6

 

Entraron en una espesa arboleda donde, para su mala suerte, los esperaban jaguares alados.

—Oh, no…—musitó Zarah, adivinando lo que vendría después. Odiaba las alturas.

—Es parte del entrenamiento—le dijo Allan, quien se había situado a su lado sin que lo notara—. Debes aprender a montar uno de éstos, todos lo hacemos.

—Tú llevas un águila—lo corrigió Zarah.

—Sólo los maestros montan águilas—le dijo Raquel en tono déspota—, y tú no eres ni siquiera una iniciada.

—Ya basta Raquel—la reprendió Allan, sin ánimo para aguantar más conflictos—. Aidan, te seguimos.

El muchacho se limitó a asentir, subiendo sobre uno de los jaguares. Los demás lo imitaron, así como Allan, quien después de subir al lomo de un felino le tendió una mano a Zarah para que subiera tras él. Allan acarició la oreja del jaguar y el felino extendió las alas, dando un suave brinco hacia delante. Al segundo siguiente se encontraron volando sobre los aires, acompañados por varios de esos otros jaguares negros que formaban una visión hermosa y contrastante contra el azul claro del cielo.

Zarah esta vez disfrutó a lo grande el paseo, miró en derredor encantada, los árboles, las montañas, el océano a lo lejos… De pronto notó que descendían con rapidez, alejándose de los otros, y se aferró con más fuerza a la cintura de Allan, temiendo caer. Como si él sintiera su temor, aminoró la velocidad y en pocos segundos se encontraron planeando sobre un apacible lago para aterrizar en un claro.

Unos minutos más tarde aterrizaban junto a una arboleda donde caía una estruendosa cascada.

Aidan ya se encontraban allí, los demás no tardaron en aparecer por el cielo.

—Luces como si te hubiera caído un rayo encima—musitó Aidan al verla—. La próxima vez, recuerda atar tu cabello si no quieres terminar luciendo como una escoba usada.

Zarah frunció el ceño, aunque debía admitir que no se veía muy linda ese día. No le gustaban las alturas, no era su culpa.

—Zarah, no le hagas caso—intervino Allan—. Este es un momento muy especial. No entrenarás en una base como suelen hacerlo la mayoría de los chicos Capadocia. Tú eres una princesa, y como tal entrenarás en el salón privado de los Blancos, reservados sólo para los miembros de la realeza y del Círculo de la Estrella. En este lugar han entrenado los miembros de tu familia por generaciones; tu abuelo, tu madre, tu hermano, y ahora lo harás tú.

—¿Lo dices en serio…?—Zarah se giró para mirarlo a los ojos—. ¿Mi madre entrenó en este lugar?

—Por supuesto—contestó Aidan—. Y ahora tendremos compañía que no se ha ganado el honor de entrar aquí sólo porque “tú los necesitas”.

—Aidan, no seas grosero con tu hermana. Es una orden del rey…

—No me hables como si fueras mi padre—bramó Aidan—. Y no digo más que la verdad. De no ser por ti, Zarah, nunca estos intrusos de baja categoría habrían entrado en nuestro recinto personal. Tú has mancillado lo sagrado.

—Aidan, continúa hablando así y te daré una patada—lo hizo callar Raquel.

—Ella tiene razón—convino Allan—. Aidan, serás un príncipe, pero debes mostrar respeto por aquellos que son más avanzados que tú en nivel.

Aidan masculló algo por lo bajo pero Zarah no se detuvo a prestarle atención, quería saber más, más sobre ese lugar en el que su madre había entrenado, igual como iba a hacerlo ahora ella…

—Síganme, es tras esa cascada—les informó el muchacho, comenzando a avanzar a través de un camino de rocas oculto bajo la superficie del agua.

Allan dio un paso hacia delante, llevando a Zarah con él, pero Raquel se les adelantó.

—¿Me permites, Allan? No tengo ganas de mojarme el cabello hoy.

