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Allan se sentía conmocionado, la revelación de Tanek lo había dejado sumido en una especie de sopor que dominaba su mente.

Tanek siempre había sido un misterio, desde el primer día que lo conoció, tantos, tantos años atrás…

—¿Dices que has pensado en un plan para casarnos?—Allan le preguntó a Madeleine, siguiéndola por el sendero del bosque por el que ella lo llevaba casi a rastras, emocionada—. ¿Cómo es que se te ocurrió de repente? Llevamos meses pensando en un modo de casarnos sin que tu familia se interponga… ¿Y por qué nos has traído a este lugar?—Miró en derredor con reserva. Habían llegado a un claro del bosque en medio de la nada.

Los sentidos de Allan se encendieron al instante, su instinto Kinam lo prevenía del peligro.

—Mady, vámonos de aquí—le ordenó, sujetándola por la cintura en un gesto protector, con la intención de regresar sobre sus pasos.

Apenas lo hubo dicho cuando alguien literalmente apareció delante de ellos. Ahora Madeleine era la que corría peligro, y Allan en un movimiento sumamente ágil, la colocó tras su espalda, listo para defenderla.

—Vaya, mi hermana tenía razón cuando me dijo que eras rápido—le dijo el hombre, sonriendo socarronamente. Antes de que Allan pudiera hacer o decir nada, el recién llegado se abalanzó sobre él y lo sujetó por el cuello, dejándolo inmovilizado contra el suelo—. Aunque me temo, niño, que no eres tan rápido como para lograr vencerme.

Allan hizo un movimiento para defenderse, pero con ello sólo consiguió terminar más embarrado en el lodo del bosque.

—¡No, suéltalo inmediatamente!—Intentó intervenir Mady, pero Allan lo impidió.

—¡Madeleine, vete de aquí! ¡No te metas en esto y sálvate!—Le ordenó Allan, forcejeando con su atacante hasta lograr liberarse.

El otro arqueó las cejas, sorprendido por su audacia, pero era por lejos más hábil que él, y con un movimiento rápido lo tuvo una vez más bajo control.

—¡Tanek, ya basta!—Chilló Mady, abalanzándose sobre el hombre—. ¡Suéltalo ya, ha sido suficiente!

—¿Tanek…?—Allan ensanchó los ojos, dedicándole a su atacante una mirada renovada, en una mezcla de admiración y sorpresa—. ¿Tú eres el hermano de Mady, Tanek?

El hombre sonrió mordazmente y se retiró, tendiéndole una mano a Allan para ayudarle a levantarse del piso.

—El mismo—le dijo él, orgulloso—. Y tú debes ser el famoso Allan, del que siempre me habla Madeleine en sus cartas. Finalmente te conozco, cuñado—le palmeó el brazo amistosamente.

Allan apenas pudo sonreír, demasiado pasmado todavía.

—Bueno, pero no me mires así, cualquiera diría que me idolatras—bromeó Tanek, logrando finalmente sonsacarle una sonrisa a Allan.

—En realidad, algo así—contestó Mady por él—. Allan sabe que has viajado por el mundo y entrenado con verdaderos Kinam. Muchas veces ha considerado hacer lo mismo que tú, claro, después de casarnos—añadió, tomando de la mano a Allan.

—Sería una buena idea, no lo dudo—convino Tanek—. Es cierto que entre los Kinam he aprendido bastante, y tú también podrías hacerlo, Allan, pero no es un lugar donde puedas llevar a mi hermana.

—Lo he pensado también, en realidad esa es idea de Mady, no mía—le dijo Allan, dedicándole a Mady una mirada severa.

Pero ella continuó hablando, pasando su advertencia silenciosa por alto.

—He  pensado en ello, Tanek—admitió Mady—, y creo que yo… bueno, podría convertirme en un Kinam también.

—¿Es que estás loca?—Bramaron los dos hombres al unísono.

