaré con Tanek.
Aidan lo abrazó.
La sorpresa fue tan grande como en el momento en el que se arrodilló delante de él.
Sin embargo, Allan se mantuvo tranquilo, y con un gesto suave y cuidadoso, se separó de él y le entregó un pañuelo para secar sus lágrimas.
Sin decir palabra, se giró hacia Zarah y la miró a los ojos, compartiendo cientos de sentimientos con esa sola mirada.
—Ve, Allan—insistió Zarah, posando una mano sobre su brazo—. No te preocupes, sólo ve.
A Allan le costó decidirse, pero terminó por hacerlo.
La abrazó por los hombros y le susurró al oído:
—Si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en llamarme, ¿recuerdas?
Zarah asintió con una sonrisa.
—Por supuesto.
—Bien…—suspiró, alejándose por fin de ella—. Estaré de regreso con ustedes lo antes posible. Flérida…—la miró a los ojos—, por favor…
—La cuidaré como si fuera de mi familia—contestó ella, dándole una palmada cariñosa en el brazo—. Ve, y cuídate mucho, hijo.
Allan asintió y miró una vez más a Zarah.
—Volveré—le dijo en voz baja, estrechando su mano.
—Te estaré esperando—contestó Zarah, apretando la mano que la unía a él. ¡Dios, cómo amaba a ese hombre, cómo adoraba el contacto con su piel, esa sensación eléctrica que la recorría cada vez que él la tocaba!
Sólo esperaba que regresara con bien, que no lo estuviera mandando a su propia tumba…
Si se decía que Tanek era tan buen guerrero, incluso mejor que Allan, ¿qué podría garantizarle que él regresara con bien?
Dios, que todo saliera bien, por favor, por favor…
—Debo irme—Allan se separó de ella y se alejó. Intercambió con Patrick un par de palabras y le dedicó una última mirada antes de partir a paso veloz de regreso al aeropuerto.
—Creo que lo mejor será ponernos en marcha—opinó Patrick, y tanto Jaqueline como Alessandra asintieron. Todos a sus lugares. Tenemos que llevar a la princesa a su destino.
Subieron al automóvil, Flérida se acomodó en el asiento trasero, a la derecha de Zarah, mientras que Jaqueline ocupó su lugar a la izquierda de Aidan. Patrick tomó el lugar tras el volante y Alessandra se sentó en el asiento del copiloto.
Se pusieron en marcha, pero el tráfico pronto los obligó a detenerse y bajar la velocidad. Patrick buscó en derredor la manera de tomar un camino alterno.
—Bien podrías tomar entre calles—opinó Alessandra.
—Nos saldríamos de la ruta segura.
—Si no llegamos a tiempo, se van a preocupar—opinó Jaqueline.
—Chicos, el viaje será un poco largo, ¿no les gustaría tomar algo refrescante en lo que deciden qué hacer?—les preguntó Flérida, pasando latas de bebida a cada uno—. Me encantan estas bebidas, son de lo más dulce.
—Te lo agradezco, me muero de sed—le dijo Patrick, tomando una al instante. Alessandra también lo hizo. Entonces la mujer le entregó una lata a Aidan y a Jaqueline, a su lado, antes de darle una a Zarah.
—Estoy bien, no tengo sed, gracias.
—Vamos, linda, querrás beber un poco, el viaje es largo.
—Gracias…—contestó ella sin mucho ánimo, dejando la lata sin abrir sobre su regazo, para continuar con la vista fija en la ventana. La verdad es que el saber que Tanek estaba en peligro, le preocupaba de una manera que nunca pensó podría llegar a ser posible, y el hecho de que Allan fuera solo en su búsqueda… Sabía que ella no podía ayudarlo en nada, pero si al menos pudiera haberse llevado a sus amigos con él, en lugar de tener que hacer de chofer para ella, se habría sentido menos inútil. Sólo esperaba que, si ella era realmente tan poderosa como ellos decían, aprendiera pronto a usar esos poderes para ayudar a Allan en momentos de dificultad como ése.
—Dime, Zarah, ¿te sientes contenta de volver a ver a tu familia?—Le preguntó amablemente Flérida, intentando hacer conversación.
Zarah le sonrió agradecida de poder quitarse por un momento la imagen preocupada de Tanek en problemas y Allan acudiendo en su ayuda.
—Sí, por supuesto. Los he extrañado mucho—contestó, notando que Patrick se decidía por tomar un camino lateral menos transitado, pero largo, que seguramente resultaría más rápido para llegar a su destino que continuar por esa calle atestada.