—Adelante—Allan sonrió—. Presta atención, Zarah.

Zarah así lo hizo, no de muy buena gana debía admitir, y observó a la joven que se encaminaba a paso decidido hacia el agua… ¡y para su sorpresa, el agua se abrió ante ella!

Zarah no pudo evitar quedarse con la boca abierta, y la o en sus labios se agrandó al ver que la caída de la cascada se dividía en dos, como si una inmensa cuchilla gigante la separara, permitiéndoles pasar libremente sin mojarse.

—Raquel es un Alma Turquesa—le explicó Allan—. Su talento es controlar el agua.

Zarah asintió, sin palabras, y continuó caminando. No le gustaba admitir que Raquel la impresionaba, pero lo había hecho.

—Ven aquí, Zarah—la llamó Aidan cuando hubieron llegado ante una pared de roca—. Sólo los miembros de nuestra sangre pueden abrir este muro. Y ahora será tu honor.

Zarah le dedicó una mirada de extrañeza, pero obedeció. Aidan tomó su mano y la posó sobre la roca, al hacerlo el muro se abrió en dos, igual como debió suceder en el cuento de Alí Babá, dejando ante ellos la vista de una escalera que descendía hacia el interior de la tierra.

Zarah hizo una mueca de disgusto, la escalera era tan larga que estando de pie ante ella se sentía como en la orilla de un precipicio.

—Quién lo diría, realmente eres de la familia—bufó Aidan, pasando a su lado para tomar la delantera. Al hacerlo la pasó a llevar, y Zarah trastabilló, aterrada ante la visión de las empinadas escaleras delante de ella.

Pero como siempre una mano la sujetó firmemente por la cintura.

—¿Te encuentras bien?—Le preguntó Allan.

Zarah se giró, y al hacerlo quedó a menos de un palmo de su rostro. Estaban tan cerca que podía sentir la tibieza de su aliento sobre sus labios…

De pronto un tremendo chorro de agua les cayó encima.

Ambos se separaron, secándose los ojos y la cara, empapados de pies a cabeza.

—Ay, cuánto lo siento—les dijo Raquel en un falso tono de preocupación—. Creo que se me resbaló…

—¡Lo hiciste a propósito!—Rugió Zarah.

—Chicos, calma por favor—intervino Alessandra—. Raquel, ya basta. Si el rey se entera de esto, te va a ir muy mal. Princesa—continuó, dirigiéndose a Zarah—, por favor, continúa tu camino, tu hermano te está esperando.

Allan le sonrió y bajó con ella por la escalera, tomándola por el brazo para ayudarla.

 

Al final de las escaleras se encontraron con un lugar que parecía fuera de otro mundo. Un lago cristalino  formaba el centro de una enorme caverna decorada con toda clase de armas del pasado y del presente, algunas de ellas Zarab nunca antes las había visto en su vida.

—Bienvenida al salón de entrenamiento de la familia real de los Blancos—exclamó Aidan, abriendo los brazos para dar magnificencia a su gesto.

Zarah sonrió y miró en derredor, intentando imaginar cómo debió ser  ver a su madre entrenar en ese mismo lugar…

—Comencemos—declaró Allan, adelantándose al frente—. Patrick, por favor—le hizo una seña para que lo acompañara.

Allan soltó se puso de pie frente a todos, teniendo a Aidan y a Patrick a cada lado. Los demás adoptaron expresiones serias al instante, y sólo entonces Zarah cayó en la cuenta de la fuerte presencia que poseía Allan.

—Es nuestra misión enseñar y proteger a la princesa—comenzó a decir Allan—. Para protegerla tenemos la labor de asegurarnos que ella alcance el potencial para poder defenderse por sí misma como una Capadocia, pero nada lograremos si Zarah no tiene conocimiento de lo que es nuestra orden desde sus mismas bases—los negros ojos de Allan se fijaron sobre el rostro de Zarah—. Princesa, por favor ven aquí.