—Sólo piénsenlo sin alterarse, ¿de acuerdo?—Mary los miró a los dos, uno a la vez, levantando las palmas en un intento de calmarlos—. Allan y yo hemos buscado por meses la mejor forma de librarnos de la familia para casarnos. Tú conoces a mis padres, Tanek, no me dejarán en paz mientras siga siendo una Ruffian. La única manera sería…

—Ser un Kinam para que renieguen de ti, como lo hicieron conmigo—su hermano terminó lo que ella intentaba decir.

—Sí…—admitió ella, bajando la mirada con las mejillas encendidas por la vergüenza de hacerle recordar a su querido hermano el amargo trago que su propia familia le había hecho pasar.

—Madeleine, entiendo tu apuro, pero no es esa la salida. Convertirte en un Kinam es muy arriesgado, sin mencionar que no hay marcha atrás una vez que ocurra, y eso si tienes el gen, sabes que si no lo tienes, morirás inevitablemente—Allan posó una mano sobre su rostro, en una suave caricia—, y no puedo permitir que asumas ese riesgo.

—Pero Tanek tiene el gen, si él lo tiene, yo también, somos hermanos.

—Medios hermanos —la corrigió Tanek, dedicándole a Allan una mirada distinta, con mayor respeto—. Allan tiene razón, Madeleine, es muy arriesgado que lo hagas. Si el gen Kinam provenía de mi madre, que es lo más probable, ya que nuestro padre es un Ruffian, y si de algo se distingue nuestra familia es de la pureza de su linaje—puso los ojos en blanco, como si sus propias palabras le fastidiaran—, lo lógico es que tú no tengas el gen, ya que no compartimos la misma madre.

—Eso no puedes saberlo, tú eres un Ruffian también, no importa quién sea tu madre, bien papá puede poseerlo, nadie sabe—replicó Mady—. Además, ¿y qué hay si mi madre también tiene el gen? ¿No te has detenido a pensar en eso?

—No sólo somos hijos del mismo padre, Mady, nos separa más de un siglo de edad. Nunca se sabe cómo pueden cambiar las cosas en tanto tiempo.

—Ese argumento es ridículo, tener el gen no distingue edades ni tiempos.

Tanek le dedicó una mirada llena de cariño a su hermana, negando lentamente con la cabeza.

—Lo sé, pero podría ser un factor de importancia, y no puedes negarlo. Mady,  eres mi hermana pequeña, te quiero como a ningún otro miembro de mi familia, y es mi deber protegerte. No permitiré que corras un riesgo como ése.

—Él tiene razón, Madeleine—convino Allan—. Es absurdo que intentes algo así sólo para que podamos estar juntos. Ya se nos ocurrirá algo, tranquila. Todo va a estar bien—la abrazó por los hombros y la atrajo hacia sí, para besarla en la frente.

Madeleine se soltó a llorar, negando efusivamente con la cabeza.

—No… ¡Nada va a estar bien!—Se soltó de él, alejándose de ambos dándoles la espalda para ocultar su rostro contorsionado por el dolor y las lágrimas—. Mis padres me han comprometido con Ernesto.

—¿Qué has dicho?—Allan se irguió, frunciendo el ceño, furioso.

—Lo que escuchaste—contestó Mady, hecha un mar de lágrimas—. Mi padre me lo dijo ayer por la noche, quiere que me case con Ernesto el próximo mes… ¡Y no voy a hacerlo!—Chilló, cerrando ambas manos en puños—, ¡prefiero morir a casarme con ese… desalmado!

Allan sintió nacer una oleada de furia en su interior. Así eran los Ruffian, una familia importante, de gran clase, linaje y nobleza entre La Capadocia, pero de corazón frío y severo. Seguramente el padre de Madeleine preferiría verla muerta, tal como ella decía, que casada con alguien como él, un simple soldado sin categoría ni linaje, y para colmo, un Kinam…

Por años los Ruffian habían intentado por todos los medios separarlos sin éxito. Si Madeleine no tenía gran destreza física en combate, poseía un carácter firme y fuerte, tanto como noble y bueno era su corazón. Sabía lo mucho que debió haber luchado por defenderlo a él y su amor ante su familia durante esos años.