—Sólo han sido unas pocas semanas separada de ellos, pero se te deben de haber hecho eternas, ¿no es así?—continuó hablando la mujer.
—Por supuesto.
—Grandes personas, tus padres. Me cayeron fantásticamente cuando los conocí…—suspiró, con gesto afable—, es por eso que creo que lo mejor será desviarnos antes de llegar. No quisiera que gente tan buena saliera dañada.
—¿Disculpe?—Zarah arqueó una ceja, sin comprender.
De pronto el auto comenzó a zigzaguear, reduciendo la velocidad.
—¿Patrick…?—el terror se escuchó en la voz de Alessandra.
—No me puedo mover—dijo él, intentando hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener las manos en el volante.
—Yo tampoco puedo…—dijo Jaqueline, cayendo en una especie de sopor que le impedía mantener la cabeza erguida.
—¿Qué está pasando?—Preguntó Zarah, al notar que Aidan y Alessandra caían en el mismo sopor.
—Debiste tomarte tu bebida como te pedí, Zarah—le dijo Flérida—, así no habrías tenido que enfrentarte a esto tú sola.
Zarah la miró con horror, sin creer lo que ella estaba diciendo. La mujer le dedicó una sonrisa de oreja a oreja justo un momento antes de que, literalmente de la nada, un hombre les saliera al camino y detuviera el automóvil con sus propias manos.
—¡Kinam!—Gritó Patrick, al tiempo que el mismo hombre comenzaba a levantarlos por el capó.
—¡Protejan a la princesa!—Ordenó Alessandra, golpeando con lo último de sus fuerzas la puerta, pero al hacerlo sólo se escuchó el sonido de sus huesos al romperse.
—¡Alessandra!—Gritó Patrick, al verla torcer el rostro, de manera adolorida.
—¿Qué sucede?—Preguntó Jaqueline, moviendo las manos en una especie de danza sin que nada ocurriera.
—Nuestros poderes… ¡no funcionan!—Bramó Aidan, dedicándole a su hermana una mirada angustiada.
Zarah se giró instintivamente hacia Flérida, quien con una sonrisa angelical, levantaba el puño, luciendo un enorme anillo con una piedra roja y brillante.
—¿Han oído hablar del Anillo del Sol Rojo?—Preguntó, con una sonrisa mordaz.
—¿El anillo que es capaz de quitarle el poder a cualquier Capadocia?—Preguntó Alessandra, mirándola con una mezcla de enojo y sorpresa.
—Ese anillo es un mito, no existe—intervino Patrick.
—Claro que existe, sólo estaba perdido… en el mundo Kinam—sonrió al ver que los Kinam comenzaban a abrir las puertas sin ninguna dificultad—. Nosotros tenemos el oro, ellos tienen esto, y mi querida princesa, también funciona contra los Alma Azul—le dijo a Zarah justo un momento antes de que un Kinam la sujetara por la cintura.
—¡Nooo…!—Gritó furiosamente Aidan, intentando en vano ayudar a su hermana justo antes de que otro Kinam lo sujetara a él y lo sacara fuera del auto, al mismo tiempo que los otros Kinam sacaban a sus amigos, quienes luchaban en vano contra la fuerza de esos seres de tamaño y poder descomunales.
Sin sus poderes, eran completamente vulnerables a ellos.
De entre las sombras, un ser enorme apareció frente a Zarah, abriéndose paso entre sus compañeros, de tamaño más pequeño. Él era diferente, debía medir fácilmente cuatro metros, tenía alas negras, como su piel negra, diferente a la de los otros Kinam que era azul, y sus ojos, enmarcados por una línea roja que le cruzaba la cara, tan roja como las líneas que cruzaban sus bazos, dorso y piernas, se fijaron sobre Zarah.
Zarah tembló al verlo, reconociéndolo al instante…
—Flagpaom…—murmuró de un recuerdo oculto en lo más profundo de su mente.
Él sonrió como respuesta, sujetándola con una sola mano por la cintura como si se tratase de una muñeca de trapo.
—Me alegra que me recuerdes princesa. He esperado muchos años por este reencuentro—rió entre dientes antes de abrir la boca para escupir un gas denso de color rojo.
Zarah sintió como si la sometieran a las llamas del fuego justo un momento antes de perder la consciencia.
Luego, todo fue oscuridad.