Zarah caminó hacia él intentando hacerlo con paso firme y no temblando como se sentía al saberse el centro de atención de todos los demás.

—Zarah—le dijo directamente Allan—, como te expliqué anteriormente, La Capadocia se divide en Jerarquías y Niveles.

—Los Niveles son los que se aprenden, las Jerarquías con las que naces—le dijo Zarah.

Allan sonrió, asintiendo con la cabeza.

—Ahora te vamos a enseñar algunas de las Jerarquías de La Capadocia.

—De acuerdo.

—La base de La Capadocia está formada por militantes, lo soldados sin mayor poder. Para entrar a nuestra orden, los miembros son seleccionados de una gran cantidad de postulantes, es el lema de La Capadocia que sólo la integren “los elegidos de los elegidos”, es decir, lo mejor de lo mejor.

—Entiendo.

—Le siguen los Anillos de Cristal y los Antiguos; Flérida, a quien ya conociste, es una Antigua, posee el don de ver el alma de un Capadocia y hablar con los espíritus, además de ver el pasado, entre otras cosas. Los Anillo de Cristal son similares, aunque su habilidad radica mayormente en ver el futuro y saber si un humano posee el gen Kinam.

—¿El gen Kinam?

—El gen que portan algunos seres humanos…

—O su mayoría—añadió Patrick.

—O su mayoría—convino Allan—, y que al inyectarle los tres venenos te convierte en un Kinam también.

—Comprendo…—Zarah asintió, sin dejar de observarlo.

—Es importante saberlo para conocer a los potenciales enemigos—le explicó Patrick.

—Como no tenemos ningún Anillo de Cristal ni Antiguo presentes hoy, pasaremos al siguiente grupo—lo interrumpió Allan—. Hablaremos de los Iris—le explicó, dando un paso a un lado para hacerle espacio a Patrick.

Patrick hizo el saludo Capadocia con los dos dedos anulares e índice sobre la palma de la mano izquierda levantada horizontalmente. El saludo de respeto a un superior. Y fue hecho en honor a Zarah.

La joven se sonrojó ante el honor y respondió con una inclinación de cabeza. Aún no aprendía a hacer ese extraño saludo.

—Patrick es un Alma Rosa—le explicó Allan.

—Y un amanerado—añadió Raquel.

—¡Ven aquí y te demuestro qué tan amanerado puedo ser!

—¡En tus sueños!

—Será en los tuyos… Es decir… Lo siento—Patrick se calló al notar la mirada airada de Allan.

—Tú y Raquel se quedarán al final de la sesión a hablar conmigo—les ordenó sin levantar el tono de voz pero de una manera que a ambos les produjo una palidez total.

—Sí, capitán—contestaron los dos al unísono, agachando la cabeza.

—Como decía, Patrick es un Alma Rosa—continuó Allan—. Su talento radica en poder hablar con los animales y manipular su mente para hacer que lo obedezcan.

Zarah arqueó las cejas.

—Increíble…

—Pues créelo. Tu perra me ayudó mucho para obtener información de tu familia y de ti el día que estuve allí—le dijo Patrick sonriendo ligeramente.

—¿Es por eso que cambias de forma?

—El cambio de forma es una habilidad adquirida, no naces con ella—le explicó Allan—. Pertenece al Nivel de Instructor, al cual Patrick pertenece. Aunque sólo podemos cambiar a un animal, el elegido como nuestro tótem.

—Entiendo—Zarah lo miró con intriga, preguntándose qué tanto sabría él sobre ella y su familia. Ciertamente sintió deseos de darle un buen patadón, igual que Marijó.

—Ahora, Raquel, Rebecca—las dos jóvenes se pusieron de pie se situaron a su lado. Rebecca sonriéndole afablemente a Zarah, Raquel prácticamente lanzándole veneno con la mirada.