De nada servía, lo sabían bien. Para los Ruffian un amor verdadero no era distinto a una estúpida obstinación de una niña encaprichada, y ésta era la última jugarreta que le tendían para cortar de una vez por todas el lazo que la unía con Allan y separarlos definitivamente.

—Padre no puede obligarte a casarte contra tu voluntad—argumentó Tanek.

Mady le dedicó una mirada severa, dejando en claro que ni siquiera él podía creer en sus propias palabras.

—Papá ha sido claro—le dijo finalmente Mady, secándose el rostro con el dorso de la mano—, tengo veintiún años, el año siguiente estaré vieja para contraer matrimonio. O me caso con Ernesto, o me enviará a un convento Homo a pasar el resto de mi vida.

—¡Pues que te envíe!—Bramó Allan, furioso—. Te sacaré de allí enseguida y nos iremos lejos.

—¿Y a dónde, Allan?—Mady lo miró con gesto suplicante, invadida por la desesperación—. ¿Qué lugar en este mundo es ajeno a La Capadocia o a la severa mano de mi padre? Sólo el mundo Kinam bajo el agua escapa de su ojo vigilante, ¡sólo entre ellos podremos ser libres!

Libres al fin para vivir nuestra propia vida…

Tanek suspiró, asintiendo con la cabeza.

—Si lo pones así, me temo que tienes razón…

—¡No!—Bramó Allan—. No te pondré en riesgo, Madeleine. Dame un día para pensar, lograré llegar a una solución, pero no ésta—se acercó y la tomó por los hombros—. No te arriesgaré, Madeleine.

—Allan, tienes que entender…

—¡No, tú entiéndeme a mí!—Insistió él, dedicándole una mirada llena de fervor—. No podría perderte, Mady, no podría… Nada tendría sentido sin ti. Tú eres mi mundo, tú eres mi vida entera… ¿No lo ves?—Su voz se quebró y debió ocultar la mirada, para evitar que ella viera que los ojos se le habían humedecido.

—Allan, no sufras así por nada—Mady se le colgó del cuello, en un abrazo intenso, lleno de amor—. Yo no soy nada, nada en absoluto para hacerte pasar por esta tortura que sé vives cada día.

—No digas eso, tú eres mi vida, Mady. Si tú no eres nada, yo tampoco lo soy—le dijo Allan en un murmullo bajo, estrechándola con fuerza.

—Creo que ya está bien, par de donnadies —intervino Tanek con voz socarrona, a pesar de que les dedicaba a ambos una mirada de cariño—. Les ayudaré.

—¿Lo harás?—Los ojos de Mady se iluminaron, llenos de ilusión.

—De no haber tenido esa intención desde un principio, no habría acudido a tu llamada desesperada, hermanita—bromeó Tanek—. Puede que ustedes dos sean jóvenes e inexpertos en muchas cosas, pero es obvio que se quieren sinceramente. Papá no tiene idea del daño que te hará obligándote a casarte con ese patán de Ernesto. Sin mencionar que hacer rabiar a nuestro padre ayudándote a escapar con Allan, me ayudará a sentir una enorme satisfacción de gozo.

Mady notó que Allan fruncía el ceño, sabía que le dolía en el orgullo ser un Capadocia sin linaje, en estricta categoría de menor linaje que ella, y le molestó que su hermano bromeara con ello, pero no se atrevió a decir nada para contradecir a Tanek.

—Creo que podré idear algo, hermanita—Tanek continuó hablando—. Me pondré en contacto con ustedes antes de mañana al atardecer. Yo les recomendaría que mantengan sus cosas empacadas y dispuestas para salir en cualquier momento.

—¿Tienes alguna idea, querido hermano?—Le preguntó Mady, con ilusión.

—Hay unas montañas lejos de aquí, muy lejos, donde La Capadocia casi no tiene intervención. Es tierra de Homos y Kinam. Allí podrán vivir en paz, sin que los molesten.

—¡Oh, Tanek, sabía que podrías ayudarnos!—Gritó Mady, corriendo a abrazar a su hermano.

—Ya sabes, soy magnífico. De hecho, deberían cambiarme el nombre de Tanek por Magnífico, ¿no te parece?

Mady rió vivamente, mirando encantada a Allan y a su hermano con los ojos humedecidos por las lágrimas, esta vez de alegría.

—Te lo agradezco, hermano.

—No me agradezcas nada. Si no puedo ayudar a mi hermanita favorita, entonces de nada serviría como hermano mayor—Tanek sonrió, besándola en la mejilla—. Y tú, más te vale mejorar tu técnica—añadió dirigiéndose a Allan—. No aceptaré que mi hermana despose a un Capadocia que no le brinde la protección y seguridad que ella se merece.

—Por supuesto—contestó Allan con la barbilla erguida.

—No seas duro con él, Tanek. Allan es muy hábil.

—Quizá para luchar contra los Capadocia, pero no contra los Kinam. Debe mejorar, y yo me encargaré de eso—le dio un golpe cariñoso a Allan en el hombro—. Será una especie de regalo de bodas de mi parte para mi dulce hermanita. Convertiré a su esposo en un gran guerrero, digno de ella y capaz de protegerla de cualquier peligro. Te enseñaré a luchar como todo un Kinam, Allan. Son los mejores guerreros que pueden existir, y tú tienes el honor de pertenecer a su linaje.

Mady miró a Allan con aprensión, temiendo que las palabras de su hermano lo hubieran ofendido. Pero en sus ojos no vio enojo, por el contrario, encontró…

—Será un placer y un honor aprender de ti, Tanek—contestó Allan, quitándole las palabras de la mente a Mady.

Allan levantó la mano para estrechar la de Tanek por el codo, conforme al saludo Capadocia. Pero Tanek le hizo levantar el antebrazo y que ambos brazaletes chocaran entre sí, produciendo un ruido metálico.

—Fuerza Kinam—bramó Tanek—. Éste es el saludo Kinam, el saludo con el que deberás saludarme siempre que nos encontremos. Yo soy un Kinam ahora, el mundo Capadocia sólo forma parte de mi pasado… Y ahora, del de ustedes.

—Fuerza Kinam—repitió Allan con orgullo, provocando que la sonrisa de Tanek se acentuara.

De pronto ambos hombres se tensaron y desviaron la mirada en dirección a la espesura del bosque. Mady buscó con los ojos en la misma dirección que ellos seguían, sin encontrar nada.

—Te están llamando—le dijo Tanek. Ambos, gracias a sus agudos oídos de Kinam, lograban escuchar algo que era imperceptible para Mady—, será mejor que te vayas. Y no digas una palabra de lo que ha sucedido aquí, ni que me has visto.

—No tienes que decírmelo, ya lo sé—espetó Allan, sonriendo todavía—. Nos vemos mañana.

—Hasta mañana—repitió Tanek, observándolo marcharse.

—¿Puedes adelantarte?—Mady le pidió a Allan cuando él le tendió la mano, para que lo acompañara—. Me gustaría quedarme unos minutos más con Tanek, si no te molesta.

Allan le dirigió una mirada interrogante a Tanek, que él supo interpretar correctamente.

—Ve tranquilo, yo me aseguraré de dejarla con bien en su casa.

—Bien, te lo agradezco—Allan miró a Mady con cariño—. Nos vemos esta noche en tu casa, como siempre—se despidió con un rápido beso, antes de partir corriendo por la espesura del bosque.

—¿Esta noche en tu casa?—Repitió Tanek una vez que se quedaron a solas, provocando que las mejillas de Mady se encendieran al máximo.