—Raquel y Rebecca son Iris también—comenzó a explicar Allan—, Raquel es un Alma Turquesa, tiene la habilidad de controlar el agua, y Rebecca es un Alma Malva con la habilidad de manipular el viento. Juntas son un elemento sumamente fuerte para La Capadocia, como te expliqué, la fuerza radica en el equipo. Chicas, ¿podrían hacer una demostración?

—Por supuesto, capitán—contestaron las dos; Rebecca en un tono firme, Raquel en uno ronco que a Zarah le provocó deseos de saltarle encima como una leona furiosa.

Las dos se alejaron en dirección al lago y se detuvieron delante del agua. Raquel levantó las manos y de pronto un chorro de agua emergió del lago y la rodeó. Rebecca se situó a su lado y provocó una fuerte ventolera que lo congeló al instante.

El grueso bloque de hielo cayó al piso y se rompió en mil pedazos.

Zarah observó aquello boquiabierta, nunca había visto nada tan grandioso.

—Ahora, Alessandra—la joven se puso de pie y se situó frente a Zarah—. Por favor, explica tu talento.

Alessandra asintió con la cabeza y le sonrió a Zarah.

—Yo soy una Iris también, soy un Alma Marrón y poseo la habilidad de controlar la tierra. Verás…—levantó una mano y la tierra tembló bajo sus pies. Zarah se movió, asustada, pero el temblor terminó tan rápido como había comenzado—, puedo crear terremotos, hacer muros, crear rocas, es tan variado como yo quiera.

—Te felicito, es magnífico—le dijo Zarah, sinceramente asombrada.

—Y finalmente, Jaqueline—la joven tímida se puso de pie y ocupó el lugar donde Alessandra se ubicó en un principio.

—Yo soy una Iris, un Alma Fucsia, y mi talento radica en manipular a mi antojo la vegetación—le dijo con rapidez, como si quisiera terminar rápido con todo eso, pero no por enojo, como Raquel, sino por timidez. Zarah conocía bien esa sensación, y la reconoció al instante.

La joven extendió una mano y de la nada brotaron unas flores que fueron alargándose hasta rodearla de pies a cabeza.

—Es muy hermoso—le dijo Zarah—. Me gustaría poder hacer eso también.

Se giró para ver a Allan y se sorprendió de encontrar una mirada singular en sus ojos, como si sus palabras lo llenaran de gusto.

Aidan carraspeó, regresándolos a la realidad.

—Bien, gracias Jaque—le dijo Allan.

Jaqueline volvió a tomar asiento en su lugar y Allan pasó a ocupar su lugar enfrente de todos.

—Ahora comenzaremos con la Jerarquía más alta. Aunque, como te expliqué, no tiene que ver con que unos sean más poderosos que otros, sólo es una manera que tiene La Capadocia de ordenar a sus integrantes.

—Sí, cómo no…—musitó Raquel, y enseguida se llevó ambas manos a la boca.

Allan la ignoró y continuó hablando.

—La Jerarquía de las Almas de Fuego tienen un orden referido con respecto a una llama. Antiguamente La Capadocia solía llamarse Guerreros de Fuego, y es porque los primeros Capadocia fueron todos Almas de Fuego.

Se giró y se alejó hasta el sitio donde se encontraba un pizarrón. Allí pasó la mano sobre la superficie y el esquema de una flama apareció ante sus ojos.

—A simple viste se ve como fuego común, pero los colores de una flama son siete— le explicó Allan al tiempo que los colores se dividían en el esquema—: La primera flama, o la última, es el Alma Plateada.

—Como Zack—dijo Aidan.

Allan asintió y continuó hablando.

—Las Almas Plateadas tienen la capacidad de crear plata de la nada, entre otras habilidades. La siguiente es el Alma Roja.

—Como tú—Zarah sonrió y estuvo cerca de aplaudir por la emoción.

—Sí, como yo—Allan asintió con una sonrisa—. Y como sabes, puedo crear y controlar el fuego, así como producir un fuego tan intenso capaz de quemar a los Kinam, cuya fuerte piel los convierte en seres prácticamente indestructibles… ¿No necesito hacerte una demostración, o sí?

—No, está bien—Zarah se apuró en contestar.

—Bien, continuemos. Después del Alma Roja sigue el Alma Naranja, la única que tiene una división aparte para los Ámbar, como era tu madre.

Zarah asintió y agachó la cabeza, recordando las imágenes que tenía de su madre, aún confusas en su mente y sólo traídas al presente a través de los sueños.

—Los Alma Naranja son telépatas, y sus habilidades radican en toda la amplia variedad que este poderoso don puede otorgarles: leer mentes, hipnosis, crear alucinaciones…

Zarah sintió un ligero mareo cuando un fugaz recuerdo llegó a su mente. En él vio a su madre… Y sus ojos brillaban de manera singular…

—Los Ámbar no sólo poseen habilidades más potentes de este mismo don, sino que también tienen la capacidad de “controlar el tiempo”.

—¿Cómo es eso posible?

—Realmente el tiempo no se detiene, pero ellos pueden prolongar el tiempo—espacio por un periodo indefinido, y podría decirse que detienen el tiempo.

—Increíble…—Zarah se llevó una mano a las sienes, sintiéndose mareada. Era mucha información, ¿o no lo era?

¿Qué les estaba sucediendo?

La imagen de su madre se volvió más intensa, el puente roto, el río bajo sus pies…

—¿Te encuentras bien?—Allan se acercó a ella, preocupado.

—Sí, sí… —mintió Zarah, quitándose esas imágenes de la mente con una sacudida de la cabeza—. Continúa, por favor.

Allan la observó por un par de segundos, estaba preocupado, pero teniendo a Aidan tan cerca sabía que no podía hacer nada que no pareciera “normal” y continuó hablando.

—La cuarta son los Alma Amarilla, con la habilidad de curar—Allan desvió la mirada, y por alguna razón que Zarah no pudo comprender, se tensó—. También pueden realizar la operación contraria; quitar energía, absorberla de su oponente hasta conducirlo a la muerte. Como ves, son seres sumamente poderosos.

Zarah asintió, sin comprender el porqué del nerviosismo de Allan mientras hablaba de los Alma Amarilla.

—Le siguen las Almas de Oro o también llamadas Doradas—cambió de tema con rapidez—. Aidan, tu turno.

El hermano de Zarah se colocó en el centro.

—¿Qué quieres que haga?—le preguntó a Allan de mala gana—. Puedo matarte, si quieres.

Allan frunció el ceño.

—Lo que Aidan quiere decir, Zarah—Alessandra tomó la palabra, en un intento de hacer de mediadora—, es que los Alma Dorada están en la cima de la jerarquía por su habilidad de crear oro de la nada. Los Kinam son alérgicos al oro, lo que convierte a los Alma Dorada en el peor y más poderoso enemigo de los Kinam, los peores rivales de La Capadocia.

Zarah frunció el ceño y miró a Allan, recordando con repulsión el siseo de su piel cuando Aidan lo atacó.

—También tienen la habilidad de curar del veneno del Kinam, entre muchas otras cosas—concluyó Allan—. Ahora príncipe, puedes tomar asiento.

—Espera, no he hecho nada—Aidan levantó una mano e hizo aparecer de la nada una delgadísima cuerda dorada. Zarah se tensó, suponiendo que atacaría a Allan, pero Aidan no se movió. Enrolló la cuerda sobre sí misma hasta trenzarla en un óvalo y se lo entregó.

Era un brazalete de oro puro.

Zarah lo tomó con cierto temor, temiendo que en cualquier momento fuera a explotar o hacer algo peor, pero no estaba ni siquiera caliente. La joven lo miró con cuidado, detenidamente. Estaba delicadamente trenzado, formando una joya fina y muy hermosa.

—No todo lo que hago es malo—le dijo su hermano en tono ofendido antes de darse la media vuelta y marcharse.

Zarah lo miró sorprendida, era el primer gesto amable que tenía hacia ella.