—No pienses lo que no es, Allan es muy respetuoso y jamás ha intentado propasarse conmigo—salió a la defensiva—. Sólo nos vemos a escondidas por papá, y…

—¿Qué es lo que querías decirme?—La cortó Tanek, cruzándose de brazos ante ella.

Mady suspiró y le dedicó una mirada nerviosa.

—A ti nunca puedo esconderte nada, ¿no es así?—Mady intentó bromear en vano, pues la mirada de Tanek continuaba siendo imperturbable.

—Te conozco hermanita, si te quedaste conmigo es porque quieres decirme algo. Y lo mejor será que lo sueltes de una vez, antes de que el sol se ponga y tenga llevarte a casa.

Mady volvió a suspirar y lo miró a los ojos, armándose de valor.

—Sobre lo del gen Kinam…—comenzó a decir, pero debió desviar la mirada para evitar que los ojos intensos y firmes de su hermano le hicieran flaquear el valor que con tanto esfuerzo había reunido para enfrentarse a él—. Es en serio, Tanek. Si he de hacerlo, lo haré. Haría todo por estar con Allan sin que los Ruffian nos molesten, y si tú no me ayudas, buscaré el modo de…

—Está bien—la cortó él secamente.

—¿En serio?—Mady lo miró con los ojos abiertos al máximo, incrédula de su propia buena suerte.

—Claro que es en serio, o te ayudo a cambiar o te irás a buscar al primer Kinam que se te ponga al paso, ¿no es ese tu plan?

—Sí…—admitió ella, bajando el rostro—. Pero no me juzgues, Tanek, no lo haría de no ser necesario.

—Estás loca, ¿sabes? ¿No se te ha ocurrido que un Kinam te inyectará un veneno, a lo mucho dos, el de dolor y el letal, pero no el antídoto? ¿Y qué harás entonces?

—Tenemos el antídoto.

—Eso no es lo mismo, no tiene un efecto igual, sin mencionar que estarás medio muerta por el dolor y el veneno que te habrá paralizado la mayor parte de los músculos. Morirás en minutos en medio de una tormenta de dolor sin que puedas hacer nada para evitarlo. Y si de casualidad llegas a sobrevivir, ¿piensas pasar sola los siente meses que tarda el cambio?

—Si es necesario, sí—contestó ella con la voz ahogada, pero con determinación.

Tanek suspiró y terminó finalmente por asentir con la cabeza.

—Está bien. Te ayudaré…—espetó fríamente—, pero con una condición—le puso un dedo rígido sobre el rostro—: Buscaré un Alma de Cristal que sea de fiar y que pueda ver en ti si tienes el gen Kinam. Sólo te cambiaré si lo tienes, y si no es así, olvidarás toda esa absurda idea.

—¿Un Alma de Cristal?—Repitió Mady, asombrada—. ¿Ellas pueden saber eso?

—Sí, por lo que he descubierto, ellas pueden ver si un Capadocia o un Homo lleva en su sangre el gen Kinam.

—¡Tanek eso es magnífico!—Mady saltó de alegría—. Si lo tengo, no correremos ningún riesgo. Allan no podrá negarse que me ayudes a cambiarme.

—Me importa un bledo lo que él piense, sólo quiero que tú aceptes mis condiciones; si no tienes el gen, no habrá cambio, Madeleine, ¿me has entendido? ¡Y dejarás esa tonta idea de cambiarte a Kinam atrás!

—Por supuesto que sí—sonrió ella, aliviada—. No soy tonta, si no tengo el gen, moriría. Y no puedo morir, ya escuchaste a Allan.

—Sí, ese pobre tipo te quiere tanto que bien se moriría sin ti.

—Lo sé…—Mady suspiró, dirigiendo la vista a la espesura, en la misma dirección por la que Allan se había marchado, minutos atrás—. Lo sé… Y eso no puedo permitirlo. Él debe vivir, Tanek. No importa lo que pase conmigo, Allan debe vivir. Y haré lo que sea para que él siga con vida…