—Siguen las Almas Azules—continuó hablando Allan—, pero como hemos recibido órdenes de no entrenarte como una, sino como a un Alma Celeste, sólo abarcaremos una parte de tus cualidades, la del campo de fuerza.

—De acuerdo—contestó Zarah, fijando una vez más la atención sobre Allan.

—Las Almas Azules tienen la capacidad de controlar cada uno de los elementos existentes, cada molécula, cada partícula de energía. Es ahí donde radica la naturaleza de su poder y su fuerza, en pocas palabras, pueden hacerlo todo…

—O casi todo—lo corrigió Aidan—. Realmente son muy fuertes, pero sus habilidades no abarcan todos los campos. Los únicos con esa capacidad son las Almas Blancas, las más poderosas de todas. Pero esas…

—No existen—Zarah terminó la frase.

—Lo que te convierte a ti, Zarah, en el Alma más poderosa de todas—concluyó Patrick con orgullo, provocando que todos se volvieran a mirar a Zarah.

Zarah sintió que el rostro le ardía mientras se ponía de pie al igual que los otros y avanzaba hacia el centro del lugar, para reencontrarse con Allan.

—Entonces, comencemos con lo bueno—dijo Patrick, sobándose las manos—. ¿Qué campo abarcaremos primero, Allan?

—Creo que el científico—contestó Allan—. Zarah es bastante buena en ciencias, y poseer algunos conocimientos al respecto ayudarán bastante a nuestra princesa.

—Una estrategia inteligente, capitán—convino Raquel—, si esta moza es tan buena con la espada como lo es con las pelotas de básquetbol, terminará con la cabeza rebanada antes de que diga en guardia.

—Que yo recuerde, te hizo morder el césped con un balón—replicó Patrick.

—¡A mí no fue!

—¿No? Será que puse tu cabeza en esa imagen en mi mente, es más placentero cuando lo recuerdo de ese modo.

—Llévame en tu mente cuanto quieras, Patrick, es lo más lejos que llegarás a tenerme jamás—bufó Raquel, dedicándole una sonrisa mordaz.

—¡Ustedes dos ya basta!—Bramó Allan—. Esta situación es seria, si no pueden comportarse a la altura, será mejor que se larguen de una vez.

—Lo sentimos, señor—contestaron los dos al unísono, bajando las cabezas.

—Aidan, ¿podrías conducirnos al salón de laboratorio—pidió Allan, dándole de lleno la espalda a sus dos amigos, y Zarah notó que una ligera sonrisa se asomaba  por sus ojos y no quería que ellos lo notaran. Sólo entonces Zarah pudo quitarse la mano de la boca para dejar de reprimir la risa que esos dos le ocasionaban, al menos sus peleas servían para relajar el ambiente, de por sí ya tenso.

—Síganme—contestó Aidan, encaminándose a una puerta en la pared de la derecha que conducía a otro salón tan grande como el primero, sólo que éste parecía un laboratorio salido de una película de Frankenstein.

Estaba compuesto por varias mesas con distintos aparatos en ellas, algunos de vidrio, otros de metal. Las paredes se encontraban recubiertas de estantes colmados de frascos con toda clase de sustancias y objetos en su interior, y claro, calderos, muchísimos calderos colgados sobre modernos mecheros gigantes, una mezcla de pasado y presente que continuaba formando un contraste que dejaba a Zarah boquiabierta.

Aidan caminó directamente hacia otra puerta ubicada en la pared contraria por donde ellos habían entrado, los siguieron sin detenerse y al asomarse Zarah por poco se va hacia atrás; el sitio era enorme, tan alto como una torre y tan vasto como los dos salones anteriores juntos, y por todos los rincones de piso a techo, estaba abarrotado de estantes con libros y pergaminos, algunos tan viejos que habían sido colocados bajo vidrieras. Y para formar el contraste una vez más, una computadora futurista en el centro de la habitación.

Aidan se acercó a ella y una imagen a cuerpo completo de una elegante mujer fue proyectada, de tal manera que quedaba como si estuvieran hablando con una persona real delante de ellos.

—Buenos días, príncipe Aidan—lo saludó la mujer, reconociendo al joven.

—Buenos días—contestó Aidan—. Reconoce a tu nueva lectora, la princesa Zyanya, o como ella prefiere ser nombrada, Zarah.

—Buenos días princesa Zarah—saludó la mujer, y Zarah se quedó paralizada, sin saber qué contestar o si debía hacerlo.

—Buenos días—musitó, estudiando los rostros de todos, sin saber si actuaba bien o no contestando a un aparato.

—¿Te gusta la imagen de la mujer o prefieres otra? Hay una de un gatito que cargué, hice un estudio en el que decía que a las chicas Homo les gustaba mucho ese gatito…—Aidan se calló abruptamente al notar que Zarah lo miraba fijamente con la boca abierta—. Es decir, si quieres. Si no, no importa—añadió, volviendo a adoptar su postura huraña.

—El gatito está muy bien, gracias—contestó Zarah, encantada con la idea de que su hermano realmente se hubiera interesado en investigar algo de los humanos para ella… ¿Sería que esa postura de malo sólo era una faceta suya para ocultar la bondad que llevaba dentro? Porque un gesto como ése no podría haber sido hecho por nadie que fuera malo, y seguro, que nadie a quien ella no le importara…

Aidan hizo aparecer el gatito y Zarah sonrió con ternura, era un gatito de Hello Kitty, nunca le había llamado la atención esa caricatura, pero por el gesto de su hermano en definitiva se convertiría en su gato favorito desde ese día en adelante si así se ganaba el cariño de Aidan.

—Muy bien, comencemos—terció Allan, también animado por el repentino gesto amable de Aidan.

El muchacho, como si de repente se sintiera abrumado por las caras amables que lo observaban, se retiró a un lugar más apartado y esperó a que Allan continuara con las presentaciones.

—En estos libros están escritos siglos de magia de La Capadocia—le explicó Allan—, puedes buscar en los documentos uno a uno, o más rápidamente, buscar los mismos textos en la base de la computadora usando a… el gatito—terminó la frase, mirando con una ceja arqueada la imagen de Hello Kitty que les sonreía como una gigante caricatura de pie ante ellos.

Zarah no pudo evitar sonreír, mordiéndose el labio para no soltar una carcajada, no quería que su hermano fuera a tomarse su risa como una burla.

—No todos los textos están en la base—añadió Aidan, incapaz de dejar esa información en el aire sin ser dicha—. Algunos hechizos son un secreto de nuestra familia y sólo pueden ser conocidos por nosotros. A riesgo de que la información pueda filtrarse, se conservan únicamente en documentos en papel que deberás consultar en los archivos.

—De acuerdo—asintió Zarah, sonriéndole a su hermano, quien de inmediato volvió a fruncir el ceño y a quedarse atrás, esperando a que Allan recuperase la palabra.

—Varios de estos hechizos y pociones te servirán en gran medida como autodefensa—le explicó Allan—, comenzaremos con el estudio de algunos de ellos y esta noche memorizarás algunos conjuros protectores que puedas pronunciar en caso de saberte en peligro. Te ayudarán a salir del apuro en lo que nosotros llegamos a socorrerte.

Zarah abrió grande los ojos cuando Aidan tomó un texto de uno de los estantes tan grande como la mitad de la altura del muchacho, y se lo entregó a Allan, quien a su vez lo colocó sobre una mesa. Las páginas corrieron hasta detenerse en un sitio donde rezaba el título “conjuros protectores” sobre cientos de páginas con símbolos, palabras y dibujos extraños.

—¿Lista para memorizar, hermanita?—Le preguntó Aidan con una sonrisa, que Zarah no pudo distinguir si era auténtica o no, se sentía demasiado mortificada con para pensar...